FRANCO FAGIOLI

“[…] Fagioli provoca una impresión fascinante; el timbre realmente excepcional del contratenor argentino le permite dibujar gradualmente y de un modo acariciante una línea de diez minutos de duración, deslizándose suavemente hacia el registro más grave para luego ascender con absoluta pureza hasta las alturas, el símbolo de una libertad que se ve amenazada, pero que acaba alcanzándose en última instancia. El impacto es incluso más deslumbrante en los pasajes de coloratura a modo de fuego graneado que hacen que se luzca su sensacional tesitura de tres octavas a una velocidad vertiginosa”.

Hace falta ser un artista especial para brillar en las arias diabólicamente difíciles que constituyen la esencia del paisaje de la ópera barroca y de los primeros títulos belcantistas. Franco Fagioli posee la necesaria combinación de agilidad técnica, variedad tímbrica y amplitud de registro vocal que se necesitan para triunfar en obras que dejan perplejos a innumerables contratenores. El arte asombroso del cantante ha sido aclamado por los críticos de todo el mundo y atrae regularmente a públicos que llenan las salas, deseosos de oír a un intérprete con el don de poseer una rara capacidad para ejecutar las espectaculares escalas, saltos y grupetos de las obras de lucimiento virtuosísticas de mayor dificultad.

“Fagioli es un intérprete absolutamente cautivador, tanto en […] grandes piezas proclives a lucirse, donde su atletismo vocal es sorprendente, como en números más lentos y más íntimos”, señaló The Guardian de Londres en la crítica de su grabación de arias escritas por Nicola Porpora, el famoso profesor de canto y compositor del siglo XVIII. Otros críticos han alabado la “legendaria sutileza” del contratenor, su “prodigiosa agilidad, su registro de tres octavas y su enorme despliegue de colores vocales”, así como sus “ráfagas de coloratura y sus audaces descensos en picado”.

PUBLICADO EL 

Mi agradecimiento a Juan Manuel Grijalvo por compartirlo


Monstruos románticos

Ah… si se pudiera transliterar* la herida y volverla otro texto sobre la página del corazón. Si se pudiera, asimismo, transliterar la piel y recrear una nueva secuencia de caricias que ya no hicieran daño.

Palabras, balbuceos y saliva mientras el aire del desasosiego se esparce, mojado y caluroso, sobre otra respiración exactamente igual y se vuelve exigencia y mordisco, sabor que duele, intimidad líquida, mixturada con almendras amargas.

Casi como una cuestión de vida o muerte.


  • Transliterar RAE: Representar los signos de un sistema de escritura, mediante los signos de otro.
    Vídeo y extracto de un texto de Gavrí Akhenazi

Nessun Dorma

Poco me atrevo a añadir a la Música.

Poco a la interpretación de mi admirado Luciano Pavarotti.

Cerrar los ojos y dejarme invadir por la emoción recordando a mi tío Juanjo (tenor y director de un coro de hombres) que tantas veces nos impresionó en las fiestas familiares. Un abrazo hondo allá donde estés.


Leonard Cohen (1934-2016)

Extracto de la Biografía sobre Leonard Cohen, escrita por Alberto Manzano.

El poeta escucha a su corazón como a una novia que debe conquistar el mundo. Pero la novia ya ama al mundo. El poeta debe convertirse en héroe. Debe perder la mente y desarrollar alas. El poeta camina sobre un filo fronterizo intentando transportar a gente real hasta el mundo del arte. El poeta quiere que sanes con él. Quiere que mueras con él. Quiere arrastrarte. Hay Belleza en la Muerte. Las cuchilladas son caricias de seda. Los pétalos encontrarán raíces en las heridas por las que sangres. La gloriosa muerte que conduce a la santidad. El poeta trepando por el brillante reflejo de la escalera tambaleante que cedió bajo sus pies, sus botas partiendo los peldaños con el estruendo de una ametralladora. El poeta surcando cielos en una nave de alas mutiladas. El poeta escudriñando cielos desde su ávido telescopio. Esperando cada noche desde su ventana. La oscuridad cantando. Las estrellas sujetas con alambres. La luna colgando húmeda como un ojo medio arrancado. Un grito rebelde clama tomar el cielo a sangre y fuego. Apetito imperial. Náusea y Miedo. La Gracia caduca. El vehículo de la ignorancia. ¡Oh, envía al cuervo antes que la paloma! Pero el poeta no pudo curarse. El poeta no pudo morir. El poeta no es más que un poeta. Pertenece al mundo. El poeta secular y mundano avanza por este espectral «valle de lágrimas» con las únicas armas de sus melopeas y su elegante luto, guiado por la marca de nacimiento en su piel. ¡Oh Dios Extranjero que reinas en la gloria terrenal, rodéame de algún poder, debo conquistar Babilonia y Nueva York! El poeta confirmado como la semilla de nuestra nueva sociedad. El poeta ha sido enviado para unificar nuestras más graves preocupaciones espirituales y físicas: «Entiendo las lealtades que insisten en quemar a un niño, asesinar a un presidente o tatuar números en la muñeca de una mujer. Los campos de concentración son vastos e inimaginables, y vuestra libertad está podrida». He aquí una nueva libertad que invita, como mínimo, a un nuevo modelo de determinismo. Un fiero ataque a todos los modos irracionales y psicológicos de represión. Un desafío a los comandantes del orden y el hastío que exige la conquista de un mundo inexistente —porque el mundo ya ha sido destruido— el poeta dirigiendo a sus románticas huestes, un puñado de héroes solitarios, harapientos, vestidos para matar. El poeta intenta traducir al uso común las más altas órdenes de la energía pura, sin negar su propia inclinación a obedecer. Margaritas, palomas, ángeles, colibrís, rosas y corazones. Propaganda religiosa, paisaje. Catálogo, horizonte. Oro marfil carne Dios sangre luna. Una biblia para golpearte hasta la cruz. El criminal hereda a su víctima. La añoranza de un hombre como Cristo. La vieja arma disfrazada de caridad. Jesús con los leprosos. San Francisco de Asís con los pájaros. La ambición disfrazada de oración. Sois, y el poeta está con los pecadores, las prostitutas, los criminales, los marginados. El más blanco loto floreciendo en el lodo más negro. Roshi tocando la campanilla. Rumi girando alrededor del sol. ¿Y Henry Miller? ¿Siempre tienes que acabar subiéndote encima de una mujer para hablar de teología? Gloria y Gloria a ella, que da luz a Dios, que se inclina sobre la inmensa herida del mundo. Excentricidad y corriente fundamental. Disciplina y Masturbación. El poeta doblado por la forma del Amor. Un jorobado bajo su colina de oro. ¿Cuándo colaboraremos de nuevo, hombres y mujeres, para establecer la medida de nuestras poderosas y diferentes energías? ¿Cuándo volveremos a hablar sinceramente sobre nuestros dementes y homicidas apetitos? Esclavos tocándose. Sus cuerpos sagrados. La carne es una llaga. El dolor no tiene nombre. Crines galopantes. Rápidos como perros. El espíritu humillado. Soy para ti que no vendrás, tu eterno e imperfecto amante espiritual, buceando otros muslos, chupando los pezones de la luna de otra galaxia. Las migajas del amor y los barrios bajos del amor. Soy para ti que no vendrás con correas de tiempo atadas a tu carne. El pelícano con el pecho atravesado. Un grito que detiene al mundo. El corazón: un reloj con péndulo de genitales. Grave decisión ser santo, con el pensamiento puesto en coños, sólo en coños, corazón dinero talento arte sintonizados íntegramente en el coño, ahí es adonde te diriges, un bellísimo espectáculo, un hombre que sabe adónde va. Voy a decirte una cosa, aunque me caiga de narices. Yo inventé la escritura del cielo. Lo hice porque me enamoré de ti, y no tengo miedo a perderte.

