Mientras Hamás entrega a la Cruz Roja a los otros 13 secuestrados y completa la liberación de los rehenes vivos…
La Academia Sueca ha anunciado este jueves en Estocolmo que el Premio Nobel de Literatura 2025 es para el húngaro László Krasznahorkai (Gyula, 71 años) al escritor húngaro László Krasznahorkai“ por su obra cautivadora y visionaria que, en medio del terror apocalíptico, reafirma el poder del ARTE”
Alto y con una expresiva mirada de ojos achinados azules, siempre viste de negro —como le explicó hace décadas a Kovacsics en su primer encuentro— y su proximidad a la filosofía oriental es patente no solo en su obra, sino también en su ademán calmado. Criado en una familia burguesa judía, su aproximación a la literatura llegó tras varios años de vagabundeo por Hungría, en los que buscaba la compañía de aquellos que vivían en los márgenes —”quería estar entre los más pobres porque pensaba que ellos eran quienes vivían la realidad”—. Rechazaba entonces la idea de convertirse en algo, de construirse un futuro en el régimen comunista donde nació y creció. “En esas dictaduras uno pensaba que el mundo era así y así sería mañana, y pasado mañana, el tiempo no tenía importancia”, recordó en Pamplona. Tras esa primera etapa de inconformista errante, quiso dedicarse a la música y acabó escribiendo una primera novela en 1985, que tituló Tango satánico. La idea de “arreglar” ese libro y alcanzar lo que realmente se había propuesto es lo que le ha empujado a seguir intentándolo una y otra vez, aseguró el ganador del Man Booker Internacional en 2015. Desde hace casi tres años reside en Trieste, aunque pasa largas temporadas en Hungría y en Viena, “el triángulo austro-húngaro”.
Es el gran cronista de la Hungría comunista y la que emergió después, el retratista perfecto de ese país imperfecto que heredó las cenizas de un imperio deshecho en el siglo XX con graves heridas para sus pueblos, y del universo indefinido en que se convirtió esa nación tras abrazar la democracia, aún renqueante.
Krasznahorkai es un hombre tranquilo, afable, apasionado de la conversación y dueño de una literatura sin prisa y de cocción lenta que hoy choca frontalmente con el ritmo de nuestras vidas.
El máximo galardón universal premia así la hondura, la capacidad de profundizar y un alto en el camino en este modo de vida de aceleración sin fin.
Las LETRAS sin metáfora serían un mapa sin montañas ni ríos, apenas un desierto de signos desnudos.
La metáfora es ese puente secreto entre lo que decimos y lo que sentimos, el atajo poético que convierte una emoción en imagen, y un pensamiento en paisaje.
La literatura sin ella quedaría reducida a una lista de instrucciones, eficaz…pero sin una pizca de asombro.
Con ella, en cambio, la palabra se abre en abanico: la tristeza puede ser un pájaro herido, la esperanza un faro que titubea en la niebla…y el amor —ese misterio inagotable— una hoguera que nunca arde por igual, que tantas veces te da la vida y otras te abrasa o te deja sólo humo cuando se va.
Y además de embellecer, la metáfora nos permite comprender lo que de otro modo sería inabarcable.
Hablamos del tiempo como un río, de la muerte como un sueño o de la memoria como un cofre, para tocar lo intangible.
Porque, en el fondo, la metáfora es la respiración más honda del lenguaje, y nos recuerda que sirve también para inventar mundos.
Reconozco que frecuento el Blog de Volfredo, y en muchas ocasiones encuentro temas variados y recomendaciones que me interesan. Desde aquí mi admiración sincera y mi agradecimiento por su generosidad en compartir su conocimiento.
Respeto todas las opiniones. En este caso, he decidido guardar la referencia del libro «El Retrato de Dorian Gray» en esta página, para tener a mano su estupenda reseña que merece una lectura tranquila.
Puede ser que a alguien más le interese… en especial su Blog LO REAL MARAVILLOSO. Un Sitio de literatura, historia y buen arte.
Recomendación:
Pasados los lejanos ecos de la juventud y sus ímpetus, recomiendo la relectura de “El retrato de Dorian Gray” desde la experiencia acumulada; obra de incalculable valor literario y filosófico, que fusiona con maestría la estética decadente con una profunda reflexión sobre la moralidad, la belleza y el hedonismo. A través de la historia de Dorian Gray, Wilde explora los peligros del narcisismo y la obsesión por la apariencia, cuestionando las implicaciones éticas de una vida guiada por el placer y la vanidad. Su prosa refinada y su simbolismo visual enriquecen una narrativa que desafía las normas sociales de su época, y nos invita hoy, a una reflexión sobre la superficialidad y la crisis de valores en la sociedad contemporánea. La obra se erige así, como una crítica atemporal a las contradicciones inherentes en la búsqueda de la perfección estética y el vacío existencial que esta puede conllevar.
Ver la reseña completa en su Blog «Lo real maravilloso»
Abrir las páginas de un libro por puro azar, y sentir, o imaginar que sus palabras se están dirigiendo a ti.
¿Por qué he elegido hoy este libro de formato especial, de encuadernación exclusiva y papel satinado con páginas llenas de imágenes antiguas de viajes, barcos, trenes, aviones y de «pasajeros», cuyo modo de vida elegido es viajar solos?
Página cuarenta ocho y cuarenta y nueve. ¿Qué significado tiene? No voy a pensar más en ello. Voy a dedicarme a leer y a ver si descubro su mensaje.
Suele pasarme que cuando abro un libro —cualquiera que sea, y ya sea en mi propia biblioteca o en la biblioteca de algún amigo o en cualquier librería a la que no pueda evitar entrar— en cualquier página, me aguarda un mensaje que el destino tiene preparado para mí en aquél justo momento.
Esto me fascina.
Hoy mi viaje ha llegado hasta aquí y he topado con este texto que me acerca al sentimiento del amor, desde la otra orilla.
