Solo un juego de palabras


Leo y releo en estos días de confinamiento. Y me detengo en cualquier punto del paisaje. Y retrocedo y así no termino nunca de terminar un libro que realmente me interesa; especialmente los relacionados con las vidas y circunstancias de los poetas a los que admiro.

Hablamos de Aleixandre, (más tarde os diré quién es el que habla…)

Aparece a última hora de la tarde, justo para llegar a tiempo a cenar. Parece cansado del viaje, pero las chispas en sus ojos siguen igual de azules y de vivas. Tan poco invasor, tan religiosamente atento a lo que le decimos, siempre me hace gracia la vehemencia que este hombre pone, de repente, en el relato más trivial. En cualquier revuelta del diálogo se le acelera la palabra, casi jadea, como si entre frase y frase tuviera que sumergirse, borboteando, para calar al fondo de la historia. Hoy nos contaba su paseo hasta la oficina de telégrafos, recién llegado, preguntando aquí y allá, y el inocente trayecto de manzana y media tomaba una solemnidad y una intensidad insospechadas. Lo oscuro de la noche y de los transeúntes, las ráfagas del viento y de los automóviles, la zarabanda de las luces, todo componía una especie de fantasmagoría, de realidad espectral —figuraciones y figuras—, a punto de perder pie definitivamente. Y el tono, y las inflexiones de la voz y el gesto, el inoíble pianissimo, suscitaban la idea de una expedición tremenda, misteriosamente significativa, lo mismo que la bajada de Orfeo a los infiernos.

Nunca le había oído leer poesía en público y me pareció admirable. Es además un estupendo explicador, que sabe perfectamente insinuar en los oyentes la atmósfera del poema. Aleixandre es un gran poeta.

J.Gil de Biedma


DESPUÉS DEL AMOR

Tendida tú aquí, en la penumbra del cuarto,
como el silencio que queda después del amor,
yo asciendo levemente desde el fondo de mi reposo
hasta tus bordes, tenues, apagados, que dulces existen.
Y con mi mano repaso las lindes delicadas de tu vivir retraído.
Y siento la musical, callada verdad de tu cuerpo, que hace un instante,
en desorden, como lumbre cantaba.
El reposo consiente a la masa que perdió por el amor su forma continua,
para despegar hacia arriba con la voraz irregularidad de la llama,
convertirse otra vez en el cuerpo veraz que en sus límites se rehace.

Tocando esos bordes, sedosos, indemnes, tibios,
delicadamente desnudos,
se sabe que la amada persiste en su vida.
Momentánea destrucción el amor, combustión que amenaza
al puro ser que amamos, al que nuestro fuego vulnera,
sólo cuando desprendidos de sus lumbres deshechas
la miramos, reconocemos perfecta, cuajada, reciente la vida,
la silenciosa y cálida vida que desde su dulce exterioridad
nos llamaba.
He aquí el perfecto vaso del amor que, colmado,
opulento de su sangre serena, dorado reluce.
He aquí los senos, el vientre, su redondo muslo, su acabado pie,
y arriba los hombros, el cuello de suave pluma reciente,
la mejilla no quemada, no ardida, cándida en su rosa nacido,
y la frente donde habita el pensamiento diario de nuestro
amor, que allí lúcido vela.
En medio, sellando el rostro nítido que la tarde amarilla caldea sin celo,
está la boca fina, rasgada, pura en las luces.
Oh temerosa llave del recinto del fuego.
Rozo tu delicada piel con estos dedos que temen y saben,
mientras pongo mi boca sobre tu cabellera apagada.

V. Aleixandre


Reedición/Gil de Biedma

Jaime Gil de Biedma es uno de mis poetas de culto. Leo y releo sus textos, su tormentosa y corta vida poética y sin embargo de tal intensidad… —no es el único, pero sí muy interesante para mi—. He encontrado esta reseña de la reedición de «Las personas del verbo» que dejo entre mis apuntes por si a alguien pudiera interesarle. Ver el texto completo en el Blog Encuentros de Lecturas.


¿Noche aún?
Mas de antemano todo converge hacia el día.
Para exaltar su verano, el Alba, dudosa,
fía su claridad de rocío en tanto pálpito umbrío
bajo el azul, que después —lo sé bien— presidirá.

Canta el reloj. ¿Qué hora es?
La hora de una verdad.

Jaime Gil de Biedma
Poema titulado «Fe del Alba»
del libro «Retrato del Artista»


El volumen del libro «Las personas del verbo» comprende los libros Compañeros de viaje (1959), Moralidades (1966) y Poemas póstumos (1968) y se completa con un apéndice con los Versos a Carlos Barral por su poema Las aguas reiteradas, que incluye seis poemas dedicados a su amigo.

La mayor novedad de esta reedición es el prólogo de James Valender, algo más de 30 páginas que constituyen un intenso e indispensable análisis de la poesía de Gil de Biedma, un poeta esencial en la literatura española de los últimos cuarenta años. Hay además en ese estudio introductorio una visión global de la evolución armónica e integrada de los tres libros que constituyen Las personas del verbo y una explicación contundente de las razones que le llevaron a dejar de escribir poesía después de los cuarenta años.

“En el campo de la reflexión ética – señala Valender en su prólogo- su actitud difícilmente podría ser más trangresora. De hecho, junto con Cernuda, y siguiendo la tradición crítica de figuras como Baudelaire, Nietzsche y Proust, el autor de Poemas póstumos es uno de los grandes moralistas que ha tenido la lírica española moderna: sus implacables indagaciones en la conducta humana, sus despiadadas exploraciones del trato que cada quien establece consigo mismo y con los demás, permiten muy pocas ilusiones al respecto, al revelar un panorama de egoísmo, de inconsciencia y de hipocresía del todo desolador.”

