Composición fotográfica a partir de tres fotografías del Puente Colgante de Bilbao editadas en Blanco y Negro. Trabajo de fusión y desenfoque. Tamaño 38×29 cm., resolución 300 ppp.
El puente de Vizcaya (Bizkaiko zubia en euskera), también conocido como puente Bizkaia, puente Colgante, puente de Portugalete, o puente Colgante de Portugalete, es un puente transbordador de peaje, concebido, diseñado y construido por iniciativa privada entre 1887 y 1893, que une las dos márgenes de la ría de Bilbao en Vizcaya (España). Esta construcción de ingeniería civil fue inaugurada el 28 de julio de 1893,[1] siendo el primer puente de su tipología en el mundo[2] y uno de los ocho que aún se conservan.[3]
El puente recibe varios nombres. El nombre que consta en su página web oficial es «Puente Bizkaia», aunque su denominación más popular y extendida sea la de «Puente colgante» al que a veces se suele añadir la extensión «de Portugalete«. También suele recibir el nombres de «Puente de Portugalete», ya que originalmente unía Portugalete con Las arenas de Portugalete (ambas márgenes se consideraban del mismo municipio), y «Puente Palacio», en honor de Alberto de Palacio y Elissague, el ingeniero que lo proyectó.
El puente enlaza la villa de Portugalete con el barrio de Las Arenas, que pertenece al municipio de Guecho, así como las dos márgenes de la ría de Bilbao. Su construcción se debió a la necesidad de unir los balnearios existentes en ambas márgenes de la ría, destinados a la burguesía industrial y a los turistas de finales del siglo XIX.[4]Bilbao – Puente Colgante de Portugalete. El puente tiene 61 metros de altura y 160 metros de longitud es un puente transbordador de peaje, concebido, diseñado y construido por iniciativa privada entre 1887 y 1893, que une las dos márgenes de la ría de Bilbao en Vizcaya (España). Esta construcción de ingeniería civil fue inaugurada el 28 de julio de 1893,[1] siendo el primer puente de su tipología en el mundo[2] y uno de los ocho que aún se conservan.[3 Wikipedia.
Composición fotográfica de la obra del escultor Nestor Basterretxea titulada Paloma por la Paz, fue creada en 1980 y situada en el Paseo de la Zurriola de San Sebastián.
El procesado combina varias fotografías en color de la escultura, conposterior desaturación, fusión, desenfoque y virado a blanco y negro, aportándole un terminado en tonos azules. Tamaño 70x 41,2 cm.
Autoría: Macarena Azqueta y Maria Jesus Beristain con la colaboración de María José Cueli en el procesado.
Museo Pablo Serrano, febrero 2025
Nota: Obra donada a la Asamblea de cooperación para la Paz de Zaragoza, expuesta en el Museo Pablo Serrano y vendida en subasta.
En 1930, el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos adoptó el sistema de color Munsell para la determinación del color (elaborado por el profesor de arte Albert Henry Munsell). El sistema tiene tres componentes:
El matiz o tono. Es la longitud de onda dominante en la radiación reflejada. Tiene cinco colores básicos (rojo, amarillo, verde, azul y púrpura) y cinco intermedios.
El brillo. Indica el grado de claridad / oscuridad relativa del color, comparado con el blanco absoluto.
El croma. Expresa la pureza relativa del color.
Se utiliza una tabla de colores Munsell (basada en ese sistema) para comparar con el suelo a estudiar. Así se evitan imprecisiones al describir el color y se unifican los criterios para todos los científicos del mundo.
Para ello, se toma una porción de suelo y se mantiene junto a los distintos rectángulos de color de las tablas hasta encontrar una coincidencia visual. Entonces se le asigna la notación Munsell correspondiente. Por ejemplo, un suelo pardo rojizo puede indicarse como: valor de matiz croma/brillo (2YR 4/6), según se observa en la figura 1.
No se puede nombrar, ni encerrar en una imagen clara. Solo se puede sentir… y dejar que aparezca. Crear desde lo invisible, desde lo que no se ve pero se intuye. El arte abstracto no es una técnica: Es una manera de escuchar lo que hay dentro. Es pintar sin saber qué buscas, y aun así, encontrarlo. Exploramos el gesto, el color, la materia. Capturamos el viento, el silencio, una emoción sin nombre. No para entender, sino para habitar. Para ver lo que aparece cuando dejas de buscar algo concreto. Una experiencia de creación libre, íntima y profundamente reveladora.
Con alegría y una especie de «pudor» y humildad deseo dejar constancia en mi Blog del homenaje que tan generosamente me ofrece Úrsula Romero en su Blog «Trozos de papel». Mi agradecimiento inmenso porque ha sabido captar el contenido de Hilos de Silencio con especial sensibilidad.
