Yo, solo puedo amarte


 

 

Estás hecha de profundos silencios
tu aliento es de salitre
y tu voz es como un agua
oprimida entre rocas

Vives
sobre mi sombra
y conoces desvelos
que guardas en tu frente
bajo un alba de nubes

Yo, solo puedo amarte

Con eco estremecido
de caracolas hacia adentro
Con grises partituras
salpicadas de luna
con ruiseñores a la espalda
con delirantes versos
y húmedas caricias.

Yo, solo puedo amarte.



Texto G.García Suarez
Imagen eltornilloquetefalta.wp

 

Zoé Valdés


No pesa pero ata, sólo es Amor.
Puso en mis manos un pequeño paquete, que no pesaba nada, envuelto en papel marrón de embalaje. Dentro, una fina cuerda.

¡Felíz cumpleaños!

Zoé Valdés escribió sobre el descubrimiento del libro Yann Andréa; el joven amante de la escritora Marguerite Durás.

Él decía:
“Yo digo ella. Siempre tengo una dificultad para decir la palabra. Yo no podría decir su nombre. Salvo escribirlo…

Zoé buscaba algo que le ayudara a salir de la melancolía que le producían las celebraciones, y, como hacemos algunos, decidió entrar en una librería…

“Busqué una biografía bien triste, de las de desencuadernar volúmenes gruesos con el espesor caliente de las lágrimas. No hallé nada para mi gusto altamente estúpido y sentimentaloide.

Me dirigí al estante de agendas, bastante feas por cierto. Al rato volví a echar una ojeada antes de abandonar la librería; mis ojos se posaron en la foto de la cintilla de cubierta: Ella, Marguerite Duras, vieja ya, y él Yann Andréa, en la flor de su juventud. Seguridad en el rostro de ella, tímida alegría en los ojos de él. Compré el libro sólo por esa foto de infinitos y encontrados sentimientos, pero en la que predominaba la ternura, una extraña ternura. Su título: Cet Amour-là.

Después de aquel rato conseguí sonreir un poco.

Me conformé una vez más con sumergir mi espíritu en la lectura. Elegí el libro que, pensé yo, me haría reflexionar menos que ninguno. ¡Equivocación! Las páginas volaban haciendo que no deseara que su contenido ardiente y esclavo se apagara.

Curiosear en los amores de una escritora no deja de ser una tentación inigualable. Muchos sentirán deseos de aprender de la vida vivida con tanto amor lento, exigente, aprehensivo también, temeroso, viajero, contradictorio, mutante…

Aquel amor no era un libro de amor.
Era la pasión silenciosa, el amor mismo.
Más que escrito, Tatuado”.

Fotografía de blogabay.wp


 

Apunte sobre la Amistad


Comentario de Rosa Montero

(Refiriéndose al libro de Nativel Preciado sobre la Amistad)

…Hablaba de los miedos (a fracasar, a envejecer, a no ser entendidos, a no ser queridos); de nuestros deseos (de amar y ser amados, de vivir intensamente, de ser más listos, más sabios o más sanos); de nuestras necesidades (más tiempo libre, un empleo digno, unos hijos que te aprecien más, unos padres que te entiendan mejor); de nuestras miserias (la vergüenza de haber hecho el ridículo, o de haber sido moralmente cobarde, o de haber mentido para medrar). Todos esos sentimientos, todas esas emociones y muchas más forman el entramado real de nuestras vidas. Todo eso es lo que verdaderamente nos preocupa y en lo que pensamos, por las noches, en la soledad del duermevela, que es nuestra pequeña muerte cotidiana, el ensayo general del acabóse.

La amistad hay que trabajársela, como uno se trabaja la carrera profesional, o los músculos del cuerpo en un gimnasio. La amistad es un músculo del sentimiento y la emoción, del entendimiento y la convivencia, y hay que hacer muchas pesas para mantenerlo firme y elástico.

Está claro que una buena parte de lo que somos lo debemos al más ciego azar; pero otra parte, enorme, es hija de nuestra voluntad y nuestra elección. Todos los días tomamos una infinidad de decisiones, muchas veces ni siquiera conscientes, con las que vamos modelando la realidad; puede decirse, por tanto, que, una vez alcanzada cierta edad, todos somos responsables de nuestras vidas. Con mayores o menores justificaciones, con mayores o menores atenuantes: pero en definitiva responsables. Y así vamos construyendo o a lo peor perpetrando nuestra existencia, tan lenta y tenazmente como si estuviéramos haciendo crecer una estalactita.

Pero de entre todas las piezas con las que vamos formando, paso a paso, el complejo rompecabezas de la vida, pocas hay de tanta trascendencia como la amistad. Con el tiempo, y mientras todo cae, todo tiembla, todo se despinta y se cuestiona, la amistad va posándose y creciendo, una roca batida por mares turbulentos. Si has sabido invertir, si has sabido elegir, si has sabido construir, esa roca emerge entre espumas y nieblas como un faro. Ésta es una de las pocas pero sustanciosas ganancias que proporciona envejecer: la gloria de ir creciendo año tras año con los amigos, y de saberte recordada, tal como fuiste, en el espejo compañero de sus miradas… Tantas cosas compartidas, tanta vida sólida y común a las espaldas. Por eso es impagable poder encontrarte un día con una persona a quien conoces desde hace, pongamos veinticinco años y comprobar una vez más que sigue viva. Que sigue cerca. Y que te sigue mirando.


