… lo decía Peter Handke en su «Poema a la Duración»
Era el año 1991 cuando conocí su obra. Desde entonces lo leo de vez en cuando porque me mantiene en esa duración que es la vida como un despertar. Se dijo entonces en su presentación (El País Año VII, Nº 305) que se trataba de una poesía meditativa, reflexiva, que razona y celebra al mismo tiempo, de lenguaje sobrio, nada aparatoso, nada especialmente lírico, y que busca explicar desde varios ángulos el contenido y el sentido de una experiencia singular y profunda.
El que no ha sabido lo que es la duración es que no ha vivido —dice en el prólogo del libro Eustaquio Barjau quien también se ha ocupado de la traducción—. La felicidad no es algo que pueda venirnos de la voluntad, es muchas veces algo que está muy cerca y de lo que pasamos de largo por no haberlo advertido, una gracia imprevisible, huidiza; algo a lo que solo cabe responder con una actitud y un modo de vida que pueda favorecer su llegada. Dice él mismo: El Poema a la duración es una obra que puede —no se sabe si pretende— producir un efecto saludable en un lector atento y empático. En definitiva una de las posibles funciones de la literatura.
Algunos versos… al azar:
Quería meter la cabeza en la hélice del barco,
del mismo modo como una vez quise meter la cabeza
por el cristal de la ventana de un mirador;
de esta forma quería apartarme de la belleza,
de la tierra, del paraíso,
de la ciudad santa, del amor engañoso.
Y este estado no pasó.
El resto del viaje seguí estando ausente,
con los ojos abiertos de par en par, de tristeza;
el corazón, un tic-tac de debilidad maligna,
un espíritu de vida, como tantas veces, trabajando,
en mi rincón cotidiano,
inclinado sobre las palabras,
las denominaciones originarias,
las protopalabras del hijo del hombre;
«la Tierra, la madre total», «la sonrisa innumerable de las olas del mar»,…
***
Una vez más lo he sabido
el éxtasis es siempre demasiado.
***
La Duración no está vinculada al amor de los sexos.
Puede de la misma manera,
envolverte en el amor que ofreces ininterrumpidamente a un hijo;
y allí no necesariamente en las caricias,
pasándole la mano por la cara, besándolo,
sino, una vez más,
solo dando un rodeo por las cosas que no tienen importancia.
***
La duración no desplaza,
me coloca donde debo estar,
Saliendo de la luz del foco del diario acontecer,
huyo decidido al incierto campo de la duración.
Ocurre la duración
cuando en el niño,
que ya no es un niño
—tal vez ya un anciano—,
reencuentro los ojos del niño.
La duración no está nunca en la piedra imperecedera
de tiempos remotos,
sino en lo temporal,
en lo maleable.
Lágrimas de la duración, ¡tan poco frecuentes!
lágrimas de alegría…
***
Concluyo con unos versos que hice míos a lo largo de mi vida cuando, en varias ocasiones, he tenido que volver a empezar en destinos distintos.
Y, al fin
Feliz aquel que tiene sus lugares de duración;
ya no será, aunque se haya trasladado para siempre a un país extraño,
sin perspectivas de volver a su mundo,
nadie a quien han expulsado del paraíso*
(*) también referido a «su patria»