El reloj

Aprendí a saber lo que era un reloj mucho antes de estudiar en el colegio qué era eso, para qué servía y quien lo había inventado. En casa teníamos un reloj de arena que sólo funcionaba cuando se le daba la vuelta, si te marchabas mucho rato de su lado, se quedaba parado. Era un rollo, porque no sabías cuánto tiempo había pasado.

Tampoco me preocupaba mucho en aquel momento cómo pasaba el tiempo de deprisa, según decían los mayores. A mí me daba tiempo, desde que me levantaba, de hacer un montón de cosas. Me quitaba las legañas, me miraba en el espejo y no me reconocía. Bueno sí me reconocía después de lavarme la cara y peinarme. Por supuesto que me tenía que lavar los dientes con aquella pasta roja que se llamaba el torero. Entonces los mayores iban a los toros, pero yo no le encontraba ninguna relación con la pasta de dientes.

Pero, como había tantas cosas que yo no entendía, ¡pues nada!

Iba al cole, volvía a casa a comer y a lavarme los dientes, volvía al cole, jugaba, hacía deporte, volvía a volver a casa… En fin que me daba para hacer muchas cosas, pero no sabía cómo se medía el tiempo. Era muy difícil entender a los mayores cuando me lo explicaban. Algo así como lo de los reyes magos, que tampoco se entendía muy bien.

En la playa un día me enseñaron cómo era un reloj en la arena. Dibujamos un círculo como un sol con rayitas alrededor y pusimos un palito en medio. Entonces me di cuenta de que la sombra del palito se movía. Algo tenía que ver con el sol. No sabía muy bien si era el sol el que se movía o el palito. Me decían que unos señores que se llamaban egipcios y otros que se llamaban incas, que yo no conocía de nada, ya lo venían usando desde hacía muchos años. (¡y… dale con el tiempo!)

reloj en arena

Como seguía sin enterarme, de vez en cuando volvía a preguntar para ver si me aclaraba las ideas. Y me contaban que después de aquello se inventaron el reloj de arena. Yo pensaba que se referían a aquél que habíamos dibujado nosotros en la arena, pero no. Era otra cosa.

Se referían a uno como el que teníamos en casa.

Luego otros señores como uno que se llamaba algo así como Leonardo Da Vinci o Galileo, a los que tampoco conocía y que debían de ser muy sabios, se inventaron mecanismos que hacían tic-tac todo el rato y que contando los tics-tacs se podían controlar cosas como el día y la noche, la primavera, el verano…

Había otros relojes en casa, los fui identificando poco a poco. Yo los miraba muchas veces para ver si veía llegar el verano que era cuando nos daban las vacaciones. Pero no me enteraba, sólo me daba cuenta cuando al salir de casa ya no tenía que ir con abrigo o con paraguas y entonces estaba más contenta.

reloj despertador

Me gustaba el reloj que tenían mis padres encima de la mesilla. Tenía como dos campanitas que sonaban ring-ring por las mañanas. Yo no sabía cómo leerlo, pero sabía que era la señal para que nos levantáramos todos de la cama. Algo iba entendiendo por fin.

Ahora han cambiado mucho las cosas. Los niños enseguida aprenden a leer relojes y eso que ahora son más aburridos que los de antes, no hacen tic-tac ni tienen agujitas que se mueven, ni campanitas. No sé muy bien si los entienden, pero los saben leer. Lo digo porque conozco bien a Andrea. Tiene cuatro años y cuando se despierta muy temprano por las mañanas, va a la habitación de sus padres antes de que suene la chicharrita y les lee los números de color verde brillante de una pantalla que tienen encima de la mesilla de su madre.

– MAMI… SON LAS CERO SIETE DOS PUNTITOS CERO DOS…

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