quién sabe jugar al mus?


¿Quién sabe jugar al Mus?

Se establecieron varios grupos, de chicos fundamentalmente, y apenas alguna chica (entre ellas, yo). Después de las presentaciones y de la adjudicación de parejas, mi compañero, un chico con un físico atractivo, moreno, de facciones varoniles y espléndidos ojos de color azul cobalto, se dirigió a mí y con su imperiosa voz preguntó incrédulo: ¿tu sabes jugar al mus?, a lo que contesté afirmativamente.

—Bueno, pues tú callada. Yo llevo la partida.

Éramos muy jóvenes, componentes de un equipo que viajaba a Suiza a participar en una competición de ski. El autobús se desplazaba animado por la pericia de Manolo el conductor, un hombre algo mayor que el grupo, pasado de alegría y vitalidad, o aún afectado por la resaca del día anterior que le mantenía hiperactivado, por lo que resultó ser un viaje memorable.

No soy una perdedora, y, aunque la humillación hervía en mi interior, no fui capaz de negarme a jugar. Me alegré de verdad de perder aquella partida.


Esto es una pequeña anécdota vivida de cómo hemos sido tratadas las mujeres «a las que se les ha cortado la lengua de forma literal y metafórica a lo largo de la historia».

Ver completo el artículo de opinión en el diario EL PAÍS escrito por Nuria Barrios titulado «El silencio de las mujeres«

Además de cortarles la lengua había otras maneras de silenciarlas.También se les dormía o se les ninguneaba haciendo caso omiso a sus palabras. Como fue el caso de Casandra, hija de Príamo, que predijo que su hermano Paris causaría la destrucción de Troya y que el caballo de madera que los griegos dejaron en las puertas de la muralla era una trampa. Nadie le hizo caso. Cuenta el mito que el dios Apolo, furioso porque ella no quiso entregarse a él, le dio el don de la clarividencia con el tormento de que sus advertencias serían ignoradas. No pudo violarla, pero ejerció sobre ella una forma perversa de violencia: despojarle de credibilidad. Ridiculizó su voz hasta reducirla a un blablabla.

Así mismo, el caso de María Moliner, a quien no se le reconoció autoridad al rechazarse su candidatura en la RAE en 1972 después de haber escrito el diccionario de uso español más completo, útil, acucioso y divertido de la lengua castellana.


Otras referencias:

Novela histórica del mismo título escrita por Pat Barker

LA GUERRA DE TROYA FUE SIEMPRE LA GUERRA DE LAS MUJERES

La ganadora del Man Booker Prize Pat Barker ahonda en la leyenda intemporal de la Ilíada y narra las últimas semanas de la guerra de Troya desde la perspectiva de las no combatientes; una novela poderosa y memorable sobre el más grande de los mitos griegos…

Leer más… Novela histórica del mismo título (El silencio de las mujeres) escrita por Pat Barker

Pat Barker nos ofrece una obra maestra de dimensiones colosales, ambientada en el epicentro de la guerra más famosa de la literatura. El silencio de las mujeres se erige sobre su estudio de la guerra, al que ha dedicado décadas, y el impacto que tiene en la vida de las personas.

«En la Ilíada, esa oda a la destrucción causada por la agresión masculina, las mujeres son el objeto a través del cual los hombres luchan entre sí para afirmar su estatus. Las diosas siempre tienen algo que decir, pero las mortales suelen permanecer en silencio y si hablan es solo para lamentarse: por la caída de Troya, por sus hijos, padres y esposos muertos, y por su propia libertad, tomada a la fuerza tanto por los vencedores como por los vencidos».
The Guardian


«Siempre nos quedará mañana». Película italiana. Una buena película recientemente estrenada que, por el tema controvertido del que trata, ha despertado críticas diversas.


Ladran, luego cabalgamos…


Viajar


Lo que más nos gusta de viajar es, posiblemente, recordar a las personas con las que hemos conectado durante el camino…

Acabo de volver de un viaje. Preparé una maleta pensando en doce días. Dos ciudades y actividades previstas diferentes. Por otra parte estoy en un momento de «recuperación física y mental» después de un año de avatares del que necesito pasar página y olvidarme, no de las personas que se han mantenido a mi lado incondicionalmente, sino de mi etapa de convalecencia, mucho más larga y penosa de lo previsible. Llené de tal manera mi maleta de «rueditas» que se me hizo necesario solicitar ayuda para poder manejarla en los trenes —en algunos andenes solo paran tres minutos para dejar subir o desalojar a los usuarios—. Bueno… como ya cumplo una edad, este servicio, si se solicita, está incluido en el precio del billete. A duras penas trajiné con la maleta y mi gran bolsa de mano hasta llegar a destino. La vuelta tuvo, como suele pasar, más problemas. Todavía estoy recuperándome.

En otra ocasión, tuve la oportunidad de hacer un viaje fotográfico inolvidable de la mano de Mireia Puntí.

Hoy recibo este mensaje que, por alguna razón, llega en un momento perfecto. Mientras lo leo, me rio de mí misma. Imagino mi estampa volviendo con mi maleta a punto de estallar y, colgando de ella, un paquete del que sobresalía una pieza de naturaleza viva, verde, —lo que esperaba que hubiera sido el chito de una planta del jardín de mi amiga para trasplantar en mi terraza a la vuelta de mi viaje.

Hablando de «ligereza» y de no complicarnos la existencia… Seguir aprendiendo. Gracias Mireia


Qué me gusta de viajar?

Al volver de un viaje necesito unos días para digerir lo vivido, asimilar lo que me resulta nutritivo y sacar un aprendizaje.

Pues de mi último viaje a Cabo Verde he sacado dos… Seguir el Blog de Mireia


Artikutza


Era temprano y tenía todo el día libre por delante. Mi coche se deslizaba silencioso por aquella carretera poco transitada, estrecha y cuesta arriba. En algún momento temí desviarme y darme contra el monte, o por el contrario, caer al precipicio. La confianza de saber que era difícil cruzarme con algún otro vehículo permitía que mi mirada se perdiera por segundos en el paisaje. Hasta que, en una de las curvas, me crucé con un ciclista bajando que me alertó seriamente. Supongo que él, acostumbrado a la ruta y cuesta abajo tenía la prudencia educada, y yo, cuesta arriba y enamorada del paisaje no pasaba de veinte kilómetros por hora. Tenía todo el día por delante. Fui parando en todos los rincones posibles para contemplar con más detenimiento aquella naturaleza que me susurraba brisas y trinos de madrugada.