Al finalizar el Máster de Acuarela me he encontrado con estas imágenes que, pienso, algún sentido tienen que tener. Decido que también tienen su «valor» y un nivel que no les concedí en ningún momento anterior. Han sobrevivido en mis archivos, forman parte de mis cuadernos íntimos digitales como archivos fotográficos aunque fue el papel en blanco el que recibió originalmente la impronta de sus «hilos de silencio» en forma de trazos temblorosos de miedos y de dudas…
Despierto a una realidad nueva llena de ilusión por continuar por este camino que un día se abrió ante mí, que elegí confiada, y del que nunca me arrepentiré a pesar de la dureza del proceso creativo.
Mi agradecimiento a las personas que lo hicieron posible, Araceli García y Cruz Ciudad, y a todos mis compañer@s de curso a los que admiro y aprecio de verdad. Gracias por haber estado al otro lado de las pantallas compartiendo con generosidad vuestro trabajo y cercanía.
Nota:
La imagen de portada me la ha ofrecido la IA y la he aceptado, (es la primera vez que la utilizo). Ha captado no solo mis imágenes sino también mi texto. Así, razonadamente, me ha generado una imagen potente de hilos de colores cálidos saltando por los aires con alegría luminosa.
No tengo más voz que la del silencio en esta hora de marea alta, en este paisaje del no ver, no tener, ni casi ser… (Saramago 151 Piedra de luna)
El mar no es azul —dijiste— El mar es del color que tú quieras que sea»…
Quise ahondar en la memoria imaginar pigmentos, colores que antes no existieron para el mar. Ese mar que siempre es el mismo y permanece en mi mente en movimiento, entre abismos inciertos.
Yo encontraba hilos de silencio, veladuras, nieblas, reflejos que mecían mi locura. Había algas que jugaban con mis pies desnudos, sus brazos de agua entre las aguas, como delicadas pinceladas verdes, sucedían y se alejaban de mí navegando hacia la nada, yo embriagado, con el sabor del salitre entre los labios.
Ah, ¡Mar de mis naufragios!
Te buscaba, desde la zozobra de mis desvaríos entre los espejos en desuso por las terrazas de Alejandría, Te buscaba en la arquitectura de las tormentas, en el reverso azul de las olas; en sus espumas, o suspendido a veces en lluvias de fugaces amapolas que inventaba…
Ah! ¡Mar de mis silencios! A veces te encuentro, y a veces te pierdo.
Selección de imágenes (fotografías y acuarelas de mi autoría) Pulsar sobre cualquiera de las imágenes para verlas en mayor tamaño
Las palabras siempre han sido frágiles. Desde que el primer sumerio garabateó signos cuneiformes en una tablilla de barro, hasta que Marcel Proust se encerró entre cortinas gruesas para escribir “En busca del tiempo perdido”, la palabra escrita ha sobrevivido como puede: acosada por las guerras, ignorada por los poderosos, combatida por el ruido de la publicidad. Hoy, en pleno siglo XXI, esa fragilidad se acentúa. No porque escaseen los escritores —hay más que nunca—, sino porque sobran los estímulos. Nunca fue tan difícil narrar y ser escuchado, y nunca fue, al mismo tiempo, tan urgente.
Lo que vivimos no es la muerte de la literatura, sino su desplazamiento. El lector ilustrado, ese que se deleitaba en la lentitud, que marcaba con lápiz pasajes de Madame Bovary o subrayaba con fervor a Cervantes, se ha vuelto una especie en peligro de extinción. En su lugar ha emergido otra criatura: el espectador disperso, adicto a las historias breves, deslumbrado por los íconos centelleantes de los “me gusta”, y con una capacidad de atención que, según estudios recientes, ya compite con la de un pez dorado. No en sentido figurado: literalmente.
En este nuevo escenario, el elefante pisa fuerte. Tiene el tamaño de un continente, el olor del dinero y el apetito insaciable de las cifras. Es YouTube, TikTok, Netflix, Spotify, Instagram… es MrBeast regalando islas y PewDiePie burlándose de sí mismo ante millones de cómplices digitales. Es, en esencia, el mercado global del entretenimiento, donde la narrativa se convierte en mercancía y el arte, en algoritmo.
¿Y quién puede competir con eso? ¿Cómo puede un humilde narrador, que aún cree en la belleza de una frase bien construida, sobrevivir entre alaridos de carátulas sensacionalistas y desafíos virales?
