Así te veo, rostro casi vivo. Miras desde tu mundo lejano y llegas hasta mí.
Te tengo. Nunca huirás para siempre, mi prisionero eres, o soy yo. Fotografía o amor, imagen material o cuerpo ausente.
Ahora me miras, desde tu superficie sin fondo, ojos que nada deberían decir, y, sin embargo, desde sus engañosas luces, cansancio o amor dicen mientras resbalan sueños.
Oscuro cambio, o realidad aparente; aire, luz descompuesta en rayos, bridas de seda, ébanos, cabellos en las olas sujetan navíos de marfil sobre la oscuridad del mar.
Así amor, dulzura o amargo recuerdo fundido en lágrimas que el viento disgrega, tiempo feliz, porvenir azaroso o presente incoloro, tal eres, solamente.
Una fotografía, una fecha, un nombre y sus aristas, un suspiro de plomo al papel de tus labios…
Dejo sobre la orilla de tu infinito mar azul, las huellas efímeras de los gestos estivales. El despertar de las bicicletas por tus costas inaugurando el desfile de las horas y la piel precedente expuesta con lujuria a las brisas meridionales.
En el pequeño puerto, hoy domingo, los pesqueros permanecen atracados y hay un trajín lento de hombres en tierra preparando sus aparejos de pesca para soltar amarras dentro de unas pocas horas. Algunos, sentados en el suelo, charlan reparando con sus grandes agujas y navajas las redes interminables.
Conversamos, entre las miradas perezosas de las gaviotas.
Los sueños están tatuados por el mismo sol, fluyen como la luz de su luz inagotable…
Por fin el viento. Por fin, las alas. Por fin, el surco, por fin el agua y la semilla. Por fin, una rendija en el denso espacio en el que vivo y todavía espero. Por fin, horizontes de luz más allá de la bruma este trémulo alborear de cada día. Por fin, la palabra. Por fin, el pan y el vino compartidos. Por fin, el fuego nuevo, Por fin, la mano abierta. Por fin, el beso y la caricia. Por fin, la sonrisa. Por fin, la paz. Paz en la mente y en la calle. ¡Por fin, Paz en la tierra!
(Fragmento del poema de Federico Mayor publicado en Terral, Litoral 1996)
Durante largos meses muy pocos han pasado por aquí. La arena se resiste al esplendor, invadida por algas y alquitranes, hojarasca que el viento ha acumulado, carroña que desprecian las gaviotas.
A mis pies, un pedazo de madera manchado por la grasa y el salitre enseña un nombre roto, un resto de palabra naufragada que el abismo ha devuelto…
Pero he llegado aquí y no me valen símbolos. Infestado de nombres, de cadáveres, de lugares sin vuelta, de nostalgias negadas, retenido por arrugadas hojas, por astillas de sueños humillados, por este tiempo mío que embarranca, también yo albergo restos que no comprendo bien.
Y, cómo resistirme. Abandono mi cuerpo al revuelo del aire que espolea el instinto y borra la memoria, aspiro este perfume de inquietud y consagro a la luz de primavera el instante en que Venus me regala la espuma helada de esta orilla turbia.
«Deberíamos vivir tantas veces como los árboles, que pasado un año malo echan nuevas hojas y vuelven a empezar».
Jose Luis Sampedro
No hay ningún precipicio al otro lado, solo lo de siempre.
El futuro es como ese horizonte que nunca llega y se desvanece en la bruma.
El miedo, el verdadero vértigo, lo provocan esas cosas que pensamos que no van a llegar hasta que las tenemos delante. Lo cierto es que me hubiera gustado que el mundo fuera plano y el tiempo tuviese fronteras infranqueables, como imaginaba de niño. De esa manera estaríamos obligados a volver cuando llegásemos al borde del precipicio y empezar de nuevo.
¿Lo imaginas? Un pasaje de ida y vuelta al final del mundo y del tiempo…
Jose Antonio Garriga Vela (extracto) fotografía@mariajesusberistain
…Porque eres polvo y al polvo tornarás. Génesis:3,18-20
Apenas soy un grano de arena. Ni tan siquiera me siento polvo que, al fin al cabo, suele levantar barullo cuando se remueve.