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PASAJES DE SAN JUAN

PASAI DONIBANE


Prometí no hacer más fotografía de postal, pero la tentación llega cuando salgo a pasear por cualquier rincón de mi país vasco y siento la necesidad de llevarme en el bolsillo algún pedazo de su paisaje, ramas de sus bosques o el sabor del salitre para deleitarme despacio con su recuerdo cuando estoy lejos.

Esto no es un documento del pueblo que alberga, en el corazón de su casco antiguo, las casas de los pescadores preciosamente pintadas de colores, restos de su industria, astilleros, iglesias de estilo barroco donde encontrar al Cristo de Bonanza, patrono de pescadores, mercantes y corsarios. Además de su Castillo fortaleza edificado en 1621 por orden de Carlos I para proteger el puerto.

Son miradas de un tranquilo recorrido de unos quince minutos por su calle principal, atravesando la plaza donde se encuentra el Ayuntamiento, hasta llegar a la bocana que sale al mar Cantábrico en el Golfo de Bizkaia, imágenes queridas que no puedo obviar por muchas veces que las haya disfrutado a lo largo de mi vida. Así es que, ahí quedan, una vez más…


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LETRA DE MOSCA


Lo escuché hasta con saña durante mi época de infancia. No era buena en cálculo mental, las rápidas respuestas de mis compañeras eran mucho más de lo que mi cerebro podía gestionar. LLegó un momento en el que lo admití, no me importaba. Me dediqué a pensar en qué destacar teniendo en cuenta mis «cualidades» personales. Nunca superé el miedo a la comparación, a la competición. No aspiré a ser la mejor, aunque en algunas cosas lo haya conseguido, sino en ser buena, en hacerlo lo mejor posible en lo me tocara hacer en la vida. «Cosa mal hecha, dos veces hecha». Este era el lema de mi abuela Vitxori a la que aún a mi edad sigo agradecida.

Ahí estuvieron mis maestros calígrafos; mis padres. En aquellos momentos la escritura era parte del conocimiento y un «arte». Y no sólo eso, «era una habilidad necesaria para llegar a conseguir un buen trabajo fuera de las fábricas, teniendo en cuenta el auge de la industria y la tecnología».

Con una gran nostalgia recuerdo algunas tardes de domingo, mi aitá (padre) sentado a mi lado en la mesa de la cocina, con los cuadernos de caligrafía abiertos, las plumillas, el tarrito de tinta, el papel secante y una cuchillita, enseñándome a dibujar letras en diversas formas; cursiva, redondilla, inglesa, itálica, etc. Él era un artista, y aquello un divertimento para los dos, pero ahora sé que esas horas que me dedicó con tanto amor, también fueron parte de mi formación, además de que le aliviaban de la cantidad de horas que pasaba en su trabajo durante la semana para poder darnos de comer en casa.

Perdón, en el título tenía que haber puesto «letra cursiva». (Lapsus)

Mientras decidía escribir sobre ello, me dañaba la vista el recuerdo de la escritura de los pequeños de la familia. No la entienden ni ellos mismos, son moscas que revolotean a lo largo y ancho del papel, de arriba a abajo, vuelan de costado, se cruzan unas con otras; qué más da, la formación actual ha llegado a infravalorar la hazaña de la escritura legible. Todo lo hacen las máquinas, mejor y más rápido. ¿Para qué va uno a perder un tiempo que es precioso para la productividad?

Y, ahora va y se cargan a TikTok!

@mjberistain


POR ERIN BLAKEMORE

¿Qué es algo que los niños no saben hacer, pero los profesores no enseñan? Si has respondido «cursiva», escribe una «A» de aprobado, mayúscula y fluida a mano en tu boletín de notas. La letra cursiva (un estilo de escritura con letras unidas y florituras que avergüenzan a la simple letra de imprenta), antaño un elemento básico de las aulas y la correspondencia, está en declive.

¿O quizás no del todo? Un vistazo a TikTok o Instagram demuestra que este arte sigue muy vivo: pensemos en los bullet journals (esas agendas tan de moda donde uno puede exprimir su productividad), vídeo demostraciones de caligrafía en redes sociales y hashtags que han sido tendencia en los últimos meses en Estados Unidos como #penmanship, #cursive o incluso #penlife, todos inundados de fotos de caligrafía impecable en tinta de alta gama.

Uno podría preguntarse:, ¿cómo surgió la letra cursiva? ¿Está realmente condenado su futuro?

(Relacionado: Descubierta caligrafía árabe tejida en ropas funerarias vikingas)

Firmando tu ascenso en la escala económica

Durante siglos, la escritura fue el reino de los más educados y privilegiados: el papel era caro y los escribas especiales desarrollaron estilos de escritura ornamentados para dar estilo y lustre a los manuscritos iluminados y los documentos oficiales. Pero en el siglo XVIII y principios del XIX, la escritura se hizo más accesible, lo que propició el florecimiento de la caligrafía y la invención de formas más rápidas de escribir. Una de ellas consistía en juntar las letras de una palabra, y así surgió la letra cursiva (basada en el verbo latino currere, «correr») tal y como la conocemos ahora.

La Secretary Hand («mano de secretaria«), el primer estilo de escritura cursiva más popular en Inglaterra entre los siglos XV y XVII, juntaba algunas letras. Después vino la «mano redonda», un elaborado estilo de caligrafía utilizado sobre todo en documentos oficiales en Francia e Inglaterra. Con la inmigración a las colonias británicas y a Estados Unidos en el siglo XVIII, los inmigrantes trajeron consigo sus estilos cursivos preferidos, o «manos». Una de ellas, la Copperplate o caligrafía inglesa, surgió de la mano redonda y se convirtió en la favorita de los maestros de escritura privados que impartían clases a muchos estudiantes de élite. La tecnología también ayudó: cuando la pluma estilográfica empezó a sustituir a las plumas a principios del siglo XIX, la letra cursiva Copperplate se hizo más fácil y accesible a las masas.

Con el desarrollo del sistema educativo estadounidense, surgieron nuevos tipos de escritura cursiva. Una de ellas, la escritura spenceriana, se inspiró en los paisajes de Estados Unidos y se convirtió en una escuela de caligrafía muy extendida y exclusivamente estadounidense. Esta escritura fue idea de Platt Rogers Spencer, un neoyorquino obsesionado con la escritura y maestro calígrafo que utilizó los tipos de arcos y líneas que observaba el mundo natural (como la forma de los guijarros en un arroyo) para crear una forma fluida y orgánica de escritura cursiva.

