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Se rompe la lluvia como la música,
en ritmos imposibles.
Llega la primavera.
¿A dónde irá la fina niebla vaga
que borraba los límites?
José Hierro
Al volver de mi viaje a Opakua, me encuentro con la grata sorpresa de haber recibido el último libro, recién publicado, de mi buena amiga y poeta Isabel Fernández Bernaldo de Quirós. Es un pequeño libro de intenso contenido y preciosa edición de MAHALTA Ediciones, primera edición en abril 2022.
Isabel lo titula BIENANDANZA (en las orillas del Haiku).
Mi cámara viene cargada de imágenes, unas, fieles a mi intención en el momento de tomarlas y otras, convertidas en sorprendentes. Me gusta explorar y experimentar, por lo que también hay varias que —me cuesta decirlo— han ido directamente a la basura.
Haciendo una pequeña selección, pienso en su poesía. Quizás pudieran armonizar sus Haikus con algunas de mis fotografías…
Y juego a cruzar sus caminos.
Las dos primeras están tomadas en el Embalse Iturbeltz
de camino hacia el Laberinto del Arno.

Sobre el estanque
libélulas en tandem.
Amor en vuelo.

Con la calima
el sol transmuta en luna
y el mar en lago.

Soñaste, flor,
alas de mariposa
y haces que vuelas.

Parar aquí.
Dejar que los colores
se desvanezcan.

La tierra espera
que regrese la vida.
Siente la lluvia.
Haikus de Isabel Fernández Bernaldo de Quirós
Fotografía @mjberistain
Reflections 2

Un simple espejo, unos pocos objetos (como plantas y frutas) y su propio cuerpo son los elementos que Ziqian Liu necesita para crear las fotos de ‘Reflections 2’, una serie de llamativos autorretratos que demuestran que los selfies pueden ser también arte si se tiene talento, se cuida la composición y (en este caso) se…
Origen: Xataka Foto
Ansel Adams dijo de ella que era “espectacular, la más grande fotógrafa de desnudos”. Sin embargo, la inmensa mayoría de las veces, el nombre de Ruth Bernhard no suele aparecer cuando se habla de los grandes maestros de la fotografía del siglo XX. Fue miembro del famoso grupo F64 junto al propio Ansel Adams y otros históricos como Edward Weston, Imogen Cunningham, Minor White y Dorothea Lange.
Nacida en Berlín en 1905, hija única del famoso diseñador Lucian Bernhard, Ruth fue consciente muy pronto del menosprecio con el que las mujeres eran tratadas en el mundo artístico. Lo veía en el comportamiento de su propio padre:
“Le admiraba, pero me dejó muy claro que los chicos eran más importantes que las chicas… Y para él, los padres eran aún más importantes”.

Ruth Bernhard
Con el tiempo y su especial atención a los desnudos femeninos, Bernhard quiso, a través de su trabajo, reivindicar el papel de la mujer y dignificar la figura femenina.
“La mujer ha sido blanco de muchas cosas sórdidas y ordinarias, especialmente en fotografía. Mi misión ha sido elevar y apoyar la imagen de la mujer con una devoción infinita”.

Perspective II (1967). Foto: Ruth Bernhard.
Sus padres se separaron cuando ella tenía sólo dos años y Ruth quedó al cuidado de su padre, un reconocido diseñador y artista alemán que volvió a casarse cuando su hija tenía ocho años.
“De niña sentía una gran curiosidad por la evolución y la continuidad de la vida. Mi interés por la vida de las plantas, la belleza del mar y el estudio de los animales estaba directamente relacionado con mi visión del cuerpo humano… Se me ocurrió que nosotros somos una especie de contenedores de semillas, en la medida en que nuestros cuerpos representan el pasado, el presente y el futuro; la progresión de la raza humana. Mis fotografías representan esa filosofía. El cuerpo, por supuesto, es el objeto seminal del que brota la vida”.
Two Leaves (1952). Foto: Ruth Bernhard.
La joven fotógrafa vivió con su padre y su madrastra, convertida, de golpe, en la mayor de cinco hermanos, en un hogar repleto de obras de arte. Su padre era un perfeccionista casi patológico, muy exigente con todo el mundo, y especialmente con sus propios hijos.
“Le enseñé mi primer portfolio, que constaba de 12 fotografías. Me dijo, ‘esta no me gusta’, y yo le pregunté: ‘¿y las otras once?’. ‘Son perfectas’, me respondió, ‘pero eres mi hija, ¿no?’”

Shell (1942). Foto: Ruth Bernhard.
Influida por su padre y por la importante presencia que el arte y el diseño tuvieron en su niñez, Bernhard estudió Historia del Arte y tipografía en la Academia de Bellas Artes de Berlín antes de trasladarse a Nueva York, en 1927, donde ya vivía su padre. A través de él conoce a Ralph Steiner, editor gráfico de la revista femenina ‘The Delineator’, y comienza a trabajar para como asistente suya. Gana 45 dólares a la semana y con ese dinero compra su primera cámara, una de placas 8×10. Experimenta durante meses, su trabajo gusta a los amigos diseñadores de su padre y empieza a recibir sus primeros encargos comerciales.
En esta época, Bernhard ve la fotografía como algo mecánico, no como un arte. Entiende que lo artístico está en el objeto fotografiado, no en el fotógrafo.