¿De verdad, ¿cuántas veces en la vida me he sentido realmente importante?
Pues muy pocas. Si tengo que ser sincera conmigo misma, y de eso se trata en estas páginas que son mis cómplices, como en las páginas de aquellos antiguos diarios que escribíamos a mano cuando todavía no existían estas máquinas y el papel recogía, no solo nuestros pensamientos, sino también la humedad de nuestras lágrimas. Decía que si tengo que ser sincera conmigo misma…
No fue hasta el día en que sentí la grandeza de la maternidad. Recuerdo que iba por las calles levitando, como si fuera la única persona en el universo que había sido capaz de concebir una nueva criatura. Y a pesar de que lo habían explicado, yo estaba convencida de que Dios me había tocado con su mano divina. Me sentía única; única y verdadera, irrepetible, inmortal.
Por tus hijos matas!, y también por tus hijos mueres…!
La vida se convierte en una lucha por conseguir que tus hijos accedan a la Tierra Prometida, y lo seguirán intentando ellos y sus hijos y los hijos de sus hijos y todas las generaciones siguientes hasta que la igualdad y la dignidad dejen de ser los titulares en mayúsculas de todos los diarios del mundo.
No voy a hablar de las escenas que se repiten hoy por los rincones de la geografía de los países situados económicamente en un rango superior al de la pobreza. No voy a hablar, porque no me cabe en la cabeza, de por qué los gobernantes, a los que elegimos para que nos representen, utilizan el poder que les confiamos para «traficar» con armas poniéndolas a disposición de líderes sin escrúpulos. De por qué cuando ven morir a miles de refugiados intentando alcanzar un futuro sin hambre para sus hijos, los miran de soslayo. ¿Por qué no se pueden aplicar todos los recursos que malgastamos en ayudar a estabilizar los países afectados, en su propio terreno? En un mundo «globalizado» en el que se podría debatir cómo compartir mejor los recursos, ¿a quién y por qué interesa que se mantenga La Guerra?
Cada una de las imágenes son como una puñalada directa al corazón, pero que aguantamos estoicamente gracias al caparazón de las instituciones que hemos inventado para poner un cierto orden en el caos mundial y que, de paso, nos protegen de la culpa y del miedo.
¿O tenemos que reconocer que formamos parte de un ejército de marionetas en manos de un poder superior, insensible como el dinero, que financia la inestabilidad para adueñarse y controlar la riqueza -la materia prima- del planeta?
Tragamos saliva y respiramos hondo porque tal vez sea la última bocanada de aire que nos podamos permitir antes de dar cabida a tanta miseria en nuestro mundo perfectamente organizado…
Perdonarme pero en mis reflexiones se «confunden» el drama humano y el factor económico del eterno conflicto…
Ayer éramos nosotros los que huíamos…
Si estuviéramos en su lugar hoy, no haríamos lo mismo?
Texto @mjberistain Fotografía Veronica Pinke
EL NIÑO SIRIO —Isabel Salas—
El niño sirio, sin querer, siendo tan chiquito, ha entrado en la historia por la puerta cruel del dolor maldito. Ha entrado flotando, muriendo y llorando, sin que nada ni nadie oyese su grito. Su foto recorre las redes, las televisiones y los corazones. Sin rostro y sin sonrisa, mecido por agua sin prisa, sin vela de deseo, desde su foto viral muestra el lado feo, del crimen sin castigo al mundo inmoral. En nombre de tu madre, muerta contigo, yo te pido perdón y te bendigo.
El mar de mis dieciséis años era la playa, y los torsos de los chicos desnudos, y mi cuerpo dibujándose bajo la tela mojada como el de una mujer, y la cita para el guateque de por la tarde, y los turbadores escarceos submarinos, y escribir corazones en la arena, y tenderte junto a otro cuerpo bajo el sol. Horas larguísimas, rojas debajo de los párpados.