La búsqueda del tono, de una voz propia, le plantea un reto a Gil de Biedma. Su preocupación poética es conseguir una modulación expresiva en la que se reconcilien el lenguaje hablado y el lenguaje poético y para ello tuvo muy presentes los modelos de la poesía moderna francesa, de Gérard de Nerval a Baudelaire, y de la lírica inglesa de Wordsworth, Browning, Yeats, Eliot o Auden.

Browning o Tennysson, y después Pessoa, Eliot o Borges crearon personajes para atribuirles otra vida, para explorar otras dimensiones de lo humano. Gil de Biedma tuvo bastante con ese complejo personaje que se llamaba Jaime Gil de Biedma, con el que practica un juego de espejos, de ironía y de máscaras. Eso explica – para empezar- el título que el autor elige para su obra. Esas personas que viven en el poema y a las que se refería al sesgo en su conocida declaración: «Yo creía que quería ser poeta, pero en el fondo quería ser poema.”

Al integrarse en esa tradición, que es en gran medida también la de Luis Cernuda, el autor de Las personas del verbo se suma a la llamada poesía de la experiencia, entendida no como mera imitación de la realidad, sino como el simulacro de una experiencia.

Hay un artículo de Gil de Biedma, “Como en sí mismo al fin”, que está recogido en El pie de la letra, su volumen de ensayos, y que debería figurar como prólogo o epílogo de cualquier edición de su poesía. Allí se pueden leer estas líneas:

“Un poema moderno no consiste en una imitación de la realidad o de un sistema de ideas acerca de la realidad – lo que los clásicos llamaban una imitación de la naturaleza-, sino en el simulacro de una experiencia real.”

“Lo que pasa en un poema- declaraba Gil de Biedma en una entrevista – jamás le ha pasado a uno. Como decía Auden, los poemas son anteproyectos verbales de vida personal.”

De algo parecido hablaba Miguel J. Flys cuando se refería a la biografía espiritual adulterada de Cernuda en la primera edición de La realidad y el deseo.

Y como en Cernuda, encontrar una voz personal es sobre todo cuestión de tono. Encontrar ese tono, modular la voz que habla en el poema es, junto con el desarrollo rítmico de su unidad melódica, la clave de un buen texto poético.

Y esa es también una clave esencial para ver su evolución: la búsqueda y el desarrollo de esa tonalidad. Si Compañeros de viaje es la historia de una despertar, el viaje a la madurez vital, Moralidades representa su madurez poética, el logro de ese tono que se proyecta en Poemas póstumos sobre la conciencia del tiempo y la pérdida de la juventud.

A partir de ese momento muere el personaje, es decir, calla el poeta. Ahora, veinticinco años después de que Gil de Biedma dejara de escribir, se reedita este libro fundamental en el que se siguen mirando muchos lectores y muchos poetas jóvenes.

Autor del texto Santos Domínguez


No cuento los días

La vida no es un sueño, tú ya sabes
que tenemos tendencia a olvidarlo.
Pero un poco de sueño, no más, un si es no es
por esta vez, callándonos
el resto de la historia, y un instante
—mientras que tú y yo nos deseamos
feliz y larga vida—, estoy seguro
que no puede hacer daño.

Salgo al jardín después de nosecuántosdías de confinamiento.

Algo así como una embriaguez, una felicidad enorme, apacible. Me instalo a la sombra del álamo blanco —más viejo el pobre, con muchas menos ramas— y pronto dejo a un lado los papeles para dedicarme por completo a mi hora de aire libre, a la maravillosa lentitud de un día clásico de agosto, sin una sola nube. Distingo cada olor y cómo varía y se suma a todos los otros: el de la tierra caliente, el de la acacia a mi espalda, el de los setos de boj que ahora ya sé a qué huelen, a siglo XVI. Aroma gazmoño de las petunias en los arriates soleados. Y cuando la brisa gira y viene del lado del pueblo, olor a humo de leña de pino, que es toda la guerra civil para mí. Además es domingo y hay campanas.

Paso el tiempo mirando los trenes de hormigas, las hierbas de tallo nudoso que crecen en los rincones foscos, y la continua vibración del sol y de sombra bajo el arbolado y los hilos de araña que a veces centellean en el aire. Desde debajo de unas celindas me estudia un gato negro, incongruente. Parece un resto de noche que han olvidado ahí. Las rosas fluctúan a pleno sol, junto a la casa, grandes y un poco quemadas por los bordes.

Más que todo, me llena de felicidad mi capacidad para apreciarlo. Me acuerdo de aquella mañana en casa de Jaime, que era perfecta también, con su sol y su calma y sus rumores, cuando yo sentía pasar muy cerca la lentitud del mundo, escapándoseme. Ponerme al paso ha sido el gran regalo de la enfermedad. Y no sólo porque me ha descargado del trabajo. Aunque eso haya sido muy importante, no era solo eso: al cabo del día, en mi vida habitual, casi siempre puedo salvar si quiero dos o tres horas de calma. Lo que ocurre es que no quería, porque en circunstancias normales no me siento capaz de lidiar conmigo mismo. El no poder parar quieto, la incapacidad para demorarme a saborear y el histerismo erótico son manifestaciones de esa incomodidad fundamental.

Así ahora no me resulta difícil escribir, ni deprimente. Mi nuevo poema tiene ya ochenta versos y está para terminarse. En cinco días no he conocido una sequedad —esa horrible sensación de estar removiendo polvo en un ámbito vacío— las ideas concretas, las variaciones y las palabras vienen solas…

Extracto de Retrato del artista en 1956 (Jaime Gil de Biedma)