Este elefante no es maligno, ni mucho menos. Es simplemente eficaz. Produce contenidos concebidos para ser devorados, no digeridos. Su fortaleza es la repetición, la inmediatez, la adicción medida por segundos de atención. Cada clic cuenta. Cada segundo que un espectador no abandona el video es una victoria. No importa la verdad, la belleza o la profundidad: importa el tiempo de permanencia.
Y, sin embargo, entre tanto brillo, hay sombras. Porque, aunque el elefante arrasa, no puede amar. No puede recordar. No puede susurrar. Solo embiste.
La hormiga: un blog, un lector.
Frente a este coloso de datos y pantallas, aparece la hormiga. Frágil, modesta, minúscula. Su fuerza no está en la cantidad, sino en el contenido. No vive de viralidad, sino de la comunicación íntima. Su espacio no es una plataforma de moda, sino una trinchera. Y en esa trinchera —llamada Lo Real Maravilloso— todavía se escribe para quienes leen con la pausa de un monje medieval y el goce de un sibarita de la lengua.
La hormiga no ofrece sorteos ni acrobacias digitales. Ofrece ideas. Ofrece historia, arte, literatura. Habla de Magritte y de Caravaggio, de Lezama Lima y de Borges, de la Resurrección de Cristo como un acto simultáneo de la pintura y la carne. Escribe para un lector que tal vez no habite en TikTok, pero que aún se estremece al releer una frase de Paulo Coelho o al contemplar, en silencio, Las Meninas.
Escribir desde la hormiga es un acto de fe. Es renunciar a la popularidad para abrazar la profundidad. Es escribir sin saber si alguien llegará hasta la última palabra. Pero también es encontrar, de tanto en tanto, un lector verdadero. Uno solo. Y eso, en tiempos de ruido, es un milagro.
¿Hacia dónde va el lector moderno?
Esta serie, que hoy llamamos hilo, —iniciada con MrBeast y seguida por PewDiePie— nos ha mostrado dos modelos opuestos de comunicación: el espectáculo filantrópico y la ironía participativa. Ambos, con millones de seguidores, representan apenas la punta de un gigantesco témpano: la nueva cultura digital. Una cultura que no desprecia la narrativa, pero la trastoca. Ya no se cuenta lo profundo: se exhibe lo fugaz. No se describe: se exagera.
Sin embargo, incluso entre los seguidores de estos titanes digitales, persiste un anhelo sordo. Una nostalgia no dicha por las palabras que respiran. Muchos de esos jóvenes hiperconectados no saben aún que también pueden amar la literatura. Que hay un espacio —pequeño e íntimo— donde la inteligencia no se disfraza de sarcasmo, sino que brilla con luz propia.
Contar una historia en el siglo XXI es un acto de resistencia cultural. Es oponerse al vértigo con calma. Es preferir la metáfora al alarido, el matiz a la consigna. Es escribir sabiendo que tal vez no se obtendrá dinero, pero sí el disfrute de la literatura verdadera.
Un blog como Lo Real Maravilloso no tiene patrocinios de gaseosas internacionales, ni cámaras de alta definición, ni millones de clics por segundo. Tiene algo más escaso: una comunidad de lectores. Lectores verdaderos. Gente que, como el buen catador de vinos antiguos, saborea la palabra con lentitud, halla deleite en una digresión, se detiene en una frase como quien acaricia un cuadro.
Este blog no compite. No vocifera. No hace piruetas frente a la cámara. Pero ofrece algo que ya casi nadie ofrece: una conversación real. Una conversación que atraviesa siglos, que une a Homero con García Márquez, a Carpentier con Eco, que enlaza al lector cubano con el lector universal.
¿Y qué debe hacer el escritor frente a este panorama? ¿Callar? ¿Convertirse en influencer? ¿Abandonar la sintaxis por el chascarrillo visual?
No. El escritor debe volverse alquimista. Debe transformar la experiencia en palabra, y la palabra en asombro. Debe comprender los nuevos códigos, sin rendirse a ellos. Puede usar las redes, sí, pero no ser devorado por ellas. Puede dialogar con los nuevos formatos, pero sin mutilar la complejidad. Debe recordar que su oficio no es distraer: es sembrar ideas.
Y en esa labor silenciosa, casi artesanal, puede que halle lectores. Pocos, sí. Pero fieles. Lectores que llegan por curiosidad y se quedan por el atractivo de una entrada de 1200 palabras a un cortometraje de 12 segundos. Lectores que aman los buenos libros, las buenas pinturas, las buenas historias.