Y el mar de mis dieciocho años es un libro en mi equipaje siempre a punto. Es un libro que me descubrió el mar en todo lo que me faltaba, en todo lo que yo amaba, en todo lo que me dolía. Es un libro que me hizo creer que estaba enamorada del mar, de tanto como me enseñó a añorarlo. Desde entonces a todo lo que echo de menos le llamo mar…
No he utilizado música de Paco de Lucía —aunque me hubiera parecido lógico—. Me he permitido utilizar música de Albéniz, interpretada por el guitarrista clásico escocés Paul Galbraith. Ella, de alguna forma, está presente en el paisaje de fondo del libro al que voy a referirme y del que entresaco algunas líneas.
Quiero recoger en una página algunas frases que me han hecho que me pare a releerlas, bien porque me han hecho pensar, o porque en ellas destilaba lo que podría llamarse el valor poético de su prosa. Su discurso se mece entre la narración de una historia y el interesante y bellísimo encuentro entre líneas de su poesía.
Pienso que un libro que te ha gustado nunca se termina de leer del todo. Tengo el vicio de subrayar mis libros. —Creo que cada uno de los subrayados son un pedazo de nosotros mismos, aunque estén escritos por otra persona—. Con el tiempo, según las veces que los haya manoseado, se cubren de una pátina amarillenta y pegajosa y sus hojas van ahuecándose, como el alma, orgullosamente, en las estanterías. —A quién no le gustaría pertenecer al grupo de los más reconocidos o consultados—.
Siempre he creído que los libros también tienen corazón, lo siento cada vez que… «Paso mi dedo índice una y otra vez por las frases que me han emocionado y descubro que algo palpita bajo sus letras.»
«Los pensamientos de un autor son piezas de un rompecabezas, miles de ellas, que se despliegan sobre una mesa de papel para que cada uno vaya eligiendo las que le encajan hasta completar el puzle de su propia identidad.»
«Al final todo acaba diluido en ese rayo de sol que entra por la ventana las mañanas de invierno y te acaricia la mejilla cuando nadie te acaricia ya…»
«Después del amor, no hay chispazo más jubiloso que el que inaugura una amistad.»
El «letargo de las tortugas», ese silencio entre victimista y conspirador…
Durante los años en los que la ambición es un estímulo, asfixia saber que la línea de partida y la de llegada son la misma línea…
«La belleza tiene mucho más que ver con el misterio que con la tersura.»
«Las únicas conversaciones que de verdad importan y de verdad perduran son aquellas en las que se pone el corazón sobre la mesa.»
«El tren volaba por un tramo nuevo sin junturas, tan silencioso y agradable que creaba la angustia anticipada de los goces breves.»
«Los sentimientos necesitan de la reflexión para arraigar y no quedarse solo en un estremecimiento.
«El día era claro y silencioso, como un abrazo.»
«…Pasaron diecinueve crepúsculos inútiles por la rendija del mar y trescientas callejuelas con sus esquinas de desilusión.»
«La multitud se quedó en silencio, en esa suspensión del tiempo que solo consiguen el pánico y la belleza.»
«Un rayo de luna liquida rompía en dos abismos el agua».
«La felicidad marital pasa, indefectiblemente, porque de vez en cuando, alguna mañana al despertar, en una conversación íntima o en el transcurso de una cena entre más gente, brille en los ojos del otro la luz de la admiración. O cuanto menos, la del agradecimiento.»
«Cuando colgó, se le quedó la risa a rastras…»
«La vejez son pequeños barrancos a los que cae uno de cuando en cuando.»
«Se quedó sin aire, como antiguamente, y al notar las manos frías y familiares de sus fantasmas apretándole la garganta, perdió el control de sí mismo. No hay mayor tortura que el regreso de un dolor que se daba por concluido.»
«En la foto, miraban a la cámara con la cara redondeada de la juventud y ese brillo en la mirada anterior a las heridas…»
«Después de un tiempo entendió que los aliados no son los que te siguen, sino quienes te mejoran.»