Biografía de Biografías y Vidas


Adiós Pablo

Adiós a Pablo Milanés, autor de una de las canciones de amor más bonitas de todas las épocas, y de otras que han acompañado momentos especiales de mi vida.

Mereció dos Grammy Latinos por mejor álbum de cantautor (2006) y excelencia musical (2015).

Su voz era «cancionera, de patio, serenata y jardín, pero también de plaza fuerte y solidaria,
voz de isla infinita y tierra firme (…) dulce y a la vez poderosa»

(dijo a AFP José María Vitier, pianista, compositor y su colaborador cercano)

Durante su carrera artística grabó decenas de discos, musicalizó películas y a poetas como César Vallejo, Nicolás Guillen y José Martí. En 1985, Joan Manuel Serrat, Ana Belén, Luis Eduardo Aute, Silvio Rodríguez y otros, le rinden un homenaje en el álbum Querido Pablo.


Así es su LUZ

Estoy totalmente de acuerdo con este pequeño pero bonito texto de Luz Sánchez Mellado que me permito traer a mi parcela, con su referencia, por supuesto.

Es que hay varias cosas que me han gustado de él y quiero compartirlas con mi otro yo. (Si estáis por ahí cerca, o al otro lado de mis espejos, también podéis transformaros en ese «duende» con el que comparto hasta mis sueños. Ahi voy…

Hola, ¿qué tal?

Hoy os proponemos conocer a fondo a una rockera, una diva rockera.

A Luz Casal (Galicia, de 63 años) la están peinando y maquillando para nuestro encuentro en la sala de caracterización del Teatro Real, en Madrid, entre los afeites, las pelucas y los trajes de época a los que recurren los artistas para convencernos sobre el escenario de que son otros, en otros mundos, en otros tiempos. Cuando llego, Luz me saluda cariñosa, bromea con la coincidencia de nuestros nombres, me recuerda la primera y última vez que nos vimos, en una entrevista antes de la pandemia, y algunas cuitas de las que entonces hablamos y quedaron pendientes, como si hubiera sido ayer mismo. Así es ella. En vivo, a pelo, la gran diva de la canción parece frágil. Es luego, frente a la cámara, y en escena, cuando se crece tres palmos y te convence de que es otra, en otras vidas, en otros mundos, pero en el nuestro, sin más atrezo que su aura y su voz prodigiosa. Al final, le pide al maquillador que le pinte los labios de rojo. Luz no necesita más luz. La lleva puesta.

LUZ SÁNCHEZ-MELLADO

Parece que sean términos opuestos diva y rockera (diva versus rockera) ¿puede ser?

La caracterización de los artistas para convertirse en otro, en otro personaje, o en uno de sus propios yoes ocultos

Luz tiene su propia luz cuando aparece, su impronta es acogedora y amable a pesar de la dureza de sus características físicas, de su fisonomía, de sus gestos faciales, sin conocerla apuesto a que es una mujer que genera confianza en el otro

Dices: así es ella

Fragilidad denotan muchos artistas sin maquillaje, pero Luz es fuerte y firme, tiene determinación en sus opiniones, aunque no lleve los labios pintados

Confusa la frase: Es luego, frente a la cámara, y en escena, cuando se crece tres palmos y te convence de que es otra, en otras vidas, en otros mundos, así, sin más atrezo que su aura y su voz prodigiosa…)

Luz es eso, una persona luminosa…


El prólogo

Un prólogo (del griego πρόλογος prólogos, de pro: ‘antes y hacia’ (en favor de), y lógos: ‘palabra, discurso’)1​ es un breve texto preliminar de un libro, escrito por el autor o por otra persona, que sirve de introducción a su lectura. Sirve para justificar la aportación al haberla compuesto y al lector para orientarse en la lectura o disfrute de ella. El prólogo es además el escalón previo que sirve para juzgar, expresar o mostrar algunas circunstancias importantes sobre la obra, que el prologuista quiere destacar o desea hacer énfasis para animar a la lectura.

