Hubiera querido estar contigo aquellas horas,
la lluvia y la luna limpiaban el cansancio
de un nocturno casi consumido.
Hasta el diablo asomó su morro sobre el cerro
creyendo que era a él a quien esperabas.
Tantas veces te preguntabas a qué venía ésto,
a qué la vida sino desengaño, tus heridas
lacerantes susurrando espanto
mientras amamantabas a los hijos de tu vientre
amordazados hasta la intemperie de tus sueños.
Y que luego se dormían sobre el barro,
tus manos delirando caricias en su piel renegrida
que, a veces, adornabas con guirnaldas de flores blancas.
Porque pensabas que la ilusión era vivir
un futuro que no sabías cómo explicárselo.
Era el destiempo en tus pechos persiguiéndote
como un calendario solemne hacia la muerte
en cualquier lugar, lejos de los nombres
todavía palpitantes de otros cuerpos
que se abrazaron a las brasas de la incivilización.
Nada esperabas, los desiertos, las zarzas
las escombreras y la sed reduciéndoos
a una realidad de despojos amantísimos.
Ayer supe que habían encontrado tu cuerpo
sin edad, desorientada,
con un trozo de mapa arrugado entre las manos.
Quién dijo que el mundo era pequeño como un pañuelo
y que la caridad se anunciaba en cada aurora,
y el amor no había que pagarlo.
Y después…
Esa luz de tristeza y ese silencio en el bosque de agua
—rumor para una canción de cuna—
que se emitiría en los informativos de los países pudientes.
Pensaste que quizás, solo así y solo quizás,
fuera posible que tus hijos sobrevivieran.
@mjberistain