«Cuando terminó de hablar, estaba llorando. No de pena, ni de emoción, sino de deshielo.»
«La felicidad no es euforia, es serenidad.»
«Así que esto era vivir, —pensó con la alegría que produce agarrar por fin de la camisa a esa intuición que lleva años corriendo dos metros delante de ti—. Toda la vida volviéndome loco con el sentido de la vida y resulta que de lo único que trata esto es de encontrar una pieza que encaje en nuestro particular vacío. Un propósito, un credo o un alguien, lo que sea, que transforme la línea de la existencia, por definición finita, en un círculo sin principio ni final.
Descubrí un libro que me sorprendió por su título. La verdad es que no me resultaba especialmente sugerente pero, al abrir sus páginas, algo diferente captó mi atención. Quizás fue la frescura de su lenguaje y algunos párrafos que asimismo invitaban a la reflexión.
Aparte de mis devaneos con los libros de papel, decidí que por qué no salirme de mis estructuras intelectuales y permitirle algo más libre y novedoso a mi cerebro.
Y así fue cómo me encontré con la aparente (voy a decir) «superficialidad» de esta autora que sin embargo ha conseguido —con la precisión de su escritura— conmoverme a pesar de que sus historias y sus personajes parecen tan comunes.
«Lucía Berlín ha sido comparada con la escritura secreta como la de Alice Munro, menos cáustica que la de Dorothy Parker y mucho más alegre que la de Raymond Carver. Sin embargo, sí existe una misma manera de ver o de mirar la realidad. Los tres contemplan las relaciones humanas a través de la lente de la vida cotidiana, aunque cada cual lo haga imprimiendo un estilo propio.
El estilo de Lucía Berlin es alegre, fresco, natural, directo y contundente. Su tono es vital, declarativo, impetuoso, expansivo, vibrante, efervescente y lejos de repudiar la reflexión es también profundo.»
En su texto se refiere a la habilidad y sensibilidad de la autora para«retratar a sus personajes física y psíquicamente con su riquísimo repertorio expresivo». También para «compensar una frase cortante o dura con un guiño de humor, logrando un efecto cómico al saber colocar un verbo en el lugar adecuado.»
Carlota dice del libro que es«un tapiz memorable, cosido con pequeños retales de vida en forma de deliciosos relatos. Escrito con el idioma universal de los sentimientos y la textura de un realismo que parece tener relieve.»
Miradme. Admiradme. Envidiadme. Desafío el riesgo de parecer vanidosa, vestida de gala…
He sido interpretada de miles de formas a través de los siglos. Me vistieron con plumas de arcángel, fui sierpe, dragón alado pámpano en cierne, ola marina majestuosamente encrespada, trompa musical, garabato de candil.
Mi sonido es suave como el de la ola que se apaga en la arena de la playa, como la gasa, como el gusto, como el gozo.
No vengo ahora a envanecerme de mi belleza externa. Solo me niego a seguir soportando en silencio los caprichos y agravios comparativos.
Miradme, admiradme, envidiadme. Sólo soy un rapto de soberbia…
sobre palabras de José Hierro Fotografía Gabriele Corno
Cubierta de musgo, la piedra entre las ruinas
soporta los azotes del viento
me siento junto a ella, la miro, no hay yeso en su piel
tampoco es una piedra rodada ni un guijarro,
inamovible, sonriente, eterna
me atrevo a preguntar si tiene madre
si todavía existe su cantera o la enterró el paisaje de los siglos
¿qué manos la pusieron en el arco toscano
qué desazones pétreas limaron su linaje
por qué está sola y sangra entre los musgos su cara sin fisuras?
Y le pregunto cuántos años tiene
cuánto ha sufrido y por qué sonríe
me responde su silencio monástico
y yo sé que está viva y que ha sido mampuesta
por el que ya está muerto…
Y la miro y me mira
y me gusta crear historias nuevas
sobre su duro cuerpo, cuentos de jade o jaspe
de musgo y plasma y rocas y le pregunto…
Quizás hablábamos del siglo XIX. De hecho la única fecha que encuentro para centrar el origen de la poesía que me recitaron entre las tres primas aquella mañana, sentadas alrededor de una mesa de metal al lado de la fuente de las Américas, lo sitúa antes de 1899.