Hay pocas sensaciones y pocos estados mejores que los que se viven durante un viaje. Nada como ir de un lugar a otro, sin más compañía que las vueltas de tu imaginación y de tu memoria, y sin más arma que la capacidad que tengas en cada momento de relacionarte con la gente, con el paisaje, con el clima, con las costumbres, con los pequeños hábitos, las comidas, las formas de cortesía, las formas de soledad, los modos de estar con otros…
La soledad del viajero es una soledad llena de estímulos. Es una soledad acicateada, pellizcada. Es una soledad libre.
El viaje ayuda a la introspección, a la inmersión, y, a la vez, uno se puede ver desde fuera. Como si cruzara hasta la orilla de enfrente, se mirase desde allí, y descubriera, con nitidez, y con cercanía, nada de la borrosa lejanía que pudiera sospecharse, perfiles, ángulos, profundidades, que no había imaginado nunca.
Yo soy pocas veces más yo que cuando viajo. Amo estar sin otras coordenadas y sin otra identidad que la que soy capaz de agrupar durante el trayecto.
Decía Elias Canetti que el buen viajero es despiadado, porque viajando los prejuicios se quedan en casa. «Se observa, se escucha, se siente uno fascinado ante lo atroz porque es nuevo».
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¿Qué oculta la mar cuando la noche la viste de plata?
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Despierto bajo cielos donde dormitan brújulas
la ebriedad del salitre entre mis venas.
¿Y si dejara de soñar?
Tus rasgos, el atardecer en tus ojos
del color de la arena
Tu ceño fruncido, y una alarma
encendida en la noche
cuando echas a volar seductora
la vieja mueca para una nueva bienvenida.
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Desde la otra orilla
La mar me envuelve en una nube de borrosa lejanía,
«Pero todo está bien. Al final de la noche desangrada, cuando se termina de danzar y la aurora está allí y muy pronto el día, una se pone a pensar. Fue necesario bailar para no poder bailar más, para que la danza se hubiera convertido en la cosa más imposible. Fue necesario la cabeza desgarrada por los cobres y las luces, para que la cabeza supiera querer reencontrarse en el silencio fresco de la mañana. Después de cada baile no sé danzar nunca jamás. Después de días de soledad, una termina por complacerse en la ignorancia, para cuajar con ella de un impulso, como un buen fuego. Entonces no es necesario perturbar esas lentas llamas rectas, […] es necesario quedar como nuevo en la ignorancia. Se mira el mar. A fuerza de verlo, de verlo solo a él, una se gasta, se gastan totalmente nuestros cuatro recuerdos. No se sabe qué delirio de ignorancia va a llevarnos. Pero se sigue siempre entre esos cuatro miembros, esos brazos, esas piernas, tan llenos de timidez, siempre. Y, sin embargo, a fuerza de verlo solo a él, nos invita cada vez más claramente en su lenguaje de sordomudo a hacer algo definitivo. Tal vez a arrojar todo el pudor, toda la dignidad por el aire como una ropa sucia. Habrá que animarse a mirarse a una misma hasta bailar un baile para una sola, abandonarme a mí misma hasta bailarme, bailar delante de mí el triunfo de mi ignorancia absoluta de mí y de mi ignorancia de todo».
«Geoff Dyer habla de ‘la última palabra’ como de aquello que cambia tu manera de ver el mundo y, en su caso, con Stalker de Andréi Tarkovski descubrió lo que da de sí un viaje con destino a una habitación»
Llega el verano y es tiempo de viajes, de romper con el curso de las cosas, de meterse en otras vainas. Por ejemplo, la de ver de una vez Stalker, la película de Andréi Tarkovski que está ahí desde hace ya demasiados años, a la cola, como esperando que ocurra un milagro (o algo parecido). De pronto, por casualidad —el verano es también tiempo de casualidades—, abres Zona (Literatura Mondadori), de Geoff Dyer, “un libro sobre una película sobre un viaje a una habitación”. Es decir, sobre Stalker. Así que no hay más remedio, e inicias esa tarea siempre postergada. Es una película de culto, para muchos una de las más grandes de la historia del cine, tiene el prestigio de haber abierto nuevos caminos, y todo el mundo sabe que es lenta. Un peñazo.
Dyer recoge enseguida una frase de otro cineasta, Robert Bresson, que se obligaba a recordarse una especie de exigencia: “Hacer visible lo que sin ti quizá nunca se hubiera visto”. Y también se acuerda del proyecto que abrigaba Gustave Flaubert de “escribir un libro sobre nada”, un libro que no tuviera casi tema, o en el que el tema fuera casi invisible. Estas dos referencias son suficientes para saber que ver Stalker es algo que está reñido con esta época que rinde culto a la inmediatez y a la velocidad y a las satisfacciones inmediatas, y que demanda sobre todo entretenimiento. Dyer cuenta que vio la película poco después de que se estrenara en 1979 y que le resultó aburrida, pero explica que muchas de sus imágenes se le quedaron dentro, y que lo empujaron a verla otra vez y otra y otra. Hasta que se encontró escribiendo un libro sobre Stalker. Hay un momento en que dice, cuando los protagonistas inician el desplazamiento en un motorraíl hacia la Zona, que se trata de “una de las grandes escenas de la historia del cine”. Luego afirma que hay otras muchas en la película, así que se obliga a no repetirse más.
Zona es el libro de alguien que explora una gran pasión. Enfrentarse a Stalker no es una tarea fácil, pero compensa. Quizá sea bueno entenderla como lo que es, un viaje, y no sucumbir a la tentación de buscarle simbologías o tratarla como una alegoría. El Escritor y el Profesor se dirigen de la mano de Stalker a un lugar prohibido, y punto. La manera de filmar de Tarkovski, los paisajes en los que te sumerge, los colores, la textura, la inquietud que te traslada: “Siempre está pasando algo o está a punto de pasar o podría pasar”, escribe Dyer. Hay lugares y situaciones que filmó Tarkosvki que parecen anunciar lo que luego fue Chernóbil o lo que quedó tras el derrumbamiento de las Torres Gemelas.
Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Geoff Dyer nació en 1958. Tenía 10 años cuando se produjeron las revueltas de 1968 y poco más de 20 cuando vio Stalker. Comenta que los libros, discos, películas que encuentras después de aquellos momentos tan decisivos de la juventud “no tienen la menor oportunidad de convertirse en la última palabra porque hace ya unos años que escuchaste —o leíste o viste— tu última palabra”. Hay situaciones que te cambian tu modo de ver la vida. Los jóvenes del 68 se socializaron con un proyecto, “la imaginación al poder”; el que lo hace con Stalker entiende las cosas de otra manera. Los personajes se meten todo el rato en distintos charcos, se pringan, avanzan con dificultades camino de esa habitación de la Zona donde su “deseo más íntimo se hace realidad”. Así que saben que, si eso ocurriera, podrían vivir una pesadilla.
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.
EN QUÉ CONSISTE LA CREACIÓN POÉTICA Y QUÉ FUNCIONES TIENE
ARTÍCULO DE LUIS GARCÍA MONTERO SOBRE POEMA DE JAIME GIL DE BIEDMA
“El juego de hacer versos”, es un poema de los llamados metapoéticos, porque el poeta trata de explicar en qué consiste la creación poética y qué funciones tiene. El poeta no habla del “oficio” de hacer versos, sino de “juego” y que matiza más tarde “que no es juego” porque entiende que la poesía es más una cuestión de técnica que de sentimientos. Considera que escribir poemas es una manera de entender la vida, aunque el “placer» del comienzo se convierta al final en “vicio solitario”. «El juego de hacer versos» hace un recorrido de la trayectoria del poeta desde la nostálgica adolescencia “demasiados inexpertos, / ni siquiera plagiábamos…” hasta su decadente madurez. Como vemos, el poema tiene una estructura circular, cerrada, comienza y termina con la misma estrofa, aunque con matices diferentes en los dos últimos versos: esta variante hace destacar los efectos del paso del tiempo en la obra del autor. En este poema Gil de Biedma condensa toda su Poética, todo su proceso creador. Admite el arte como vocación, pero también como trabajo «El Arte es otra cosa distinta” … Aprender a pensar / en renglones contados / —y no en los sentimientos / con que nos exaltábamos —» El poeta sabe que la lengua es un instrumento mágico y reconoce que la mejor poesía es la rítmica «el Verbo hecho tango«.
Gil de Biedma tiene la virtud de conectar fácilmente con el lector al utilizar un lenguaje sencillo, cercano y ameno, aunque por ello no trate con gran sensibilidad temas tan vitales como el conflicto y mala conciencia que le producen la pertenencia a la clase burguesa “… a vosotros pecadores / como yo, que me avergüenzo de los palos que no me han dado, / señoritos de nacimiento / por mala conciencia escritores / de poesía social, / dedico también un recuerdo, / y a la afición en general“ o la búsqueda constante de su propia identidad enfrentado con el tiempo y con su propia decadencia “Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde / como todos los jóvenes, yo vine / a llevarme la vida por delante. / […] Pero ha pasado el tiempo / y la verdad desagradable asoma: / envejecer, morir, es el único argumento de la obra” o el amor en su largo y precioso poema “Pandémica y celeste”: “… Sobre su piel hermosa, / cuando pasen más años y al final estemos, / quiero aplastar los labios invocando / la imagen de su cuerpo / y de todos los cuerpos que una vez amé / aunque fuese un instante, deshechos por el tiempo, / Para pedir la fuerza de poder vivir / sin belleza, sin fuerza y sin deseo, / mientras seguimos juntos / hasta morir en paz, los dos, / como dicen que mueren los que han amado mucho. “
EL JUEGO DE HACER VERSOS
El juego de hacer versos –que no es un juego – es algo parecido en principio al placer solitario.
Con la primera muda en los años nostálgicos de nuestra adolescencia, a escribir empezamos.
Y son nuestros poemas del todo imaginarios –demasiado inexpertos ni siquiera plagiamos –
porque la Poesía es un ángel abstracto y, como todos ellos, predispuesto a halagarnos.
El arte es otra cosa distinta. El resultado de mucha vocación y un poco de trabajo.
Aprender a pensar en renglones contados –y no en los sentimientos con que nos exaltábamos –,
tratar con el idioma como si fuera mágico es un buen ejercicio, que llega a emborracharnos.
Luego está el instrumento en su punto afinado: la mejor poesía es el Verbo hecho tango.
Y los poemas son un modo que adoptamos para que nos entiendan y que nos entendamos.
Lo que importa explicar es la vida, los rasgos de su filantropía, las noches de sus sábados.
La manera que tiene sobre todo en verano de ser un paraíso.
Aunque, de cuando en cuando,
si alguna de esas nubes que las carga el diablo uno piensa en la historia de estos últimos años,
si piensa en esta vida que nos hace pedazos de madera podrida, perdida en un naufragio,
la conciencia le pesa –por estar intentando persuadirse en secreto de que aún es honrado.
El juego de hacer versos, que no es un juego, es algo que acaba pareciéndose al vicio solitario.
Discurso de clara janés en la RAE sobre el «cantar de los cantares»
12 de junio de 2016
SENSIBILIDAD POÉTICA
«Salomón —ha comenzado su discurso Clara Janés— escribió, siempre según la leyenda, el Cantar de los cantares, la cual ha generado deslumbrantes destellos y despertado tales ecos (sea a través de la imagen, de las traducciones, de las imitaciones o simbolismos) que han acabado por convertirse en semillas fecundas».