 

Escritoras


Alrededor de la persona que escribe libros
siempre debe haber una separación de los demás.
Es una soledad.
Es la soledad del autor, la del escribir.
Para empezar,
uno se pregunta qué es ese silencio que lo rodea.
Marguerite Duras


Jenn Díaz nació en Barcelona, está considerada como una de las plumas destacadas de la generación de autores nacidos en la década de los ochenta.
Este artículo fue publicado en la revista Jot Down y titulado: 
«Las mujeres que no se aburren también son peligrosas...»

En la mayoría de repasos literarios, de listas con escritores, de recorridos por la escritura de países, culturas, estilos o generaciones, el número de mujeres que aparecen siempre es muy pobre. Tanto es así, que acostumbro a leer los artículos que recogen este tipo de inventarios en diagonal, siguiendo la línea de nombres escritos en negrita para comprobar si se ha colado alguna mujer: no, aquí tampoco.

Entonces me retan: hazlo tú. Y me digo que sí, que voy a escribir un artículo, un contraartículo de ¿Hay que aburrirse mucho para escribir bien? pero solo con escritoras, y me doy cuenta de que no se me vienen nombres a la cabeza. No recuerdo ni una sola mujer que se aislara para escribir, que se marchara a otra ciudad, que tuviera un lugar preferido para desarrollar su escritura. Igual es solo un momento de duda, pero no, no se me ocurren. No se me viene a la mente ninguna escritora que se aburriera mucho para escribir bien, porque las escritoras que he leído, las historias de las escritoras que he leido, siempre han estado vinculadas a su vida cotidiana. No diré que más vinculadas a su vida que a su obra, pero sí de un modo parecido. Empiezo a pensar, siempre que intento dar alguna explicación a la falta de protagonismo femenino, en todo lo que leí en Un cuarto propio, de Virginia Woolf, porque funciona como una pequeña biblia femenino-literaria que consultar cuando no entiendo algo. Me pregunto por qué, primero, no hay tantas mujeres en las listas, y segundo, por qué yo tampoco sé dar un artículo de correspondencia a Ramón Lobo utilizando el mismo tema, pero desde el otro lado, desde este lado.

Veo una pequeña hilacha woolfiana por la que decido seguir. La mujer ha pasado por varios estados con respecto al arte, y el primero de esos estados es el de incompatibilidad. No hay filósofas, por ejemplo. Y de según qué años, tampoco escritoras, que son las que me interesan para intentar este artículo. ¿Por qué esa incompatibilidad entre la mujer y el arte en según qué sociedades? En la conferencia que dio Woolf sobre las mujeres y la novela, recogida en lo que ahora conocemos como «Una habitación propia» o «Un cuarto propio», según la edición, Virginia dio la respuesta a algunas de las preguntas, además de lanzar la máxima de que una mujer para escribir necesita dinero y un espacio propio e íntimo para poder hacerlo. El hombre nunca escribió como rebeldía, sino que escribía porque podía y sabía hacerlo. El curso natural de esa escritura iba en función del talento, el tiempo, la sensibilidad y el dinero que tuviera cada escritor, pensador, filósofo o teórico. La mujer, cuando empezó a escribir, lo hizo en la mayoría de casos a escondidas: físicamente o bajo un nombre masculino. La manera de desarrollarse ambas escrituras es distinta y por eso la evolución también lo es, de ahí que a veces se caiga en la etiqueta de escritura masculina y escritura femenina. Virginia Woolf, que me va a acompañar en todo este discurso porque es prácticamente el suyo, sabía que cuando el hombre ya escribía de forma artística, es decir, cuando el hombre escribió como un escritor y no como un hombre que se explica a través de la literatura, la mujer empezaba a utilizar el mismo medio para la autoexpresión.

Virginia explica muy bien cómo el hombre utiliza la escritura como objeto de arte, y la escritura no necesita de nada más, se sostiene sola. Es literatura. Cuando el hombre ya está a la altura del arte literario, la mujer empieza a escribir sobre sí misma. No siempre en diarios, a veces también en forma de ficción, velando su propia realidad. Si en el mismo momento de la historia la mujer está un escalón por debajo del hombre con respecto al motivo por el cual escribe, es normal que vaya mucho más retrasada y le cueste más florecer. Inspeccionar el interior de los personajes parece una tarea más femenina, porque en realidad era lo que hacía la escritora: inspeccionar el interior del personaje, que era el suyo. Mientras que el hombre podía hacerlo o no, porque tenía más recursos para escribir y exploraba, investigaba.

Si la escritora estaba todavía procesando la escritura de autoexpresión para evolucionar a la literatura, es lógico que en el repaso sobre hombres que buscaban un lugar apartado de los placeres y la inmediatez para poder concentrarse, no haya nombres femeninos.