De su autoría aún tengo dudas. Se atribuye a una maestra llamada Rosita Denia que en la época del 36 impartía clases en un pueblo de Segovia y que hacía representar a sus alumnos cada vez que «los nacionales» tomaban una ciudad importante. Pero también he encontrado alguna mención al poeta mejicano Amado Nervo como autor, aunque este texto no lo localizo entre su obra.
…
Juana debió de ser una mujer de piel muy blanca que le gustaba adornarse cada mañana antes de enfrentarse a la mirada de cualquier otro ser humano, incluído su marido. Siempre vestía de negro absoluto. Pero por el relato de sus nietas, llegué a imaginármela, en algunos momentos de su vida, sentada largas horas ante el espejo del tocador mirando embelesada a la caja de caoba abierta, al brillo barato de los viejos abalorios que su abuela le había regalado antes de morir.
Aplicaba una sencilla crema hidratante y bases blancas sobre su tez ya de por sí pálida. Unicamente se permitía resaltar sus mejillas dando pequeños toques con sus dedos impregnados de la misma crema de color con la que pintaba sus labios. Su color preferido era el rojo. Sus ojos los delineaba con lápiz negro y aplicaba un ligero empaste de máscara sobre sus pestañas para intensificar su mirada un poco felina. A pesar de su origen humilde el resultado en su aspecto le asemejaba a las mujeres de la alta sociedad, y eso le gustaba. Pestañeaba satisfecha al espejo…
Le gustaba llevar su pelo hueco, rizado y revuelto. Decían que, dependiendo de su estado de ánimo utilizaba los colores negro, azul, caoba, castaño claro y también el oscuro; nunca rubio. Además sujetaba su melena rizada con cintas y lazos, y flores, pinzas y ganchos para lograr sugerentes y divertidos recogidos y tocados.
Me contaban sus nietas, alrededor de aquella mesa de metal de la plaza de las Américas, que habitualmente llevaba, al menos, diecisiete pulseras y brazaletes en sus muñecas, todas ellas regalos y recuerdos de sus amores tiernos. Y todas de distintos modelos; cadenas con pequeños colgantes de plata, de nacar, de cerámica, de pelos y dientes de sus hijos y nietos, pulseras de cuero con remaches y brillantes, cintas de plásticos de colores entretejidos, aros de oro amarillo, rosado y blanco… Todo ello además de un reloj y varios anillos ensortijados entre sus dedos envejecidos.
Había sido una mujer imponente que durante la guerra civil española había conseguido sacar adelante a sus seis hijas por sí misma. A su marido se lo llevaron de casa una noche y lo fusilaron en el paredón del barrio. No era facil salir a vender tejidos por los alrededores. Ni perseguir al ladrón de su maleta a campo abierto. En un pequeño cuartucho que le dejaron comenzó a vender verduras y hortalizas que cada mañana le traía un abuelo vecino. Con el dinero que sacaban compraban aceites, jabones y otros enseres —eran tiempos de estraperlo—. Juana era una mujer de gran personalidad y la vida la eligió para ser, además, emprendedora. Salió de su cuartucho de verduras del barrio más humilde y se instaló en un quiosco en el centro de la gran avenida de la ciudad a vender granizados en verano. Durante los inviernos vendían pan y también dulces y así fue poco a poco prosperando hasta que llegó a asociarse, a través del novio de una de sus hijas, a una de las mejores pastelerías, todavía hoy considerada de prestigio.
Pero Juana, además, era una enamorada de la poesía y de los poetas Gustavo Adolfo Becquer y Rubén Dario entre otros.
Las tres mujeres que se sentaban a mi alrededor eran primas y recordaban a su abuela Juana con mucho cariño, con nostalgia y admiración. Durante sus vidas le habían escuchado recitar de memoria cientos de veces poesías que ella también había aprendido de sus mayores.