Wet Silk (1938). Foto: Ruth Bernhard.
Publica sus primeras fotografías en 1931, una serie titulada ‘Lifesavers’. Durante esta época comienza a ser consciente de la importancia de la luz a la hora de hacer una buena fotografía. Prefiere trabajar por las noches y se compra un juego de luces de estudio. Pasa horas y horas tratando de lograr la perfección del objeto fotografiado.
“La luz es mi inspiración, mi pintura y mi pincel. Es tan vital como la propia modelo. Profundamente significativa, acaricia las curvas y líneas superlativas esenciales. En la luz reconozco la energía de la que depende toda la vida en este planeta”.

Sand Dune (1967). Foto: Ruth Bernhard.
1934 fue el año en el que Bernhard hizo su primera incursión en la fotografía de desnudos. Fue fruto de la casualidad, como casi todo en su vida. Ruth estaba fotografiando unos enormes cuencos de acero para un diseñador industrial y tenía su estudio lleno de ellos.
“Creo recordar que eran para cocinas de hoteles o algo así. Yo tenía una amiga que era bailarina y apareció justo cuando estaba haciendo fotos de aquellos cuencos y le dije, ‘¿por qué no te metes en uno?’ Fue algo imprevisto y nos divertimos un montón”.

Embryo (1934). Foto: Ruth Bernhard.
En una de las imágenes que tomó Bernhard aquel día puede verse el cuerpo de la bailarina agazapado en un enorme cuenco sobre un fondo en sombras. Con el tiempo, se convirtió en una de las imágenes más conocidas y laureadas de la fotógrafa estadounidense, la que marcó un punto de inflexión en su trayectoria artística. La llamó, acertadamente, ‘Embryo’ (embrión).
“Al reconocer la presencia de la modelo como un símbolo eterno y sensual de la vida y la existencia, experimento mi propia identidad. Como mujer, me identifico totalmente con mis modelos”.

In the circle (1934). Foto: Ruth Bernhard.
1935 es otra de las fechas importantes en su biografía. Un día, mientras pasea con su pasea con su padre por la playa de Santa Mónica, en California, Bernhard se encuentra con Edward Weston. Ve el trabajo de Weston queda profundamente impresionada:
“No estaba preparada para ver sus fotos. Fue apabullante, como una luz en la oscuridad. Allí, ante mí, estaba la prueba indiscutible de lo que yo siempre había creído posible: un artista de una intensa vitalidad cuyo medio de expresión era la fotografía. Me di cuenta de que lo que importa es la persona que utiliza la herramienta y no la herramienta en sí. Eso me hizo llorar… Me pasé un año sin hacer fotos, exceptuando las sesiones que hacía para cumplir con mis encargos comerciales, que eran mi sustento. Pero me di cuenta de que la fotografía sería mi lenguaje”.

Pepper #30 (1930). Foto: Edward Weston.
Bernhard vuelve a Nueva York y escribe a Weston. El fotógrafo le responde poco después:
“Bernhard, tiene usted un ojo excelente. (…) Me halaga que mis fotos le resultaran estimulantes, también usted lo fue para mí. Algún día volveremos a vernos… ¿puede que en Nueva York? Cariñosamente (esta palabra está en español en el original), Weston.”

Nude 227 (1936). Foto: Edward Weston.
Fue el inicio de un fructífero y continuo intercambio de cartas. A través de Weston, Bernhard descubre el profundo potencial expresivo y artístico de la fotografía. Se hacen amigos y se cartean con intensidad durante meses, hasta que Ruth decide trasladarse a la costa oeste para trabajar con él.
La influencia de Weston es más que evidente en la obra de Bernhard: la suavidad y simplicidad de sus composiciones, el protagonismo de las formas, la pureza y suavidad de las líneas, la expresividad de las sombras…Foto: Edward WestonFoto: Ruth Bernhard
“Estar con Edward fue una experiencia maravillosa. El tiempo se detenía. La experiencia más intensa que un ser humano puede tener es aquella en la que el tiempo deja de existir. Deja de ser algo efímero para permanecer contigo y llenar cada momento; para que puedas darte tú mismo, en tu totalidad, y dedicarte a tu trabajo u obra. Pocas personas en nuestra civilización actual experimentan algo así. Otras conocen esta sensación solo bajo circunstancias muy concretas. En mi vida, sólo la he experimentado cuando estaba inmersa en mi trabajo o en compañía de unos pocos amigos. Uno de ellos era Edward. Aún hoy aprendo de su recuerdo; aprendo a no ser codiciosa, a que a través de la propia visión uno puede poseer toda la belleza, a no distraerme con pequeñeces, a tener fe en nuestros propios dones y a usarlos con respeto y amor”.