La mujer que escribía todavía se estaba despojando de todos los prejuicios que le suponía escribir, porque no era lo normal. No solo escribía condicionada por su situación de mujer que escribe, sino que sabía que no será bien recibida. Por eso Alfonsina Storni no era bien recibida por las lectoras y Pardo Bazán tuvo que modificar la línea de su biblioteca para mujer porque reclamaban recetas o consejos y no textos sobre el feminismo. Me voy a permitir un ejemplo para ilustrar esta desigualdad: la literatura es el placer sexual, y la escritura es la procreación. Bien, mientras el hombre ya disfrutaba de un placer sexual con respecto a la literatura, ya era capaz de crear, la mujer todavía estaba anclada en el sexo como método para procrear, de modo que, si en la cama se le exigía algo que no fuera una postura cómoda para quedarse después embarazada, sino que le pedían que fuera sensual, por ejemplo, no sabía hacerlo. La escritora primero tenía que superar el momento de la autoexpresión, tenía que superar la escritura personal para dar paso al objeto literario, artístico. No es tan fácil. Parece que me estoy alejando cada vez más del artículo de Ramón Lobo, pero acabaré reconduciendo toda esta teoría que alimenta Virginia Woolf desde su breve ensayo sobre la mujer que escribe.

Si la escritora estaba todavía procesando la escritura de autoexpresión para evolucionar a la literatura, es lógico que en el repaso sobre hombres que buscaban un lugar apartado de los placeres y la inmediatez para poder concentrarse, no haya nombres femeninos. La mujer todavía estaba asimilando su propia escritura, desenmascarándola del Yo para darle importancia al arte, que lo único que importara fuera la novela, el personaje, y no el mensaje que quiere mandar. Para decidir que necesita una concentración mayor para crear, antes tenía que ponerse a crear, y los primeros pasos de la mujer que escribía no era de creación, sino de asimilación de sí misma. Debía despojarse antes de las moralejas, de los personajes que se rebelaban, de las mujeres que destacaban. Estaban demasiado ocupadas defendiéndose a través de su escritura para poder darle el carácter literario que merece una buena novela.

No, no se me venía a la mente ninguna mujer que se marchara a una ciudad para concentrarse y escribir, porque las mujeres que he leído no solo combinaban lo doméstico con lo literario, sino que durante décadas (ya más cercanas) la escritura era su vía de escape, la literatura era usada por las mujeres. “Yo escribí mi salida”, dice Jeanette Winterson en su autobiografía ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?

Marguerite Duras, Carmen Martín Gaite, Jeanette Winterson, Ana María Matute. Estas cuatro escritoras (a excepción de Duras, que sí tenía una casa en la que se encerraba) escribían para liberarse de algo que era íntimo, y por mucho que se alejaran de los vicios y las ciudades que reclaman tu atención, el motivo de su escritura era demasiado personal para aislarse. Los conflictos maternales, la homosexualidad, la soledad, el problema con la bebida, la muerte de una hija, superar el provincianismo o perder la custodia de tu hijo al divorciarte en una sociedad machista, hacían que la obra de estas mujeres estuviera teñida de su realidad. Así que no solo no se aburrían para escribir bien, sino que necesitaban de su vida cotidiana para nutrir lo que estaban escribiendo. De ahí que se acabe diciendo que las mujeres solo escriben de experiencias propias y sean incapaces de inventar.

En el caso de Frida Kahlo (me permito una excepción entre las escritoras), Clarice Lispector o Sylvia Plath, no podían tomar la decisión de irse a un refugio artístico para poderse concentrar, porque la vida de sus maridos tenía un protagonismo muy fuerte en las suyas, y lo único que hacían era perseguirles.

Entonces intento darle una explicación lógica: la mujer va un paso por detrás porque empezó más tarde y en unas circunstancias poco favorables. Lo que necesitaban las mujeres no era irse lejos del vicio de una ciudad llena de posibilidades, como les pasaba a los hombres, sino aislarse del ruido de su vida cotidiana y, a un tiempo, utilizar ese ruido. Por eso el lugar al que recurrían las escritoras era la habitación propia y no la biblioteca del Museo Británico (Vargas Llosa) o la grisura londinense (Canetti). Solo querían un momento, un momentito por favor, y dejar a un lado todo lo que estaban viviendo para poder escribirlo y después, inmediatamente, seguir viviéndolo. Por otra parte, se esperaba de ellas que no renunciaran a su papel de mujer para ponerse a escribir, pero eso nos aleja de la escritura y nos acerca a lo social.

Así, el siguiente paso con respecto a la literatura, una vez superada la autoexpresión y dando paso a un objeto literario que no necesita excusas, es todavía un territorio poco explorado por la mujer escritora: los ensayos. Martín Gaite reflexionaba sobre la escritura, los cuentos y la literatura en «El cuento de nunca acabar» y Marguerite Duras tiene un breve texto publicado que se llama «Escribir». No hay muchas escritoras que publiquen libros divagando acerca de ello, o que tengan en el mercado un libro como «Autobiografía de papel», de Félix de Azúa. La mujer todavía está ahondando, superada la escritura que busca en el Yo, en el material puramente literario: detenerse y buscar explicación, lógica o teórica a todo ese proceso creativo significa haber superado una serie de obstáculos que todavía no están conseguidos. Mientras la mujer esté utilizando la literatura como exorcismo para superar metas que el hombre ya ha rebasado, no podrá pasar al siguiente nivel literario.