«¿Cómo una obra cuya traducción exacta es casi imposible puede convertirse en una versión y estudio apasionantes (fray Luis), en una égloga (Arias Montano) o ser el germen de una de las mayores creaciones literarias existentes, el Cántico espiritual de san Juan de la Cruz?», se ha preguntado la poeta catalana, quien ha reconocido que su «vinculación con la escritura empezó precisamente debido al Cántico espiritual, a la lectura y explicación —diría majestuosa— que de él hizo José Manuel Blecua [padre del exdirector de la RAE] —a quien tanto debo— cuando llegué a la Universidad de Barcelona. Él, con su ritmo pausado, me desveló mi sensibilidad poética, a la vez que el origen salomónico del poema de san Juan».
Los versos del Cantar y el mismo personaje de Salomón, ha proseguido Clara Janés, «cruzaron tiempo y espacio con extraordinario vigor. ¿A qué se debe ese vigor respecto a la obra lírica? No cabe duda: algunas de sus palabras y conceptos eran tan fuertes que saltaron por encima de las dificultades de traducción y quien los recibía no quedaba impasible». La nueva académica ha continuado esbozando el trayecto que siguió el Cantar de los cantares desde su origen como epitalamio hasta llegar a los místicos y hebraístas españoles, «un trayecto —o interpretación— complejo y huidizo».
CÁNTICO ESPIRITUAL
Tras repasar la vía oriental, Janés se ha situado en el Renacimiento y en España, destacando tres hombres de fe y letras: Arias Montano, fray Luis de León y san Juan de la Cruz, al que se suma pronto una mujer también de la fe y entregada a la escritura: santa Teresa de Jesús. «Arias Montano es el primero que se lanza a verter el Cantar del hebreo al romance, pero lo hace convirtiéndolo, según la moda de la época, en una égloga pastoril. En 1554 ya lo ha concluido y llevado a Salamanca. […] Fray Luis hará la traducción y primer comentario de la obra de Salomón en 1561. […] Más tarde, en 1578 escribe san Juan las treinta y una primeras estrofas del Cántico espiritual. […] Cinco años después de la traducción en prosa y comentario del agustino, santa Teresa escribe sus Meditaciones sobre los Cantares».
El objetivo de Arias Montano era fundamentalmente literario, ha explicado Janés. Y el propósito de fray Luis de León, en cambio, era bien distinto: traducir del hebreo «palabra por palabra». Por su parte, santa Teresa «no se enfrenta a la obra de Salomón como texto, sino a la expresión metafórica de algo que ha vivido, y lo hace parcialmente. Su escrito es una comunicación íntima».
Si fray Luis pretendía trasladar el epitalamio salomónico a la letra, «san Juan lo ha incorporado, ha aceptado en su interior el verdadero enigma que encierra: el amor, un amor que da vida […]. El Cantar de Salomón es la obra de la que más cerca se siente». La nueva académica ha concluido preguntándose qué singulariza la obra de san Juan de la Cruz y qué la hace tan excepcional: «Para empezar, la musicalidad de sus liras. […] Pero eso es solamente el esqueleto donde se monta un cuerpo de gran riqueza de imágenes, que casi podríamos calificar de surrealistas, en las que se superponen planos simbólicos, de modo que no se hacen fácilmente descifrables. El enorme atractivo del Cántico espiritual reside en ello: presenta un enigma. […] La trama de Juan de la Cruz es una poesía fonética, en una poesía de imagen simbólica, montada sobre un ritmo que no se pierde ni un instante».
Del AIRE POÉTICO habló Soledad Puértolas en la presentación del acto, diciendo:
La Academia nos viene a recordar el valor de la poesía, esa misteriosa dama encargada de dar aliento y luz a la aridez de la vida y de dotarla de contrastes, complejidad y hondura, y que nos hace un extraordinario regalo, la intuición de la trascendencia.
El aire poético de los versos de Clara Janés y de los versos que otros escribieron y que ella ha hecho suyos, parece rodearla siempre. Ella escribe poesía, traduce poesía, habla sobre otros poetas y escritores en ese tono inconfundible de quienes buscan una verdad, […] esa verdad que se vislumbra, efímera, fugitiva, pero intensa y profunda.
Y ha querido recordar «la necesidad de Janés de ampliar su mundo, de traspasar límites, de beber en fuentes situadas en lejanos y misteriosos parajes, que la ha llevado a efectuar una labor de difusión literaria de incalculable valor».
Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia; la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y, por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas; doblan por ti.
John Donne (1572-1631)
“Por quién doblan las campanas” es la novela de Hemingway sobre la guerra civil española. En el mes de abril de 1937 la República lanza un ataque fallido sobre las posiciones enemigas de La Granja y Segovia, en plena sierra de Guadarrama, vertientes de Madrid y Segovia.
Desde el Puerto de Navacerrada, controlado por la República, hasta La Granja, en manos de los franquistas, se extiende una extensa tierra de nadie. Un grupo de guerrilleros dirigidos por el dinamitero norteamericano Robert Jordan, desde una cueva junto a Siete Picos, planea volar el Puente sobre el río Eresma para truncar el avance de los nacionales.
El capítulo 27 de la novela recoge la anónima, tantas veces repetida, historia de un día en la vida, en la muerte, de cinco guerrilleros republicanos que tomaron una colina en la sierra de Guadarrama. Este capítulo sirvió de inspiración a la banda Metallica para su mítico tema del mismo nombre que la novela.
For Whom The Bell Tolls es la tercera canción del segundo álbum de estudio de Metallica, Ride the Lightning; la introducción del tema fue realizada por Cliff Burton, con bajo eléctrico y distorsión que le hacen parecer una guitarra, y para el sonido de la campana se utilizó un yunque. En las versiones en directo de la canción, la banda suele comenzar con un solo de bajo en memoria de Burton, que falleció con solo 24 años en un fatal accidente que tuvo el autobús de la banda en el trayecto de Estocolmo a Copenhague, camino de su próximo concierto, programado para el 27 de septiembre de 1986.