Triangles (1946). Foto: Ruth Bernhard.
Ruth Bernhard era además una fotógrafa concienzuda y reflexiva. A veces pasaba días trabajando meticulosamente en una composición concreta para después hacer una única toma.
“En mi vida, como en mi trabajo, siempre he estado impulsada por un gran anhelo de perfección y de armonía más allá del ámbito de la experiencia humana. A través de los símbolos y la luz, he querido alcanzar la esencia del ser con el Universo”.

Double vision (1973). Foto: Ruth Bernhard.
Su fotografía más famosa la tomó en 1964, y fue también fruto del azar. Había comprado una ampliadora, una Omega D-2, y acababa de desembalarla. La caja en la que venía estaba tirada en su estudio, lista para sacarla más tarde con el resto de la basura. Había contratado a una modelo para otro trabajo que estaba haciendo y cuando la chica llegó le propuso meterse en la caja. El cuerpo de la modelo encajaba perfectamente. La foto se llamó ‘In the box-horizontal’ (En la caja-horizontal).

In the box (1962). Foto: Ruth Bernhard.
En esa misma sesión hizo otra fotografía, también famosa, diferente de la anterior: ‘In the box-vertical’.
“Le dije a la chica, ‘¿por qué no sujetas la caja, así, hacia arriba, con tus brazos?’ Éramos muy buenas amigas y confió en mí. Siempre me han interesado las formas. La parte sexy o erótica jamás me ha interesado”.

In the box-vertical (1962). Foto: Ruth Bernhard.
En 1961, Bernhard comienza a dar clases privadas de fotografía en un estudio situado en la parte trasera de su casa. Enseña, entre otras cosas, talleres titulados “Photographing de Nude” (Fotografiar la desnudez) y “The Art of Feeling” (El arte de sentir).
“No me considero profesora. Me veo más como una jardinera que cultiva un suelo fértil animando a los estudiantes a que sean más conscientes de su potencial creativo. El énfasis debe estar en el sentimiento, la autoexpresión y el crecimiento”.

Angles (1969). Ruth Bernhard.
“Los estudiantes que se adentran en el arte de fotografiar la desnudez siempre se sorprenden de lo difícil que es… El fotógrafo tiene que ser muy consciente de la diferencia entre mirar con sus propios ojos y mirar con la visión impersonal de la lente elegida. Dar clases sobre fotografiar desnudos fue una especie de experimento para mí. No sabía si iba a ser capaz de enseñar algo que para mí funciona de manera tan intuitiva”.

Silk (1968). Foto: Ruth Bernhard.
Ruth Bernhard fotografió desnudos durante más de 50 años, con una sensibilidad, maestría y elegancia difícilmente superables. Murió en San Francisco en 2006, a los 101 años de edad. Ted Hartwell, responsable de fotografía del Instituto de las Artes de Minneapolis, cuenta que visitó a Ruth Bernhard en su casa pocos años antes de su muerte. Allí se fijó en una pequeña fotografía pegada en la puerta del frigorífico. Era una imagen de la joven propia Bernhard, de joven, hecha por Edward Weston. “¡Y la tenía allí! ¡En la puerta del frigorífico! ¡Increíble! ¡Aquella foto valía una fortuna!”