Ahora, antes de leer en diagonal los artículos con repasos literarios en los que no aparezcan mujeres, me preguntaré si la mujer ya está preparada para la enumeración, si el tema que se trata es un territorio explorado por la mujer, o si por lo contrario es uno de esos estados que nos llevan de ventaja los hombres y lo único que nos falta es, además de la habitación propia y el dinero, un poco de tiempo. Al artículo de Ramón Lobo no le faltaban escritoras (bueno, alguna), es a la mujer a la que le falta un paso más con respecto al arte por el arte, sin justificaciones. Cuando la mujer se crea merecedora, como Virginia Woolf en sus excursiones a la biblioteca o Marguerite Duras comprando una casa solo para ella y su escritura, de alejarse de todo para crear, aparecerá en las listas de mujeres que se aburren mucho para escribir bien.


Artículo de Jenn Díaz 

Te llamé Horizonte


 

Te encontré al final de los inviernos
cuando las sombras se equivocan
y en las esquinas sólo te sorprenden
recuerdos.

Tú sonreías
-o era una batalla-
con esa sonrisa tuya que desordena los cielos,
no hablamos de olvidar palabras en la almohada
ni de pájaros azules
¡Qué importa!

El silencio nos daba tantos argumentos
y una luz
y una duda y hojas secas
incluso otra mirada.

Te llamé horizonte
incapaz de pronunciar más allá de tu nostalgia,
tú pisabas los trópicos
sintiéndome bello en los versos,
y supe que te amaría un instante
un momento
toda mi vida.

 

Alfredo Cernuda


La Barca Egipcia

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Madame Berthe Trèpat agradecía los aplausos…

Antes de verle bien la cara lo paralizaron los zapatos, unos zapatos tan de hombre que ninguna falda podía disimularlos. Cuadrados y sin «tacones», con cintas inútilmente femeninas. Lo que seguía era rígido y ancho a la vez, una especie de gorda metida en un corsé implacable. Pero ella no era gorda, apenas si podía definírsela como robusta. Debía tener ciática o lumbago, algo que le obligaba a moverse en bloque, ahora frontalmente, saludando con trabajo, y después de perfil, deslizándose entre el taburete y el piano y plegándose geométricamente hasta quedar sentada. Dede allí la artista giró bruscamente la cabeza y saludó otra vez, aunque ya nadie aplaudía.

«Arriba debe de haber alguien tirando de los hilos» pensó Oliveira. Le gustaban las marionetas y los autómatas, y esperaba maravillas del sincretismo fatídico.

Madame Berthe Trèpat miró una vez más al público, su redonda cara como enharinada pareció condensar de golpe todos los pecados de la luna, y la boca como una guinda violentamente bermellón se dilató hasta tomar la forma de una barca egipcia… Otra vez de perfil, su menuda nariz de pico de loro consideró por un momento el teclado mientras las manos se posaban del do al si como dos bolsitas de gamuza ajada.


Cortázar
Fotografía de Decorarte.com

La barca solar en el Arte del antiguo Egipto

de Jose María Benito Goerlich

Reconciliación


 «Aunque la razón es común a todos,
la mayoría vive como si tuviera un pensamiento propio»
Heráclito

Time present and time past
Are both perhaps present in time future
And time future contained in time past
If all time is eternally present
All time is unredeemable
What might have been is an abstraction
Remaining a perpetual possibility
Only in a world of speculation
What might have been and what has been
Point to one end, which is always present
Footfalls echo in the memory
Down the passage which we did not take
Towards the door we never opened
Into the rose-garden. My words echo
Thus, in your mind.
But to what purpose
Disturbing the dust on a bowl of rose-leaves
I do not know…

Extracto del Poema Burnt Norton
de su obra Cuatro Cuartetos

Están presente y pasado presentes
tal vez en el futuro, y el futuro
en el pasado contenido.
Si está eternamente presente el tiempo
todo, todo el tiempo es irredimible.
Lo que pudo haber sido es abstracción
que existe, posibilidad perpetua,
sólo en un mundo en teoría.
Lo que pudo haber sido y lo que ha sido
miran a un solo fin, siempre presente.
Resuenan pisadas en la memoria
por el pasillo que no recorrimos
hacia la puerta de la rosaleda,
que no abrimos nunca. Así resuenan
en tu mente mis palabras.

Pero ignoro
su propósito al perturbar el polvo
en el cuenco de los pétalos de rosa…

Traducción de E.Pujals Gesalí


Los Cuatro Cuartetos fueron escritos por Thomas S Eliot entre los años 1936 y 1942 y editados en forma de folletos separados. Fue en 1943 cuando aparecen en Nueva York en forma de libro.

  • Burnt Norton, en 1936
  • East Coker, en 1940
  • The Dry Salvages, en 1941
  • Little Gidding, en 1942

Los nombres de las cuatro partes se refieren a lugares que tienen que ver con la historia personal de Eliot y con la tradición cultural a la que pertenece. «Burnt Norton» es el nombre de una casa de campo en Gloucestershire, que el poeta visitó en el verano de 1934 en compañía de una vieja amiga, Emily Hale. «East Coker» refiere a un pueblo en Somersetshire, en el sur de Inglaterra, de donde procedían los antepasados de Eliot que emigraron a América. «The Dry Salvages» forman un promontorio rocoso en medio del mar, frente a la costa de Massachusetts, donde Eliot pasó muchos veranos de su infancia. Y «Little Gidding » es el nombre de un pueblo de Huntingdonshire que Eliot visitó en 1936, famoso por la comunidad religiosa fundada allí en 1626 por Nicolás Ferrar y que Cromwell suprimió veinte años después. Sólo durante la escritura de «East Coker», el autor concibió la idea de repetir cuatro veces la estructura del cuarteto para formar una unidad.