Tal vez el elefante lo consuma todo. Tal vez las máquinas escriban novelas que simulan llorar. Tal vez los jóvenes ya no lean nada que no venga con emoticonos y sonido de notificación. Pero también es posible —y aquí la esperanza— que, en medio del bullicio, alguien escuche una voz tenue, una historia bien contada, un texto publicado en un blog sin anuncios, y diga: “Esto es lo que buscaba”.
Si eso ocurre, aunque sea una sola vez, habrá valido la pena.
Porque narrar, al fin y al cabo, no es ganar una carrera. Es encender una luz.
Y mientras exista Lo Real Maravilloso, esa luz será nuestro interés primordial, mantenerla viva.
Sobre las aguas, como dioses de una antigua leyenda caminábamos descalzos,
unidas nuestras manos dibujaron un arco de sagrada transparencia para un amor de azules trazos,
Tocábamos el río, el mar antiguo, rodaban piedras como lluvia lenta de un seísmo irrevocable en los labios.
Sobre las aguas, caminábamos no hubo palabras, ni poemas, solo silencio en el camino fronterizo, y promesas que dormitan como algas, como lenguas agitadas en el mar de la memoria, tempestad que mordió el alma y perdura calladamente entre páginas blancas…
Vibra mi vida en un azul misterioso, asombrado a veces, profundo siempre,
primario, necesario en latitudes adversas
Azul de nieve corrompida, azul vertiginoso, esencia de la nada en mi delirio, azul crispante, azul aguerrido en la batalla, azul, siempre marino.
Azul de un cielo nubloso, rezagado, azul compasivo, azul de los sueños más niños.
Quise ser poeta y solo encontre retazos de ternura en las márgenes de los ríos,
pensé que se apiadarían de mi los horizontes y no encontré la llave de mi propio discurso que abriera en penumbra siquiera un hilo de paz para el camino.
Llame a mis amigos y todos habían huido, sometí mi amor a figuras de corazón vacío
y me rendí a los sueños virtuosos de alboradas en todos los lugares del mundo.
Saqué de la mochila unas últimas palabras que me quedaban, descarnadas,
y lloré como un rio en la maldita oscuridad de tu ausencia.
Después todo se tiñó de azul, azul oscuro.
Navego despacio, el viento es mi futuro hacia la orilla de la última playa,
allá donde el mar amamantó los apuntes de salitre de mis primeros versos.
Sentí alterarse mi corazón, como suele decirse, sentí mariposas en el estómago. El Arte y la Espiritualidad definieron el medio donde quería estar en este momento de mi vida.
Y no me equivoqué. Ha pasado ya un tiempo suficiente como para saber que es aquí donde deseo continuar, a pesar de que el proceso creativo tiene momentos como de montaña rusa, o días de vino y rosas…
Araceli es una persona muy especial, sensible y directa en su comunicación. Su «arte» transmite mundos infinitos de belleza, expresividad y elegancia. Admirables mundos que invitan a sumergirte en su filosofía y su esmerada técnica, a explorar caminos nuevos y a recorrerlos con su ayuda sin miedo.
Para sentir la satisfacción del propio crecimiento personal y artístico además del de pertenecer a un grupo de personas a las que admiro.
Muchas gracias Araceli por darme esta oportunidad.
Fluye en la penumbra del rio tu latido silente, íntima tu mirada malva, y lejana como un secreto que no hiere a la sombra de los relojes desorientados.
Los ojos de la noche son de agua; el campo dormido tiembla el caballo en tus ojos de agua secreta. De agua de sombra, de pozo, de sueño. Silencio y soledad. Solo la luna bebe en tus aguas, abre puertas de musgo. Un río de corriente dulce y silenciosa moja riberas en el alma.
Inspirado en poema de Octavio .Paz
—Esas lágrimas salobres ¿de dónde vienen, madre? —Lloro, señor, el agua de los mares. García Lorca
Canta el agua donde los montes rozan el cielo. donde las rocas, trozos de cielo, cayeron un día al vacío…
Anabel Torres – Colombiausar imagen de Lourdes
Gotas de agua amanecen en las flores lágrimas de la luna que la noche llora.
PoesiaVersión inspirada en poema de Miguel Sánchez Gatel
Quiero saber en qué consiste el agua, o por qué las palabras se me quedan colgando a veces; sonámbulas, inútiles, aisladas, imperfectas.
Quiero saber por qué es tan difícil tocarte en un mundo que no arde, o no necesitar la absoluta densidad del silencio para pedir a gritos un horizonte de agua.
Tu pulso acantilado de ternura, inevitable referirme una vez más a ti, a la perfecta serenidad de tus manos abiertas, al crepúsculo de tu transparencia.
Lo demás solo es cielo. Dejadme hablar, escarbar el barro con el barro, romperme, despedazar mi sangre sobre la tierra.