Make his fight on the hills in the early day/ Libraron su guerra sobre las colinas desde el amanecer
Constant chill deep inside/ con una ansiedad crónica en lo más profundo de su interior
Shouting gun on they run through the endless gray/ mientras gritan las armas ellos corren a través de una grisura interminable
On they fight for their right, yes, but who’s to say?/ellos luchan por su verdad, sí, pero a quien cabe decírselo
Sierra de Guadarrama. Una colina. Cerca de Segovia. Cerca de La Granja. Hace frío. Aún hay restos de nieve. Hay que llegar a la cresta de la colina. Cinco hombres. Cinco milicianos. Tres están heridos. El más joven solo tiene dieciocho años. Espolean al único caballo. Sí, es la guerra civil española. Ni la mejor ni la peor. Una guerra. Otra más. Tan justificada, tan digna, tan estúpida, tan cruel, tan absurda como cualquier otra.
For a hill, men would kill, why? They do not know / Por una colina, el hombre es capaz de matar, el por qué, ellos no lo saben
Wounds test their pride / las heridas ponen a prueba su orgullo
Men of five, still alive through the raging glow/ los cinco hombres aún vivos entre un resplandor furioso
Gone insane from the pain and they surely know/ el dolor les enloquece y seguramente son conscientes de ello
Galopa el caballo. La muerte no tiene ideología. No tiene compañeros, no tiene camaradas. Jadea el caballo. Ya llegan a la colina. Una colina fea y enferma, como un absceso. El pus somos los humanos. Hay que encajonarse entre dos rocas. Colocar y mimar las ametralladoras. La muerte exige una disciplina y una estética. El caballo está exhausto. El caballo está herido. Una bala para el caballo. Una bala quirúrgica, tierna. Ya está, ya pasó. Gracias por todo compañero. Un último servicio como parapeto. El espinazo para apoyar el cañón mirando al horizonte, al enemigo que no se ve pero que aguarda. La muerte y lo muerto nos hará valernos para matar y morir.
For whom the bell tolls / por quién doblan las campanas
Time marches on/ el tiempo continúa su marcha
For whom the bell tolls/ por quién doblan las campanas
Resistir y fortificar es vencer, dice el eslogan. La Pasionaria dice que es mejor morir de pie que vivir de rodillas. No estamos de rodillas. Estamos de barriga. Ninguno verá ponerse el sol esta tarde. Ellos son ciento cincuenta. Solo queda llevarse a algunos de compañeros de viaje. Porque ellos son valientes, pero también estúpidos. Siempre hay alguno que no tiene paciencia. Paradójicamente, disponer de un armamento tan moderno, te da una confianza que te vuelve loco.
Take a look to the sky just before you die/ echa un vistazo al cielo justo antes de morir
It is the last time he will / por última vez
Blackened roar, massive roar fills the crumbling sky / un estertor negro, un estertor pleno envuelve un cielo que se derrumba
Shattered goal fills his soul with a ruthless cry / el objetivo fallido engulle su espíritu con un grito implacable.
Hace un cielo de comienzos de verano. El Sordo, el cabecilla, está seguro de que es la última vez que lo ve. No siente miedo de morir, pero le irrita hacerlo en una colina que no tiene más objeto que ser un lugar para morir. Se tenga miedo o no, es difícil aceptar el propio fin. El Sordo lo acepta; pero no encuentra alivio en la aceptación. Si es preciso morir, y lo va a ser, se puede morir, y aunque no tiene importancia, no gusta nada: Morir no tenía importancia ni se hacía de la muerte ninguna idea aterradora. Pero vivir era un campo de trigo balanceándose a impulsos del viento en el flanco de una colina. Vivir era un halcón en el cielo. Vivir era un botijo entre el polvo del grano segado y la paja que vuela. Vivir era un caballo entre las piernas y una carabina al hombro, y una colina, y un valle, y un arroyo bordeado de árboles, y el otro lado del valle con otras colinas a lo lejos.
La adaptación cinematográfica (1942) fue estrenada en 1978 en España y en versión íntegra en 1998, tuvo 9 nominaciones al Óscar. El rodaje duró 24 semanas (de julio a octubre de 1942). Las primeras 12 en Sonora Pass, Sierra Nevada. Las últimas 12 en California. La carga ideológica de la novela se edulcora en la película por las presiones franquistas y de una conservadora administración norteamericana, que recordemos que en esos momentos es aliada de Stalin, a la que no le interesa reflejar las atrocidades del bando republicano, lo que acaba convirtiendo elfilm en una entretenida peli de amor y aventuras.
Stranger now are his eyes to this mystery / Ahora son sus ojos extraños a este misterio
He hears the silence so loud / el silencio le resulta atronador
Crack of dawn, all is gone except the will to be / una grieta en el amanecer, todo ha desaparecido excepto el deseo de ser
Now they see what will be blinded eyes to see / ahora solo ven que solo hay ojos ciegos para ver.
Cuando uno está cercado no puede esperar más que la muerte. No queda más que llevarse a alguien por el camino. Triste y nervioso consuelo. Pero con algo hay que matar el tiempo. Los últimos tragos de vino y provocar al enemigo para que alguna pieza muerda el cebo. Que parezca que estamos muertos. La impaciencia es una enfermedad con una altísima cuota de mortalidad. No hay nada que angustie más al enemigo a punto de vencer que aguardar sitiando a hombres que cree que ya están muertos. Siempre le toca a alguno asomar la cabeza para ver si queda algún enemigo vivo. Y siempre tiene que haber una cabeza de turco.
For whom the bell tolls / por quién doblan las campanas
Time marches on/ el tiempo continúa su marcha
For whom the bell tolls/ por quién doblan las campanas
Siempre se busca un voluntario: —Tengo miedo, mi capitán –respondió con dignidad el soldado. Y comienzan las blasfemias y el baile hasta que un imprudente da el paso al frente. Y ahí es donde aguarda la presa herida que por última vez se siente cazador: Mira qué animal. Mírale cómo avanza. Ese es para mí. A ese me lo llevo yo por delante. Ese que se acerca va a hacer el mismo viaje que yo. Vamos, ven, camarada viajero.