Ver Introducción a la lectura de los Cuatro Cuartetos de Ernst Robert Curtius en Ensayos críticos sobre Literatura Europea.

No hay nada más hermoso que abrir el libro por cualquier sitio y dejarnos llevar, como si fuera una íntima oración de una religión que todavía no conocemos, pero que empieza a cautivarnos… (Cándido Pérez Gallego)

Imagen «Fire and Rose are one» de Makoto Fujimura


Ni Dios ni Darwin

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Ni Dios ni Darwin fue el libro publicado por mi amigo Erramun Gametxo (1914-2006), persona a la que tuve la oportunidad de conocer personalmente, y con la que conversé en muchas ocasiones. Mi admiración por su conocimiento y su discurso estuvo bastante lejos del impresionante ejercicio intelectual que proponía. 

Historia de un desencuentro intelectual con mi amigo Gametxo, que ahora vive en el corazón de mi memoria y en mis papeles.

Querida Maixux:

Leído que hube -no te rías- leído que hube, digo, tus «notas de autor», me permití la libertad de rebatirlas una por una, despiadadamente. Sé que por ello has de aborrecerme a perpetuidad, pero ya sabes aquello de amica Maixux —léase amicus Plato—, sed magis amica veritas (*)

Tengo la sospecha de que no te hacen demasiada gracia las bromas o las chirigotas, porque eres muy «seria». A mí sí me gustan cuando me agrada una persona con la que tengo confianza. Perdóname, pero soy así.

Y vamos al grano, ahora en serio. Como no sé si guardaste copia de las notas en cuestión, destacaré aquellas que me inspiren algún comentario.

Mi deseo primero es que la divergencia de nuestro pensamiento no empañe ni siquiera remotamente nuestra relación, tan singular…

No estoy muy seguro de que haya divergencia de nuestro pensamiento. Más bien creo que la divergencia está en el sentimiento, en las respectivas valoraciones afectivas. En cualquier caso, al menos por mi parte, no se empañará por eso, ni remotamente, nuestra relación.

Existen diferencias importantes en nuestra «cultura»… En cuanto a la cantidad y calidad de conocimiento…

No hay manera de medir la cantidad de conocimiento de las personas que tengan la misma edad. Por supuesto, salvo casos patológicos, cualquier persona de mucha edad tendrá siempre cantidad de conocimiento mayor que cualquier otra persona de corta edad, teniendo en cuenta que, mientras no se especifique qué clase de conocimiento, el de las matemáticas superiores o el de la alta teología (p. ej.) es tan conocimiento como el del campesino que sabe sembrar patata o trigo. Hecha la puntualización precedente, manifiesto mi total desacuerdo con tu tesis: en cuanto a cantidad de conocimiento, no existen diferencias importantes entre tú y yo. (¿Entre tú y yo?, ¿O entre ti y entre mí?, «Entre ti y mi», no pega. «Entre tú y entre yo», tampoco. ¡Estamos arreglados; ahora resulta que no sé gramática elemental!)

En cuanto a la calidad del conocimiento, ¿quién es el guapo capaz de afirmar que la calidad de mis conocimientos es mejor (o peor) que la de los tuyos? Los conocimientos de astronomía o de sociología ¿son de calidad mejor, o peor, que los de la geología o los de la economía? Tampoco estoy de acuerdo en que haya diferencias importantes entre tú y yo, en cuanto a calidad de conocimiento.

En cuanto a la estructura del pensamiento…

Ignoro cuál es aquí tu concepto de «estructura». Yo no tengo ninguno. Con arreglo a mis hipótesis, concibo el pensamiento como una función cerebral desempeñada por una estructura cerebral. Pero, obviamente, esta no es pensamiento; una estructura nunca es función, y tampoco una función es nunca estructura. Ahora bien, tocante a la función -aún supuesto que la realidad pudiera confirmar mis hipótesis-, hoy por hoy nadie sabe qué diferencias puede haber entre la función cerebral cognitiva de una determinada persona y la de otra determinada persona. Por tanto, rechazo de plano tu afirmación de que hay diferencias importantes entre tú y yo, en cuanto a la estructura de pensamiento.

En cuanto a la riqueza y dominio del discurso.

Por lo muy poquito -prácticamente nada- que sé de la riqueza y dominio de tu discurso, me es imposible comparar el tuyo con el mío. Sin embargo, una vez de haber visto que tienes marcada tendencia a subestimarte a ti misma, sospecho que tampoco en este aspecto existen diferencias importantes entre tú y yo. Si dijeras que solo existen importantes diferencias de modalidad entre tu discurso y el mío, no discreparíamos.

Me siento limitada para «apreciar» en toda su dimensión los razonamientos contenidos en tu libro.

No entiendo bien esto. Mis razonamientos no tienen dimensión alguna, o son falsos, o no son falsos, y punto. Ahora bien, si te sientes limitada -para comprender que no son (o son) falsos -por tu escasa capacidad intelectual, por lo complejo o lo intrincado de los argumentos, etc.- discrepo totalmente. Otra cosa es que te sientas limitada por causa de tu entendimiento reluctante a cierto tipo de razonamientos (lo que te decía de la modalidad en el precedente párrafo).

