Me encontré ayer con Mar. Hacía más de treinta años que no nos veíamos y la conexión tardó en revivirse, aunque sentadas ante un largo café fueron apareciendo recuerdos comunes, excusas, sentencias, hasta que llegamos a los abrazos y las risas, y a fondos de los que ninguna hasta ayer había sido capaz de pronunciar ante la otra. Hablábamos de adolescencia:
Me contaba que…
Hubo un tiempo en el que dormía entre las raíces de los grandes árboles de su pueblo. Entonces todavía no sabía darles nombre, pero sí reconocía sus imponentes ramas oscuras, sus hojas lobuladas, su sombra poderosa y la grandeza de su tronco que sus pequeños brazos no conseguían rodear…
Eran su refugio, allí se sentía abrigada, segura ante las inclemencias del tiempo, de la fuerza de los vientos, de lo tormentoso de las ciudades, de la velocidad con la que se movían los coches y las personas, del fuerte olor a alcohol de los bares, del vacío de las palabras verdaderas, de la incomprensión de la religión, del pudor de los trece años. Ese momento del despertar del ser, o mejor, del «ego», con ideas, ilusiones y deseos, que se desarrollaban en la mente lejos de la posibilidad de alcanzarlos, y que daban cabida a temores, a situaciones de inseguridad e impotencia, como pequeños seres dañinos ocultos entre las neuronas dispuestos a enjuiciarla. Y «miedo».
Agujeros Negros
Caminaba sola por una carretera, estrecha y larga, hasta un horizonte infinito. El suelo era de asfalto, rugoso, había que caminar sorteando irregularidades que hacía que se descarnara la piel de sus pies descalzos. Seguía la única ruta transitable que existía en aquel paisaje, necesitaba llegar al horizonte donde esperaba encontrar lo más valioso de lo desconocido; el conocimiento y aceptación de su Ser en el mundo. A lo largo de aquella ruta interminable iban abriéndose pequeñas grietas generando círculos, cada vez mayores de agujeros negros que, a medida que avanzaba, limitaban su espacio para caminar. Ella trataba de esquivarlos dando saltos inicialmente, a modo de juego, pero el miedo se instalaba en su cuerpo, lo que hacía más difícil y perturbador el avance. La sensación de desasosiego se convertiría en angustia y más tarde en un sentimiento irrespirable de terror hasta que lograba despertar volando hacia el vacío…
El sueño, su frecuencia, fue desapareciendo lentamente. Nunca pretendió conocer su significado en relación con sus vivencias. Sentía miedo a compartirlo y miedo a descubrir más daño. Era la época de la atormentada adolescencia…
Mientras Hamás entrega a la Cruz Roja a los otros 13 secuestrados y completa la liberación de los rehenes vivos…
La Academia Sueca ha anunciado este jueves en Estocolmo que el Premio Nobel de Literatura 2025 es para el húngaro László Krasznahorkai (Gyula, 71 años) al escritor húngaro László Krasznahorkai“ por su obra cautivadora y visionaria que, en medio del terror apocalíptico, reafirma el poder del ARTE”
Alto y con una expresiva mirada de ojos achinados azules, siempre viste de negro —como le explicó hace décadas a Kovacsics en su primer encuentro— y su proximidad a la filosofía oriental es patente no solo en su obra, sino también en su ademán calmado. Criado en una familia burguesa judía, su aproximación a la literatura llegó tras varios años de vagabundeo por Hungría, en los que buscaba la compañía de aquellos que vivían en los márgenes —”quería estar entre los más pobres porque pensaba que ellos eran quienes vivían la realidad”—. Rechazaba entonces la idea de convertirse en algo, de construirse un futuro en el régimen comunista donde nació y creció. “En esas dictaduras uno pensaba que el mundo era así y así sería mañana, y pasado mañana, el tiempo no tenía importancia”, recordó en Pamplona. Tras esa primera etapa de inconformista errante, quiso dedicarse a la música y acabó escribiendo una primera novela en 1985, que tituló Tango satánico. La idea de “arreglar” ese libro y alcanzar lo que realmente se había propuesto es lo que le ha empujado a seguir intentándolo una y otra vez, aseguró el ganador del Man Booker Internacional en 2015. Desde hace casi tres años reside en Trieste, aunque pasa largas temporadas en Hungría y en Viena, “el triángulo austro-húngaro”.
Es el gran cronista de la Hungría comunista y la que emergió después, el retratista perfecto de ese país imperfecto que heredó las cenizas de un imperio deshecho en el siglo XX con graves heridas para sus pueblos, y del universo indefinido en que se convirtió esa nación tras abrazar la democracia, aún renqueante.
Krasznahorkai es un hombre tranquilo, afable, apasionado de la conversación y dueño de una literatura sin prisa y de cocción lenta que hoy choca frontalmente con el ritmo de nuestras vidas.
El máximo galardón universal premia así la hondura, la capacidad de profundizar y un alto en el camino en este modo de vida de aceleración sin fin.
Las LETRAS sin metáfora serían un mapa sin montañas ni ríos, apenas un desierto de signos desnudos.
La metáfora es ese puente secreto entre lo que decimos y lo que sentimos, el atajo poético que convierte una emoción en imagen, y un pensamiento en paisaje.
La literatura sin ella quedaría reducida a una lista de instrucciones, eficaz…pero sin una pizca de asombro.
Con ella, en cambio, la palabra se abre en abanico: la tristeza puede ser un pájaro herido, la esperanza un faro que titubea en la niebla…y el amor —ese misterio inagotable— una hoguera que nunca arde por igual, que tantas veces te da la vida y otras te abrasa o te deja sólo humo cuando se va.
Y además de embellecer, la metáfora nos permite comprender lo que de otro modo sería inabarcable.
Hablamos del tiempo como un río, de la muerte como un sueño o de la memoria como un cofre, para tocar lo intangible.
Porque, en el fondo, la metáfora es la respiración más honda del lenguaje, y nos recuerda que sirve también para inventar mundos.
Azul explosivo en el color de la tristeza pasión y tormenta sublime sexo de miradas ausentes recostado en el lienzo.
Cuerpo y Alma enlazados Cuerpo y Alma abandonados a su último gesto de ternura Su amor se acaba, o quizás se acabó ya, no hay más…
…
Artículo de Julián González Gómez: Oskar Kokoschka, «La novia del viento»
Dos amantes que reposan después de hacer el amor, dos almas unidas por una tempestad que se desata alrededor de sus cuerpos y aun así parecen ajenos a ella. ¿Es una pasión que acaba de desbordarse y se acabó súbitamente con el clímax? Ella está dormida, recostada sobre el hombro de su amante y es la encarnación de la entrega satisfecha. Él tiene la mirada ausente, como si sus pensamientos no estuvieran ahí; entrecruza sus dedos en un gesto de pausada angustia. Este cuadro se puede interpretar de muchas formas, pero en todas ellas está presente el elemento central, el tema por decirlo así y es la angustia. El viento, una verdadera tempestad, ha barrido con todo, hasta con su amor.
El tormentoso y apasionado romance entre Alma Mahler y Oskar Kokoschka está aquí representado con toda su grandeza y también con toda su crueldad. El sexo fue el elemento que los unió, no hubo ternura, tampoco abandono sublime o todas esas fruslerías de las que hacen gala los amores de las películas o las novelas rosas. Por supuesto, el amor entre un hombre y una mujer no solo se expresa a través del sexo, aunque muchos solo así lo entienden y otros no lo puedan entender y aunque la industria del entretenimiento nos lo pretenda hacer creer así y los cándidos le hagan caso. El amor tiene muchas facetas y muchas más que hay que descubrir entre los dos amantes, pero aquí parece ser que ya están mucho más lejos del tiempo de la búsqueda y la aventura. Ya conocen todo sobre sí mismos, sobre el otro y sobre ambos.