Ruth Bernhard (1935). Foto: Edward Weston.
Es algo tan básico… El ser humano es una parte inocente de la naturaleza. Nuestra civilización ha distorsionado este atributo universal que nos permite sentirnos a gusto en nuestra propia piel. El resto de animales tienen abrigos que ‘aceptan’ con naturalidad, pero la raza humana aún tiene que asimilar la desnudez.
NOTA: Las fotografías de desnudos incluidas en este post y pueden encontrarse, con otras más, en el libro Ruth Bernhard: Eternal Body de la editorial Chronicle Books.
Hablaré de MariJose Cueli.
Pero, pensándolo mejor, es preferible que deis un paseo relajado por sus «Mundos imposibles».
MariJose Cueli es una artista indiscutible. He tenido la oportunidad de estar muy cerca de ella, pero no el tiempo suficiente para impregnarme de sus enseñanzas. Desde aquí mi homenaje a una persona muy especial y generosa en la amistad, por la que siento gran admiración.
Nota: pulsando sobre su nombre se abrirá su página Web que os recomiendo visitar. Muy interesante.
Este francés fue un artista, hombre del espectáculo e inventor que creó un tono que nunca había existido antes. ¿Cómo pudo lograrlo?
Un día de verano en 1947, tres muchachos estaban sentados en una playa de Niza en el sur de Francia. Para matar el tiempo, decidieron hacer un juego y repartir el mundo entre ellos. Uno eligió el reino animal, otro el reino de las plantas.
Antes de tumbarse y contemplar el infinito azul del cielo, el tercer joven escogió el reino mineral. Luego, con la alegría de alguien que ha decidido repentinamente qué destino darle a su vida, se dirigió a sus amigos y anunció: «El cielo azul es mi primera obra de arte».
Ese hombre era Yves Klein, a quien el crítico de arte Peter Schjeldahl de la revista estadounidense New Yorker describió en 2010 como «el último artista francés de gran impacto internacional». En un período de creatividad prodigiosa que duró desde 1954 hasta su muerte en 1962, por un tercer ataque cardíaco, a los 34 años, Klein definió el curso del arte occidental.
Lo hizo gracias a su compromiso con el poder espiritualmente edificante del color: dorado, rosa, pero sobre todo azul. De hecho, su devoción cromática era tan profunda que en 1960 patentó un color de su invención, que llamó International Klein Blue (azul Klein internacional, en español).Deslumbrante
Nacido en 1928, hijo de padres pintores, Klein siempre mostró una tendencia por la espectacularidad. Le encantaba la magia así como los rituales arcanos de la mística orden Rosacruz —un movimiento esotérico de origen medieval— cuya influencia se manifestó posteriormente en su trabajo. Después de pasar un año y medio aprendiendo judo en Japón a principios de 1950, finalmente se instaló en París y se dedicó al arte. Su primera exposición de pinturas monocromáticas en varios colores se llevó a cabo en las salas de exhibición de una casa editorial parisina en 1955.
Su corta carrera se caracterizó por la abundancia de gestos radicales, muchas veces con el toque de su talento para el espectáculo. Por ejemplo, para celebrar la inauguración de una exposición individual en 1957 lanzó 1001 globos azules llenos de helio en el distrito de St-Germain-des-Prés de París.
Al año siguiente, hizo una exposición que ahora se conoce como ‘The Void’, que consistía sólo en una galería vacía pero que atrajo a una multitud de 2.500 personas, que tuvo que ser dispersada por la policía.
«Salto al vacío», su famosa fotografía en blanco y negro de 1960, muestra a Klein elevándose desde el parapeto de un edificio como un superhombre. Y como todos los actos de magia, la fotografía es en realidad un truco en el que la lona que en realidad sostenía a Klein no se ve.
Tal vez su performance más notorio tuvo lugar en marzo de 1960, en la inauguración de su exposición «Antropometrías de la Época Azul» en París. En esa ocasión Klein apareció ante el público vestido con un frac blanco, dirigiendo a tres modelos desnudas que se cubrían con una pintura azul pegajosa.
Mientras tanto, nueve músicos tocaban su Sinfonía monótona-silencio, que consistía en una sola nota interpretada durante 20 minutos, seguida por otros 20 minutos de silencio. Los cuerpos de las modelos pintadas eran impresos en un lienzo blanco, lo que Klein describió como «pinceles vivientes».
«El genio de Klein es cada vez más evidente», dice Catherine Wood, curadora de arte contemporáneo y performance del conocido museo londinense Tate Modern. «Ha sido tildado por algunos historiadores de arte como un charlatán o, debido al uso que hacía de modelos desnudas, como convencional y sexista, pero sus estrategias eran juguetonamente críticas y han adquirido una influencia significativa para las nuevas generaciones, Se podría decir que era un bromista crítico como Duchamp».
A pesar de su influencia en el arte conceptual, Klein estaba más preocupado por el color. En 1956, mientras estaba de vacaciones en Niza, hizo experimentos con un aglutinante polimérico para preservar la luminiscencia y la textura en polvo de un pigmento ultramarino en crudo todavía inestable, su patentado International Klein Blue (IKB) en 1960.
En 1957 Klein inauguró una exposición en Milán, que incluía 11 pinturas monocromáticas azules sin enmarcar, que marcó el comienzo de su «Revolución Azul». A partir de este momento el francés empezó a incorporar el IKB en todo tipo de objetos, como esponjas, globos y bustos de Venus. Incluso sus ‘pinceles vivientes’ sumergieron su carne en el IKB.