BRADBURY

El hombre ha llegado a Marte; ya lo he dicho anteriormente. También he dicho que tengo una amiga que debió de estar allí unos días antes de la llegada del Perseverance. Presentó una exposición sobre un magnífico trabajo fotográfico titulado «Lejos de la Tierra«. Hoy me he encontrado de nuevo con Bradbury. Y no he dicho todavía, pero ahora confieso, que no había prestado demasiada atención a la ciencia ficción hasta el jueves pasado.

He huido durante años de las películas sobre ese tema, aunque vi Odisea 2001 en 1968. Y no me dejó indiferente. Pero ha habido siempre en mí una especie de pudor, de temor o de terror, de rechazo por lo espeluznante de las imágenes que llenaban de horribles y temibles personajes el futuro en el que yo, previsiblemente, estaba condenada a vivir. Eso para mí era la «ciencia ficción». Supongo que mis neuronas quedaron enquistadas voluntariamente ante alguna de las películas a las que acudí haciendo un favor, es decir, ofreciendo mi compañía, a alguien muy querido. Y no permití que evolucionaran…

Hace unos meses quise esquivar la película MATRIX que había visto un par de veces. No fue posible. Pero escuché con gran respeto y atención la recomendación de mi querido yerno mayor, quien se afanó en conseguir que yo la comprendiera. Y lo consiguió. Después de su magnífica exposición, vi de nuevo la película. Sorprendente, él me abrió una grieta en la mente y por allí se coló el tema de lo distópico —Término opuesto a utopía. Como tal, designa un tipo de mundo imaginario, recreado en la literatura o el cine, que se considera indeseable. La palabra distopía se forma a partir del término utopía, al que se agrega el prefijo dis-, que denota ‘oposición o negación’.

¿Por qué demonios hoy estoy hablando de esto?

Hace dos días hemos tocado Marte, he amanecido con Bradbury gracias al comentario de mi amigo de web Xabier a quien le gusta más Bradbury que la NASA, y me he encontrado con Borges en el prólogo de su libro Crónicas Marcianas…

Así que para hoy tengo trabajo de exploración y de «reordenación» de mis neuronas. Abrirles las ventanas que tanto tiempo han tenido cerradas. (Sé que me odian por ello, pero les digo que nunca es tarde, y, aunque me siguen odiando yo sé que hoy se sentirán un poco más felices conmigo).

-.-.-

Comparto el prólogo de Jorge Luis Borges:

Prólogo de Jorge Luis Borges a la edición española de Crónicas marcianas, de Ray Bradbury

“En el segundo siglo de nuestra era, Luciano de Samosata compuso una Historia verídica, que encierra, entre otras maravillas, una descripción de los selenitas, que (según el verídico historiador) hilan y cardan los metales y el vidrio, se quitan y se ponen los ojos, beben zumo de aire o aire exprimido; a principios del siglo XVI, Ludovico Ariosto imaginó que un paladín descubre en la Luna todo lo que se pierde en la Tierra, las lágrimas y suspiros de los amantes, el tiempo malgastado en el juego, los proyectos inútiles y los no saciados anhelos; en el siglo XVII, Kepler redactó un Somnium Astronomicum, que finge ser la transcripción de un libro leído en un sueño, cuyas páginas prolijamente revelan la conformación y los hábitos de las serpientes de la Luna, que durante los ardores del día se guarecen en profundas cavernas y salen al atardecer.

Entre el primero y el segundo de estos viajes imaginarios hay mil trescientos años y entre el segundo y el tercero, unos cien; los dos primeros son, sin embargo, invenciones irresponsables y libres y el tercero está como entorpecido por un afán de verosimilitud. La razón es clara: para Luciano y para Ariosto, un viaje a la Luna era un símbolo o arquetipo de lo imposible; para Kepler, ya era una posibilidad, como para nosotros. ¿No publicó por aquellos años John Wilkins, inventor de una lengua universal, su «Descubrimiento de un mundo en la Luna», discurso tendiente a demostrar que puede haber otro mundo habitable en aquel planeta, con un apéndice titulado «Discurso sobre la posibilidad de una travesía»?En las «Noches áticas» de Aulo Gelio se lee que Arquitas el pitagórico fabricó una paloma de madera que andaba en el aire; Wilkins predice que un vehículo de mecanismo análogo o parecido nos llevará, algún día, a la Luna.

Por su carácter de anticipación de un porvenir posible o probable, el Somnium Astronomicum prefigura, si no me equivoco, el nuevo género narrativo que los americanos del Norte denominan science-fiction o scientifiction y del que son admirable ejemplo estas Crónicas. Su tema es la conquista y colonización del planeta. Esta ardua empresa de los hombres futuros parece destinada a la época, pero Ray Bradbury ha preferido (sin proponérselo, tal vez, y por secreta inspiración de su genio) un tono elegíaco. Los marcianos, que al principio del libro son espantosos, merecen su piedad cuando la aniquilación los alcanza. Vencen los hombres y el autor no se alegra de su victoria. Anuncia con tristeza y con desengaño la futura expansión del linaje humano sobre el planeta rojo —que su profecía nos revela como un desierto de vaga arena azul, con ruinas de ciudades ajedrezadas y ocasos amarillos y antiguos barcos para andar por la arena.

Otros autores estampan una fecha venidera y no les creemos, porque sabemos que se trata de una convención literaria; Bradbury escribe 2004 y sentimos la gravitación, la fatiga, la vasta y vaga acumulación del pasado -el dark backward and abysm of Time del verso de Shakespeare. Ya el Renacimiento observó, por boca de Giordano Bruno y de Bacon, que los verdaderos antiguos somos nosotros y no los hombres del Génesis o de Homero.

¿Qué ha hecho este hombre de Illinois, me pregunto, al cerrar las páginas de su libro, para que episodios de la conquista de otro planeta me llenen de terror y de soledad?