Me emocionó escucharles declamar ésta con fervor. Y respeté en silencio sus recuerdos.
Cierto día el Hada Azul, quiso a la tierra bajar y se mandó preparar su gran carroza de tul. Diciendo: «A cada mujer de las diversas naciones, les voy a dar tantos dones como pueda conceder».
Bajó aquí sin dilación, tocó su cuerno amarante y acudieron al instante una de cada nación.
Llamó y dijo a la italiana: Tú tendrás ardientes ojos… y tendrás labios tan rojos que parecerán de grana.
Por tu cutis sonrosado, dijo a la inglesa, serás entre todas las demás un tesoro codiciado.
Por tus nacarados dientes le dijo a la austriaca luego, verás quemar en el fuego de amor a tus pretendientes.
A la mujer parisien le dio una distinción, ingenio, corrección… y hasta corazón también.
Y así fue haciendo lo mismo pródiga con todas ellas, repartiendo entre las bellas; a una sentimentalismo, a otra ingenio, a otra blancura, a otra claro entendimiento, a esa otra un alma pura…
Así acabó sus dones, que entre todas repartió, cuando al terminar salió de entre todas las naciones una gallarda manola muy joven, casi chiquilla, que lucía una mantilla de rica blonda española, y que acercándose al Hada, ruborosa dijo así: Según veo para mí no me habéis dejado nada.
Quedóse el hada un momento suspensa de admiración y fijando su atención en ella, con acento dijo luego: ¿Tú qué quieres que yo te pueda otorgar? ¿Tienes algo que envidiar a todas estas mujeres? ¿No tienes el pelo acaso abundante, negro, hermoso? ¿No tienes el porte airoso? ¿No hay en tu mirada clara, rayos de sol que fascina? ¿No es tu sonrisa divina? ¿No es bellísima tu cara? Entonces, ¿qué quieres?, di si aún juntando a todas ellas, resultan menos bellas que tú.
¿Qué buscas aquí? Sin embargo, dijo el Hada: yo no quiero que al marcharte tengas porqué lamentarte de que no te he dado nada.
Y mirando a la manola dijo alzando más el tono: ¡A ver, que traigan un trono a la mujer española!
Hasta aquí la parte recitada de memoria. El resto de la poesía lo he encontrado en el blog de Jose Angel Muriel
Y en este cuento me fundo si es que este cuento no engaña, para decir que en España está lo mejor del mundo.
II
Las mujeres españolas se distinguen por su cuerpo, por su cara tan risueña, su talento y su salero.
Una de estas mujeres, a ninguna se la iguala, porque entrega cuando ama todo el candor de su alma.
Mujeres, como capullos en flor; vosotras sois el orgullo español; mujeres morenas de labios coral que entregáis la vida y el alma al besar…
Mujeres que lleváis en los ojos las luces de un tesoro del cielo español.
Dedico esta poesía en fechas tan señaladas, a estas fiestas a las Reinas y sus Damas.
Poesía atribuída a Rosita Denia, maestra. También se nombra al poeta mejicano Amado Nervo como autor.
Las fotografías son de internet y están seleccionadas de mujeres de la época de 1900
Hoy siento una especie de vértigo, de certeza, difícil de explicar…
.
Todo quedó en su sitio como la imagen fija de una vieja fotografía, sin concesiones.
Nosotros dos atrapados por la pasión de las galernas, «santa maría del buen ayre» entrelazados tus labios respirando la tormenta de mis labios..
Todo está hoy en el mismo sitio y también el doble de lejos, solo han cambiado los siglos la inocencia de la ciudad indecisa y las lunas que siguen alumbrando heridos.
Mientras, navega sobre mi cuerpo interminable tu forma de atraerme a ti…
He conseguido encontrar algunas claves para comprender la poesía de T.S.Eliot; comprender su orden caótico como un «mosaico de metros, rimas y estilos».