Los historiadores de arte siguen debatiendo la importancia del azul ultramarino de Klein. Para algunos, representa una ruptura con la abstracción llena de angustia, tan popular después de la Segunda Guerra Mundial. Las pinturas monocromáticas planas en blanco, pintadas mecánicamente utilizando un rodillo, parecían repeler el arte expresionista.
Para otros expertos las pinturas monocromáticas sin profundidad de Klein y la obsesión con ‘el vacío’ son expresiones de la amenaza de un holocausto nuclear. «Es absolutamente necesario darse cuenta de que, sin exageración alguna, vivimos en la era atómica», dijo Klein una vez, «En la que toda la materia física puede desaparecer de la noche a la mañana para dejar su lugar a lo que podemos imaginar como lo más abstracto».
Como el artista dijo una vez: «Al principio no hay nada, luego hay un profundo vacío y después de eso una profundidad azul».
Sin duda, sus pinturas monocromáticas ricas y radiantes comparten una característica singular: todas tienen una calidad vertiginosa que parece que nos succiona de la realidad hacia otra dimensión inmaterial. Mirarlas es comparable a meditar bajo un cielo azul profundo, algo que Klein quizás intuyó cuando era joven, en esa playa de Niza en 1947.
«De todos los colores que utilizó Klein, el azul ultramar se convirtió en el más importante. A diferencia de muchos otros colores, que crean bloqueos opacos, el azul ultramar reluce y brilla, aparentemente abriéndose a reinos inmateriales. Las pinturas monocromáticas azules de Klein no son pinturas, sino experiencias, pasadizos que conducen hacia el vacío», explica Kerry Brougher, curador de la gran retrospectiva Yves Klein: With the Void, Full Powers, en el Museo Hirshhorn de Washington DC, en 2010.
*Alastair Sooke es crítico de arte de The Daily Telegraph. Escribe ampliamente pero no exclusivamente sobre arte moderno y contemporáneo y escribe y presenta documentales en televisión y radio para la BBC.
Puedes leer la nota original en inglés en BBC Culture
Vista de la exposición de Tamara de Lempicka en el Palacio de Gaviria © Marina Fertré
Sofisticación, trasgresión y modernidad. Estos son algunos de los rasgos que definen la vida y obra de la artista Tamara de Lempicka (Varsovia, 1898 – Cuernavaca, México, 1980) a la que el Palacio de Gaviria le dedica su primera retrospectiva en Madrid. Una exposición que permanecerá abierta al público hasta el 26 de mayo en la que se podrá disfrutar del más puro estilo art decó. Y es que la selección está integrada por 200 piezas de distintos soportes y formatos, que tienen como objetivo ambientar el modo de vida de la que es considerada “la reina” de este movimiento. Encontramos así lujosos vestidos de sastrería italiana, entre ellos el diseñado por Elsa Schiaparelli que tanto adoraba la artista. También mobiliario de finales de los años 20 y 30, como la librería de brezo, con incrustaciones de arce y peltre, creada por Gio Ponti y Emilio Lancia o piezas de cerámica de la época, como el jarrón craquelado del famoso ceramista francés René Buthaud.
La vida de Lempicka comenzó en el seno de una familia adinerada rusa bajo el nombre de Tamara Rosalia Gurwik-Gorska. Tanto su fecha como su lugar de nacimiento continúan siendo a día de hoy un misterio. Algunos expertos sostienen que nació en Moscú y otros en Varsovia. El año oscila entre 1895 y 1898. En esta exposición, se toma como punto de partida Varsovia, 1898. A lo largo de su infancia y adolescencia vivió en distintos puntos de Rusia, Polonia, Suiza e Italia, donde dio clases de idiomas y comenzó a manifestar su interés por el arte. En 1916, se casará en San Petersburgo con su primer marido Tadausz Lempicki, del que tomó su apellido, y con el que tuvo una hija pocos meses después. Sin embargo, se verán obligados a abandonar el país y a exiliarse en París dos años después debido al convulso periodo político. El triunfo de la Revolución en 1917, que obligó al zar Nicolás II a abdicar, supuso la caída del Imperio ruso. A finales de ese mismo año los bolcheviques tomaron el mando y arrestaron a su marido. Por suerte, Lempicka logró liberarlo y huyeron a París, como muchos otros miembros de la aristocracia rusa.
Aunque sus inicios en la capital francesa no fueron fáciles, Lempicka no tardará en consolidarse como artista. Inspirada por la efervescencia creativa de la atmósfera parisina, comenzó a tomar clases de pintura. En 1922, logró exponer por primera vez en el Salon d’Automne. A partir de entonces su éxito creció como la espuma y en poco tiempo se convirtió en una mujer muy adinerada. Su nombre era sinónimo de modernidad y glamur y era muy popular en los círculos intelectuales y artísticos en los que se reunía con personajes como Jean Cocteau, Isadora Duncan, Colette o James Joyce. Sus pinturas estaban de moda y sus personajes “a la moda”. A lo largo de las obras de esta exposición veremos la predilección de Lempicka por los sombreros. De hecho, en 1921 publicó en dos revistas de moda L’Illustration des Modes y Femina sus ilustraciones de distintos diseños de sombreros. Poco tiempo después, en 1925, se celebró en París la Exposición Internacional de las Artes Decorativas, donde el reconocimiento del art decó adquirió su expansión a nivel internacional y se convirtió en referente de la modernidad, la decoración y el buen gusto.