¿Cómo pueden tocarme estas fantasías, y de una manera tan íntima? Toda literatura (me atrevo a contestar) es simbólica; hay unas pocas experiencias fundamentales y es indiferente que un escritor, para transmitirlas, recurra a lo fantástico o a lo real, a Macbeth o a Raskolnikov, a la invasión de Bélgica en agosto de 1914 o a una invasión de Marte. ¿Qué importa la novela, o la novelería de la science-fiction? En este libro de apariencia fantasmagórica, Bradbury ha puesto sus largos domingos vacíos, su tedio americano, su soledad, como los puso Sinclair Lewis en Main street.

Acaso La tercera expedición es la historia más alarmante de este volumen. Su horror (sospecho) es metafísico; la incertidumbre sobre la identidad de los huéspedes del capitán John Black insinúa incómodamente que tampoco sabemos quiénes somos ni cómo es, para Dios, nuestra cara. Quiero asimismo destacar el episodio titulado El marciano, que encierra una patética variación del mito de Proteo.

Hacia 1900 leí, con fascinada angustia, en el crepúsculo de una casa grande que ya no existe, Los primeros hombres en la Luna, de Wells. Por virtud de estas Crónicas, de concepción y ejecución muy diversa, me ha sido dado revivir, en los últimos días del otoño de 1954, aquellos deleitables temores.


VÍDEO: LEJOS DE LA TIERRA
AUTORA: MARI JOSE CUELI


Imagen de: istockphoto.com

Cien años de Piazzola

De la REVISTA ENTRELETRAS extraigo este interesante artículo relacionado con la Música, titulado Fervor y más allá de Buenos Aires: 100 años de Piazzolla escrito por mi querido amigo Antonio Daganzo. Mi agradecimiento Antonio por compartir tu conocimiento.

Por Antonio Daganzo Enero 2021

El escritor y musicógrafo Antonio Daganzo rinde homenaje a Astor Piazzolla (1921 – 1992), con motivo del centenario –que se cumplirá el próximo día 11 de marzo de 2021- del gran compositor e intérprete argentino, revolucionario creador de la modernidad sonora de Buenos Aires, por medio de una aleación irresistible de tango, jazz y música clásica.

Nacido en Mar del Plata, a unos 400 kilómetros al sur de Buenos Aires, Astor Pantaleón Piazzolla hubo de pasar la mayor parte de su infancia en Estados Unidos, y allí, en Nueva York, quiso el destino que se produjera su trascendental encuentro con el cantante y compositor Carlos Gardel. El pequeño Piazzolla ya hacía sus pinitos con un viejo bandoneón que le había regalado su padre -Vicente Piazzolla, hijo de inmigrantes italianos en Argentina-, y, al ser escuchado por el mítico cantor de tangos, éste le dijo: “Vas a ser grande, pibe, pero el tango lo tocás como un gallego”. De esta célebre anécdota, y de estas palabras que no hubieran pasado de broma ligera si los protagonistas hubieran sido otros, cabe celebrar no sólo su altura de profecía: también el fino oído de Gardel en toda la extensión de lo que dijo. La grandeza de Piazzolla se cumplió, y su idiosincrasia artística, si no “gallega” -entiéndase lo de “gallego” como “español”, a la manera argentina-, sí que demostró, desde muy pronto, una inclinación connatural hacia el cosmopolitismo.

¿Cosmopolita el gran Astor? ¿Un músico cuyo legado, hoy, representa a su país, ante el conjunto de las naciones, incluso con más pujanza que el Martín Fierro de José Hernández? Y, sin embargo, cuánto trabajo le costó a Piazzolla convencer a propios y extraños de que su “música contemporánea de Buenos Aires” -como él la llamaba muy acertadamente- era el inicio del moderno lenguaje de tango que los nuevos tiempos necesitaban. Al cabo lo logró, con una capacidad visionaria que, dentro del ámbito de la música popular urbana a escala universal, sólo encuentra paragón, por su excelencia, en el advenimiento de la llamada “bossa nova”, a partir de la samba, gracias principalmente al talento del extraordinario compositor carioca Antônio Carlos Jobim. Pero Piazzolla fue mucho más que música popular urbana. Si en lo tocante a Brasil, la comparación entre Tom Jobim y Heitor Villa-Lobos -el autor brasileño por antonomasia de “música culta” o “docta”- resulta algo más difícil de establecer, el nombre de Astor Piazzolla merece figurar, en muy buena medida, junto al de los grandes creadores del arte del sonido en Argentina: Julián Aguirre (1868 – 1924), Juan José Castro (1895 – 1968), Carlos Guastavino (1912 – 2000), el genial Alberto Ginastera (1916 – 1983; profesor de Piazzolla de 1939 a 1945) o el folclorista y autor de la imperecedera zamba en memoria de Alfonsina Storni, Alfonsina y el mar, junto al letrista Félix Luna- Ariel Ramírez (1921 – 2010), de quien, por cierto, se cumple también el centenario de su nacimiento en este 2021. De todos ellos, Piazzolla se distinguió por una labor exhaustiva en torno al tango -surgido a finales del siglo XIX en el área del Río de la Plata, y en el que pueden rastrearse raíces africanas incluso, dentro del aluvión de influencias que alimentaron su origen-, de manera que su concepción sinfónica de género tan popular alcanzó a constituir una obra de concierto, un “corpus” clásico, una trascendencia estética paralela al ininterrumpido ejercicio de lo tanguero o tanguístico como banda sonora de las calles de Buenos Aires. Si bien dicho “corpus” no llegó a gozar de una gran extensión –a diferencia del abundantísimo número de composiciones “populares” debidas a Piazzolla-, su personalidad se antoja tan formidable que bien justifica su permanencia en el repertorio, además del repaso por alguno de sus jalones fundamentales.