Admiro la facilidad con la que te desenvuelves por terrenos filosóficos, científicos y lógicos.

¿Filosóficos y científicos? Error, ¡craso error, Maixux! En mis escritos no encontrarás nada de filosófico. Y en materia científica, si bien se observa, solo hay en él conocimientos muy superficiales, no menos que los de un mediocre estudiante. En cambio, me parece estupendo que admires el trabajo realizado en el terreno de la lógica: el trabajo, el enorme trabajo que he realizado, no la facilidad con que me haya desenvuelto (de facilidad, no hubo nada).

Por mi parte, percibo mejor lo abstracto que tiene la búsqueda de la belleza…

Por aquí, por aquí vienen los tiros… Aquí es donde yo creo que existen diferencias importantes entre ti y entre mí. Según la transcripción de algún periodista, parece ser que la directora del Ballet Nacional de Cuba, Alicia Alonso, el otro día afirmó en Madrid que «con la danza se siembra la vida». Expresiones de este género nunca logran traspasar la epidermis de mi alma o de mi intelecto. Solo veo en ellas la frase afortunada, la frase original, la frase apta para «lucirse» en pura retórica, la frase impactante para ciertas sensibilidades, pero vacía de contenido en el terreno de la verdad y de la razón. ¿Puedo saber de qué manera se puede con la danza sembrar vida? Aquí es donde somos diferentes, Maixux. Para ti, lo que cuenta es la belleza, la emoción, la pasión, la vibración de la vida… Lo expresas claramente en los dos últimos párrafos:

La naturaleza y su misterio me mueven a la emoción. No necesito poseer la verdad última para vibrar, para entender la vida como un delicado y comprometido ejercicio de pasión.

Lo mío está casi en las antípodas. Cierto que siento emoción, y pasión y afectividad. Cierto que fácilmente —con demasiada facilidad— en determinadas circunstancias me echo a llorar a lágrima viva (no me refiero a sentir un gran sufrimiento o desgracia, sino a la pura emoción), pero no puedo «olvidar todo lo demás», y necesito saber por qué lloro, y por qué siento emoción, y por qué tú «vibras», y por qué la naturaleza parece un misterio. Yo sí necesito la verdad (la que tú llamas «última», y que no es la última).

Termino como empecé. Al menos por mi parte, la divergencia no empañará ni remotamente nuestra relación.

Con todo afecto.

D. Gametxo
Donostia, 99.08.13

(*) Amicus Plato sed magis amica veritas

es una locución latina atribuida a Aristóteles y citada por Ammonio en su obra La vida de Aristóteles. Su traducción literal es: «Platón es (mi) amigo, pero la verdad (es) más (mi) amiga», aunque puede presentar variantes como «Platón es mi amigo, pero la verdad me es más querida».

Aristóteles, que era discípulo de Platón, admiraba a su maestro, la profundidad de sus pensamientos y de sus razonamientos filosóficos, la corrección moral de su vida y de sus sentimientos, pero juzgaba más importante la verdad que la fidelidad a una persona, por relevante que esta fuese.

Podría ser una alusión al realismo ingenuo de Platón, que, aunque nunca despreció la verdad, a veces parecía no considerarla.


Alma Mahler


Alma, fue independiente y valiente; una de las mujeres privilegiadas cuyo destino o cuyo único fin en la vida fue el de alimentar la imaginación creativa de los hombres con los que se relacionó, aunque brotaba en ella continuamente el afán de liberarse y realizarse por sí misma. Era una mujer apasionada, con sangre de artista, vinculada a las artes por una pasión absoluta e incondicional.

La influencia de su padre, el pintor Schlinder —aristócrata de nacimiento— amante e intérprete de la naturaleza, fue determinante en su vida, de tal manera que a partir del fallecimiento de este buscó, de manera insaciable, la figura paterna a su lado.

«Mi padre era amante de la música. Tenía una maravillosa voz de tenor alto, y cantaba Lieder de Schumann y cosas por el estilo. Su conversación era fascinante y nunca vulgar. Me pasaba horas enteras junto a él, de pie, viendo cómo su mano reveladora llevaba el pincel. Yo soñaba entonces con ser rica para abrir camino a personas creadoras… Quería tener un gran jardín en Italia con muchos talleres blancos donde, personas importantes pasaran allí su vida dedicada solo al arte, ajenas a las preocupaciones cotidianas… Mi padre me tomó siempre en serio. Cuando murió me di cuenta de que había perdido a mi piloto y la estrella de mi camino sin que, fuera de él, ninguna otra persona lo hubiera sospechado. Me había acostumbrado a hacerlo todo a su gusto, y toda mi vanidad y ambición no habían conocido otra recompensa que la mirada inteligente de sus ojos…«


Frases elegidas de MI VIDA.
Alma Mahler-Werfel recoge en este libro sus papeles, diarios, cartas y notas. 

«No es lo principal de dónde viene lo hermoso de la vida. Se trata solo de captarlo, sentirlo y transmitirlo a alguien.