El talento de Lempicka no solo estaba en su capacidad para pintar, sino en el modo de seducir con su personalidad. Sus gestos, su contoneo al andar y su modo de hablar, la convirtieron en toda una diva. Pintó tanto a miembros de la realeza (en la muestra hay un pequeño retrato del rey Alfonso XIII, recién descubierto) y la nobleza, como a científicos e intelectuales y también a personas de las clases bajas, como inmigrantes y prostitutas. Además, se puede apreciar en sus pinturas más transgresoras su abierta bisexualidad, en una sección dedicada exclusivamente a “las amazonas”, como se designaba a principios del siglo XX a las mujeres homosexuales. Una de las obras destacadas de este contexto es El doble “47” (c.1924), en el que se ve a dos garçonnes -mujeres lesbianas que vestían de manera masculina- en la entrada de una maison “solo para mujeres”. Este revolucionario y moderno estilo de vida se reflejaba también en el diseño de su propia casa-estudio en el barrio de Montparnasse (en el número 7 de la rue Méchain), que compró en 1930 tras separarse de su marido. El arquitecto fue Robert Mallet-Stevens y la que se encargó del diseño de los espacios interiores fue Adrienne Gorska, hermana de Lempicka y la primera polaca arquitecta, que fue pionera en realizar proyectos para las salas de cine, sobre todo de los Cinéac de París y de toda Francia.
Sin embargo, aunque la pintura de Lempicka derrochaba modernidad, ella nunca renunció a estudiar las obras de los grandes maestros de los siglos anteriores. En una de las salas, se pueden contemplar obras que están inspiradas en las de artistas del Renacimiento italiano como Botticelli, Miguel Ángel o Bernini, o en reconocidos autores del barroco neerlandés como Vermeer, o del romanticismo italiano como Hayez, entre otros. También manifestará su admiración por El Greco y Goya tras ver sus obras en los museos españoles cuando visitó, en el año 1932, las ciudades de Madrid, Toledo, Sevilla, Málaga y Córdoba. La artista mostraría también interés por realizar bodegones de flores y frutas en varios momentos de su carrera. En la muestra encontramos algunos ejemplos que datan de principios de los años 20 y otros de finales de la década de los 40. Sobrios, de vivos colores y pintados con gran virtuosismo.
En la década de los treinta, Lempicka se volvió a casar, esta vez con el barón Raoul Kuffer. Sin embargo, la artista tuvo que huir de nuevo pocos años después de casarse, en esta ocasión, debido al estallido de la Segunda Guerra Mundial. La pareja se mudó a Estados Unidos, ni más ni menos que a Beverly Hills (en la que fue la casa del famoso director de cine King Vidor). En 1941, la artista expuso por todo lo alto en las galerías de Julien Levy -quien también trabajó con Salvador Dalí- con sede en Nueva York y los Ángeles y también en las Courvoisier Galleries. Durante su etapa en Norteamérica, Lempicka expresó su interés en realizar una exposición de pinturas de manos, inspirada en las imágenes de finales de los años 20 que publicaron fotógrafos como André Kertész y François Kollar o la fotógrafa Laure Albin Guillot, algunas de las cuales están presentes en esta retrospectiva. Cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial el matrimonio volvió a mudarse a París y Lempicka reabrió su casa-estudio en la rue Méchain. Durante los siguientes años la popularidad de Lempicka iría disminuyendo aunque volvió a resurgir cuando el Museo de las Artes Decorativas de París organizó, en 1966, la exposición Les Années 25, que conmemoraba aquellos locos años 20.
El broche final de esta muestra es la sección titulada Las visiones amorosas en la que se encuentran, entre otras, las pinturas de Lempicka protagonizadas por mujeres con las que mantuvo un romance o aquellas que reflejan amor entre mujeres. Dos ejemplos son, el erótico desnudo La bella Rafaëla (1927), o Las muchachas (c.1930) donde unas jóvenes se abrazan sugerentes delante de los rascacielos de Nueva York. En la última parte de su vida y después de la muerte de su marido en los años 60, Lempicka abandonó París. Fue a vivir una temporada a Houston para estar más cerca de su hija, pero finalmente terminó mudándose a México, país en el que vivió hasta el fin de sus días en la casa “Tres Bambús” ubicada en Cuernavaca. Una apasionante vida contada a través de una exposición que, sin duda, hay que ver con calma para poder disfrutar de la gran variedad de obras -a las que hay que añadir documentos en vídeos y fantásticas fotografías de gran tamaño- que reviven el mundo de la “Reina del Art Decó”.