En realidad, el compositor a punto estuvo de dedicarse por entero a la música clásica, y en ello tuvieron muchísimo que ver dos factores que se alimentaban mutuamente: la situación del tango en los años 40 del pasado siglo, y el enorme y expansivo talento del joven Astor. Al hilo de los múltiples avances estéticos que el arte del sonido, en su totalidad, venía experimentando desde comienzos del siglo XX, el género aguardaba una definitiva revolución que no terminaba de producirse; mas Piazzolla descubrió pronto que, siendo parte de la orquesta del sobresaliente Aníbal Troilo (1914 – 1975), no podría emprender dicha revolución. Su trabajo como arreglista era cuestionado de continuo, y eso que Troilo no ha pasado a la Historia precisamente como un retrógrado del tango, sino como uno de los nombres fundamentales de aquella “Guardia Nueva” que vino a extender las posibilidades expresivas características de los gloriosos pioneros de la “Guardia Vieja”. No obstante, ¿cómo iba a resultar aquello suficiente para un alumno de Alberto Ginastera? ¿Para un genio en agraz, versado ya en las innovaciones de Bartók, Stravinski, Prokofiev, Hindemith, Debussy o Ravel? Por fortuna, nada menos que Nadia Boulanger (1887 – 1979), con quien Piazzolla pudo estudiar en París –entre 1954 y 1955- tras haber ganado el Premio “Fabien Sevitzky” de composición, sacó al músico de aquel sólo aparente callejón sin salida. El consejo de la insigne profesora francesa –“mi segunda madre”, en palabras del propio Astor- fue a la vez entrañable y categórico: el discípulo no debía abandonar jamás su esencia tanguera. ¿Fusión, experimentación, aprovechamiento de todo lo aprendido, de todos los altos saberes musicales acumulados? Por supuesto. Pero siempre con el tango por delante. Un consejo que valía, sin duda, por toda una carrera y una vida. El pasaporte que Piazzolla necesitaba para ganar la posteridad.

A partir de entonces tomó carta de naturaleza, deparando una discografía de gran amplitud, la “música contemporánea de Buenos Aires”. Era, efectivamente, el tango progresivo o contemporáneo, servido con el ropaje sonoro de un octeto de intérpretes que, a la vuelta de un lustro -y aunque el cariño por la formación del octeto nunca decayó del todo-, se decantó fundamentalmente en quinteto: piano, violín, contrabajo, guitarra eléctrica y, por supuesto, el bandoneón, del que el propio Piazzolla era un consumado virtuoso. Su impronta como intérprete -tan robusta como ágil, fogosa, de marcados acentos aunque capaz igualmente de los más delicados raptos de melancolía-, quedó inscrita en un “neotango” siempre atento a los fértiles caminos de ida y vuelta entre el tango y la milonga, y que, tomando del jazz la flexibilidad del discurso y la libertad constructiva, encontró en la música clásica la ambición formal, el calado eminentemente sinfónico, las influencias sobre todo de Stravinski y Bartók en los momentos de mayor fiereza rítmica y armónica, pero también, cómo no, del neoyorquino Gershwin, y de Rachmaninov o Puccini en los pasajes líricos donde había de reinar la melodía. Y, junto a todo ello, la querencia por una concepción barroca de la urdimbre sonora -desarrollo continuo, valoración del contrapunto-, resultado del amor que el músico argentino sentía por el legado de Johann Sebastian Bach.

Las aportaciones de Piazzolla al acervo de la mejor música popular urbana son incontables. Al menos cabe recordar algunas: Lo que vendráBuenos Aires, hora cero; las Cuatro estaciones porteñas (“Verano porteño”, “Otoño porteño”, “Primavera porteña” y el conmovedor “Invierno porteño”, citadas por orden de creación); el pegadizo Libertango, en el que parecen latir reminiscencias del tango-habanera Youkali, de Kurt Weill; la llamada Serie del Ángel, en la que destacan la Muerte del Ángel, la Resurrección del Ángel y, cómo no, la fascinante Milonga del Ángel; la absolutamente prodigiosa, con su melancólica sencillez, Oblivion; o, por supuesto, la celebérrima -y con toda justicia- Adiós Nonino, creada en 1959 a raíz del fallecimiento de don Vicente Piazzolla –el padre de Astor, como sabemos- en un accidente de bicicleta. Decarísimo, pieza dedicada a Julio de Caro (1899 – 1980) -el artista de la “Guardia Nueva” más admirado por Piazzolla-, constituye, con su nostalgia luminosa y sonriente, el más hermoso homenaje que cabía rendir a la tradición -si bien no olvidemos que, a la muerte de Aníbal Troilo, Astor compuso, en memoria de quien había sido su “jefe”, la muy interesante Suite Troileana-. Y toda esta concepción sinfónica del tango, ¿dejó espacio para las aportaciones de los vocalistas? Sí; en menor medida, evidentemente, pero no hay que olvidar, sobre todo, los trabajos que le vincularon con acierto al poeta e historiador del tango Horacio Ferrer (1933 – 2014) y a la cantante Amelita Baltar (1940), quien se convertiría en su segunda esposa; trabajos como la Balada para un locoChiquilín de Bachín, y esa suerte de ópera-tango en dos partes -“operita”, en denominación de sus creadores- estrenada en 1968: María de Buenos Aires, de la que provienen piezas que alcanzaron luego fama por sí mismas. Basta recordar la impresionante y contrapuntística –así lo indica ya su propio título- “Fuga y misterio”, o la desesperada ternura del “Poema valseado”, donde brilla el estilo poético sorprendente de Horacio Ferrer (“Seré más triste, más descarte, más robada / que el tango atroz que nadie ha sido todavía; / y a Dios daré, muerta y de trote hacia la nada, / el espasmódico temblor de cien Marías…”). Si este concepto popular de la ópera le aproximó a la herencia de los compositores brechtianos por antonomasia, Kurt Weill (1900 – 1950) y Hanns Eisler (1898 – 1962), su Ave María (Tanti anni prima), cuyo origen podemos rastrear en la banda sonora original del filme de 1984 Enrico IV, de Marco Bellocchio, le emparentaría con una tradición bien querida de la música clásica, aunque la letra –obra de Roberto Bertozzi- no se corresponda con el texto habitual de la oración. Más y más célebre con el paso de los años, este Ave María tiene la virtud de quintaesenciar el bellísimo universo melódico del autor argentino, dando noticia de una vida armónica más rica incluso -y ya es decir- que la aportada por Franz Schubert en su popular pieza análoga.