En Estados Unidos, pronto se puso de moda la escritura spenceriana, que se enseñaba en las escuelas y se utilizaba en la correspondencia comercial. Según Debbie Schaefer-Jacobs, conservadora de las colecciones de historia de la educación del Museo Nacional de Historia Americana del Smithsonian, el auge de la industria y la tecnología contribuyó a la difusión de la letra cursiva.

«Se formaba a más gente para los negocios y surgía la enseñanza superior», explica. «La escritura forma parte del plan de estudios en ese momento». Los alumnos aprendían la escritura spenceriana de sus profesores, a través de «libros de copia» llenos de ejemplos y mediante la repetición memorística, de acuerdo con el método educativo de la época. El dominio de la escritura spenceriana significaba la capacidad de conseguir un trabajo fuera de una fábrica y se convirtió en un medio de movilidad social a medida que los inmigrantes recién llegados, los afroamericanos recién emancipados y las mujeres se incorporaban al mundo laboral.

(Relacionado: El arte japonés de pintar un dragón con un solo trazo)

El popular método Palmer

Otros sistemas de escritura se sucedieron, pero tuvo que ser otro estadounidense, Austin Norman Palmer, quien creara la cursiva tal y como la conocemos hoy. Palmer observó el ritmo acelerado del trabajo de oficina en Estados Unidos e imaginó una forma de escritura spenceriana simplificada que permitiera seguir el ritmo a la nueva clase de oficinistas, secretarias y empleados administrativos. Inventado en la década de 1880 y acogido con entusiasmo por los educadores, el método Palmer fue diseñado para automatizar la escritura manual humana utilizando posturas sentadas, posiciones de las manos y reflejos internos que pudieran producir una escritura rápida de ejecutar casi mecánicamente, muy parecida a la recién desarrollada máquina de escribir.

«Los alumnos que siguen absolutamente el plan del método Palmer nunca dejan de convertirse en buenos calígrafos», declaraba Palmer en un manual de 1901. Haciendo hincapié en el «dominio mecánico absoluto», el Método Palmer especificaba todo, desde la vestimenta adecuada (mangas ligeras que permitieran mover el antebrazo) hasta la mano adecuada con la que escribir (la derecha), advirtiendo a alumnos y profesores por igual que sin un «control absoluto» y un dominio de cada movimiento componente de la cursiva, fracasarían. Con la ayuda de ejercicios, exámenes e incluso concursos de caligrafía, el método Palmer se convirtió en la forma de escritura dominante hasta bien entrado el siglo XX.

Entonces, ¿por qué los estudiantes de hoy en día no pueden leerla? La culpa es de la máquina de escribir y del ordenador personal, que contribuyeron a la muerte de la caligrafía en los negocios. Y, de paso, señala a las normas educativas nacionales, especialmente a las Common Core State Standards, un criterio unificado que detalla lo que los estudiantes de en todo Estados Unidos deben saber en lengua y literatura en inglés y matemáticas al finalizar cada grado escolar. Adoptada en 2009, la iniciativa reunió a 48 estados, dos territorios y el Distrito de Columbia para diseñar un conjunto de normas curriculares aceptadas para la educación K-12, normas que no requieren que la mayoría de los estudiantes de las escuelas públicas estadounidenses aprendan la letra cursiva.

En una entrevista concedida en 2016 a Education Week, Sue Pimentel, una de las principales redactoras de las normas curriculares nacionales para inglés y lengua y literatura, explicó que los expertos curriculares pensaron sobre todo en la tecnología a la hora de establecer la agenda educativa nacional. «Pensamos que cada vez más la comunicación de los alumnos y de los adultos se realiza a través de la tecnología», explicó Pimentel, y añadió que «a veces la escritura cursiva requiere una enorme cantidad de tiempo de instrucción».

(Relacionado: Encontrada una tabla con la escritura descifrada más antigua de Europa)

Muerte y renacimiento de la cursiva

Pero aunque cada vez se comunica más con teclados, hay expertos preocupados por la moderna falta de alfabetización en cursiva. Schaefer-Jacob señala que los historiadores y archiveros recién licenciados no necesariamente leen o escriben en cursiva, y pueden sentirse desconcertados ante documentos de archivo escritos a mano.

«Lo he visto de primera mano como historiadora», afirma; «no pueden descifrar ciertos documentos».

Hay alguna ayuda para quienes se enfrentan a una maraña de escritura confusa. Los farmacéuticos y los médicos están entre los últimos bastiones de los trabajadores modernos de los que se espera que sepan leer y escribir en cursiva, y a menudo reciben cursos especializados para escribir bien a mano (y descifrar los garabatos de otros) durante su formación. Del mismo modo, los historiadores pueden seguir cursos especiales de paleografía para familiarizarse con las antiguas formas de cursiva.

En cualquier caso, estar familiarizado con la cursiva moderna da a los historiadores una ventaja en los archivos, afirma Schaefer-Jacob, y tanto a ella como a otros investigadores les preocupa que el pasado siga siendo inaccesible sin una enseñanza continua de la cursiva en las escuelas.

Los historiadores no son los únicos que abogan por el resurgimiento de la letra cursiva. Terapeutas ocupacionales y psiquiatras afirman que ayuda a desarrollar la coordinación mano-ojo, el desarrollo cognitivo y la motricidad fina, por nombrar sólo algunos aspectos. La enseñanza de la escritura a mano se ha relacionado con el éxito académico y, en una revisión bibliográfica de 2007, los investigadores escribieron que una mala escritura a mano conlleva «consecuencias académicas y psicosociales de gran alcance».

Esas consecuencias han creado en Estados Unidos grupos defensores de la escritura a mano: grupos de interés como la Asociación Nacional de Escritura a Mano, embajadores de la caligrafía en Internet e incluso legisladores. Después de que los estados adoptaran los estándares Common Core, que reducían la enseñanza de la letra cursiva, los legisladores de varios estados respondieron insistiendo en que la letra cursiva es necesaria, y ordenaron la enseñanza de la letra cursiva en sus estados de todos modos. A partir de 2023, 21 estados exigirán que la escritura cursiva se enseñe en la escuela, y este año Michigan ha aprobado una ley que exige el desarrollo de un plan de estudios opcional de escritura cursiva para sus escuelas públicas. Puede que la cursiva esté en peligro, pero desde luego no ha muerto todavía (y si no que se lo pregunten a Gillian Goerz, una artista cuya serie «resolviendo» letras cursivas ha acumulado millones de visitas en TikTok) y, con los nuevos medios y la nueva determinación de preservar sus rizos y letras conectadas, puede que viva para pasar a una nueva página.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.