Maria Górska, que era su nombre de soltera, nació en Varsovia, Polonia, el 16 de mayo de 1898.
La belleza de sus retratos femeninos, a la vez férreos, son sus mejores ejemplos, junto con los desnudos, del estilo Art Decó que le dieron su reconocida fama.
Se apasionó por el Renacimiento italiano, especialmente de las obras de los maestros Miguel Ángel, Botticelli, Bellini, Pontormo, y Antonello da Messina, en un viaje que realizó a Italia con su abuela en 1911.
Tomó su apellido artístico tras casarse con Tadeusz Łempicka, abogado polaco con el que llevaba una vida llena de lujos y riqueza en San Petesburgo hasta que durante la Revolución Rusa, este fue encarcelado, Tamara logró sacarle y trasladarle a Copenhague.
En 1923 marcharon a París donde comenzó a exponer en varias galerías.
La primera exposición Art Decó de París en 1925, contó con su participación gracias a la cual su proyección alcanzó fama internacional.
En 1927, su obra: «Kizette en el balcón» ganó el primer premio de la «Exposición Internacional de Burdeos».
En 1929 se divorció, entablando posteriormente una relación con el barón Raoul Kuffner, coleccionista de su obra, con el que viajaría a Estados Unidos donde se casaron.
Pronto se hizo muy famosa entre la burguesía neoyorquina, exponiendo en varias galerías estadounidenses y europeas.
En 1933 viajó temporalmente a Chicago donde trabajó con Willem de Kooning y Georgia O’Keeffe.
En 1938 se trasladó a vivir a Beverly Hills.
En 1960 dio un giro a su estilo, pasándose a la abstracción.
En 1962 murió el barón.
Había sido una pintora célebre en la Europa de la década de 1930, al menos en los círculos de la nobleza declinante y de la burguesía rica, que se disputaban ser retratados por ella, después, cayó en el olvido. Con la Segunda Guerra Mundial su estrella artística empezó a declinar, hasta desaparecer, aunque intentase aún jugar con la abstracción, como lo hizo también con el surrealismo.
Convertida ya en baronesa, vivió la guerra y la postguerra lejos de la Europa que la vio triunfar, ejerciendo en los Estados Unidos la función de dama del gran mundo que veía crecer las ruinas de su belleza, sin poder hacer nada por evitarlo.
En 1972, siendo ya una anciana venerable, más de treinta años después de su marcha a Estados Unidos, se realizó una exposición de sus obras en París —semejante a la que, en el verano de 2004, organizó la Royal Academy of Arts, de Londres— que la hizo de nuevo famosa, rescatándola del olvido, como si fuera un espectro que surgía de los locos años veinte, de la Europa de entreguerras marcada por la depresión, pero también por el cabaret y el gusto por la vida, y que recuperaba con ella la dulzura de los sentidos, la sensualidad y el erotismo de un arte que parecía ser moderno, aunque fuese ya en el momento de su creación, completamente arcaico.
«Dicen de mí: «Aristócrata, excéntrica, liberal, independiente, excesiva, exuberante, bisexual, diletante, fría, sofisticada, deslumbrante, narcisista, moderna, autoritaria, snob, insolente, ingeniosa, hedonista, despiadada, elegante, voraz, imperiosa, cosmopolita, arrogante, depresiva, inteligente, exótica, perversa, divertida, femme fatale… Inimitable, la Greta Garbo del Art Déco.
Murió en Cuernavaca, México, el 16 de marzo de 1980.
Su hija Kizette, para complacer el deseo de su madre y acompañada del escultor Víctor Contreras (heredero de gran cantidad de la obra de la pintora), arrojaron sus cenizas desde un helicóptero en el cráter del Volcán Popocatépetl.
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Yo había vivido una temporada en su casa, era lo que se llama un «hogar» fantástico. Un gran oso de peluche de ese tamaño que si lo abrazas te faltan brazos para rodearlo y, por supuesto, no puedes ver lo que hay por delante de tí porque todo lo acapara su potente presencia había sido, hasta hacía unos meses, el personaje principal del dormitorio de los niños —quiero decir en su ausencia—.
Recuerdo cuando se lo regalaron al nacer el segundo. Salía yo de la maternidad emocionada y feliz. Se habían superado con éxito los difíciles cuarenta minutos previos y posteriores al parto de mi hija menor que nos habían tenido en máxima alerta a los médicos y a la familia concentrada en la puerta del paritorio esperando noticias. Decía que salía yo feliz… Un gran LandRover se detuvo al otro lado de la acera ocupando parte del paso de cebra cuando yo me disponía a cruzar la carretera. De él saltó hacia mí un gran oso peludo. Era él. Detrás, o a su costado, apenas podía yo distinguir la calvicie de Pepote y sus pequeños ojos risueños que me miraban como pidiendo perdón. Fue difícil aventurarnos en un abrazo con el oso de por medio.
¡Ah!, Lo fantástico que puede tener un ejército de dinosaurios de todos los tamaños que aparecen y desaparecen —siempre pensé que se habían extinguido— por los rincones, y miles de minúsculos monstruos de piezas desmontables que se te clavan inmisericordes en los pies descalzos, porque, eso sí, los zapatos, zapatillas, botas, botines y demás, se quedan (por cierto, perfectamente ordenados) en un mueble hecho al efecto en la entrada de la casa. Nunca hubo ocasión para tener que autorizar la presencia de cualquier otro animal en casa—me refiero a animal doméstico del tipo «mascota»—. Bastaba entonces, además de los que he nombrado, con los típicos patos o algún delfín, tortuga o serpiente articulada de color y tamaño natural —por la que casi muero el día que me la encontré en la bañera—.