Su amor se acaba, o ya se acabó, no hay más… y eso sólo puede ser trágico y angustioso. Cuando Kokoschka pintó este cuadro ya sabía lo que estaba pasando y seguramente Alma también, pero ella, a diferencia de la congoja que él muestra, ha decidido abandonarse a la inconsciencia, como para no afrontar amargamente esta realidad. Ambos son jóvenes, ya que Kokoschka tenía unos veintiocho años cuando lo pintó, mientras que Alma, que era algo mayor, tenía treinta y cinco años. Ella había dejado atrás un desdichado matrimonio con el gran compositor Gustav Mahler, quien era veinte años mayor y había fallecido en 1911 y él estaba en plena fase de expansión de sus metas artísticas, destacando cada vez más en los círculos de la sofisticada Viena.
Kokoschka nació en 1886 en Pöchlarn, Austria, en una familia humilde que vivía precariamente. Su padre, de origen checo, se dedicaba a la orfebrería. Desde la adolescencia mostró inclinaciones al arte y la literatura, pero necesitaba ganarse la vida y aplicó para inscribirse en la Escuela de Artes y Oficios de Viena. En 1904, a los 19 años ingresó en esta prestigiosa institución, donde estuvo hasta 1909. Al salir, su primer trabajo fue como delineante en la oficina del prestigioso arquitecto Josef Hoffmann y empezó a relacionarse con el ambiente intelectual y artístico de la capital del Danubio, por aquel entonces uno de los más vibrantes de Europa. El mismo año que entró a trabajar con Hoffmann publicó su primer libro de poemas, que él mismo ilustró y se llamó Los Muchachos soñadores. También realiza una serie de carteles y postales para los Talleres Vieneses, pero sus obras fueron mal acogidas, tanto por el público como por la crítica. Kokoschka ingresó por un tiempo al círculo de los allegados al que por entonces era el principal artista de la ciudad: Gustav Klimt, de quien aprendió sobre todo acerca del manejo del color y la textura como medios expresivos.
En 1909 conoce a otro importante arquitecto vienés: Adolf Loos, quien se convierte en su mecenas, ya que el arte de Kokoschka le pareció que abría las puertas a una nueva sensibilidad. Sus retratos, pintados de forma nerviosa y vibrante, fueron del gusto de los círculos intelectuales de la ciudad, por lo que empezó a tener éxito. Por esta época se estaba formando el expresionismo, aunque Kokoschka debía más al Judgenstihl austriaco y a la influencia de Klimt, que a los pintores de Dresde o Munich, abiertamente expresionistas. A partir de 1912 empezó el tormentoso romance con Alma Mahler, el cual continuó intermitentemente durante varios años, hasta que ella decidió romperlo, lo cual lo afectó profundamente. En el ínterin pintó este cuadro.
Al estallar la Primera Guerra Mundial Kokoschka se enlistó en el ejército y fue seriamente herido en el frente en 1915. Durante su larga recuperación mostró síntomas de desequilibrio mental a juicio de los doctores que lo atendían, pero se recuperó y al salir se reintegró a la vida artística vienesa, ya fuertemente mermada por la guerra. Posteriormente viajó por diversos países, donde su arte fue cada vez más apreciado y más comprometido con el expresionismo europeo. En cambio, sus obras de teatro fueron rechazadas por un público que veía en la crudeza expresionista el remanente de una guerra que se quería olvidar a toda costa.
Su arte, al igual que el de todas las vanguardias que por ese entonces se desenvolvían en Europa, fue considerado por los nazis como “degenerado”, por lo que fue retirado de todas las galerías donde estaba expuesto. Durante la Segunda Guerra Mundial, Kokoschka y su esposa, con la que contrajo nupcias en los años 20, se trasladaron a vivir a Inglaterra, país del cual obtuvo la nacionalidad en 1946. Desde 1947 vivió en Suiza, país en el cual desarrolló la última fase de su carrera y murió en 1980.
La novia del viento pertenece a la época en que Kokoschka estaba destacando en el ámbito vienés, inmediatamente previo a la Primera Guerra Mundial. El expresionismo que muestra lo liga con la búsqueda que por ese entonces estaban haciendo artistas como Schiele y Beckmann, ambos, al igual que Kokoschka, retirados de los círculos centrales del expresionismo de esa época. Aquí no se ven las alegorías de los miembros del grupo El Jinete Azul, o los tormentos de impetuoso color de Nolde y Pechstein. Kokoschka se había formado en los círculos cercanos a Klimt y por eso su paleta era más mesurada y su expresividad más contenida, aunque aquí se permite ciertas licencias en lo que se refiere a esto último.
Este cuadro está pintado con colores suaves y tiernos, donde predomina el azul, el color de la tristeza. El cuerpo de Alma muestra pinceladas suaves, como si fuese el único gesto de ternura que el autor dirigió hacia ella porque todo lo demás que hay está hecho a base de gestos bruscos. La armonía cromática está regida por los contrastes luminosos entre los rosas y amarillos con el azul predominante, del que hay un sinfín de variaciones. Aunque la composición parece a primera vista caótica, luego de observarla por un rato notamos que su estructura, a base de diagonales, delimita cinco grandes zonas en el cuadro. La expresividad de las pinceladas es el elemento plástico más impactante, pues se dirigen simultáneamente en todas direcciones. Es esta una pintura sublime y triste, muestra de los logros del expresionismo, encarnado aquí por Oskar Kokoschka, uno de sus mejores exponentes.
Las palabras siempre han sido frágiles. Desde que el primer sumerio garabateó signos cuneiformes en una tablilla de barro, hasta que Marcel Proust se encerró entre cortinas gruesas para escribir “En busca del tiempo perdido”, la palabra escrita ha sobrevivido como puede: acosada por las guerras, ignorada por los poderosos, combatida por el ruido de la publicidad. Hoy, en pleno siglo XXI, esa fragilidad se acentúa. No porque escaseen los escritores —hay más que nunca—, sino porque sobran los estímulos. Nunca fue tan difícil narrar y ser escuchado, y nunca fue, al mismo tiempo, tan urgente.
Lo que vivimos no es la muerte de la literatura, sino su desplazamiento. El lector ilustrado, ese que se deleitaba en la lentitud, que marcaba con lápiz pasajes de Madame Bovary o subrayaba con fervor a Cervantes, se ha vuelto una especie en peligro de extinción. En su lugar ha emergido otra criatura: el espectador disperso, adicto a las historias breves, deslumbrado por los íconos centelleantes de los “me gusta”, y con una capacidad de atención que, según estudios recientes, ya compite con la de un pez dorado. No en sentido figurado: literalmente.
En este nuevo escenario, el elefante pisa fuerte. Tiene el tamaño de un continente, el olor del dinero y el apetito insaciable de las cifras. Es YouTube, TikTok, Netflix, Spotify, Instagram… es MrBeast regalando islas y PewDiePie burlándose de sí mismo ante millones de cómplices digitales. Es, en esencia, el mercado global del entretenimiento, donde la narrativa se convierte en mercancía y el arte, en algoritmo.
¿Y quién puede competir con eso? ¿Cómo puede un humilde narrador, que aún cree en la belleza de una frase bien construida, sobrevivir entre alaridos de carátulas sensacionalistas y desafíos virales?
Este elefante no es maligno, ni mucho menos. Es simplemente eficaz. Produce contenidos concebidos para ser devorados, no digeridos. Su fortaleza es la repetición, la inmediatez, la adicción medida por segundos de atención. Cada clic cuenta. Cada segundo que un espectador no abandona el video es una victoria. No importa la verdad, la belleza o la profundidad: importa el tiempo de permanencia.
