LLoro, como cuando llueve,
sin motivo ninguno.
L.M.Malo Macaya
Es el tiempo de perder los papeles,
la memoria se desmorona
en abstractas pinceladas
de colores desvaídos.
En algún momento dejé de leer
mis antiguos cuadernos de poemas,
fue el paso inclemente del tiempo
quien borró la inocencia de sus huellas.
Soy una ausencia en el nuevo lenguaje
del mundo, vivo en un sueño profundo.
No recuerdo dónde olvidé mis gafas,
ni las alas de mi pañuelos blancos.
He roto mis cuadernos
¿Cuándo, dónde olvidé tus nombres, amor?
@mjberistain
Ayer fue un día muy especial. Llevo días acordándome de mi madre. El 14 de mayo hubiera sido su cumpleaños. Tenía 19 años más que yo. A medida que avanza el tiempo, pienso más en ella, y en mi padre, que ya no están conmigo. Coincide que estoy leyendo el poemario de Luis Miguel Malo Macaya (regalo que agradezco a la Editorial Macaya) que con gran acierto, respeto y lirismo toca el tema del desconsuelo y la espera, de las incertezas del futuro y las deudas con el pasado. Coincidió que TV1 reponía ayer la película El Padre protagonizada por el magistral Anthony Hopkins. Sin querer abundar en el tema «penoso aunque cercano a todos», incluyo reseña tomada de internet, escrita por andres suarezfernandez.
«Todo en esta película me es dolorosamente familiar. Me ha tocado vivirlo. Gracias a la portentosa actuación de Anthony Hopkins, arropado por el resto de los actores, entre los que sobresale poderosamente Olivia Colman, he podido tener un atisbo de lo que podría haber sentido mi madre, mientras se iba hundiendo día tras día en el abismo de la demencia. La confusión del espectador es continua y desasosegante, porque es la misma que sufre el protagonista, que no distingue, a partir de determinado momento, entre las mañanas y las tardes, su casa y la de su hija, su hija y su cuidadora… Especialmente duras son las escenas en las que aparece su yerno, figura amenazadora que (hasta el propio espectador llega a creerlo) llega a agredir físicamente al anciano, o, al menos, eso cree éste. Es terrible para el enfermo y (puedo asegurarlo) para sus cuidadores, sobre todo, en estadios avanzados de la enfermedad, cuando los episodios de lucidez mental son cada vez más escasos. Son los momentos más dolorosos para la familia, porque le traen a la memoria quién era su madre (o su padre) antes de la enfermedad. El montaje ha sido magistral y el transcurso de las escenas, en interiores casi exclusivamente, sumergen al espectador en esa atmósfera irreal e inquietante que destila toda la película. Obra maestra».