Alrededor de la persona que escribe libros
siempre debe haber una separación de los demás.
Es una soledad.
Es la soledad del autor, la del escribir.
Para empezar, uno se pregunta qué es ese silencio que lo rodea.
Marguerite Duras
Jenn Díaz nació en Barcelona, está considerada como una de las plumas destacadas de la generación de autores nacidos en la década de los ochenta. Este artículo fue publicado en la revista Jot Down y titulado: «Las mujeres que no se aburren también son peligrosas…».
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En la mayoría de repasos literarios, de listas con escritores, de recorridos por la escritura de países, culturas, estilos o generaciones, el número de mujeres que aparecen siempre es muy pobre. Tanto es así, que acostumbro a leer los artículos que recogen este tipo de inventarios en diagonal, siguiendo la línea de nombres escritos en negrita para comprobar si se ha colado alguna mujer: no, aquí tampoco.
Entonces me retan: hazlo tú. Y me digo que sí, que voy a escribir un artículo, un contraartículo de ¿Hay que aburrirse mucho para escribir bien? pero solo con escritoras, y me doy cuenta de que no se me vienen nombres a la cabeza. No recuerdo ni una sola mujer que se aislara para escribir, que se marchara a otra ciudad, que tuviera un lugar preferido para desarrollar su escritura. Igual es solo un momento de duda, pero no, no se me ocurren. No se me viene a la mente ninguna escritora que se aburriera mucho para escribir bien, porque las escritoras que he leído, las historias de las escritoras que he leido, siempre han estado vinculadas a su vida cotidiana. No diré que más vinculadas a su vida que a su obra, pero sí de un modo parecido. Empiezo a pensar, siempre que intento dar alguna explicación a la falta de protagonismo femenino, en todo lo que leí en Un cuarto propio, de Virginia Woolf, porque funciona como una pequeña biblia femenino-literaria que consultar cuando no entiendo algo. Me pregunto por qué, primero, no hay tantas mujeres en las listas, y segundo, por qué yo tampoco sé dar un artículo de correspondencia a Ramón Lobo utilizando el mismo tema, pero desde el otro lado, desde este lado.
Veo una pequeña hilacha woolfiana por la que decido seguir. La mujer ha pasado por varios estados con respecto al arte, y el primero de esos estados es el de incompatibilidad. No hay filósofas, por ejemplo. Y de según qué años, tampoco escritoras, que son las que me interesan para intentar este artículo. ¿Por qué esa incompatibilidad entre la mujer y el arte en según qué sociedades? En la conferencia que dio Woolf sobre las mujeres y la novela, recogida en lo que ahora conocemos como «Una habitación propia» o «Un cuarto propio», según la edición, Virginia dio la respuesta a algunas de las preguntas, además de lanzar la máxima de que una mujer para escribir necesita dinero y un espacio propio e íntimo para poder hacerlo. El hombre nunca escribió como rebeldía, sino que escribía porque podía y sabía hacerlo. El curso natural de esa escritura iba en función del talento, el tiempo, la sensibilidad y el dinero que tuviera cada escritor, pensador, filósofo o teórico. La mujer, cuando empezó a escribir, lo hizo en la mayoría de casos a escondidas: físicamente o bajo un nombre masculino. La manera de desarrollarse ambas escrituras es distinta y por eso la evolución también lo es, de ahí que a veces se caiga en la etiqueta de escritura masculina y escritura femenina. Virginia Woolf, que me va a acompañar en todo este discurso porque es prácticamente el suyo, sabía que cuando el hombre ya escribía de forma artística, es decir, cuando el hombre escribió como un escritor y no como un hombre que se explica a través de la literatura, la mujer empezaba a utilizar el mismo medio para la autoexpresión.
Virginia explica muy bien cómo el hombre utiliza la escritura como objeto de arte, y la escritura no necesita de nada más, se sostiene sola. Es literatura. Cuando el hombre ya está a la altura del arte literario, la mujer empieza a escribir sobre sí misma. No siempre en diarios, a veces también en forma de ficción, velando su propia realidad. Si en el mismo momento de la historia la mujer está un escalón por debajo del hombre con respecto al motivo por el cual escribe, es normal que vaya mucho más retrasada y le cueste más florecer. Inspeccionar el interior de los personajes parece una tarea más femenina, porque en realidad era lo que hacía la escritora: inspeccionar el interior del personaje, que era el suyo. Mientras que el hombre podía hacerlo o no, porque tenía más recursos para escribir y exploraba, investigaba.
Si la escritora estaba todavía procesando la escritura de autoexpresión para evolucionar a la literatura, es lógico que en el repaso sobre hombres que buscaban un lugar apartado de los placeres y la inmediatez para poder concentrarse, no haya nombres femeninos.
La mujer que escribía todavía se estaba despojando de todos los prejuicios que le suponía escribir, porque no era lo normal. No solo escribía condicionada por su situación de mujer que escribe, sino que sabía que no será bien recibida. Por eso Alfonsina Storni no era bien recibida por las lectoras y Pardo Bazán tuvo que modificar la línea de su biblioteca para mujer porque reclamaban recetas o consejos y no textos sobre el feminismo. Me voy a permitir un ejemplo para ilustrar esta desigualdad: la literatura es el placer sexual, y la escritura es la procreación. Bien, mientras el hombre ya disfrutaba de un placer sexual con respecto a la literatura, ya era capaz de crear, la mujer todavía estaba anclada en el sexo como método para procrear, de modo que, si en la cama se le exigía algo que no fuera una postura cómoda para quedarse después embarazada, sino que le pedían que fuera sensual, por ejemplo, no sabía hacerlo. La escritora primero tenía que superar el momento de la autoexpresión, tenía que superar la escritura personal para dar paso al objeto literario, artístico. No es tan fácil. Parece que me estoy alejando cada vez más del artículo de Ramón Lobo, pero acabaré reconduciendo toda esta teoría que alimenta Virginia Woolf desde su breve ensayo sobre la mujer que escribe.
