El Dahls

Del libro La canción de Nerta


De nuevo volvía a mirar los mapas, las distancias; la situación. Consultaba compulsivamente los datos meteorológicos en la zona durante las estaciones de primavera y verano, y no lo apuntaba porque tenía una fe ciega en sí misma. Era capaz de retener en su memoria prodigiosa todos los datos que leía y o escuchaba a su alrededor. Había sido como una máquina «traga-datos», además de que su cabeza los gestionaba con agudeza mental. No es que hubiera sido una niña prodigio; no, eso nunca se lo plantearon las personas que la educaron o las que más tarde la conocieron, pero ella sabía de sí misma mucho más de lo que dejaba entrever en público.

Eran las cuatro de la tarde y estaba aturdida. Sí.

Las cuatro de la tarde.

Se incorporó de nuevo para comprobar que no se había equivocado de hora. La luz de la tarde empezaba a caer, los papeles estaban en el suelo, el tazón de chocolate afortunadamente se sostenía boca arriba, todavía le quedaba un tercio de líquido, presentaba un aspecto poco apetecible con esa línea de color oscuro que marcaba las horas que llevaba medio vacío. Se arrebulló en la manta y cerró los ojos. No quería saber nada de nada. Ni de nadie.

Adiós a las agencias de empleo, adiós a las oficinas de turismo, adiós a las clases particulares para niños impertinentes, adiós a los puestos del mercado donde todos eran migrantes que solo venían a ganarse un poco de dinero para largarse cuanto antes a viajar por el mundo. Adiós a las clases de música y a las clases particulares de canto para mayores, y a la dirección de coros. Adiós a la universidad, no quería depender de él. No. Eso lo tenía claro. Sencillamente no.

Se dio la vuelta, su cuerpo boca abajo soltó un grito enfurecido que afortunadamente quedó amortiguado por la almohada. En realidad, sus vecinos no tenían la culpa de nada de lo que a ella le rondaba por la cabeza.

¡Ja!, estaba, sencillamente, desequilibrada.

Los meses estaban pasando por delante de ella sin que se atreviera a intervenir de manera activa en la nueva vida que se le presentaba. No quería ni pensar en la palabra depresión, pero ahí estaba, sumida en un pozo negro del que no sabía cómo salir. Nunca hubiera pensado que le afectaría tanto la muerte de su madre. Sin embargo, no era lo único que la tenía incapacitada. Había sido un cúmulo de situaciones vividas en serie desde su ruptura voluntaria con su vida anterior. Había huido de Estados Unidos sin un proyecto claro de vida. Su viaje iniciático había terminado en tragedia. El riesgo había sido meditado y aceptado por el grupo. Habían aceptado embarcarse en aquel proyecto para ayudar a su amigo a desengancharse de la droga. El altruismo no había sido suficiente para evitar el fatal desenlace, y ello les había marcado profundamente, como una gran carga emocional difícil de superar.

Después de aquello, le había costado recuperar su estado de ánimo. Vivió algunos episodios amorosos ilusionantes, escarceos como meros momentos de alivio y diversión, pero sin ningún sentido, hasta que tuvo que enfrentarse al dramático hecho de la muerte de su madre y al inquietante reencuentro con Nathan…

Estaba agotada.

Sonó el móvil que vibraba en el suelo. Calculó que estaba a una distancia de por lo menos cuatro pasos de su cama. Lo miró con cara de desprecio por la distancia que tenía que salvar para atenderlo que le obligaba a levantarse. Justo cuando decidió poner un pie en el suelo, se hizo el silencio. No retrocedió y pensó que era buena señal; no retroceder. Siempre se lo había dicho su madre: «un paso atrás… ni para tomar impulso». Sonrió con cierta nostalgia. Estaba sola, sí, pero tenía gente alrededor con quienes compartir afectos y risas y sexo y otros momentos especiales, fiestas, encuentros culturales, y viajes. Había logrado hacerse un hueco en el ambiente de la universidad.

—¡Hey! Preciosa. ¿Cómo vas con tus entrevistas? Hace días que no sabemos nada de ti.

La voz sonó impetuosa y alegre.

—Vamos a ir esta tarde a ensayar al Dahls y de paso a tomar unas cervezas. No hace falta que digas nada, te esperamos.

Escuchó el mono-tono del móvil antes de poder pensar en una excusa.

No podía hacerles la faena de faltar. El grupo lo componían cuatro voces, dos chicos; John y Lucas y dos chicas; Ofelia y ella misma. Además, contaban con colaboraciones de guitarra, bajo, batería y saxo. Cada uno de ellos era imprescindible. Además, la fecha de grabación de la maqueta se acercaba y ya se había perdido demasiado tiempo dando largas con su duelo. Se revolvió el pelo delante del espejo, se lavó los dientes y salió sin pensar en más. El estudio estaba a pocas manzanas de su apartamento. Intentó estirar la piel de su cara dándose pequeños pellizcos en las mejillas y esbozando una sonrisa fingida que no le dio mal resultado, incluso se hizo gracia a sí misma. Las luces del atardecer daban a la ciudad un aspecto festivo y trató de tararear los nuevos temas mientras conseguía un taxi para llegar antes que los demás y entonarse un poco.

Sintió en sus venas el frío de la cerveza como algo liberador. Alguien la cogió desde atrás por la cintura. Apreció sentirse enroscada por el abrazo de John —conocía sus manos grandes y sus gestos poderosos—. Compartir otra cerveza y dejarse animar por el fino sentido del humor de su amigo se vino abajo cuando entró como un huracán Ofelia dando todo tipo de explicaciones sobre algo a lo que no prestaron atención, porque ya se sabía, las excusas eran su fuerte; siempre llegaba tarde a todas partes.

Lucas comenzó dando unos pequeños toques rítmicos con su pie derecho en el suelo, impaciente. Pidió que suavizaran las luces para dar un ambiente más profesional, aunque fuese un ensayo, algo así como de mayor intimidad. Estaba harto de sentir que era únicamente él quien se tomaba en serio el grupo. Había compuesto la mayor parte de los temas que iban a incluir en el disco y estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de que quedaran perfectos.

Los primeros compases la llevaron a reconocer su propia voz, nueva, con el ímpetu y la belleza de un magma al despertar un volcán largamente desvanecido.


Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.