La impaciencia te ha matado. Luego llegan los aviones y la colina queda desolada. No queda nadie vivo en la cima, ni El Sordo (que ya ha emprendido el viaje con su última presa), ni Ignacio, ni nadie… salvo el muchacho, Joaquín, desvanecido con cara de no haber entendido nada, con la ceniza del miedo en los ojos. Un viejo soldado franquista le ve y le remata, rápido, sin aspavientos, casi con la misma ternura animal con la que el Sordo mató a su caballo. «Qué cosa más mala es la guerra», se dice mientras se santigua y baja la cuesta rezando cinco padrenuestros y cinco avemarías por el descanso del alma de su camarada muerto. El impaciente. Ese al que no soportaba.
Nunca pienses que una guerra… no es un crimen – Ernest Hemingway
«Estamos aquí solo por un breve momento. Y pienso que es un accidente tan afortunado haber nacido, que estamos obligados a poner atención.
En cierto sentido, esto es ir muy lejos. Es decir, somos, hasta donde sabemos, la única parte del universo consciente de sí. Podríamos incluso ser la forma consciente del universo.
Tal vez hayamos llegado para que el universo pudiera verse a sí mismo. No sé eso, pero estamos hechos de la misma materia de la que están hechas las estrellas, o de lo que flota en el espacio. Pero nuestra combinación es tal que podemos describir qué es estar vivos, ser testigos.
Mucha de nuestra experiencia es esa de ser testigos. Vemos y escuchamos y olemos otras cosas. Pienso que estar vivo es responder».
No bebo agua. No lo tengo prohibido, es más; lo tengo recetado por mi médico de familia. Trata de convencerme diciéndome que mis riñones son la parte más importante de mi organismo, pero no sabe que la parte más importante de mí, es el corazón. No bebo agua por prescripción médica, bebo agua porque sé que soy agua y que necesito reponer mi energía. El agua debería de ser mi alimento esencial, mi alimento preferido, pero siento decir que, hasta la fecha, mi alimento preferido es el chocolate. ¡No puedo evitarlo!
Bebo agua corto fruta Hundo las manos en los follajes del viento Los limoneros riegan el polen del verano Pájaros verdes rasgan mis sueños Me voy con una mirada Una amplia mirada en la que el mundo vuelve a ser Bello desde el principio a la medida del corazón.
Poema del poeta griego Odysséas Elytis. (Premio Nobel Literatura 1979)
«…los últimos de clase, los expulsados por llevar ternura en los bolsillos, seguíamos puros como el viento…» CS
La imagen que me sugiere este poema me lleva a los menores que están siendo devueltos a la vida, a la tierra, a la que jamás querrían volver… Y sé que como país existen normas dictadas desde algún lugar en el que lo humano no tiene tanta trascendencia como lo político o lo económico, pero me da pena la «inutilidad» de tantas miradas ilusionadas al otro lado del horizonte…
Origen: Blog Trianarts
«Amanecer»
1
He visto un niño con tambor a la orilla del agua. Yo no sé si ha venido a lastimarnos con su canción al viento, ni sé si hay forma humana de estar como él, descalzo, ante la espuma, hoy que no en balde subió la marea a hacernos responder de nuestros actos. En esta tierna alfarería, viva y frágil, en este cuerpo que es proyecto y duda, jamás afirmación, ¿me reconocería, ahora que ya mis pasos y mi vida resuenan en lo oscuro?
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Pero vuelven las barcas con la aurora y vuelvo también yo nuevamente a recordarme solo, junto al mar y los huesos calizos de las sepias. De aquellos merodeos de la infancia, ¿qué queda? Nada está consumado. El tambor suena y el aire gratuito da a las cosas su perfil más exacto, quiero decir, su tenue bruma, su ávida ensoñación. Y prevalece, hoy como entonces, la melancolía, la soledad, lo inútil en la arena.
Se refiere al libro de Chris Offutt titulado «Lejos del bosque». Incluyo este texto entre mis páginas porque me ha resultado interesante su explicación sobre la escritura de cuentos.
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Este breve volumen de cuentos no tiene desperdicio. Es también engañoso porque su aspecto hace pensar al lector que es una literatura sencilla, sin complicaciones; sencilla sí es, pero complicaciones las tiene todas. El aspirante a escritor tiende a pensar que esta manera de contar, a base de frases breves y cortantes que casi no dejan tomar aire y con un asunto central ya muy trajinado —la nostalgia del origen, la salida de la tierra natal, la imposibilidad del regreso e incluso el mismo regreso—, no ha de ser muy difícil a poco que uno se ciña con variantes a un cliché mental muy trajinado también.
Eso mismo he visto que les ocurría a muchos pre-escritores después de leer a Raymond Carver. Carver parecía escribir a la buena de Dios, sin preparación artillera alguna, pero tras muchos intentos de imitación descubrían que el enemigo —la escritura— seguía incólume, sin que la hubieran alcanzado ni de refilón siquiera con una frase.
Uno de los cuentos de Chris Offutt, el titulado ‘Prácticas de tiro’, comienza así: “Ray puso un leño sobre el bloque de madera y alzó el pesado mazo. El fresno seco se quebró sin dificultad. Sustituyó el mazo por el hacha y cortó listones finos que se curvaron alrededor de los nudos y cayeron al suelo. El esfuerzo aflojó la tensión que se había vuelto crónica desde su regreso a las montañas. Hacía ya varios años que se había ido de Kentucky y ahora deseaba haberse quedado en Detroit, en la cadena de montaje de la fábrica Chrysler”.