Intimidad en el museo


Cuando voy al museo y siento que su lenguaje tiene algo distinto que decirme en esta ocasión. Es entonces cuando me despisto de las obras de arte que contiene y me dedico a mirar a lo alto, como si buscara un pájaro que se me resiste porque está escondido entre las ramas de un frondoso árbol. Yo lo siento aletear, escucho la sinfonía silvestre de sus trinos, repetidos como un mantra que me envuelve… Y me dejo llevar por el embrujo del museo, sus líneas y ángulos blancos, los vacíos saciados de la luz de un día gris que arremete contra las cristaleras creando espacios nuevos, sombras que albergan hilos de colores.

…Y, todo está bien.


Imagen portada de Mari Jose Cueli

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@mjberistain


Una navaja suiza


Admito que soy de las que pocas veces toman un avión para viajar en vacaciones. Normalmente viajo en coche o en autocaravana, me gustan las rutas porque me apasiona la naturaleza en sí misma, y me fascina parar y demorarme en pueblos pequeños y parajes desconocidos, recrearme en sus rincones, hablar con sus gentes, degustar en sus baretos los cocidos y vinos especialidad de sus tierras. Hasta la última vez que tomé un avión viajaba con botas de monte, mochila al hombro, y en ella, como único instrumento necesario, una navaja suiza. Y digo que «hasta el último día que tomé un avión», porque aquél día, uno de los funcionarios responsable de seguridad del aeropuerto me hizo parar al pasar mi equipaje por la zona de control, me miró con cara de pocos amigos y sacó de mi mochila mi preciada navaja suiza. Me la puso delante de la cara, y con un gesto de reproche, se la metió al bolsillo. Aquello me dolió. Supongo que él también había leído la vida de Stephane Breitweiser…


Del Blog de Arena

Stephane Breitweiser robó cerca de doscientas obras de arte. Durante seis años recorrió Europa visitando museos grandes y chicos, iglesias, ferias de arte y casas de subastas, «sustrayendo» pinturas de maestros barrocos como Brueghel, Boucher, Watteau y David Teniers, además de estatuillas de bronce, instrumentos musicales, una cajita de rapé de Napoleón y un huevo de Fabergé,
Breitweiser nació en Alsacia, Francia, en 1971, en una familia acomodada. Nunca tuvo interés en deportes, videojuegos, drogas o alcohol.; su gusto eran los libros de arte y los museos. Sus padres esperaban que fuera abogado pero Stephane desertó de la Universidad después de que ellos se divorciaran.
Por entonces cometió su primer hurto, en el castillo de Gruyeres, Suiza, donde descolgó de la pared y guardó bajo su chaqueta un pequeño paisaje de Wilheim Dietrich. Ahí comenzó su vertiginosa carrera con un robo cada quince días, en promedio, a la vez que trabajaba como mesero en las ciudades por donde iba pasando. Realizaba sus atracos a plena luz del día y jamás usó la violencia. Verificaba las cámaras de seguridad, observaba los guardianes, ubicaba las salidas del edificio; era amable y vestía bien, casi siempre con una chamarra holgada. Solo cargaba una navaja suiza como instrumento.
Conoció y se enamoró de Anne Catherine Kleinklaus y se dedicaron a robar juntos, brincando de un país a otro y formando una pareja eficaz en la que Anne Catherine actuaba como señuelo mientras Stephane se volaba las pinturas. Guardaban los cuadros en casa de su madre, en Mulhouse, Francia, donde ella los protegía en una estancia en penumbras y bien ordenada.
Stephane Breitweiser declaró pocos años después: «Sólo robaba lo que me agitara emocionalmente, lo que me apasionara. Robar por dinero es una estupidez y no vale la pena el riesgo. Yo robaba por amor».
Lo arrestaron en 2001 por un exceso de confianza, cuando trataba de llevarse un clarín del museo Richard Wagner, en Lucerna, Pasó dos meses en prisión mientras las autoridades suizas tramitaban la extradición a Francia. Su mamá, alertada por la novia, tuvo tiempo de deshacerse del tesoro: en un ataque de pánico cortó con tijeras los cuadros y luego los quemó; las estatuillas, la cajita napoleónica y demás objetos los tiró en un canal cercano a su casa. Breitweiser fue sometido a juicio en Francia y condenado a tres años de prisión, su novia a seis meses y su madre a tres años, de los cuales solo cumplió uno. Los celadores de la cárcel decían que Stephane era un tipo arrogante, que se sentía indispensable para el mundo. Un grupo de detectives siguió la pista de algunas pinturas que se salvaron de las tijeras de su madre y también dragaron el canal, logrando recuperar algunas piezas, como el cuadro de Francois Boucher que aparece a continuación.

Francois Boucher

Salió de prisión en 2005, a los 33 años de edad. Joven para empezar una nueva vida. En 2005 publicó una biografía: «Confesiones de un ladrón de arte» donde cuenta con todo detalle los eventos sucedidos y los procedimientos ideales para robar. Defiende también su pasión por el arte, mostrando veneración por algunas pinturas y rechaza que haya lucrado o vendido ninguna obra.Concluye su libro con una frase que, en realidad, no asegura nada: «El asunto de robar arte ya quedó atrás para mí. Ahora llevo una vida aburrida y sin colores».


Imagen de portada Obra de Francois Boucher en el Museo del Prado.
Un recuerdo afectuoso y agradecido a su autor del que lamento no tengo noticias recientes.

DOS CINES Y UN CAFÉ


¡Pom!

Sonó el golpe seco. No me moví. Abrí ligeramente los ojos como sin querer descubrir lo que lo había provocado.

Habría sido mi parietal, el parietal derecho. No había nadie en el asiento de enfrente. Miré, sin mover la cabeza, de reojo hacia la izquierda. Tampoco había nadie a mi lado. Me había asustado. Miré hacia la derecha y el color negro de la ventanilla pasaba a una velocidad vertiginosa. Un cristal, frío en la piel me devolvía el reflejo de mi cara de susto.

¿Qué hacía allí? ¿Dónde demonios estaba el mundo? Pensé que estaba soñando y quise salir de aquella escena. Me despabilé como hacen los perros cuando se acaba el baño, agitando todo mi cuerpo en el asiento hasta que conseguí darme de nuevo con la cabeza en el cristal.

¡Pom!

¡Seré estúpida! Voy a conseguir abrirme la cabeza, aunque no estaría mal una pequeña brecha para que se me escapen por ahí, a modo de fluido, los vapores de pensamientos perversos, así como lo haría la válvula de una olla express soltando lo incontenible a toda presión hasta llegar a la liberación.

¿Se llamaba parietal?