«La publicación de La Tierra baldía en 1922 marcó un hito en la tradición poética anglonorteamericana. El poema se reveló súbitamente como el documento revolucionario del experimentalismo de las vanguardias. Los primeros lectores se sintieron fascinados y perplejos ante aquel texto extraño y enigmático, una colección de fragmentos de diversa índole, escritos en siete lenguas, que se extendía a lo largo de distintas épocas y culturas, y cuyas imágenes recurrentes articulaban un nuevo lenguaje poético…»
La poética de la fragmentación y la unidad del poema
(Apuntes)
«En el grado cero de la escritura, según observaba Roland Barthes, la poesía de la modernidad es una poética de la ausencia a la vez que una sintaxis discontinua.
La expresión poética parte de un universo fragmentario en el que las palabras se vuelven solitarias y aterradoras porque sus vínculos son más bien potenciales.
Con su poética de la fragmentación, La tierra baldía se parece a los restos de un drama extraviado, del que se ha borrado su trama principal y del que se conserva sólo el argumento secundario. Simultáneamente, la técnica cubista del collage invita al lector a reinventar los intersticios e intervalos ausentes. Eliot lo convierte en un co-creador y co-buscador de los eslabones perdidos.
La obra de Eliot posee un carácter onírico; el argumento carece de principio, desarrollo y final. Solamente hay fragmentos y retazos que, una vez introducidos quedan suspendidos en el texto.
El poema es un conjunto de meandros, viajes interrumpidos, sagas y aventuras discontinuas e inconclusas…
La repetición de temas, motivos e imágenes confiere al poema una estructura polifónica.»
Extractado del libro «La tierra baldía» edición bilingüe de Viorica Patea. Cátedra/Letras Universales
***
«Me diste jacintos hace un año por primera vez;
me llamaban la muchacha de los jacintos.»
—Pero al regresar, ya tarde, del jardín de los jacintos,
Si te llevara allí antes del amanecer, lo primero que verías sería la bruma sobre el agua…
Hablábamos ayer de «sincretismo». Encontré, hojeando de pasada, en el libro de Michael Ondaatje «El paciente inglés», unas líneas de gran belleza y que volvieron a llevarme al tema de las religiones; a sus encuentros y desencuentros en un mundo con necesidad de que sus dioses se pongan de acuerdo…
«En la tienda había noches en que no conversaban y noches en que no cesaban de hablar. Nunca estaban seguros de lo que sucedería, qué fracción del pasado surgiría o si su contacto sería anónimo y quedo en su oscuridad. La intimidad del cuerpo de ella o el cuerpo de sus palabras en el oído de él, tumbados en el almohadón de aire que él insistía en inflar y usar todas las noches…
Él se apretaba contra el cuello de ella. Se deshacía con el contacto de las uñas de ella por su piel o tenía pegada su boca a la de ella, su estómago a la muñeca de ella.
Ella lo imaginaba, en la oscuridad de su tienda, como a medias pájaro, por algo en él que recordaba a una pluma, por el frío metal en su muñeca. Siempre que estaba en aquella tiniebla se movía como un sonámbulo, un poco descompasado con el ritmo del mundo, mientras que durante el día se deslizaba entre todos los fenómenos fortuitos que lo rodeaban, igual que el color se desliza sobre el color. Pero de noche encarnaba el sopor.
… Si te llevara allí antes del amanecer, lo primero que verías sería la bruma sobre el agua. Después se alza y revela el templo a la luz. A esa hora a la que ya se habrán iniciado los cánticos a los santos; los cánticos que son la esencia misma del culto. Oyes el canto y hueles la fruta de los jardines del templo: granadas, naranjas. Por todo hay árboles sagrados y agua mágica. El templo es un abrigo en la corriente de la vida, accesible a todos. Es la nave que cruza el océano de la ignorancia.
… En el templo los representantes de todos los credos y todas las clases recibían la misma acogida y comían juntos. Podía dejar una moneda o una flor en la tela extendida del suelo y después unirse al gran cántico permanente».
Cierro los ojos la bruma me arrastra, sobre el temblor de las aguas te siento, oscila tu ardiente oscuridad…