Y, sin embargo, entre tanto brillo, hay sombras. Porque, aunque el elefante arrasa, no puede amar. No puede recordar. No puede susurrar. Solo embiste.
La hormiga: un blog, un lector.
Frente a este coloso de datos y pantallas, aparece la hormiga. Frágil, modesta, minúscula. Su fuerza no está en la cantidad, sino en el contenido. No vive de viralidad, sino de la comunicación íntima. Su espacio no es una plataforma de moda, sino una trinchera. Y en esa trinchera —llamada Lo Real Maravilloso— todavía se escribe para quienes leen con la pausa de un monje medieval y el goce de un sibarita de la lengua.
La hormiga no ofrece sorteos ni acrobacias digitales. Ofrece ideas. Ofrece historia, arte, literatura. Habla de Magritte y de Caravaggio, de Lezama Lima y de Borges, de la Resurrección de Cristo como un acto simultáneo de la pintura y la carne. Escribe para un lector que tal vez no habite en TikTok, pero que aún se estremece al releer una frase de Paulo Coelho o al contemplar, en silencio, Las Meninas.
Escribir desde la hormiga es un acto de fe. Es renunciar a la popularidad para abrazar la profundidad. Es escribir sin saber si alguien llegará hasta la última palabra. Pero también es encontrar, de tanto en tanto, un lector verdadero. Uno solo. Y eso, en tiempos de ruido, es un milagro.
¿Hacia dónde va el lector moderno?
Esta serie, que hoy llamamos hilo, —iniciada con MrBeast y seguida por PewDiePie— nos ha mostrado dos modelos opuestos de comunicación: el espectáculo filantrópico y la ironía participativa. Ambos, con millones de seguidores, representan apenas la punta de un gigantesco témpano: la nueva cultura digital. Una cultura que no desprecia la narrativa, pero la trastoca. Ya no se cuenta lo profundo: se exhibe lo fugaz. No se describe: se exagera.
Sin embargo, incluso entre los seguidores de estos titanes digitales, persiste un anhelo sordo. Una nostalgia no dicha por las palabras que respiran. Muchos de esos jóvenes hiperconectados no saben aún que también pueden amar la literatura. Que hay un espacio —pequeño e íntimo— donde la inteligencia no se disfraza de sarcasmo, sino que brilla con luz propia.
Contar una historia en el siglo XXI es un acto de resistencia cultural. Es oponerse al vértigo con calma. Es preferir la metáfora al alarido, el matiz a la consigna. Es escribir sabiendo que tal vez no se obtendrá dinero, pero sí el disfrute de la literatura verdadera.
Un blog como Lo Real Maravilloso no tiene patrocinios de gaseosas internacionales, ni cámaras de alta definición, ni millones de clics por segundo. Tiene algo más escaso: una comunidad de lectores. Lectores verdaderos. Gente que, como el buen catador de vinos antiguos, saborea la palabra con lentitud, halla deleite en una digresión, se detiene en una frase como quien acaricia un cuadro.
Este blog no compite. No vocifera. No hace piruetas frente a la cámara. Pero ofrece algo que ya casi nadie ofrece: una conversación real. Una conversación que atraviesa siglos, que une a Homero con García Márquez, a Carpentier con Eco, que enlaza al lector cubano con el lector universal.
¿Y qué debe hacer el escritor frente a este panorama? ¿Callar? ¿Convertirse en influencer? ¿Abandonar la sintaxis por el chascarrillo visual?
No. El escritor debe volverse alquimista. Debe transformar la experiencia en palabra, y la palabra en asombro. Debe comprender los nuevos códigos, sin rendirse a ellos. Puede usar las redes, sí, pero no ser devorado por ellas. Puede dialogar con los nuevos formatos, pero sin mutilar la complejidad. Debe recordar que su oficio no es distraer: es sembrar ideas.
Y en esa labor silenciosa, casi artesanal, puede que halle lectores. Pocos, sí. Pero fieles. Lectores que llegan por curiosidad y se quedan por el atractivo de una entrada de 1200 palabras a un cortometraje de 12 segundos. Lectores que aman los buenos libros, las buenas pinturas, las buenas historias.
Tal vez el elefante lo consuma todo. Tal vez las máquinas escriban novelas que simulan llorar. Tal vez los jóvenes ya no lean nada que no venga con emoticonos y sonido de notificación. Pero también es posible —y aquí la esperanza— que, en medio del bullicio, alguien escuche una voz tenue, una historia bien contada, un texto publicado en un blog sin anuncios, y diga: “Esto es lo que buscaba”.
Si eso ocurre, aunque sea una sola vez, habrá valido la pena.
Porque narrar, al fin y al cabo, no es ganar una carrera. Es encender una luz.
Y mientras exista Lo Real Maravilloso, esa luz será nuestro interés primordial, mantenerla viva.
Sobre las aguas, como dioses de una antigua leyenda caminábamos descalzos,
unidas nuestras manos dibujaron un arco de sagrada transparencia para un amor de azules trazos,
Tocábamos el río, el mar antiguo, rodaban piedras como lluvia lenta de un seísmo irrevocable en los labios.
Sobre las aguas, caminábamos no hubo palabras, ni poemas, solo silencio en el camino fronterizo, y promesas que dormitan como algas, como lenguas agitadas en el mar de la memoria, tempestad que mordió el alma y perdura calladamente entre páginas blancas…
Vibra mi vida en un azul misterioso, asombrado a veces, profundo siempre,
primario, necesario en latitudes adversas
Azul de nieve corrompida, azul vertiginoso, esencia de la nada en mi delirio, azul crispante, azul aguerrido en la batalla, azul, siempre marino.
Azul de un cielo nubloso, rezagado, azul compasivo, azul de los sueños más niños.
Quise ser poeta y solo encontre retazos de ternura en las márgenes de los ríos,
pensé que se apiadarían de mi los horizontes y no encontré la llave de mi propio discurso que abriera en penumbra siquiera un hilo de paz para el camino.
Llame a mis amigos y todos habían huido, sometí mi amor a figuras de corazón vacío
y me rendí a los sueños virtuosos de alboradas en todos los lugares del mundo.
Saqué de la mochila unas últimas palabras que me quedaban, descarnadas,
y lloré como un rio en la maldita oscuridad de tu ausencia.
Después todo se tiñó de azul, azul oscuro.
Navego despacio, el viento es mi futuro hacia la orilla de la última playa,
allá donde el mar amamantó los apuntes de salitre de mis primeros versos.
PoesiaVersión inspirada en poema de Miguel Sánchez Gatel
Quiero saber en qué consiste el agua, o por qué las palabras se me quedan colgando a veces; sonámbulas, inútiles, aisladas, imperfectas.
Quiero saber por qué es tan difícil tocarte en un mundo que no arde, o no necesitar la absoluta densidad del silencio para pedir a gritos un horizonte de agua.
Tu pulso acantilado de ternura, inevitable referirme una vez más a ti, a la perfecta serenidad de tus manos abiertas, al crepúsculo de tu transparencia.
Lo demás solo es cielo. Dejadme hablar, escarbar el barro con el barro, romperme, despedazar mi sangre sobre la tierra.
Me he dejado los pelos como escarpias. Tal es la identificación que siento con Mikel en esta etapa de mi vida. Lo admiro desde que descubrí, hace ya mucho tiempo, que pintaba tirado en el suelo sobre el lienzo. Estoy en la etapa más directa para llegar al cielo o al infierno. Eso ya lo veremos. En el infierno se dice que será más divertido… Pienso en el Papa Francisco, tan cercano, humano y simpático que, posiblemente en el cielo, donde estará él, pudiera no ser tan aburrido…
De cualquier manera, me he cortado el pelo esta mañana de principios de primavera, y me lo he peinado en plan escarpias.
