Las flores de tela

La estancia adormecida.
Ya se fueron todos.
Ya no hay riñas ni sonrisas por los pasillos,
en el parque quedaron los árboles desnudos
y solo los pájaros se acercan a las ventanas
sin hacer apenas ruido.

Se enjuagaron las despedidas
con las aguas limpias y el aroma de las sábanas
recién planchadas. Se cerraron las cortinas,
pero nunca cerraré las puertas.

Hazme una foto de esas que tu haces…
—retumba el eco en los espacios vacíos— 

«Dame mil besos,
hazme caricias,

luego diez mil abrazos,
después diez mil noches enteras…»

Y sonrío a esa lágrima furtiva
que encharca transparente la memoria.

El tiempo se convierte en escenario
de aquello que quedará de mis manos,
de mis ojos desenfocados cuando su luz se vaya.

Cada día pienso en ellos…

Al cruzar descalza por los pasillos
me asaltan abrazos,
siluetas, recortes de colores
desafiando a mis ojos
por las paredes.
Rizos y alegrías, pasta de dientes
y pelos mojados.
miradas esquivas, legañas tiernas,
gestos, caricias,
la indolencia sutil de las toallas
por los suelos, dedos,
huellas de chiquillos por los cristales,
coches, trenes, balones, barcos,
muñecas por las butacas y los estantes.

La luz hoy atraviesa las distancias,
y los visillos
y se ha hecho dueña de sus camas.
He acomodado sobre ellas
el antiguo bouquet de flores
de tela que guardaba de mi madre
y he dejado fluir la vida
en la estancia adormecida.

Cada día pienso más en ellos.


5 comentarios sobre “Las flores de tela

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