En este párrafo se ha contado una vida, un modo de vida y una idea de la vida. Nada menos. Es capaz de mostrar con precisión el ejercicio de un oficio y el resumen de la existencia del personaje; sólo hay que mostrar el trabajo y la historia del personaje de modo que la veamos físicamente; y todo con llaneza, como pedía maese Pedro, sin adornos ni explicaciones innecesarias. Cuando el aspirante a escritor emulaba a Carver siempre descubría que quizá no lo había hecho del todo mal, sólo que la magia carveriana no aparecía por ninguna parte. El secreto está en la síntesis de la experiencia y en el dominio de la sugerencia y de la elipsis. El párrafo que acabo de traer aquí no tiene su gracia en la brusquedad expresiva ni en la simplicidad de palabra, sino en lo que su apariencia delata.
Offutt es uno de esos tipos nacidos en una localidad inimportante y cerrada que abandona para ver qué hay más allá por el mundo y ejercer cualquier oficio que le produzca unos dólares. Y aprende gracias al paso del tiempo y afinando la mirada sobre la especie humana. La mirada es el arma más poderosa del escritor, la que le permite seleccionar y elegir y, después, trabajar con la expresión por la palabra.
Chris Offutt clava la mirada en historias inimportantes que contienen la conciencia elemental de la existencia, desgarradoras, emocionantes; y en un modo de relato que se instala en el cruce de la emoción con la sobriedad. Parece un narrador lacónico, pero golpea los sentimientos del lector y lo sacude para mostrarle la hondura singular e irrepetible de toda condición humana, valiéndose de unos personajes que llenan una buena parte de la mejor literatura: los perdedores. Sus relatos son poderosos y universales en su simplicidad por la misma razón que lo son los cuentos de Chéjov, tras el que se suceden todos los cuentistas americanos, de O. Henry y Ambrose Bierce a Hemingway, Salinger o Tobias Wolff. Offutt pertenece a esa ya gloriosa tradición por derecho propio y este libro es una muestra perfecta de lo que digo.
Lejos del bosque Chris Offutt Traducción de Javier Lucini Sajalín, 2021. 128 páginas. 15 euros
Hoy diría que fue una gota de «Tiempo puro»: Tiempo sin tiempo, aquella noche de Diciembre en que, años atrás, nevaba…
¿Qué extraño licor nos hervía en el cuerpo, pues reíamos, mientras envueltos en grandes abrigos veíamos caer la nieve?
Bailábamos, bailábamos simplemente sin movernos, ebrios de nosotros, de la noche, de la nieve que caía helando, como si fuera todo un gran palacio constelado de luz y de cristales.
Las calles estaban completamente blancas, y el frio era más fuerte y la nieve más dulce, y reíamos elegres y jubilosos cual si sonasen violines fascinantes y no existiera un mañana.
Pero un instante, casi llegando a casa, entre las calles blancas, y el júbilo nuestro y la soledad inmensa, sentí un suave amago, un punto de melancolía… no fui menos feliz por ello, y entré gozoso en casa.
Mas, ahora sé que aquel toque era el Tiempo. El Tiempo que cerraba la puerta y que se iba para que hoy —tantos años depsués— sepa que fui dichoso allí…
Porque el Tiempo se escapó del tiempo, y no sentimos que importase nada, más que aquellos instantes vivos y el violento perfume de nuestra propia gloria…
La felicidad nunca se posee cuando se anhela. El Tiempo no lo eliminas voluntariamente. y pues el ansia está ahí, y el deseo está ahí y el fuego brilla todavía, hay que morir de sed —morir de sed— junto a la fuente.
Autor: Luis Antonio de Villena (extracto de Intento rehabitar la dicha) Imagen: Isabel Muñoz
Leo y releo en estos días de confinamiento. Y me detengo en cualquier punto del paisaje. Retrocedo y así no termino nunca de terminar un libro que realmente me interesa; especialmente los relacionados con las vidas y circunstancias de los poetas a los que admiro.
Hablamos de Aleixandre, (más tarde os diré quién es el que habla…)
Aparece a última hora de la tarde, justo para llegar a tiempo a cenar. Parece cansado del viaje, pero las chispas en sus ojos siguen igual de azules y de vivas. Tan poco invasor, tan religiosamente atento a lo que le decimos, siempre me hace gracia la vehemencia que este hombre pone, de repente, en el relato más trivial. En cualquier revuelta del diálogo se le acelera la palabra, casi jadea, como si entre frase y frase tuviera que sumergirse, borboteando, para calar al fondo de la historia. Hoy nos contaba su paseo hasta la oficina de telégrafos, recién llegado, preguntando aquí y allá, y el inocente trayecto de manzana y media tomaba una solemnidad y una intensidad insospechadas. Lo oscuro de la noche y de los transeúntes, las ráfagas del viento y de los automóviles, la zarabanda de las luces, todo componía una especie de fantasmagoría, de realidad espectral —figuraciones y figuras—, a punto de perder pie definitivamente. Y el tono, y las inflexiones de la voz y el gesto, el inoíble pianissimo, suscitaban la idea de una expedición tremenda, misteriosamente significativa, lo mismo que la bajada de Orfeo a los infiernos.
Nunca le había oído leer poesía en público y me pareció admirable. Es además un estupendo explicador, que sabe perfectamente insinuar en los oyentes la atmósfera del poema. Aleixandre es un gran poeta.
J.Gil de Biedma
DESPUÉS DEL AMOR
Tendida tú aquí, en la penumbra del cuarto, como el silencio que queda después del amor, yo asciendo levemente desde el fondo de mi reposo hasta tus bordes, tenues, apagados, que dulces existen. Y con mi mano repaso las lindes delicadas de tu vivir retraído. Y siento la musical, callada verdad de tu cuerpo, que hace un instante, en desorden, como lumbre cantaba. El reposo consiente a la masa que perdió por el amor su forma continua, para despegar hacia arriba con la voraz irregularidad de la llama, convertirse otra vez en el cuerpo veraz que en sus límites se rehace.