Los pelos como escarpias, como si fuera él mismo uno de los bichos marinos de ese mundo bajo el agua donde pasa horas buceando siempre que puede. La mirada alerta, curiosa, tremendamente joven, con un punto de ironía que, en ocasiones, parece timidez. Nos citamos con Miquel Barceló (Felanitx, 68 años) en la Galería Elvira González, donde expone hasta el próximo sábado Flores, peces, toros, un recorrido por sus temas más recurrentes. Pintor, dibujante, escultor, ceramista y performer escénico, el artista español de más relevancia y mayor cotización en el plano internacional, tiene una larga relación con EL PAÍS y desde hace casi cuatro años sus dibujos enmarcan las Cartas a la Directora. En ese marco de confianza se produjo esta charla, más que una entrevista, tras sellar un nuevo compromiso.
Pregunta. En el 40º aniversario de EL PAÍS dijiste que no recordabas si habías comprado el primer número del periódico en el año 76, pero que sí te recordabas comprando el periódico en aquel momento. Y hasta hoy.
Respuesta. Me recuerdo incluso caminando lejos en París para comprar EL PAÍS. Yo lo sigo leyendo en papel cada día, sobre todo en Mallorca. Me gusta mucho el objeto periódico. Es muy de pintor. Yo lo uso mucho para hacer collage, para recortar, para dibujar encima. Una cosa que he hecho toda la vida es dibujar encima de las fotos, eso de poner bigotes [a las caras]. Dibujar sobre las fotos es una forma de comentario, ¿no? Se hace casi sin pensar.
Reproducción de la obra de Miquel Barceló de los próximos premios Ortega y Gasset.Gianluca Battista
P. Dices que prefieres leer en papel porque retienes mejor el contenido.
R. Cuando empecé a viajar por el Himalaya y a hacer grandes caminatas, todo peso era demasiado. Empecé a llevarme los libros en un iPad. Pero me di cuenta de que se me olvidaba lo que había leído. Leí las novelas de James Salter y se me olvidaron. Luego las leí en papel otra vez y ahora puedo decirte fragmentos enteros de memoria. Hablé con un neurocientífico en París y me dijo que sí, que lo impreso se queda en el cerebro. La pantalla deja una huella frágil y pasajera, y para mí la memoria es esencial. El conocimiento nos viene por la palabra impresa.
Me interesa poco lo que se puede decir. Si se puede decir no hace falta pintarlo”
P. Ahora que EL PAÍS está a punto de cumplir 50 años, tomas el relevo de Eduardo Chillida, cuya obra ha sido, desde 1984, el galardón que entregábamos en los Ortega y Gasset, y nos has hecho el grabado iluminado a mano que vamos a entregar a partir de este año.
R. ¿Sabes? Conocí a Chillida cuando yo era muy muy joven y enseguida me adoptó. Tenía esa mirada… Mira que nuestros trabajos eran muy distintos, pero tuvimos una empatía inmediata. Desde luego, es un gran honor seguirlo y poder hacer un premio que en este mundo complicado representa lo que representa el Premio Ortega y Gasset.
P. Nosotros estamos muy emocionados porque era un relevo muy importante. Pero qué significa para ti que una obra tuya cuelgue en la casa de un periodista que se está jugando la vida en algún país por contar lo que pasa.
R. Por eso mismo hice una obra que contiene muchas obras, que no es una imagen única, sino polimorfa, a la que puedes mirar muchísimas veces. Quería que tuviera esa concentración. Tuvo varias versiones. La primera era una bola como un mapamundi, como un antitrofeo, pero acabó siendo lo mismo en un grabado con más colores. Tiene que ser un premio. Es complejo, pero no es desolador.
Miquel Barceló, en Farrutx, Mallorca, el 30 de noviembre 2024.JEAN MARIE DEL MORAL
P. ¿Por qué lo bautizas como Mondongo?
R. Porque un poco todo lo que representa está dentro. Yo estaba intentando hacer morcilla y me di cuenta de que en los pueblos de Burgos que conozco llaman mondongo a lo que contiene la morcilla. Me gustó porque es esa especie de combinación de muchísimas cosas que es un mundo agitado. Y me gusta mucho cómo suena la palabra.*
P. Sobre el mundo agitado. Has dejado de ir a Malí por la guerra y el terrorismo, y ahora suenan tambores de guerra por todas partes. ¿Cómo lo estás viviendo?
R. Con perplejidad y con inquietud. Cada vez que abres el teléfono te esperas una imagen terrible de verdad. Ya sé que han sucedido siempre, pero es que ahora es exponencial. También está la sospecha de que todo es una atroz manipulación.
P. Que no sabemos el juego al que asistimos.
R. Eso es. Y lo que ves es que hay muchos tahúres.
P. ¿Influye en tu obra?
R. Soy bastante poroso al mundo. No vivo para nada aislado. Cuando vivía en Malí, tenía siempre radios con onda corta para captar las noticias. O sea que enterado estoy. No sé si eso tiene una influencia directa en lo que pinto porque no hago comentarios de lo que pasa en el mundo, pero marca mi forma de estar en el mundo.
P. Eres un artista universal pero te expresas fundamentalmente en catalán, en castellano y en francés. ¿Te sientes europeo ahora que ser europeo se pone en cuestión?
R. Siempre, y ahora tal vez más, porque creo que tiene más sentido. Yo iba a Francia incluso cuando hacía falta pasaporte y a mí no me lo daban porque no había hecho la mili. Siempre me he sentido europeo, por intuición, como pintor, porque te haces tu patria con la pinturas que te gustan. Europa es un ámbito cultural que yo comprendí enseguida. He vivido en Nueva York y muchísimo en África, un poco en Asia y desde hace poco en Australia porque mi esposa es de allí. Y voy a Australia como europeo y como mallorquín, sin duda. Ahora me parece muy reivindicable la europeidad. Me parece la única esperanza de Europa: imponerse como un ámbito cultural y de pensamiento. No ganaremos con otra marca que no sea esta.
P. ¿La ves en riesgo?
R. Sí, porque está muy amenazada. Por esos tahúres.
Tener la oportunidad de colaborar en la reconstrucción de Notre Dame es una suerte y un honor”
P. Tahúres que ganan en las urnas. El mundo, y particularmente el mundo occidental, parece empeñado cada 80 años en asomarse al abismo. Como si no hubiéramos aprendido nada.
R. Eso de Marx de que la historia se repite en forma de farsa parece literal. Casi con los mismos personajes, cambian los detalles pero el drama es el mismo. Y seguimos dándonos garrotazos. Dando garrotazos sobre todo a los pobres.
P. Estás preparando tapices para Notre Dame. ¿Puedes contarnos algo de esos tapices?
R. Yo estaba en París cuando se quemaba Notre Dame. Mi hijo me llamó y salimos a la calle, era desolador. En mi estudio caía la ceniza de Notre Dame. Nunca he sido muy creyente, pero me pareció que tener la oportunidad de colaborar en la reconstrucción era una suerte y un honor. Y en eso estoy. Primero con el Noé del Arca de Noé, que estoy bastante adelantado ya. Lo hacemos con la Real Fábrica de Tapices de Francia, que no ha parado desde el siglo XVI y hacen tapices gigantescos, de seis por ocho metros, aunque los míos son grandes pero no tanto.
