Una historia común

Hace días que no escribo. Ayer estuve en el cementerio. Por eso hoy solo hablaré de una historia común.

De cómo uno ha llegado hasta aquí, de cómo ha sobrevivido desde la cima de un quinto piso sin ascensor, en una buhardilla de una calle cualquiera, de cualquier ciudad, con la mirada orientada al frío del norte y con el vaho de los cristales camuflando las lágrimas de pequeñas soledades.

No puedo olvidar el olor a ropa blanca y el abrazo cálido del pecho tierno de mi abuela a esa hora de la siesta en la que todos duermen y ella acoge con cariño mis desvelos. Yo miro a las formas caprichosas que dibuja la luz en los ángulos de las paredes, cuando traspasa las persianas de madera por las rendijas. De fondo oigo, sin escuchar, el murmullo de un gran aparato de radio de madera y metal colocado sobre una silla al lado de la cabecera de la cama, en el lado donde suele dormir sentado mi abuelo, pero que a esas horas está trabajando en la habitación de al lado, y por eso los pequeños tenemos que estar en silencio, lo que a mí me parece mucho rato.

Sin embargo, soy feliz.

También fui feliz cuando me enamoré. Y más tarde cuando fui madre.

A veces la pobreza también es feliz. Bueno, quizás quiero decir que es feliz en la primera parte, después cambia los vestidos de organza y tafetán de los días de fiesta por batas de casa de percal, casi sin darse uno cuenta, y se escucha la pasión por los patios en la novela de las cuatro de la tarde —la hora de mayor soledad— y uno se remonta a aquella buhardilla de un quinto piso sin ascensor, en cualquier ciudad orientada al frío del norte y con el vaho de los cristales camuflando lágrimas de pequeñas soledades, mientras se aprieta al tierno recuerdo de los abrazos verdaderos.

Alguien suele apagar, siempre antes de tiempo, la luna en el jardín de los enamorados.


@mjberistain
Imagen de internet – San Sebastián, el cementerio de los ingleses

14 comentarios sobre “Una historia común

  1. Luego de leer la entrada veo con agrado la cantidad de comentarios comunes que te han dejado («comunes» en cuanto todos comparten la mirada y la expresión; es decir, lo que quieren decirte) y yo, sin sumar más palabras a lo ya dicho, también me sumo a ellos.
    Supongo, por otra parte, que algo de este pasado compartido hace que nos sintamos cómodos los unos con los otros (entre quienes te han dejado comentarios veo algunos amigos comunes). ¿Cuánto de lo que hemos vivido nos ha hecho comprendernos a pesar de las distancias y de las diferencias culturales? Creo que ésta es una pregunta sin respuesta, pero me gusta el planteo y me lo llevo para seguir pensándolo mientras salgo a pasear.

    Un fuerte, cálido y compartido abrazo.

    P.D.: El feeder me avisa que has subido una foto a tu otro blog, pero cuando quiero ingresar a él no me es posible hacerlo. Si nos has borrado la entrada, revísala porque algo no anda bien.

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  2. La mia, mi pequeña historia, que me traes a la memoria, en un ultimo piso pequeño, con una enorme terraza, o a mi que era pequeño me lo parecía o así quedo gravado en mi memoria. Con frío, con botella verde de agua caliente en la cama helada, con cocina de leña y carbon, acogedora, caliente, amorosa, con Matilde perico y Periquin, y el Zorro Zorrito….!eramos niños! y felices.

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    1. Rubén, siempre es grato encontrarte por mis lares y además haces que mi autoestima suba unos grados para soportar mejor el frío invierno de por aquí. Gracias por tus palabras, un abrazo de rosas y besos.

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  3. Se puede ser feliz en la pobreza,
    hasta se puede ser feliz en la soledad,
    fui pobre, me sentí sola muchas veces
    a pesar del cariño de mi abuela,
    pero, tras pasar los años,
    recuerdo mi niñez con mucho agrado,
    lo triste quedó enterrado
    y me queda el recuerdo de los buenos momentos.
    Un abrazo, Mª Jesúa, feliz año.

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