He logrado darme cuenta de que no soy feliz, pero tampoco infeliz. De pronto caigo en la cuenta de que solo llevo una vida ficticia. Mi sumisión interna es demasiado grande, mi navío está en puerto, pero hace aguas.

Ahora me muero de amor, ¡y al rato no siento nada! Cuando me siento amorosa, lo soporto todo con la mayor facilidad… Cuando no, la cosa es imposible. Y, sin embargo, sé perfectamente que hasta ahora nunca nadie ha estado tan cerca de mí como él.

¡Si recuperara siquiera mi equilibrio interno!

Desde hace varios días y noches vuelvo a tejer música en mi interior. Es tan intensa y penetrante que, al hablar, la siento debajo de las palabras, y de noche, no me deja dormir.

Cuando más fuerte es una persona, más desea poseer. Lo quiere poseer todo, y cogerlo todo, a veces también lo absurdo. Y debe ser así… Y yo me siento fuerte. Hay que aceptar cualquier incitación a una sensación, venga de donde venga.

Nadie está esperándome. Nadie está preparado para tomarnos sin una propaganda previa. Todo el mundo tiene que ofrecerse en toda su intensidad, para atraer, para incitar y para deslumbrar. Es una obligación.

Porque esta intensidad aumenta el calor del mundo, y hay que calentar la Tierra, no enfriarla.

Para conquistar la libertad hay que ser también libre por dentro, y eso es lo difícil.»

Alma Mahler nació en la Austria de los Habsburgo en 1879, falleció en Nueva York en 1964. Estuvo casada con el compositor Gustav Mahler, con el arquitecto Walter Gropius y con el novelista y poeta Franz Werfel. Amante también del pintor Oskar Kokoschka, estuvo íntimamente implicada en los movimientos más importantes de la música, la pintura, la arquitectura y la literatura del siglo XX, y contó con la amistad de muchos de los artistas más destacados de Europa.

De la biografía de Alma Mahler escrita por Susanne Keegan en 1991.


Una ortografía sentimental

Autora: Almudena Grandes

Para mí, septiembre es el mes de la melancolía.

Por encima del consolidado prestigio de los meses reflexivos y graves del otoño, la cosecha de hojas secas en octubre, el frío concentrado en las gotas de lluvia de noviembre, me entristecen los anuncios de la vuelta al cole, esas fotos tramposas, alevosamente falsas, de estudiantes felices con carpetas y libros que campean, como el inexorable filo de la espada más certera, sobre el último sol, las últimas risas conscientes del verano. Luego, cuando la realidad anima la imagen congelada de las fotografías y las aceras se pueblan de figuras diminutas que encorvan los hombros bajo el peso de grandísimas mochilas, los labios apretados, rendidos a una seca expresión de desaliento, sucumbo antes a la remota solidaridad de quien una vez conoció la exacta duración de esa condena que a la provechosa promesa de paz que late en mi mesa, en las teclas de mi ordenador, en mis mañanas de trabajo, en mi propia casa a punto de quedarse vacía de mis propios hijos.

Septiembre me pone melancólica, y resalta las escasas parcelas de mi vida en las que me permito practicar una nostalgia metódica, militante. Yo, que guardo las fotos en un cajón que no abro, para evitarme la tristeza de contemplarlas; que escapo por el dial de la radio de las canciones que bailé de adolescente, para no recordar cuántos años han pasado desde entonces; que sé muy bien por qué me prohíbo ciertas películas, ciertos juegos, ciertos sabores; cultivo, sin embargo, una vieja pasión que tiene mucho que ver con los días de septiembre, con los madrugones y el papel de plata de los bocadillos, con el olor a grafito y goma de borrar que impregnaba unos dedos sorprendentemente pequeños y, sin embargo, míos. Desde entonces hasta ahora he sido fiel a muy pocas cosas. Una de ellas es la ortografía.

Cuando yo aprendí a escribir, en un proceso seguramente inconsciente, que ahora soy incapaz de reconstruir, decidí asignar un valor sentimental a los signos de puntuación, a los acentos y a los accidentes del idioma en general, obedeciendo a un instinto extraño, que me impulsaba a devolver al español adornos -estorbos, dirían otros- que había perdido hacía ya mucho tiempo. Por ejemplo, no sé quién me enseñó a acentuar los monosílabos, incluidos algunos que nunca habían llevado acento, pero la palabra «ti», sin él, me sigue pareciendo más digna de un señor cualquiera que pasa por la calle que del íntimo interlocutor a quien siempre se asigna. Este fervor, casi patológico, por la ortografía ha ido creciendo en la medida en que nuevas normas, aplaudidas por psicólogos, pedagogos y maestros de primaria, han ido despojando las ramas del idioma de hojas superfluas para los demás, pero absolutamente imprescindibles para mí, porque ahora tengo la sensación de haber conocido una selva fértil y maravillosa, llena de sorpresas, de accidentes, de misterios y de trampas, que se ha ido quedando poco a poco en una urbanización de chalets adosados con calles rectas y paralelas, farolas idénticas y cables enterrados. Ese formidable bagaje de signos que animan un texto sin ser letras era como las montañas y los ríos, las lagunas y los mares, los puentes y las calles sin salida en el mapa imaginario del idioma de una niña que empezaba a descubrir, maravillada, cómo conseguían leer los mayores. Nunca olvidaré, por ejemplo, la emoción que sentí al aprender por fin en qué ocasiones la «u» se merecía una corona de dos puntitos. Quizá por eso me decidí a procurar emociones de más, aun al precio de tener que inventármelas.