Paralelamente, y como líneas arriba quedó dicho, Astor Piazzolla fue construyendo una obra de concierto; ese “corpus” clásico cuyo primer hito data de comienzos de los años 50 del pasado siglo: Buenos Aires (tres movimientos sinfónicos), partitura con la que obtuvo la victoria en el ya citado Premio “Fabien Sevitzky”, y que acabó cuajando en la Sinfonía “Buenos Aires” defendida, en tiempos recientes, por maestros como Gabriel Castagna o Giancarlo Guerrero. De toda esta faceta compositiva de Piazzolla, las obras más difundidas han sido las signadas por la presencia del bandoneón en su “organicum” instrumental; algo lógico, al tratarse del instrumento emblemático de la cultura tanguera. Y, así, cabe destacar la Suite “Punta del Este”, para bandoneón y orquesta de cuerdas, o el ambicioso Concierto de nácar, para nueve tanguistas y orquesta, y centrado, más que en la riqueza de las ideas musicales por sí mismas, en la recreación de la forma barroca del “concerto grosso” -los nueve solistas darían cuerpo a un nutridísimo “concertino”; la orquesta desempeñaría la labor de un aseado “ripieno”-. El influjo del Barroco también se halla presente en el espléndido Concierto para bandoneón, orquesta de cuerdas y percusión, si bien su exuberancia temática nos hace pensar más en la fantasía del Romanticismo -¡imposible olvidar su vibrante introducción y la exposición del primero de los temas, toda una moderna, actualísima formulación del misterio de lo porteño!-. Partitura de 1979 a la que el editor Aldo Pagani tituló, por su cuenta y riesgo, “Aconcagua”, es la cima indudable de la escritura concertante de Piazzolla, que dio de sí, en 1985, otro feliz capítulo gracias al suave y primoroso Doble concierto para guitarra, bandoneón y orquesta de cuerdas. No obstante, ¡qué bien se puede apreciar el pensamiento sinfónico del músico en sus partituras “clásicas” que prescinden del bandoneón! ¿Un contrasentido? En absoluto: la mejor prueba de las inmensas posibilidades expresivas del tango, más allá de su típico color local. Buenos ejemplos de ello son Tangazo, y los Tres movimientos tanguísticos porteños de 1968: a mi juicio la más lograda partitura de Piazzolla, escrita para una orquesta radiante y polícroma. Si en la Sinfonía “Buenos Aires” las influencias de la música culta sometían aún al verbo autóctono, en los Tres movimientos tanguísticos… la simbiosis obrada entre ambos mundos es, sencillamente -y tal como había soñado en París la profesora Nadia Boulanger-, perfecta. Ello resulta perceptible, en grado sumo, por medio de dos grabaciones excelentes, de obligado conocimiento y audición: la de Charles Dutoit, al frente de la Orquesta Sinfónica de Montreal, y la protagonizada por la ya tristemente extinta Orquestra de Cambra Teatre Lliure, de Barcelona, bajo la batuta de Josep Pons. La nostalgia del arrabal y la pura ensoñación misteriosa y romántica -paradigmático al respecto el segmento central, “Moderato”- se funden en los Tres movimientos tanguísticos porteños, abocándose el discurso a una espectacular fuga de cierre que, en este caso, más que un guiño específico al Barroco supondría la coronación universal del tango en la más sofisticada forma del contrapunto imitativo.

Otro argentino cosmopolita y genial, Jorge Luis Borges, dio, en 1923, el título de Fervor de Buenos Aires al primero de sus poemarios. Eso, precisamente, es lo que una y otra vez encontramos en la música del gran Astor Piazzolla: un fervor capaz de trascender las esencias concretas, hasta el punto de convertir a Buenos Aires, mucho más allá de sus límites, en un fecundo territorio de la modernidad. Todo un portento.

Ver: Fervor y más allá de Buenos Aires: 100 años de Piazzolla

Antonio Daganzo Periodista, ensayista y poeta, es autor de ‘Clásicos a contratiempo: la música clásica en la era pop-rock’ (Editorial Vitruvio).


Hazme llover., solo tu me sientes…

Todos tenemos amistades perdidas como túmulos egipcios… hasta que llega la mano de un arqueólogo y desentierra recuerdos que nos maravillan y provocan la lluvia en un desierto de emociones

Solo puedo sentir

Elegir los rasgos del rostro que te cautivará en el segundo más inesperado de tu vida. Elegir el tono, el color de la voz que te enamorará pronunciando tu nombre por primera vez. Elegir la delicadeza de las palabras sobre las que viajarán los pensamientos de esa persona que te comprenderá en tus momentos más difíciles. Elegir la mirada que estremecerá el suelo que pisas y te hará sentir… ¿se puede elegir?.

(JMPA Pink Panzer Yorch – Ella y el sentir de la lluvia.)

Tomo prestadas esta música y estas palabras del blog de JMPA Pink Panzer Yorch, con mi agradecimiento.

The shape of my heart

¿Puede la música traducir las emociones?

A Carmen le gustaba viajar en tren, como lo hacía ahora, por si al final del trayecto le encontraba a él esperándole en la estación. No hacía un problema de elegir destino.

Viajaba con una mochila casi vacía, apenas un ligero vestido y ropa íntima de recambio; su música preferida dibujando en su sonrisa sus ganas de vivir siempre, y una vez más, de imaginar su reencuentro.