Miraré en wikipedia porque recuerdo que lo estudié, pero mis nietos todavía no han llegado a esa lección, con lo cual tengo que consultarlo. La memoria hace estragos.

Consigo preocuparme. Entonces, si no tengo memoria, si no me queda nada en la cabeza, ¿qué me queda ahí adentro? Bueno, no quiero seguir pensando en ello. Se llamaba parietal, ¿verdad? Consulto y leo: «De la pared o relacionado con ella: «las pinturas parietales (pinturas rupestres realizadas en las paredes de las cuevas) fueron realizadas por el ser humano hace unos 25 000 o 30.000 años» —Ahí no debía de estar yo, de otra manera me acordaría—. » En anatomía los parietales son los huesos más grandes del cráneo y están situados a derecha e izquierda, entre el frontal y el occipital y por encima de los temporales.»

Me llevo las manos a la cabeza. Todo en orden —me refiero únicamente al exterior—. Nada roto, tampoco el cristal de la ventanilla del tren que ahora ha aminorado la marcha y me permite apenas distinguir rasgos húmedos de ocres y verdes discurriendo entre la niebla espesa.

Dos cines y un café. Me los debes. —había dicho él.

Son las cinco de la mañana y el traqueteo lento del tren me adormece de nuevo. Es lo último que recuerdo de nuestro encuentro, sería ayer, o hace treinta mil años, no lo sé. Los recuerdos deben de ser una gran bola, una masa de cables y neuronas, en permanente movimiento involuntario, en la que quedan registrados los pulsos de nuestra vida y que van repitiéndose en nuestro cerebro en el nuevo paisaje del tiempo. ¿O no será así?


@mariajesusberistain
Imagen de internet Stock

ENEBRO

tomas un gin tonic conmigo?


Reconozco a estas alturas que soy una persona discreta, poco comunicativa, y que me falta una pizca de curiosidad que por los motivos anteriores no he desarrollado especialmente. Así que, me doy cuenta ahora. Me he perdido detalles que debería de haber, al menos, observado con un poco más de interés, o, voy a decir, «picardía».
Tampoco ha sido para tanto, en realidad el número de «gintónics» que me he tomado, como suele decirse, podría contarlos con los dedos de una mano, y esto creo que ha sido porque la primera vez que tomé uno yo estaba con mi grupo de amigos en el «Store». El bar de copas más famoso de la ciudad al que solíamos acudir los jóvenes en fin de semana. Un bar de moda al que había que bajar por una solemne oscuridad a un sótano, a una profundidad de cinco metros de escaleras. Sonaba la música de tal manera que era imposible mantener una conversación, ni tan siquiera cruzar unas breves palabras para el entendimiento, con nadie. Se trataba de beber, bailar, observar (o nó) y sonreír, hasta morir en el intento. Al cabo de una hora de estar de pie, eso me pasó a mí. Con mi «gintonic» en una mano sentí que mi cabeza se licuaba, y que todo a mi alrededor se movía en oleadas al ritmo de los hielos que iban deshaciéndose en mi gran copa transparente. Debí de irme al suelo. No os voy a hablar del «rescate», de cómo me subieron a la superficie etcétera. Y yo juré que nunca más bebería una pócima parecida. ¡Qué ilusa era entonces! Lo que sí es cierto es que, a pesar de mi parquedad, me convertí en una persona famosa en la sala de baile.

Y, quizá fue por aquella falta de interés en «el gintonic» por lo que nunca se me ocurrió asociarlo al Enebro.


Por Gemma Bargues (Extracto)

Gran parte de la fama de las bayas de enebro se la debemos a uno de los destilados más consumidos, la ginebra. Pero los usos, propiedades y beneficios de esta planta van mucho más allá. ¡Lo descubrimos!

Es la base de cualquier ginebra y el ingrediente estrella de uno de los cócteles más solicitados, el gin tonic. Te hablamos del enebro, cuyo fruto -las bayas de enebro- da vida, sabor y exotismo a este combinado predilecto en las barras de medio mundo. Sin embargo, ¿qué más puede ofrecernos esta planta?

Qué es y para qué sirve el enebro

El enebro, cuyo nombre científico es Juniperus communis, es un árbol originario de Europa, América del Norte y algunas zonas de Asia que pertenece a la familia de las Cupresáceas (Cupressaceae). Los frutos que nacen de él son muy utilizados como condimento en gastronomía, pero también como ingrediente en medicina tradicional.

Por las condiciones ambientales que requiere, el árbol del enebro (conocido también como ajarje, jinebro, cimbro o anavio) crece en amplias y elevadas zonas montañosas donde las temperaturas son muy frías y hay mucha humedad. Se calcula que el tamaño de esta planta leñosa-del que existen entre 60 y 70 variedades en todo el mundo– puede variar entre uno y dos metros de altura, aunque dependiendo de la zona y del clima puede ser más alto.

En cuanto a su apariencia, las hojas del árbol del enebro son inconfundibles: son muy finas, alargadas y tienen forma de agujas puntiagudas. Sus frutos o bayas son de tamaño muy pequeño, tienen forma esférica y presentan un color verde grisáceo que, al madurar, se torna azulado, púrpura o negro, similar al arándano.

Las bayas de enebro se utilizaron inicialmente con fines medicinales desde la antigüedad por sus propiedades digestivas, purificadoras, desinfectantes y expectorantes entre otras muchas. Además, el extracto de bayas de enebro es un producto común en perfumería y otras industrias relacionadas con la estética. Y, aunque el árbol no produce mucha madera, en muchos países nórdicos se utiliza para elaborar distintos productos como cajas para productos lácteos o empuñaduras para cuchillos. También es común su uso ornamental o incluso como producto de esoterismo. Son precisamente ellas, las bayas, las que después se utilizan por ejemplo para la elaboración de bebidas tan famosas como la ginebra. Sin embargo, el enebro no solo sirve para aromatizar destilados y crear exóticas combinaciones en el mundo de la coctelería, sino que en las cocinas de medio mundo se utiliza en seco para condimentar infinidad de platos como carnes, guisos, salsas, etc., o para elaborar deliciosos tés e infusiones.

Propiedades y beneficios del enebro

Además, el enebro aromatiza, condimenta, embriaga y hasta es capaz de sanar y aliviar multitud de patologías gracias a las propiedades y beneficios que se le han atribuido desde la antigüedad.

El tratamiento de dolores musculares es una de las principales bondades de esta planta, en concreto de su fruto. Tanto tomado en infusión como aplicado en masajes en forma de aceite esencial, el enebro ayuda a calmar procesos inflamatorios como dolor de articulaciones, lesiones deportivas o contracturas musculares. También posee efectos diuréticos que favorecen el buen funcionamiento renal, así como la prevención de afecciones como la cistitis.