Si la escritora estaba todavía procesando la escritura de autoexpresión para evolucionar a la literatura, es lógico que en el repaso sobre hombres que buscaban un lugar apartado de los placeres y la inmediatez para poder concentrarse, no haya nombres femeninos. La mujer todavía estaba asimilando su propia escritura, desenmascarándola del Yo para darle importancia al arte, que lo único que importara fuera la novela, el personaje, y no el mensaje que quiere mandar. Para decidir que necesita una concentración mayor para crear, antes tenía que ponerse a crear, y los primeros pasos de la mujer que escribía no era de creación, sino de asimilación de sí misma. Debía despojarse antes de las moralejas, de los personajes que se rebelaban, de las mujeres que destacaban. Estaban demasiado ocupadas defendiéndose a través de su escritura para poder darle el carácter literario que merece una buena novela.
No, no se me venía a la mente ninguna mujer que se marchara a una ciudad para concentrarse y escribir, porque las mujeres que he leído no solo combinaban lo doméstico con lo literario, sino que durante décadas (ya más cercanas) la escritura era su vía de escape, la literatura era usada por las mujeres. “Yo escribí mi salida”, dice Jeanette Winterson en su autobiografía ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?
Marguerite Duras, Carmen Martín Gaite, Jeanette Winterson, Ana María Matute. Estas cuatro escritoras (a excepción de Duras, que sí tenía una casa en la que se encerraba) escribían para liberarse de algo que era íntimo, y por mucho que se alejaran de los vicios y las ciudades que reclaman tu atención, el motivo de su escritura era demasiado personal para aislarse. Los conflictos maternales, la homosexualidad, la soledad, el problema con la bebida, la muerte de una hija, superar el provincianismo o perder la custodia de tu hijo al divorciarte en una sociedad machista, hacían que la obra de estas mujeres estuviera teñida de su realidad. Así que no solo no se aburrían para escribir bien, sino que necesitaban de su vida cotidiana para nutrir lo que estaban escribiendo. De ahí que se acabe diciendo que las mujeres solo escriben de experiencias propias y sean incapaces de inventar.
En el caso de Frida Kahlo (me permito una excepción entre las escritoras), Clarice Lispector o Sylvia Plath, no podían tomar la decisión de irse a un refugio artístico para poderse concentrar, porque la vida de sus maridos tenía un protagonismo muy fuerte en las suyas, y lo único que hacían era perseguirles.
Entonces intento darle una explicación lógica: la mujer va un paso por detrás porque empezó más tarde y en unas circunstancias poco favorables. Lo que necesitaban las mujeres no era irse lejos del vicio de una ciudad llena de posibilidades, como les pasaba a los hombres, sino aislarse del ruido de su vida cotidiana y, a un tiempo, utilizar ese ruido. Por eso el lugar al que recurrían las escritoras era la habitación propia y no la biblioteca del Museo Británico (Vargas Llosa) o la grisura londinense (Canetti). Solo querían un momento, un momentito por favor, y dejar a un lado todo lo que estaban viviendo para poder escribirlo y después, inmediatamente, seguir viviéndolo. Por otra parte, se esperaba de ellas que no renunciaran a su papel de mujer para ponerse a escribir, pero eso nos aleja de la escritura y nos acerca a lo social.
Así, el siguiente paso con respecto a la literatura, una vez superada la autoexpresión y dando paso a un objeto literario que no necesita excusas, es todavía un territorio poco explorado por la mujer escritora: los ensayos. Martín Gaite reflexionaba sobre la escritura, los cuentos y la literatura en «El cuento de nunca acabar» y Marguerite Duras tiene un breve texto publicado que se llama «Escribir». No hay muchas escritoras que publiquen libros divagando acerca de ello, o que tengan en el mercado un libro como «Autobiografía de papel», de Félix de Azúa. La mujer todavía está ahondando, superada la escritura que busca en el Yo, en el material puramente literario: detenerse y buscar explicación, lógica o teórica a todo ese proceso creativo significa haber superado una serie de obstáculos que todavía no están conseguidos. Mientras la mujer esté utilizando la literatura como exorcismo para superar metas que el hombre ya ha rebasado, no podrá pasar al siguiente nivel literario.
Ahora, antes de leer en diagonal los artículos con repasos literarios en los que no aparezcan mujeres, me preguntaré si la mujer ya está preparada para la enumeración, si el tema que se trata es un territorio explorado por la mujer, o si por lo contrario es uno de esos estados que nos llevan de ventaja los hombres y lo único que nos falta es, además de la habitación propia y el dinero, un poco de tiempo. Al artículo de Ramón Lobo no le faltaban escritoras (bueno, alguna), es a la mujer a la que le falta un paso más con respecto al arte por el arte, sin justificaciones. Cuando la mujer se crea merecedora, como Virginia Woolf en sus excursiones a la biblioteca o Marguerite Duras comprando una casa solo para ella y su escritura, de alejarse de todo para crear, aparecerá en las listas de mujeres que se aburren mucho para escribir bien.
Artículo de Jenn Díaz