Le volvía loca pensarle al otro lado de la ventana del tren con el brillo instalado en su mirada expectante, sus paseos impacientes andén arriba, andén abajo. —Se acordaba ahora de cuando aprendieron juntos a interpretar las últimas líneas de «el amor en los tiempos del cólera» de García Márquez. Nunca les había importado el destino de su viaje cuando le pedía vivir con ella el resto de sus días navegando río arriba, río abajo—. Se imaginaba sus brazos recogiéndola del salto de los escasos dos peldaños que les separaban, volteándola amorosamente, sintiendo solamente el choque tierno de sus cuerpos hasta encontrar, en un nuevo abismo, sus ojos; esa mirada soñada durante tantas noches de soledad y borrachera. Cómo se apretaba después a sus caderas, su cuerpo implacable dibujándole violetas desnudas y partituras de pasión en cada poro de su piel hasta hacerla llorar de risa y de pudor a esa hora en la que ya no quedaba nadie en la estación.

En el regazo de un café sus manos entrelazadas y serenas, la música de Sting «The Shape of my Heart» sonando levemente y la pureza de un amor fuera de dudas permaneciendo intacto a pesar del polvo de las guerras, del sexo ciñendo soledades, de todo lo que ya está escrito en todas las paredes y en todos los libros, de lo que todavía queda al hombre por descubrir, de la gloria de unos minutos miserables, de la fiebre del fracaso, de la incertidumbre de los corazones en ruinas, de lo abstracto y obstinado del pensamiento, de la apariencia de lo cotidiano, de los desencuentros, de las frases estúpidas que se nos ocurren a veces y del arrepentimiento, de la tibieza de la desgana, de la tristeza de la lluvia, de las mentiras más infelices, de las venganzas desapasionadas, de los secretos infectados, de los recuerdos ya olvidados, de  las insignificancias de las penas y los rencores, de las constelaciones de nombres imperfectos y de las miles de noches a cielo abierto esperándose…


 @mjberistain
Fotografía Sieff

Aute: la coherencia, el arte, y el amor a la vida

Ser como Luis Eduardo Aute se inventó en el Renacimiento, cuando la razón y la creación salían con rabia y fuerza a vencer la ruina oscurantista de la Edad Media.  Como aquellos creadores, este filipino afincado de toda la vida en España, supo templar con tiento todas las disciplinas. Músico completo –compositor, letrista y cantante–, pintor, escultor y cineasta. Y, además, comprometido, innovador y humano en toda la profundidad de la palabra. Un mito para una generación ansiosa de libertad tras aquella noche tan larga que venía con hambre atrasada. Sumidos en una pandemia, confinados en nuestras casas, muere Aute en Madrid a los 76 años, aunque un brutal infarto hace casi cuatro años le dejó muy afectado.

Luis Eduardo Aute patentó la barba de tres días, la imagen de un hombre nuevo, sensible y moderno, ya desde aquellos años setenta en los que íbamos a cambiar el mundo. Un proyecto colectivo que soñaba con llevar la imaginación al poder, ser realistas pidiendo lo imposible hasta clamar que se «prohibiera prohibir». Como la mayoría, terminó entendiendo que «bajo los adoquines no había arena de playa». Pero no se rindió. Aute frecuentó la bohemia y la lucha antifranquista y siempre fue coherente y defensor de los derechos humanos. Acudió a toda convocatoria que requiriera una presencia comprometida. Le encontré hasta cantando en «el metro», en un escenario de la estación de Príncipe Pío de Madrid. No recuerdo qué tocaba defender aquella noche. Dejó para la historia el gran himno de libertad y democracia que constituye «Al alba».

Conocemos a Luis Eduardo Aute como músico y cantautor pero abarcaba muchas más facetas. Pintor notable de vibrante colorido, redondas formas sexuales, miradas profundas y desgarradas. Con la pintura se dio a conocer en España. Su primera exposición en nuestro país fue en Madrid en 1960, cuando solo tenía 17 años.

Más adelante empezó a rodar cortometrajes, a menudo con los amigos, que culminarían con una obra maestra en el 2001 llamada «Un perro llamado dolor». Un largometraje dibujado plano a plano y animado en digital 2 y 3 D por su autor, que le llevó más de cuatro años realizar. A través de siete historias, Aute reinterpretaba las relaciones de pintores con sus modelos. Goya, Duchamp, Sorolla, Romero de Torres, Frida Kahlo, Rivera, Dalí y Velázquez y el perro como hilo conductor. «A León Trostski lo mató Diego Rivera en un ataque de celos al encontrarlo en la cama con Frida mientras Sergei Einsenstein lo filmaba desde la ventana», dice uno de los capítulos. En el largometraje, Aute incluyó a una mujer, a Frida. La enorme pintora mexicana llamaba «Dolor» a sus perros para ahuyentarlos y domesticarlos como le hubiera gustado hacer, y de hecho hacía, con los suyos propios.

A la música, llegó más tarde. Quizás se puso a cantar para difundir sus poemas –es autor de varios libros de poesía y literatura–. Lo cierto es que la música de Aute acompañó nuestra vida. Y como le ocurre a Joan Manuel Serrat, algunas de sus canciones por sí solas justifican una carrera. Las niñas solitarias queríamos tener una cita con un chico a las «cuatro y diez» para ver ‘Al Este del Edén’. Esa película y no otra, porque se trataba de besarle, de dar y recibir el primer beso, mientras James Dean, el díscolo e incomprendido, el rebelde con causa, tiraba piedras a una casa blanca.

Mucho después nos mandó a desnudarnos de prejuicios, arrojando vestidos, flores… y trampas. Mientras él y todos los ellos hacían lo mismo. Y a apurar cada grano de arena, sintiendo ruido de brasas en las venas, «recorriendo las espumas hasta el fin del Universo, donde nace el Universo, cuando estalla el Universo». Y olvidar «de alguna manera» –si se podía–, y volver a pasar por si la vieja ventana ofrecía rescoldos. Asegurarnos de no estar solos al alba de la muerte y la injusticia.

A lo largo de los años numerosos periodistas conocimos el chalé de Aute, en la Fuente del Berro, enfrente de TVE, del Pirulí. Una casa de gusto exquisito y vivido. Biblioteca elegida, sin nada dejado al azar. Dos ambientes de sofá en el salón, siempre alguien que entraba y salía. No solía faltar Maruchi, su mujer, y casi siempre había una pareja o dos de amigos. Aparecían y desaparecían los hijos. Los dos perros venían a saludar. Abajo, los distintos estudios de trabajo para pintar, escribir y componer. Luis Eduardo solía mostrar una calma sin impaciencias ni siquiera en el montaje de los equipos de televisión que en el muy cuidado Informe Semanal de TVE se llevaban un buen rato. Su casa era como él.