Miquel Barceló, en Farrutx (Mallorca), en febrero de 2024.JEAN MARIE DEL MORAL
P. ¿Y después del Arca de Noé?
R. El sacrificio de Isaac, Elías con el carro de fuego, que es fantástico, y el paso del mar Rojo. Pero mi Arca de Noé es muy modesta. Es una especie de laúd con una oveja, un perro, un gato y un cordero. No haces un catálogo de todos los animales del mundo, salvas la vida.
P. Cuando uno es Miquel Barceló y el molde es tan poderoso, ¿uno ya no puede salirse de él o está dispuesto a romper el molde? A investigar, a equivocarse.
R. Hay que equivocarse todos los días, y en eso de equivocarme soy un especialista. No adrede, pero lo normal es hacer cosas que difícilmente salen bien. Es una paradoja porque siempre acaba saliendo alguna otra cosa que no pretendías.
P. ¿Qué te provoca curiosidad? ¿Qué te sorprende todavía, aparte de tus temas recurrentes?
R. En los libros encuentro siempre sorpresas. Cosas que me sobrecogen. Ahora estoy leyendo el último libro de Juan Manuel de Prada, que me parece fantástico. No solo cosas nuevas, porque el mundo es una repetición de historias. Cada vez estoy más puesto en arte prehistórico. Cada vez voy más a ver cuevas. Eso es algo que he aprendido tarde.
P. Entre lo moderno y lo arcaico, ¿dónde colocamos a Barceló?
R. Es que lo arcaico es lo más moderno. Muchas veces he tenido la sensación de que hacía una carrera fulgurante hacia atrás. Es una elección, también una intuición. Las cosas más radicalmente modernas son cosas que están ahí antes de que seamos capaces de decirlas. Me interesa poco lo que se puede decir. Si se puede decir no hace falta pintarlo.
P. ¿Qué pensamiento te provoca la inteligencia artificial, pensar que hay artistas que ya la están usando?
R. Yo pienso usarla. Igual que la fotocopia. Me acuerdo que cuando surgió el vídeo decían que iba a acabar con el cine y cuando surgió la fotografía, que acabaría con la pintura, pero Degas hacía fotos y las usaba para sus cuadros. Eso sí, el nombre es feo: inteligencia artificial. Se irá adaptando, como cualquier herramienta. Hace falta gobernanza porque se pueden hacer trampas, aunque no hay que tenerle miedo. Yo todavía no le he dicho “píntame un cuadro con mi perfil”, pero porque me gusta hacer las cosas. Me gustan las cosas que pasan, y que no pasarán más, porque no se pueden repetir.
La 42ª edición de los Premios Ortega y Gasset de Periodismo
Este lunes 24 de marzo, el jurado de los Premios Ortega y Gasset de Periodismo se reunirá para decidir los ganadores de esta edición en sus cuatro categorías: Mejor historia o investigación periodística, Mejor cobertura multimedia, Mejor fotografía y Trayectoria profesional. La nueva web de los premios, premiosortega.com, recogerá toda la información relativa a los ganadores y sobre la ceremonia anual de reconocimiento a lo mejor del periodismo en español. La gala de premios celebrará el 5 de mayo su 42ª edición en Barcelona.
Fotografía de portada: Lourdes Rocher
Sonrío a propósito de una conversación con mi hija mayor. Para mi horror, ella llamaba «mondongos» a los trozos de tierra y piedra mineral que escarbé con mis manos durante los días de Retiro —para utilizar como pigmento natural en mis acuarelas— y que, cuidadosamente guardaba en una rústica y ridícula (es cierto) bolsa de plástico del super. Hoy me reconcilio con su significado gracias al Maestro Mikel Barceló.
Sentí que algo o alguien me seguía con pequeños pasos rápidos, fue como si me hubieran hecho cosquillas en la espalda con una pluma de paloma.
Me sorprendió, me seguía muy de cerca con pasos pequeños, a su ritmo. Aunque intenté hacer maniobras de despiste girando en redondo, acelerando el paso o quedándome quieta, seguía mis piruetas. Pensé que necesitaba un poco de cariño, agua, o algo de comida. Parecía agotada. Cogí unas migas del bocadillo que llevaba en la bolsa de deporte y puse un poco de agua en la tapa de una cajita de caramelos para que, una vez repuesta, pudiera continuar su vuelo. Allí estuve un buen rato observándola, y ella a mí, mientras se atrevía a acercarse al festín.
La recogí haciéndole un hueco en mis manos, sentía el arrullo de sus plumas entre mis dedos, sin moverse apenas. Decidí llevármela a casa dispuesta a cuidarla el tiempo que necesitara, sin tener nada claro que ella quisiera quedarse unos días conmigo. La verdad es que no domino el lenguaje de las palomas, pero algo había en aquella situación que parecía que nos entendiéramos. Le preparé un txoko en el invernadero, dejé la ventana abierta para que se sintiera libre de entrar y salir, y cada mañana la visitaba, le llevaba galletas picadas, agua, migas de pan mojadas en leche… y me quedaba a su lado preguntándome qué más se podía hacer por una paloma mensajera cansada. ¿Cómo podría ayudarle a recuperar su rumbo?
Yo me movía poco a poco, mirándola, por si se sentía con fuerzas para seguirme, ella intentaba acercarse hacia mí aunque no conseguía mucho más. Lentamente llegó un momento en el que inició el vuelo.
Se posó sobre mi hombro izquierdo.
Después de aquel día salíamos juntas al jardín. A medida que pasaban las horas y ella se sentía más segura, volaba de mi hombro a una de las ramas del roble más próximo y al rato volvía a mi hombro. Yo notaba que iba mejorando porque había más osadía en sus tímidos escarceos al aire libre, se alejaba un poco más cada día, y volvía para posarse en mi hombro; en mi hombro izquierdo.
Aquella mañana fue distinta. La madrugada inundaba de luz las horas difíciles de un derrotado septiembre.
Desde la ventana abierta del invernadero volvió la cabeza para mirarme un instante, y alzó el vuelo hacia el cielo.
Supe que aquél era un vuelo sin retorno, con rumbo preciso, cuando cruzaba ante mis ojos la fina línea que nos separa de la vida. Me quedé sin aliento mirando cómo se alejaba de mí, con serena elegancia, volando hacia un nuevo horizonte esta vez infinito.
Abrigada por la soledad de un prematuro vacío dejé caer, como una sonata triste de lluvia, todas las caricias que, con la ilusión de una niña, guardaba en mis manos y que entonces, vacías, enjugaban mi llanto.
Texto e imagen @mjberistain In Memoriam 2004
ALGUIEN COMO TÚ
Cada vez que te miro, caprichosamente, desde el otro lado del espejo, pienso en alguien como tú… Tus ojos son del color de la miel y tienen la dulzura de las almendras.
Contigo las mañanas son una celebración con el aroma de un buen café, mantequilla y panecillos tiernos, o como un paseo por caminos de hierba rezumante, entre el calor y las sombras.
Eres como esa fruta madura que se ofrece sensual a unos labios y pronuncia despacio los nombres de volcanes dormidos.
Te quiero. Te quiero porque hay tardes en que me llega de tí el olor a chimenea encendida en un pueblo pequeño… Nunca un cobijo fué tan cálido como tu abrazo en las horas de siesta.
Desde el otro lado del espejo te observo, te observo y te respiro con la melancolía de las lunas blancas de mi pasado. Luego… dejo que broten los versos que no pudieron nacer a tiempo y vuelvo, vuelvo una y mil veces a mirarme en el cauce de tus aguas limpias.
La presencia de la carta sobre el piano de cola negro me resultaba obscena.
Suponía que también podría serlo para alguien que entrase en el salón y la viera allí encima día tras día, y se preguntara el motivo por el cual yo no la hubiera abierto todavía.