Es conocido también el poder anti-bacteriano del enebro, actúa también como un efectivo expectorante y antiespasmódico.

Nuestra piel y nuestro cabello son otros de los grandes beneficiados por los efectos del enebro, debido a que posee importantes propiedades antisépticas, astringentes y cicatrizantes. Las personas que tienen acné, dermatitis, piel sensible, cuero cabelludo graso, caspa o incluso caída capilar, etc., encuentran en el enebro un gran aliado. De ahí que muchos cosméticos y tratamientos-tanto faciales como capilares incluyan el extracto de las bayas de enebro en su composición.

El enebro es rico en tiamina y vitamina B3, así como en calcio, zinc, selenio, sodio, cobalto, hierro, potasio o fibra. Además, ayuda a fortalecer el sistema inmunitario gracias a su alto contenido en vitamina C, la cual contribuye también a la producción natural de colágeno y a que nuestro organismo esté más protegido frente a posibles agentes externos. El enebro también alivia tensiones, pues se dice que, tomado en infusión, ayuda a calmar la ansiedad o el estrés, de ahí que se suela usar en baños relajantes. Asimismo sirve para regular los niveles altos de glucosa en sangre. Esto es debido a que el fruto del enebro es muy rico en propiedades antioxidantes, las cuales favorecen la buena salud cardiovascular. Sin embargo, estos efectos no deben utilizarse nunca como tratamiento en casos de personas con patologías como la diabetes, ni mucho menos sin la consulta previa a un médico especialista.

Ver el reportaje completo en Bonviveur


He vuelto

Si al empezar 2023 me hubieran dicho que moriría «un poco» en junio, quién sabe cómo hubiera vivido los primeros meses del año. 

Algo similar leía en el comienzo del texto de Julia Santibáñez en su blog Palabrasaflordepiel.com

           Algo ha cambiado en mi cerebro durante estos últimos doce meses. No me da miedo el futuro, es posible que olvidara su significado cuando estuve consciente en una gran nube blanca en el quirófano, tantas horas convencida de que viajaba en una nave espacial hacia el horizonte último del universo. Y todo era tan suave, tan envolvente, tan blanco. Yo solo conocía la palabra «levitar» de oídas y de haberla leído alguna vez en el diccionario de la lengua; la identificaba únicamente con la vida de los santos. Desde luego yo nunca he formado parte de ese grupo, sin embargo, en aquellas horas en las que perdí todo mi «conocimiento» (literal) y desaparecí de mí misma, ahora recuerdo que sentía que estaba cerca de Dios, sin pecado, sin dolor, sin daño.

No me da miedo el futuro. 

He vuelto desde muy lejos, y siento el amor ocupando mis venas con el azul límpido de la gratitud. Llamadme ingenua cuando pienso como una niña que aún espera la Luz, aunque día a día las noticias intenten des-esperanzarme. El mundo continúa con su propia fantasía; el juego de la Guerra. Se extiende como un magma acelerado por el terror dibujando paisajes enfangados de llanto, su objetivo es simple; la conquista del poder absoluto. Solo habrá perdedores.

Alguna vez me han recriminado ser una persona simple, optimista. Quizá. Luis García Montero es uno de mis poetas preferidos desde la infancia. Somos de la misma generación, del mismo año de nacimiento. He crecido con sus letras desde antes de que ganara su primer premio. Como escribe Julia en su magnífico texto. Sin ingenuidad, quiero concentrarme en el optimismo de la voluntad.

Es verdad que hoy hace falta, más que nunca.


@mariajesusberistain

Mi agradecimiento a Julia por la inspiración que me llega desde sus letras.

Tiempo inseguro

Era ayer. Estábamos en verano. Las mesas de la terraza exterior estaban llenas de gente. Reconocí su mirada, aunque no sabía de qué color eran sus ojos.

Adentro, quedaba una mesa alta libre al fondo del bar, para tres personas, con una nota que decía que estaba reservada a partir de las nueve de la tarde-noche. Nos quedaban apenas unos minutos para tomarnos una cerveza bien fría que nos ayudara a aliviar los treinta y tantos, casi cuarenta grados de temperatura que marcaba el termómetro en la calle. El día estaba siendo agotador.

Hacía varios meses que no salía de casa por una complicación de salud. A cierta edad las estructuras que han ido deteriorándose a lo largo de la vida, sin que una se dé cuenta, lanzan avisos que le obligan a frenar la actividad durante unas semanas para reconstruirse y recuperar la energía. Aunque se sabe que lo hará en un tono menor, lo cual es una pena, pero la inteligencia dicta que es preciso admitirlo, adaptarse a la situación, y seguir viviendo como si no hubiera un mañana.

Reconocí su mirada, aunque nunca supe de qué color eran sus ojos.

Acercándome hacia el gran ventanal del fondo, un golpe de intuición iluminó su mirada en sombra debido al contraluz. No entiendo cómo me dirigí directamente a él antes de ocupar mi sitio en la mesa de al lado, en la que ya se estaba situando mi amiga. La iluminación de ambiente del bar era escasa, a lo que se añadía la luz del atardecer que entraba desde el exterior formando una cortina de luz neblinosa que me cegaba. Sin embargo, el magnetismo de su mirada me atrapó, y directamente, sin reconocerlo, me acerqué a saludarle.

Sé que en los escasos segundos que me costó llegar a él, fruncí el ceño tratando de recordar de qué le conocía a aquel hombre.

Aún con la duda, a un palmo de distancia, le pregunté:

—¿Es usted médico? —Más que nada porque los últimos meses, como he dicho, era con el único grupo de seres humanos con los que me había relacionado.

Se echó hacia atrás en la banqueta alta que ocupaba de espaldas a la ventana. Estaba acompañado por una mujer. Era posible que, sin pretenderlo, yo me hubiera acercado excesivamente y hubiera invadido su espacio vital debido al ambiente oscuro y ruidoso del local. Aún así, sin esperar respuesta, incidí en el tema aseverando, porque había conseguido acordarme de qué le conocía.

— ¡Es usted cardiólogo!

Sonrió esta vez. —Tampoco reconocía su sonrisa.

— No, —lo negó— soy ginecólogo; cardiólogo es mi hermano gemelo.