Sigo siendo fiel a esta extraña ortografía sentimental, y siempre pongo un acento en la «e» de fé, porque, sin él, esta palabra no puede designar sino la amarga impostura de un cínico burlón. Y la tristeza que siento al quitárselo, mientras corrijo un texto para entregarlo, es más triste aun cuando llega septiembre y las aceras se pueblan de escolares que maldicen por dentro las palabras esdrújulas para siempre jamás.

Fotografía Marcelo Gugliari. Flickr


En los labios del Agua

Destaco algunas frases de la novela del mismo título escrita por Alberto Ruy Sánchez.

La vida de las pasiones es como un caleidoscopio.

Comencé a escribir con gran desesperación, pero con gran placer.

Esta vez quiero hablarte y tocarte con mis palabras. Cada parte de mi historia es como un azulejo distinto. Los combino para dibujarte la geometría de mis deseos, de mis búsquedas, de mi lucha contra el vacío.

Ella, ella…

Primero aprendió a desearla infinitamente…

Y fijó en ella toda su existencia, como quien se convierte a una nueva religión. Buscó hacer de cada gesto de amor, de cada placer grande o pequeño, de cada palabra, de cada recuerdo, una prueba de su adoración: una oración

La imagen solar de la mujer era la creadora en sus sueños de un lugar privilegiado: un jardín de radicales caricias.

«Muerde mis labios
y quédate con ellos
como los nombres del aire
en los labios del agua.»

Decía el abuelo que, si uno va en barco, cuando el viento y el mar hacen el amor, lo cambian a uno. Siempre que me enamoro de una mujer y ella huele a mar, me acuerdo con miedo de alguna tormenta…

Una mujer feliz es toda agua.
Cierras los ojos y estás en el agua.
Y uno…
-cuerpo de toro con corazón quebradizo-
tiene que aprender a respirar dentro del agua.

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Una buena pluma debe romperse
cuando ha logrado escribir con certeza
la palabra amor.


Me llamo barro


¡Me llamo barro!
eterno barro que emerge
lluvia, buril vagabundo
que trabaje sin planos,
yo, pujante arcilla
ansiosa de escultura.

 

Se estremeció al contacto de las manos
y ofrecía su cuerpo al alfarero
que ella siempre anheló: primero el rostro
después el talle, luego las rodillas.
¡Oh, sí! Mujer de barro que se vuelve
cántaro de agua, miel, vasija húmeda,
copa de amor para los desmayos
maceta de albahaca taza honda
cáliz de olor jofaina regalada
pila bajo la fuente perdurable
lamparilla de aceite que alumbrara
noches sin sueño y páginas de un libro
que está por escribir.

¡Oh, sí; ser barro!
Barro que ha descubierto a su alfarero.


 Autor: Jose Agustín Goytisolo

Alejandría

Cuando las obras humanas
se revelan tan efímeras…

Cuando las ideas huyen
con el viento y el amor
solo es un asesinato
perpetuamente renovado…

Cuando se sabe por fin,
que todo en el mundo es locura,
todavía hay dos cosas
que exigen un respeto.

Los pavorosos abismos
de un alma en soledad
y la infinita misericordia
de los sueños.


Autor: Terenci Moix


¿Qué resume la palabra Alejandría?

Evoco enseguida innumerables calles donde se arremolina el polvo. Hoy es de las moscas y los mendigos, y entre ambas especies de todos aquellos que llevan una existencia vicaria.

Cinco razas, cinco lenguas, una docena de religiones; el reflejo de cinco flotas en el agua grasienta, más allá de la escollera. Pero hay más de cinco sexos y solo el griego del pueblo parece capaz de distinguirlos. La mercadería sexual al alcance de la mano es desconcertante por su variedad y profusión. Es imposible confundir a Alejandría con un lugar placentero. Los amantes simbólicos del mundo helénico son sustituidos por algo distinto, algo sutilmente andrógino, vuelto sobre sí mismo. Oriente no puede disfrutar de la dulce anarquía del cuerpo, porque ha ido más allá del cuerpo.

Alguien dijo… Alejandría es el más grande lagar del amor; escapan de él los enfermos, los solitarios, los profetas, es decir, todos los que han sido profundamente heridos en su sexo.

Notas para un paisaje… Largas modulaciones de color. Luz que se filtra a través de la esencia de los limones. Polvo de ladrillo suspendido en el aire fragante, y el olor del pavimento caliente recién regado. Nubes livianas, al ras del suelo, que, sin embargo, rara vez traen la lluvia. Sobre ese fondo se proyectan rojos y verdes polvorientos, malva pastel y un carmesí profundo y diluido. En verano la humedad del mar da una leve pátina al aire. Todo parece cubierto por un manto de goma.

Y luego, en otoño, el aire seco y vibrante, cargado de áspera electricidad estática, que inflama el cuerpo bajo la ropa liviana. La carne despierta siente los barrotes de su prisión… Alguien camina por una calle oscura, sembrando los fragmentos de una canción como si fueran pétalos de una flor.


Lawrence Durrell
Extracto de Justine – Cuarteto de Alejandría
Imagen de Internet – Punto por Punto