Llevabas los bolsillos llenos de azucarillos
—dijiste que eran para que yo no me cansara—
y una pequeña mochila con un botellín de agua
bien fría, como a tí te gustaba.
Las piedras del camino protestaban
porque, en vez de andar, ibas pegando patadas
al aire para verlas cómo saltaban.
Sabía de memoria el camino
de alrededor de la casa,
los recovecos y las ruinas,
pero iba acariciando contigo
mis sueños de infancia.
Intentábamos juntos descifrar palabras
y figuras de colores dañadas por el tiempo
y por las alimañas, y fechas cinceladas
en los árboles a cuchillo hacía muchos siglos.
Sabía de memoria todos los trucos.
Pero, qué hermoso era el amor
cuando me veía encaramada
a los cascotes de las ruinas,
contigo encima,
para ver más allá de las tapias.
Por el canal se acercaban los patos salvajes.
Un ave blanca llegó hasta ti,
estiró su cuello y las plumas de su culo
se atrevió a robarte un azucarillo del bolsillo
y desplegando sus alas se marchó volando.
Una suave brisa de verano envolvió la explosión de tus risas
y la belleza de nuestra pequeña aventura.
@mjberistain