No me reconozco en esta casa, a pesar de que llevo seis meses en ella. No he cambiado nada. No me hace falta. Tía Gabriela tenía mucho estilo. Me gusta la decoración elegante y sencilla de colores neutros, podría decirse que minimalista. Apenas unos pocos muebles antiguos auxiliares y altas cortinas de seda salvaje. Ya no está tía Gabriela, y siento que sigue aquí, a mi lado, aunque yo no la vea. He llegado hasta aquí gracias a ella.
Nací en un grupo familiar, una comuna; crecí rodeada de alegría y música y muchos niños a los que consideraba mis hermanos. Reconocía a mi madre, las demás personas que vivían allí eran mis tíos. Ella muchas veces lloraba, entonces yo la abrazaba y eso la aliviaba. Sonreía de una manera muy triste. No había alegría en sus ojos, su mirada era gris a pesar de que le gustaba cantar. Yo pasaba muchas temporadas viviendo con tía Gabriela, a veces en esta misma casa, otras en su casa de la ciudad. De una familia de diez hijos, tía Gabriela era la mayor, y mi padre había sido el séptimo. Especialmente ellos dos tuvieron una relación muy cercana y, de hecho, a tía Gabriela le encomendaron mi protección cuando a mi padre le ingresaron en un centro de rehabilitación. Después de aquello nunca se recuperó y murió de una sobredosis a los pocos meses. Tampoco volví a ver a mamá.
Estuve interna en lo más parecido a un convento de clausura del que solo podía salir los sábados por la mañana acompañada de una tutora. La mía era la señorita Úrsula, una mujer con un denso flequillo negro que le tapaba los ojos y que daba a su cara un aspecto de perro rottweiler atacando. Era imposible ser feliz así. Muchos sábados renuncié a salir por no verme con ella. Me quedaba en mi cárcel diminuta, sentada en el camastro, mirando por la exigua ventana de cristal sucio que había en lo alto, desde la que únicamente podía ver las nubes o el cielo de color gris oscuro. Se me permitía recibir visitas, aunque la única que solía tener era la de tía Gabriela, que venía de vez en cuando a traerme libros y galletas. Cuando ella llegaba yo notaba un escalofrío que me dejaba el alma helada y la voz se me quedaba atrapada en la garganta, aunque sabía que, para entendernos, no nos hacían falta palabras.
¿Que, cómo pude sobrevivir a aquello?
Tía Gabriela era una mujer menuda, sencilla, briosa, celosa de su independencia y aventurera. En cierto momento de su vida decidió dejar de viajar para instalarse definitivamente con su perra Hannah y sus caballos en esta casa. No había tenido hijos y yo me había convertido en su protegida.
Le atendían dos personas: Helga, una mujer ucraniana, fuerte y grande como un hombre, resolutiva pero discreta, que llevaba años trabajando para ella y se ocupaba de la organización de la casa y de la cocina. Y Damián, un hombre del pueblo que había sido marino mercante y, aunque se había retirado de la mar a los cincuenta años, había decidido seguir trabajando en tierra. Era fuerte, de aspecto atlético, muy simpático y dicharachero; muy cariñoso conmigo. Se ocupaba de los animales y el campo, pero también de las atenciones personales que mi tía necesitaba; era su mayordomo, su chofer y su consultor. Tía Gabriela nunca negó que también fuera su amante.
Él fue quien recogió el certificado que trajo un empleado de correos, y el que firmó en mi nombre haberlo recibido, porque yo no estaba en casa. —No sé si yo lo hubiera aceptado entonces; lo dudo.
El remitente estaba claro. Pero yo pretendía ignorar cualquier noticia relacionada con él. Cuando me lo entregó Damián, lo recogí con cierto fastidio, y no me detuve a leer el texto que contenía. Por no tirarlo a la basura delante de él, dejé el sobre con displicencia sobre el piano.
Aunque trataba de desentenderme de aquel sobre, cada vez que entraba al salón no podía evitar desviar mi mirada al rincón del piano. No era fácil porque el espacio destinado a aquel piano de cola ocupaba la mitad del salón en la planta baja de la casa. Allí estaba el sobre encima de la tapa cerrada del teclado. Me partía el corazón verlo allí, abandonado. Me recordaba a él, y yo me negaba. Me había costado años liberarme del recuerdo de su imagen, o del tono de su voz, con aquella firme delicadeza con la que me había enamorado. Y, de repente, aquella carta. Me encontraba incómoda con ella en casa, como si necesitara una justificación para no leerla y deshacerme de ella; quemarla. Pero no lo hacía.
Habíamos mantenido una íntima relación epistolar, y entonces, apreciaba sus galanterías, pero ahora que el sentimiento amoroso había desaparecido, sus escritos me sonaban a pedantería. Podía imaginarme su discurso, seguramente apasionado y trasnochado, los trazos de su escritura dibujados con exquisita caligrafía sobre un papel de textura especial, la perfección de su ortografía y sintaxis. Todo ello, y cada letra de mi nombre dibujada con ampulosidad, me producía, decididamente, rechazo.
Porque aquello había sido cuando éramos adolescentes. Se celebraban las fiestas y llegaban de los pueblos cercanos chicos y chicas hasta la casa de tía Gabriela a buscarme. Venían ataviados con vestidos vistosos y sombreros de flores y cintas de colores que venteaba el aire mientras cantábamos y bailábamos al ritmo que marcaba la banda de música de la facultad.
—¡Era otro tiempo!
Recuerdo que en el gran salón no cabía ni un alma más. El porche lo ocupaba el rumor de la charla desenfadada de todos los amigos que pasábamos las vacaciones en el pueblo; era una alegría con olor a lavanda y a limón de las primeras tardes de verano cuando el sol, como un audaz pintor, viraba su luz hacia colores rojizos y dorados. El azul oscuro del cielo borraba cualquier vestigio del día y se fundía en el horizonte con la noche. Entonces nos recogíamos en el salón, junto a la chimenea encendida. Eran momentos de charla o lectura, fumábamos y bebíamos y nos dejábamos invadir por un ambiente cargado de fragancias dulces, de hierbas, de licor y del humo del tabaco. Cuando ya tía Gabriela y sus amigos se retiraban, la música y el alcohol llenaban nuestras últimas horas de abandono sobre los sofás con el efecto piadoso de una rara ensoñación erótica.
Los ventanales, por un lado dan a la cúpula de color rojo oscuro de la iglesia y, por otro, a los campos que en esta época aparecen apretados por la floración de los frutales; almendros y melocotoneros en hileras, perfectamente definidas en la lejanía, entre el verde brillante de la hierba.
Me gusta adornar el interior con pequeños motivos de ramas y flores frescas del jardín. Es un ritual rociar los pétalos con agua de lluvia a esa hora de la mañana cuando reciben los primeros rayos de sol atravesando las ventanas. Hoy me sorprende el reflejo de mi propia imagen en los cristales. Pienso en él mientras arreglo las flores. Agua de lluvia, así tituló un poema que me dedicó entonces. Vuelve el recuerdo y hace estragos en mí, no puedo evitarlo, después de todos estos años. Y siento una especie de latigazo de deseo inconfesable; un escalofrío que inconscientemente me impulsa a humedecerme los labios con la lengua lentamente, como cuando se acercaba a mí jugando, con sus ojos entrecerrados y me arrebataba en su abrazo con una pasión que violentaba su carne. El agua de lluvia en el vértice vibrante del «Adagio for Strings» de Barber, y el resplandor de la luz del jardín filtrándose como polvo de mármol sobre las alfombras deshilachadas.