Sé que, de nuevo, fruncí el ceño, tratando de justificar mi confusión debido al gran parecido con su pretendido hermano, y la falta de luz en el local. —En mi ensoñación recordaba el atractivo de su mirada cómplice de ojos semicerrados por encima de la mascarilla azul que cubría gran parte de su cara, la bata blanca siempre abierta y la compañía constante de una enfermera—. Sin embargo, él, riéndose esta vez, intentaba convencerme de que eran hermanos gemelos y había mucha gente que los confundía. El tema dio bastante juego durante unos minutos, porque no dejaba de resultarnos cómico. Sé que le pedí disculpas queriendo escapar de aquella situación, atrevida por mi parte. Me despedí de la pareja, no sin perplejidad, aunque con educación, y me senté, dándoles la espalda, en la mesa contigua a la suya, junto al ventanal, a la que inicialmente nos dirigíamos mi amiga y yo para tomar una cerveza bien fría y descansar del ajetreo del día.

El sofoco ya no era solo debido a los treinta y tantos, casi cuarenta grados del exterior. Se había mezclado con una especie de soponcio al quedarme con la duda de si aquel hombre estaba queriendo evitarme por alguna razón social o personal y yo le había puesto en una situación comprometida, o, sencillamente, se estaba quedando conmigo.

La cerveza me pareció una de las mejores que había tomado en mi vida. Me entró directamente en vena. Sin embargo, el resto de la tarde y durante toda la noche no pude quitarme de la cabeza al personaje del que, seguía sin recordar el nombre.

Sin embargo, estoy segura de haber reconocido su mirada, aunque siga sin saber explicar de qué color son sus ojos…


@mjberistain

Estoy contigo


Porque me ha encantado tu diálogo con las palabras. Sí, esas que se te esconden por los armarios, entre las cortinas o en la bañera, en tardes calurosas…

Me atrevo a «robarte» este magnífico trozo de una de tus entradas para poder saborearlo cada vez que me ataque la indiferencia de las palabras. Para saber buscarlas como haces tú, por todos los rincones. Eres una inspiración. Me haces sonreír muchas veces cuando te leo.

Incluyo un extracto de uno de los textos de Azurea en el Blog «La Bancarrota del circo».

«Menos mal que estás aquí»

LA BANCARROTA DEL CIRCO

En estos días sofocantes, de tardes largas y tiempo suspendido, invoco a las palabras como la única salvación, como un oasis en el desierto. Podría parafrasear a Serrat con aquello de: «no hago otra cosa que pensar en ti» con un «no hago otra cosa que pensar en ellas». Pero no me rindo. No me rindo porque no puedo. Si desisto solo queda este bochorno que me aplasta, de modo que sin saber para qué recorro el pasillo arriba y abajo, vagabundeo por aquí, y por allá y rien de rien. Es igual, yo sigo en medio de esta atmósfera plomiza, casi irreal, y entre la desesperanza y el descuido surge lo insólito, lo increíble. Ahí, casi pegada a la rejilla del aire acondicionado, en la repisa de los adagios, va y me doy de narices con una tilde. Una tilde verdosa, medio agonizando, pero con la voz suficiente para advertirme muy seria: “si me tocas, me licúo, y si me licúo, qué, cuántas palabras que te gustan perderían su fuerza y su nervio. Ten cuidado con lo que haces. ¡Amiga!”. Uf, ni la rozo, por si acaso. Aturdida, abro el balcón, el aire es una lengua de fuego, me siento, descanso y pienso: Es el calor. Este calor que me hace ver lo blanco negro, pero no, no. Justo en ese instante, desde mi sillón blanco-roto, observo a una metáfora, con el trazo agrietado, como se descompone en piruetas tratando de alcanzar una jarra de agua. Me ha visto o me ha intuido, porque en un plis plas se ha quedado inmóvil, aparentando estar muerta. ¡La muy perra! Lo que yo decía, están aquí, escondidas. Abro los armarios, levanto cortinas, miro, escudriño, y esta vez es un adverbio que chapotea en la bañera, chulo como un doble ocho, ha sacado la cabeza y me ha gritado: “¡Anda tía, déjanos en paz y vete con la música a otra parte!”. Glup.

Menos mal que estás aquí. A ti ellas te aman.

Extracto de «Menos mal que estás aquí»


Gracias, Azurea. Un gran abrazo.

A vueltas con la luna


 

Me he levantado muy temprano esta mañana.

La ventana de la habitación estaba entreabierta porque respirar el aire de la noche, aunque esté dormida, ahuyenta los malos sueños, y así soy más feliz.

Había una luz que se asomaba tibiamente por encima de las montañas de la parte este del jardín. El aire estaba quieto todavía y solo algunos pajarillos lo removían con sus aleteos nuevos. En esta época del año es cuando mejor se les puede ver; txantxangorris, mirlos, abubillas, entre las flores del cerezo o del verde incipiente de las primeras hojas de los abedules, de los robles, del liquidámbar.

He pensado que hoy era un día perfecto, —como casi todos si uno está dispuesto a vivir la duración, como decía Peter Handke; esa actitud de acoger lo huidizo de la vida, de forma consciente, en lugar de dejarla pasar de largo.

¿Cuántas veces a lo largo de mi vida he tenido la tentación de sacar una foto en mitad de la noche? Infinitas, porque cada vez que miro al horizonte, me sorprende con un frío o con un fuego diferente. ¡Pero esta noche se me ha escapado! Por eso hoy me he levantado tan temprano, para buscar aquella imagen que había entrado por mi ventana solo unas horas antes. Necesitaba volver a encontrarla, aun sabiendo lo efímero de la existencia. Pensaba que podría conseguirlo de nuevo; hubiera necesitado otro instante, solo otro instante, el tiempo que tarda la cámara de fotos en hacer clic. Pero ya era tarde…

Recuerdo que me sacudió con suavidad el sueño cuando inundó la habitación su luz tan nueva, como la rodaja de una naranja jugosa, espléndida en la negrura de la noche. Dudé un momento, sin embargo, me sentía bien en su presencia, sin armas de defensa, y allí, en el cobijo de una nada envolvente, me abandoné a su mirada como a una caricia tierna que llegara desde más allá del universo.

Me he levantado temprano esta mañana, pero la luna huidiza desaparecía en un leve resplandor blanco por el oeste.

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Texto y fotografía@mjberistain


A tientas


A tientas la vida de la mano de la muerte,

Una niña bebe agua de un charco,
nieve y sangre en el azul de sus ojos.

La tierra se descompone
entre el lodo y el odio
porque hay dioses menores
con alas de hierro
asestando golpes de luz
por los parques.

¿También los dioses derrotados sentirán miedo a la hora de morir?

—me pregunta.