Tocando esos bordes, sedosos, indemnes, tibios, delicadamente desnudos, se sabe que la amada persiste en su vida. Momentánea destrucción el amor, combustión que amenaza al puro ser que amamos, al que nuestro fuego vulnera, sólo cuando desprendidos de sus lumbres deshechas la miramos, reconocemos perfecta, cuajada, reciente la vida, la silenciosa y cálida vida que desde su dulce exterioridad nos llamaba. He aquí el perfecto vaso del amor que, colmado, opulento de su sangre serena, dorado reluce. He aquí los senos, el vientre, su redondo muslo, su acabado pie, y arriba los hombros, el cuello de suave pluma reciente, la mejilla no quemada, no ardida, cándida en su rosa nacido, y la frente donde habita el pensamiento diario de nuestro amor, que allí lúcido vela. En medio, sellando el rostro nítido que la tarde amarilla caldea sin celo, está la boca fina, rasgada, pura en las luces. Oh temerosa llave del recinto del fuego. Rozo tu delicada piel con estos dedos que temen y saben, mientras pongo mi boca sobre tu cabellera apagada.
Llevo días sin escribir la sola línea de un poema. Este tiempo de cautiverio ha cauterizado mi piel a la experiencia. No hay experiencia, más allá de la de tocar mis cosas no contaminadas. He claudicado, ante los muros que han rodeado la necesaria afectividad, al brillo de miradas a través de planas pantallas de cristales líquidos que confunden las lágrimas de emoción con el juego luminoso de sus candelas.
Hoy es sábado y en breve se abrirán las puertas a la nueva esperanza. ¿Qué es lo que he echado en falta en este tiempo? ¿Qué es lo que espero del nuevo? Cosas sencillas, nada especial. Abrazar a las personas a las que más quiero, dar muchos besos a mis nietos, viajar para encontrarme con mis amigos. Pasear por los campos, escuchar el canto de los pájaros. Contemplar atardeceres. Caminar por las orillas de las playas a esa hora nocturna cuando las gentes ya están dormidas, o a la hora azul cuando va llegando poco a poco la madrugada. Disponer de momentos de lectura tranquila y escuchar la música que me gusta. Tener siempre fruta fresca en la fresquera. Ir cada día al mercado y comprar los tomates y la verdura tierna recién recogida del campo, y el pescado fresco de los barcos de los hombres del pueblo que han vuelto de madrugada a puerto, y la leche fresca que al cocerla me regala con una fina capa de nata. Eso quiero. Volver a lo básico e imprescindible para vivir una vida sencilla, saludable y sana. Disfrutar, cada uno de los días de mi vida, del amor a las cosas pequeñas. Y… escribir un poema.
Escribir un poema
marcar la piel del agua.
Suavemente, los signos
se deforman, se agrandan,
expresan lo que quieren
la brisa, el sol, las nubes,
se distienden, se tensan, hasta
que el hombre que los mira
—adormecido el viento,
la luz alta—
o ve su propio rostro
o transparencia pura, hondo
fracaso— no ve nada.
La vida no es un sueño, tú ya sabes que tenemos tendencia a olvidarlo. Pero un poco de sueño, no más, un si es no es por esta vez, callándonos el resto de la historia, y un instante —mientras que tú y yo nos deseamos feliz y larga vida—, estoy seguro que no puede hacer daño.
Salgo al jardín después de nosecuántosdías de confinamiento.
Algo así como una embriaguez, una felicidad enorme, apacible. Me instalo a la sombra del álamo blanco —más viejo el pobre, con muchas menos ramas— y pronto dejo a un lado los papeles para dedicarme por completo a mi hora de aire libre, a la maravillosa lentitud de un día clásico de agosto, sin una sola nube. Distingo cada olor y cómo varía y se suma a todos los otros: el de la tierra caliente, el de la acacia a mi espalda, el de los setos de boj que ahora ya sé a qué huelen, a siglo XVI. Aroma gazmoño de las petunias en los arriates soleados. Y cuando la brisa gira y viene del lado del pueblo, olor a humo de leña de pino, que es toda la guerra civil para mí. Además es domingo y hay campanas.
Paso el tiempo mirando los trenes de hormigas, las hierbas de tallo nudoso que crecen en los rincones foscos, y la continua vibración del sol y de sombra bajo el arbolado y los hilos de araña que a veces centellean en el aire. Desde debajo de unas celindas me estudia un gato negro, incongruente. Parece un resto de noche que han olvidado ahí. Las rosas fluctúan a pleno sol, junto a la casa, grandes y un poco quemadas por los bordes.
Más que todo, me llena de felicidad mi capacidad para apreciarlo. Me acuerdo de aquella mañana en casa de Jaime, que era perfecta también, con su sol y su calma y sus rumores, cuando yo sentía pasar muy cerca la lentitud del mundo, escapándoseme. Ponerme al paso ha sido el gran regalo de la enfermedad. Y no sólo porque me ha descargado del trabajo. Aunque eso haya sido muy importante, no era solo eso: al cabo del día, en mi vida habitual, casi siempre puedo salvar si quiero dos o tres horas de calma. Lo que ocurre es que no quería, porque en circunstancias normales no me siento capaz de lidiar conmigo mismo. El no poder parar quieto, la incapacidad para demorarme a saborear y el histerismo erótico son manifestaciones de esa incomodidad fundamental.
Así ahora no me resulta difícil escribir, ni deprimente. Mi nuevo poema tiene ya ochenta versos y está para terminarse. En cinco días no he conocido una sequedad —esa horrible sensación de estar removiendo polvo en un ámbito vacío— las ideas concretas, las variaciones y las palabras vienen solas…
Con mi agradecimiento a NELMORAN por su autorización para compartir sus palabras.
Dónde está mi amor, dónde, que subí a las nubes y no encontré más que fuego dentro del alma, sueños rotos por su ausencia, oscuros sentimientos llenos de hielo silencioso en las manos que me tendrían que acariciar. Dónde está mi amor, dónde, que bajé a la tierra y las hormigas huían según me […]