Debo de estar soñando. Quizás necesito tranquilizarme. Abro la ventana. Una bocanada de viento fresco llega como un aura de salvación que revoluciona los periódicos y la carta. Me dejo invadir por el intenso aroma de lavanda que cubre los campos. Veo que se acerca Damián que vuelve de las caballerizas con aire preocupado. Las noticias son alarmantes, la borrasca tan temida parece que llega a la zona y se mantendrá durante la próxima semana, bajarán las temperaturas y habrá vientos fuertes y grandes nevadas. Pongo la radio que repite insistente la noticia. La borrasca parece que está entrando en el valle.
—Habrá que prepararse para permanecer a cobijo hasta que pase la alarma— dice Damián sacudiéndose el polvo y la paja de la zamarra y limpiándose la suela de las botas en el felpudo antes de entrar en la casa. Me avisa de que se irá con Helga al pueblo a buscar lo necesario para sobrevivir los días de posible confinamiento.
Me he quedado sola. Observo la fina cuchilla del abrecartas. Abro el sobre, dispuesta a leer la carta. Un fuerte golpe de ventisca en la ventana que se ha quedado entreabierta me interrumpe y hace que me levante para cerrarla. Se me caen al suelo los periódicos y la carta que sostenía sobre mis rodillas. Un estremecimiento me recorre el cuerpo. Ha llegado de repente el frío. La niebla, como un velo, va ocultando el paisaje. Arrecia, y la lluvia golpea sin compasión en las ventanas. Los cristales parecen volverse líquidos. Apenas puedo distinguir nada más que oscuridad en el exterior. Damián y Helga están tardando.
Un coche gris avanza por el empedrado, cruzando el jardín, despacio…
Hay una sombra en el lienzo. Pienso que debe de ser el mar…
La nieve cubre mis manos y se me amontona el silencio donde ya no importan respuestas a las preguntas verdaderas.
Mi nombre es un abismo, distinto cada día, que dibujo en la arena de una playa perdida en el azul horizonte de la nada; hay noches que me llega su rumor muerto.
En algún momento perdí mis gafas de sol negras y mi reloj de arena, ahora sé que solo dejé huellas vacías, no sé dónde desvivirme.
Qué camino seguir después de las heridas? ¿Dónde perdí la alegría de mi pie izquierdo?
Año 2000. La autora de estas palabras era consultora de la ONU en resolución de conflictos.
La edad de mi cuerpo es de 50 años; ideal para gozar de los recuerdos e ilusionarme por el futuro, pero mi espíritu es eterno.
Supongamos que soy mediador en un conflicto armado…
Para empezar, silencio. Guarden unos minutos de recogimiento antes de empezar a hablar; el que crea en Dios, que rece…
¿Y si son ateos?
Deben meditar. La disciplina de pensamiento de la meditación beneficia a todos. Recuerde que toda actividad creativa comienza en silencio.
El que no rece, que medite. Traten todos de concentrarse en el objetivo de la paz.
No es fácil, pero piensen que la especie humana ha sobrevivido porque ha sabido encontrar más motivos para la paz que para aniquilarse. Esa conciencia universal y biológica se encuentra en todos nosotros: es una evidencia científica. Hay que dejar que fluya.
Hay que aislarse al negociar. Evitar las presiones cotidianas. Creo que la paz exterior depende de que cada uno consiga un mínimo de paz interior.
¿Y un terrorista?
Sufre una guerra en su interior. Contra el terrorismo hay que lograr esa paz interior. Nadie puede matar sin padecer ese desgarramiento en su conciencia. Y está necesitando ponerle fin y alcanzar la paz.
De acuerdo, todos meditamos
Si consigue que los reunidos guarden silencio en comunión, tendrá medio acuerdo alcanzado. Le puedo dar un consejo personal que a mí me funciona. Imagínese un punto en la frente de su interlocutor… aunque usted no lo soporte. Imagínese que ese punto es luz y amor, visualícelo. Téngalo presente durante todo el diálogo. Haga ese esfuerzo.
En una discusión no se trata de lo que dices, sino de lo que comunicas. Si ese truco neutraliza su hostilidad hacia el interlocutor su mímica será más positiva y, aunque repitan otra vez argumentos de reuniones fracasadas, avanzarán juntos hacia el acuerdo.
Hagan pausas para el silencio y la reflexión. Así permitirá que trabaje la intuición. Es la intuición la que encuentra caminos donde la razón se pierde. La intuición descubrirá las causas profundas y ocultas del conflicto.
¿Cuándo se aplican esas prácticas?
La globalización hasta ahora sólo es un concepto materialista… pero pensamos que pronto tiene que haber una globalización del espíritu.
¿Consiguen detener algún conflicto con la oración o la meditación?
Voy a referirme a alguno de ellos…
Fue en Sudáfrica. Se presentía una guerra civil y miles de personas de organizaciones no gubernamentales meditamos con los sudafricanos en la buena dirección. No trajo directamente la paz, pero ayudó, desde luego. La paz en Sudáfrica es mérito de Mandela porque ha demostrado que un solo hombre que renuncia a la venganza puede eliminar el odio del corazón de todo un país. Un hombre bueno. Sí.
Un gran hombre es quien consigue extraer lo mejor de cada uno y encuentra bondad incluso en el peor criminal. Mandela logró que millones de personas brutalizadas y esclavizadas como él perdonaran con él y miraran al futuro.
…O el día que me vi rodeada de 14 convictos de homicidio que me recibieron con una flor al llegar a la prisión de Londres y con los que medité después hasta que los vi llorar de alivio. Necesitaban encontrarse a sí mismos…
Galletitas
La maleta de Jayanti Kirpalani, esta señora de la paz contiene una túnica de recambio, papeles y muchos paquetitos de galletas. Obtiene la concordia universal a base de pastitas.
Lleva consigo siempre una maleta llena de pastitas.
Me obliga a deglutir una, aunque acabo de desayunar, y me llena los bolsillos de ellas para mis colegas.
«Los dulces llegan directos al corazón»
El dulce mensaje es que nuestra paciencia conseguirá mucho más que nuestra fuerza.
Extractado de la entrevista y artículo de Lluis Amiguet
Reconozco que frecuento el Blog de Volfredo, y en muchas ocasiones encuentro temas variados y recomendaciones que me interesan. Desde aquí mi admiración sincera y mi agradecimiento por su generosidad en compartir su conocimiento.
Respeto todas las opiniones. En este caso, he decidido guardar la referencia del libro «El Retrato de Dorian Gray» en esta página, para tener a mano su estupenda reseña que merece una lectura tranquila.
Puede ser que a alguien más le interese… en especial su Blog LO REAL MARAVILLOSO. Un Sitio de literatura, historia y buen arte.
Recomendación:
Pasados los lejanos ecos de la juventud y sus ímpetus, recomiendo la relectura de “El retrato de Dorian Gray” desde la experiencia acumulada; obra de incalculable valor literario y filosófico, que fusiona con maestría la estética decadente con una profunda reflexión sobre la moralidad, la belleza y el hedonismo. A través de la historia de Dorian Gray, Wilde explora los peligros del narcisismo y la obsesión por la apariencia, cuestionando las implicaciones éticas de una vida guiada por el placer y la vanidad. Su prosa refinada y su simbolismo visual enriquecen una narrativa que desafía las normas sociales de su época, y nos invita hoy, a una reflexión sobre la superficialidad y la crisis de valores en la sociedad contemporánea. La obra se erige así, como una crítica atemporal a las contradicciones inherentes en la búsqueda de la perfección estética y el vacío existencial que esta puede conllevar.