Le entrevisté muchas veces. Hasta para un libro de varios personajes en una charla mucho más relajada. De ahí he extraído varios de los datos y recuerdos. En la conversación le pregunté por una canción que a mí me parecía paradigmática en la que podía venir la conclusión de las canciones que empezaron a las cuatro y diez. En su texto dice: «Quiero que me digas, amor, que no todo fue naufragar por haber creído que amar era el verbo más bello. Dímelo, me va la vida en ello».

–Me eduqué con ese concepto de que amar era el verbo más bello, se trataba de eso, de amar, no de competir, no de odiar, no de matar, no de mentir. Por lo menos la gente de mi generación se educó con los deseos o los ideales de construir una sociedad en la que hubiera solidaridad y generosidad y hubiera amor, y ahora es todo lo contrario– respondió. Aquella canción, como tantas otras, la hicieron suya otros intérpretes. Silvio, con el que tantas veces cantó, por ejemplo.

Luis Eduardo Aute se va de este mundo en uno de sus momentos más complejos. Cuando apenas se puede despedir a los seres queridos con el funeral y sosiego que se precisa en esos momentos. Creo que supo vivir. Y como somos la historia de lo que absorbemos, él fue un prodigio que bebió de la literatura, de la historia del arte, de sus propios cuadros y de todos los demás, del cine que retrata la realidad y la recrea, de la música que hila con armonía, del amor y del sexo, de los seres humanos, de la vida. Y sin duda hizo mucho mejor la vida de quienes disfrutamos de cuanto creaba.

 

Fuente: El Diario.es – Rosa María Artal

Anthem

 

 

The birds they sang at the break of day Start again I heard them say Don’t dwell on what has passed away or what is yet to be. …

Ah the wars they will be fought again The holy dove She will be caught again bought and sold and bought again the dove is never free.

Ring the bells that still can ring Forget your perfect offering There is a crack in everything That’s how the light gets in.

We asked for signs the signs were sent: the birth betrayed the marriage spent Yeah the widowhood of every government — signs for all to see. I can’t run no more with that lawless crowd while the killers in high places say their prayers out loud. But they’ve summoned, they’ve summoned up a thundercloud and they’re going to hear from me.

Ring the bells that still can ring … You can add up the parts but you won’t have the sum You can strike up the march, there is no drum Every heart, every heart to love will come but like a refugee.

Ring the bells that still can ring Forget your perfect offering There is a crack, a crack in everything That’s how the light gets in. Ring the bells that still can ring Forget your perfect offering There is a crack, a crack in everything .. That’s how the light gets in. That’s how the light gets in. That’s how the light gets in.

Leonard Cohen – Anthem

Le métèque

Gracias al Blog TRIANARTS hoy recupero la canción francesa.

Especialmente destaco Le métèque de Georges Moustaqui porque la llevo tatuada en la piel. Hay muchas otras del autor sobre el amor y la libertad que recoge el Blog TRIANARTS que recomiendo visitar. Escucharle era como una religión para los jóvenes que compartíamos nuestra estancia en Francia entre los años 1968 a 1970.

Ma liberté
Longtemps je t’ai gardée
Comme une perle rare…
GM

Giuseppe Mustacchi (Su verdadero nombre), nació en Alejandría, Egipto, el 3 de mayo de 1934. El 13 de octubre de 2011 comunicó oficialmente que, por problemas respiratorios, no podría seguir cantando. Murió en Niza, Francia, el 23 de mayo de 2013.

“La Métèque”

Traducción al castellano:

Con mi acento de extranjero,
judío errante, de pastor griego
y mis cabellos a los cuatro vientos,
con mis ojos totalmente deslavados
que me dan un aire de soñar,
yo que a menudo no sueño,
con mis manos de merodeador,
de músico y de vagabundo
que se pillaron en tantos jardines,
con mi boca que bebió,
que abrazó y mordió
sin saciar jamás su hambre.

Con mi boca de extranjero,
de judío errante, de pastor griego,
de ladrón y de vagabundo,
con mi piel que se frotó
al sol de todos los veranos
y de todo lo que llevaba enaguas,
con mi corazón que supo hacer
sufrir como sufrió
sin hacer historias de esto,
con mi alma que no tiene
la menor posibilidad de salvación
para evitar el purgatorio.

Con mi boca de extranjero,
judío errante, de pastor griego
y mis cabellos a los cuatro vientos,
yo vendré mi dulce cautiva,
mi alma gemela, mi fuente viva,
vendré para beber tus veinte años
y seré príncipe de sangre,
soñador o bien adolescente,
como te guste escoger,
y haremos de cada día
toda una eternidad de amor
que viviremos a morir

Y haremos de cada día
toda una eternidad de amor
que viviremos a morir


Si me das a elegir…

 

A esta hora inocente
la luz se sienta
en el umbral de las miradas

A esta hora inocente
los rostros no tienen nombre
mas la soledad no está sola

Hemos nacido y muerto
tantas veces,
tantas veces hemos vuelto
brindando con los vasos vacíos
en la ausencia
que es nunca y es ahora.

Nada tiene sentido,
ni los abrazos crispados
de placer ni el dolor insumiso de la sangre,

A esta hora inocente
si me das a elegir, me quedo contigo.

@mjberistain

 

Skyline by Mikel Vega

 

Gracias a mi gran amigo Mikel ,

Con la elección de esta música has sabido interpretar la emoción de un momento especial en mi vida; la presentación de mi libro de Poesía «Apuntes de Salitre».

Inolvidable… Feliz de haberlo compartido…

 

 

Nota: Se han tomado algunas imágenes del reportaje de Iñaki Peñalba.