¡Qué triste sentir misericordia mirando a una niña a los ojos!

Sonrío, llorando en silencio…

Confío en ver a dioses derrotados cabizbajos,
sus lóbregas sombras, asistiendo a su propia nada.



Texto inspirado en el libro Los dioses derrotados de Pedro J. De la Peña



LA quiero a vivir


Ayer mi amiga Mavi, a la que quiero con el alma, me preguntaba qué había sido de «mi fotografía».

La verdad es que no entendí muy bien su pregunta. Puede ser que se refiera a que mi blog, que se titula así en parte, no esté suficientemente actualizado; y es cierto. Tendría que dedicarle más tiempo a ordenar su contenido y ampliarlo con el trabajo de estos últimos meses.

O, puede ser que me pregunte por la transformación que están sufriendo las imágenes que presento últimamente, en comparación con el tipo de fotografía que hacía hasta antes de la pandemia.

Puede que tenga razón en los dos casos; y, si existen más razones, puede ser que también tenga razón.

La quiero a morir —como dice la canción—. A Mavi la quiero con locura y la respeto, aunque sean escasas las veces que coincidimos porque la vida nos lleva por caminos distintos…

«Ella me atrapa en un lazo que no aprieta jamás y me cose unas alas y me ayuda a subir, a toda prisa, a toda prisa…»

Como no tengo muy claro qué contestar a su pregunta, le dedico unas imágenes…





BRUJAS

Salgo de la Exposición de Judith Prat, en el Centro de Historias de Zaragoza.

Judith Prat (fotógrafa oscense) presenta un mapa visual evocador de la historia de los hechos y lugares claves de la caza de brujas en los Pirineos y Aragón entre los siglos XV y XVIII.

Identifica símbolos, tradiciones y estigmas con el objetivo de destruir viejos estereotipos y dignificar la memoria de aquellas mujeres. Utiliza la luz, elemento clave de la fotografía.

Se acerca a la historia y al territorio provocando un encuentro entre el pasado y el presente. A través de sus imágenes establece un diálogo visual entre aquellas mujeres condenadas a la horca o a la hoguera y las que en la actualidad habitan los Pirineos. Agricultoras, artesanas, escritoras, investigadoras, médicas o herreras, toman el protagonismo de esta exposición para recuperar la memoria de aquellas y defendernos como sociedad de nuevas formas de misoginia.

Judith Prat nació en Altorricón en 1973 y, tras licenciarse en Derecho y especializarse en derechos humanos, decidió dedicarse profesionalmente a la fotografía documental. Su trabajo busca interpelar al espectador, provocando en él no solo una emoción sino también la reflexión. Un trabajo, comprometido y valiente, que pone a la tierra y a la mujer en el centro del objetivo.

Ver reportaje en Heraldo de Aragón


Acompaño a esta pequeña reseña algunas fotografías tomadas por mi móvil durante la visita a la exposición.



fotografía@mjberistain

SE TRATA DE CONTAR

Porque soy una persona libre, escribo en este blog.

Porque si no fuera la persona libre que quiero ser, tendría que buscar un lugar donde pudiera contar la verdad sobre ello. Contar cómo me va la vida con todo. La franqueza es como una madeja que se produce a diario en el vientre, tiene que desenrollarse en algún lado. Podría susurrar de cara a un pozo. Podría escribir una carta y mantenerla guardada en mi escritorio. Podría escribir una maldición en una cinta de plomo y enterrarla para que nadie la leyera en mil años.

No se trataría de encontrar un lector, se trata de contar.

Pienso en una persona de pie, sola en un cuarto. La casa en silencio. La persona lee un trozo de papel. No existe nada más. Todas sus venas se pasan al papel. Toma la pluma y escribe en él unos signos que nadie más va a ver; le confiere algo así como una plusvalía,

y todo lo remata con un gesto tan privado y preciso como su propio nombre.


Extractado de un texto de Anne Carson*

(*) Anne Carson es poeta, ensayista, traductora y profesora de literatura clásica y comparada en la Universidad de Michigan. Está considerada por la crítica literaria como la poeta viva más importante de las letras anglosajonas. Fue galardonada en 2020 con el Premio Princesa de Asturias de las Letras.

¿De qué manera?


Desde muy joven mantengo una relación de amistad con la torpeza y el error. Como dice Irene Vallejo en uno de sus textos publicado en El País, quizá por esa sabiduría que enseñan las cicatrices.

Ella se refiere a la adolescencia, pero yo hace tiempo que pasé de ella. Reconozco que, en algunas ocasiones, me horroriza equivocarme y defraudar, porque escuché en mi infancia la frase fatídica que hirió mi autoestima para siempre: Si no tienes nada importante que decir; cállate. He madurado silenciando mis preguntas cuando he pensado que debería de saber las respuestas; he ralentizado mis pasos por miedo a un posible tropiezo; he cerrado puertas a mi espontaneidad ante el miedo al desacierto.

Me doy cuenta de que no soy la única persona que sufre de remordimiento y ansiedad. Irene, sabiamente, supongo que para aliviar algún alma abatida que pudiera existir por esta circunstancia, recuerda hechos que ocurrieron antes del siglo V antes de Cristo. Leo con interés la fórmula para protegerme de alguna manera.

Habla de Anne Carson, nacida en Toronto, en 1950, escritora, poeta, ensayista, traductora y profesora de literatura clásica y comparada en la Universidad de Michigan. Está considerada por la crítica literaria como la poeta viva más importante de las letras anglosajonas. En 2020 fue galardonada con el Premio Princesa de Asturias de las Letras.

Mucha gente, incluyendo a Aristóteles, opina que el error es un suceso mental interesante y valioso. No es solo que las cosas no son lo que parecen, y de ahí que nos confundamos; además la equivocación es en sí valiosa.

Nuestras estupideces tienen el mérito de zarandear el entramado de inercias y tópicos que nos fabricamos para avanzar cómodos y monótonos por la vida. Hay una belleza veterana y aguerrida en el hecho de reconocer las sandeces propias sin drama, disimulo ni autoflagelación.

Como decía al principio de este pequeño comentario; estoy familiarizada con el miedo a la torpeza y el error, aunque me falta ese punto de heroicidad para lidiar con el ridículo; imaginación para convertir mi torpeza o error en una obra de arte, utilizar el humor como consuelo y a través de él reivindicar esa risa humilde pero no humillante. Y, en definitiva, aprender a salir airosa afirmando mi propia dignidad tambaleante.

Mi agradecimiento a Irene por compartir la gran calidad de su escritura.


Ver: Fe de erratas de IRENE VALLEJO