Pero Angie se marchó. Ella y su pareja lo llevaban pensando durante los últimos meses. Las cosas del trabajo no estaban fáciles así que aceptaron probar mejor suerte, entonces que los niños eran pequeños, y decidieron trasladarse a Estados Unidos. Viajó toda la familia.
Excepto Chet.
Así se instaló Chet en aquella casa, cualquier día, de sopetón. ¡Zas, una mascota! .
La gran amistad tiene estas cosas. De repente te encuentras con que admites cuidar de la mascota de tu mejor amiga cuando ella no puede atenderla. Los niños encantados la admiten como uno más y se pelean por sacarla a pasear por el pasillo cada tarde después de hacer los deberes, momento en el que la mascota corretea jugueteando con ellos y soltando pequeñas cagarrutias negruzcas a diestro y siniestro. Lo de tratar de atraparla para que vuelva a su jaula es un divertimento a veces exasperante, especialmente para los mayores que están deseando que los peques se vayan a la cama…
—¿Se le pueden hacer cosquillas a una chinchilla debajo de la barbilla?
Más allá de provocarme una tierna sonrisa, la pregunta me dejó boquiabierta. ¿Es posible que un niño de cinco años consiga esta bellísima aliteración?*
@mariajesusberistain
Imagen: Daniel Sulbarán
Ver: https://www.mascoteros.com/blog/historia-y-cuidados-de-la-chinchilla/
* La aliteración es una figura retórica que se caracteriza por la repetición consecutiva de un mismo fonema, fonemas similares, consonánticos o vocálicos en una oración o verso. … La finalidad de la aliteración es embellecer la prosa y la poesía con el objetivo de producir sonidos y musicalidad
Hace solo unas horas he descubierto un Blog al que he llegado por medio de una reseña que se ha hecho de la obra de mi amiga y gran poeta Isabel Fernández Bernaldo de Quirós, a raíz de la reciente presentación de su cuarto libro de poesía titulada «La senda hacia lo diáfano», publicada por Editorial Vitruvio.
En este caso quiero referirme a la persona que firma el blog: Carlos Alcorta.
«carlosalcorta – Literatura y Arte»
A él agradezco el haberme animado a reflexionar sobre un tema que estos días me he aventurado a incluir en alguno de mis escritos, llamado en términos poéticos «desmemoria», como un estado «voluntario y temporal» entendido como ayuda para la sanación emocional.
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«Quien vive sin memoria no ha salido aún del paraíso». Ese estado virginal, esa referencia a la pureza resulta conmovedora porque revela un estado anterior al pecado y a la penitencia que este lleva aparejada, pero, por más que poéticamente vivir sin memoria resulte una metáfora de la inocencia, del paraíso perdido, no deja de ser un impedimento que coarta el futuro y tergiversa el presente al mostrar una visión sesgada de la existencia.
La memoria es fundamental para consolidar ese proceso en construcción permanente que llamamos identidad, pero, además, la memoria posee una función colectiva, histórica, de suma importancia para reconocernos en lo ajeno, en el prójimo, en el otro, incluso para que ese otro se reconozca, a su vez, en nuestra mirada. Quien vive sin memoria vive como si no estuviera despierto del todo, vive de espaldas a la realidad y renuncia a aquello que Thoreau llamó “la herencia del mundo”. Por eso no es conveniente dejar que crezcan a nuestro alrededor las zarzas del olvido. El olvido ningunea a las personas e invisibiliza acontecimientos, aviva la ausencia y espolea la ignorancia, por más que olvidar sea necesario para asimilar la crudeza de la realidad: «Olvidar —escribe Carlos Castilla del Pino— es una forma, económicamente necesaria, de disolver aquella parte de nosotros que, por diversas razones (algunas conocidas, otras ni siquiera cognoscibles), no toleramos. Cada recuerdo (de alguien, sobre algo y en algún lugar) es un Yo. Entre uno y otro Yo se abren fisuras, que a menudo se suturan mediante recuerdos o seudorecuerdos (las imprecisamente denominadas “ilusiones de la memoria”)».
Deducimos de lo dicho más arriba que, al menos, hay dos tipos de olvido. Uno olvido inconsciente que cauteriza las heridas y ejerce un efecto salvífico y otro de consecuencias nocivas, un olvido voluntario que actúa como un disolvente cuyo fin es deshacerse de todo aquello que, por una razón u otra nos resulta molesto o antipático. Las instituciones, los organismos públicos y privados, la colectividad en general suelen ser quienes emplean esta treta con mayor prodigalidad, pero sin ostentar el monopolio; no es infrecuente encontrar individuos que cultivan ese absentismo evocativo.
Carlos Alcorta – Literatura y Arte
extractado de la reseña sobre el libro de Manuel Arce titulado «Un árbol solitario»
Imagen: Cara de mujer de Picasso







Los ioaldunak, comparsa en las que participan los vecinos del pueblo, recorren las calles ataviados con abarcas, enaguas de puntillas, pellizas de oveja por cintura y hombros, pañuelos de colores al cuello, «ttuntturroa» (gorros cónicos con cintas) y un hisopo de crines de caballo en su mano derecha. Los «mozorroak» son otros personajes que les acompañan en el recorrido.
El objetivo de estos peculiares desfiles era ahuyentar los malos espíritus y proteger los campos. Lo conseguían con el sonido de los grandes cencerros o ‘ioareak’, que pesan tres o cuatro kilos y que llevan los mozos colgados a la cintura.