Ver la reseña completa en su Blog «Lo real maravilloso»
Poesía es sinónimo de belleza realizada y sensible, y por eso, ampliando metafóricamente su acepción estricta, el uso común extiende el nombre de poesía y de poético a todo lo que es bello, a todo lo que produce emoción estética. Así se dice: ¡Qué poético paisaje! ¡Cuánta poesía hay en este bosque!, y, frases semejantes, con que se da a entender que los objetos a que tales palabras se aplican producen en el alma una impresión poética, esto es, estética.
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Estas dos maneras generales de producción, propias de la poesía objetiva, se manifiestan: la primera en la mayor parte de los poemas épicos y en las novelas y dramas históricos; la segunda en los poemas épicos de carácter filosófico (como el Fausto de Goethe) y en las composiciones dramáticas y novelescas que no se fundan en ningún hecho real, pero que representan o narran hechos posibles en lo humano.
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En los géneros poéticos objetivos (épica, dramática, novela, etc.), la forma inmediata y primera del fondo (la forma conceptiva) es un conjunto de hechos y personajes, una acción ficticia, y en este caso la narración, la descripción, el diálogo, etc., son meras formas expositivas de esta forma primera, que en cierto modo se convierte en fondo de la obra. Pero en la Poesía subjetiva suele acontecer que la forma expositiva es la primera, pues el poeta no hace otra cosa que exponer directamente el estado de su alma, o enunciar un pensamiento determinado.
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Fácil sería mostrar con numerosos ejemplos la verdad de estas afirmaciones. La manera distinta con que consideran la realidad el científico y el poeta es evidente. La idea de la relatividad del conocimiento inspirará al filósofo un minucioso análisis psicológico y crítico, cuyo resultado será una fórmula árida y descarnada, semejante a esta: Todo conocimiento es relativo, y varía según las condiciones características de cada inteligencia individual, La misma idea, convertida en pintoresca imagen por el poeta, le inspirará esta breve y gráfica sentencia:
En este mundo traidor nada es verdad ni mentira; todo es según el color del cristal con que se mira.
El científico, examinando una flor, hará una descripción detallada de todos sus órganos, y declarará fríamente que es bella o huele bien; el poeta, sin cuidarse de describirla, ensalzará la delicadeza de su aroma, la belleza de sus colores, y buscando relaciones y analogías que el científico no advierte, verá en ella una imagen de la brevedad de la vida, imaginará que el sonrosado de sus hojas es un símbolo del pudor, la comparará con una virgen tímida, si es una violeta, o con una orgullosa hermosura si es una camelia, etc. Un historiador, al relatar un hecho, se cuidará, ante todo, de exponerlo fielmente en todos sus detalles; un poeta lo modificará según exigencias estéticas, y solo buscará en él lo que tenga de dramático.
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No hay que confundir esta idea y asunto puramente artísticos, con el fin moral que el poeta puede proponerse. Fuera de que la idea moral o trascendente no es absolutamente necesaria en la obra poética, su concepción puede ser motivo determinante, pero no primer momento de la producción artística. La elección de una tesis que se quiera probar por medio de una acción dramática o novelesca no es todavía un acto de producción artística; esta comienza al concebir el pensamiento dramático (la idea general de la acción) de cuyo planteamiento y desarrollo ha de deducirse la demostración de la tesis moral.
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Decimos sean o no bellas porque no siempre es bello lo expresado por el poeta subjetivo o lírico. La duda, la desesperación, el escepticismo, la ira, el amor puramente sensual no son ciertamente estados bellos del espíritu, y, sin embargo, puede su expresión poética ofrecer verdadera belleza, merced a la forma de que el poeta los reviste. En la poesía filosófica y razonadora esto se muestra a cada paso.
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Preferimos a esta denominación la de mixtos o compuestos, porque la palabra transición indica una relación de continuidad que no siempre revela entre ellos la experiencia. Un género de transición debe ser el que siga a uno y preceda a otro, de los géneros simples en el desenvolvimiento histórico del Arte, o al menos el que represente un conato de trasformación de un género en otro. Nada de esto se observa en la historia de dichos géneros ni lo revela el estudio de su naturaleza. La sátira, género épico-lírico, no sigue a un desarrollo épico ni precede a otro lírico, sino que es coetánea de ambos géneros, ni representa un conato de lo épico para convertirse en lírico o viceversa. Lo que hay en estos géneros es una compenetración o composición de elementos propios de los géneros simples, y por esto el nombre que mejor les cuadra es el que hemos adoptado.
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Hay algunos poemas épicos escritos en prosa (el Telémaco de Fénelon, los Mártires y los Natchez de Chateaubriand, el Ahasverus de Quinet, etc.); pero estos ensayos no han tenido éxito. La grandeza y solemnidad de la concepción épica no se avienen con la forma prosaica.
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Esta es la principal razón de la decadencia de la Poesía épica en la época presente. Debilitada la fe en lo sobrenatural, o al menos restringida a muy reducidos límites; sustituida la explicación poética de los fenómenos naturales por teorías científicas que difícilmente se prestan a la inspiración; imposibilitada por multitud de circunstancias, la formación de mitos y leyendas históricas; rebajada la talla de los héroes y de los sucesos; -la Poesía épica tiene que circunscribirse hoy a esfera muy estrecha, y no puede remontarse adonde llegó en otro tiempo. Por eso la ha sustituido la Novela, mezcla de lo épico y lo dramático, que, en formas prosaicas, pero con mayor interés y verdad que la Poesía épica, expresa los ideales y narra los hechos de estos tiempos. Poemas de breves dimensiones, tanto líricos como épicos, y no pocas veces dramáticos, que con frecuencia entrañan tendencias humorísticas, son hoy los únicos y degenerados representantes de este género, llamado, si no a extinguirse, por lo menos, a sufrir una trasformación profunda.
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Dante, que cantó todas las grandezas de la teología católica en su Divina Comedia; Milton, que narró hechos tan portentosos como la caída de los ángeles y el pecado de Adán; Klopstock y Hojeda, que relataron el drama del Calvario, cumplieron este precepto fundamental en el terreno de la Poesía épico-religiosa, como Valmiki, Homero, Virgilio, Tasso y Camóens en la heroica. Pero no tuvieron igual acierto en la elección. Virués en su Monserrate, Ercilla en su Araucana, Voltaire, en su Henriada, y otros muchos. Un hecho milagroso, que da origen a la fundación de un monasterio, una lucha con una tribu salvaje, una guerra civil desastrosa, no son asuntos que ofrecen la grandeza o interés propios del verdadero poema épico.
Profundizo en las palabras WABI SABI a propósito de mi nuevo proyecto relacionado con el Arte.
Son palabras de difícil traducción, yo especialmente las tengo bien interiorizadas desde que vine a este mundo. Siempre he sabido que soy imperfecta, lo he sufrido durante mi aprendizaje, época en la que la exigencia de perfección me resultaba ciertamente agobiante, más tarde durante mi etapa de presión profesional y, por mi especial forma de ser, en el ambiente social. Sin embargo, doy gracias a la Vida por haberme dado la oportunidad de convivir con personas que me han aceptado con mis imperfecciones, me han dado gran apoyo en los momentos difíciles y me han obsequiado con su generosidad, empatía y riqueza espiritual.
¡Soy imperfecta, y qué!
WABI
Se refiere a una simplicidad casi rústica, con frescura, espontaneidad y a la vez tranquilidad. Puede referirse tanto a la Naturaleza como a elementos creados o construidos con discreta elegancia por el ser humano. Asimismo puede referirse a defectos propiciados por el proceso de construcción, y que pueden aportar al objeto singularidad, exclusividad, excepcionalidad.
SABI
Se refiere a la belleza que llega con la edad, cuando la vida del objeto y su impermanencia se evidencian en su pátina, o incluso en algunas heridas reparadas visibles.