Profundizo en las palabras WABI SABI a propósito de mi nuevo proyecto relacionado con el Arte.
Son palabras de difícil traducción, yo especialmente las tengo bien interiorizadas desde que vine a este mundo. Siempre he sabido que soy imperfecta, lo he sufrido durante mi aprendizaje, época en la que la exigencia de perfección me resultaba ciertamente agobiante, más tarde durante mi etapa de presión profesional y, por mi especial forma de ser, en el ambiente social. Sin embargo, doy gracias a la Vida por haberme dado la oportunidad de convivir con personas que me han aceptado con mis imperfecciones, me han dado gran apoyo en los momentos difíciles y me han obsequiado con su generosidad, empatía y riqueza espiritual.
¡Soy imperfecta, y qué!
WABI
Se refiere a una simplicidad casi rústica, con frescura, espontaneidad y a la vez tranquilidad. Puede referirse tanto a la Naturaleza como a elementos creados o construidos con discreta elegancia por el ser humano. Asimismo puede referirse a defectos propiciados por el proceso de construcción, y que pueden aportar al objeto singularidad, exclusividad, excepcionalidad.
SABI
Se refiere a la belleza que llega con la edad, cuando la vida del objeto y su impermanencia se evidencian en su pátina, o incluso en algunas heridas reparadas visibles.
Wabi-sabi e Iki son dos valores fundamentales de la estética japonesa, en la que se valora lo sencillo, lo sutil y elegante como parte de la belleza.
El japonés Junichiro Tanizaki desgrana en “El elogio de la sombra” la diferencia entre los modos de mirar y de entender la belleza en Occidente y en Oriente.
Apreciar la belleza de las pequeñas cosas nos impulsa en el camino hacia la felicidad.
“En Occidente, el más poderoso aliado de la belleza fue siempre la luz; en la estética tradicional japonesa lo esencial está en captar el enigma de la sombra”. Así comienza el ensayo “El elogio de la sombra” (1933), del escritor japonés Junichiro Tanizaki, en el que afirma que en Japón todo lo bello brota de la oscuridad. Bajo este prisma y a través de numerosos ejemplos, el autor, figura imprescindible de la literatura nipona, nos habla de luces y sombras y de como en este juego de claroscuros nace la verdadera belleza. ¿Qué nos enseña esta obra sobre los japoneses y su manera tan distinta de entender la belleza?
“Así como una piedra fosforescente, colocada en la oscuridad, emite una radiación y expuesta a plena luz, pierde toda su fascinación de joya preciosa, de igual manera la belleza pierde su existencia si se le suprimen los efectos de la sombra”
Junichiro Tanizaki
Aunque “El elogio de la sombra” data de hace casi un siglo, muchos de los ejemplos de Tanizaki siguen vigentes e ilustran con claridad como los ciudadanos del país del sol naciente tienen la capacidad o virtud de“buscar y encontrar lo bello en todo”. Así lo afirma también Masaki Ishiguro en su libro “25 hábitos japoneses para vivir mejor”, donde repasa las costumbres y formas de ser y actuar que mejor representan a la población japonesa.
En Occidente no se entiende la belleza sin la presencia de la luz, una identificación que viene de la antigüedad. Ya en la Edad Media la “estética de la luz” relacionaba la luz, la luminosidad, el esplendor, con lo divino, un concepto que tuvo una importancia trascendental en el arte gótico, arraigó en la sociedad y se ha perpetuado hasta nuestros días. Hoy, la luz juega un papel fundamental en la arquitectura, pero también en el estado de ánimo y la salud.
Pero Tanizaki e Ishiguro cuentan que en Oriente sucede lo contrario. Mientras en occidente, nos hemos olvidado del poder de la sombra, en Japón todo cobra sentido a través de ella. Poner en valor la penumbra, el matiz, lo sutil, es la clave para entender el color de las lacas, de la tinta o de los trajes del teatro nô; para aprender a apreciar el aspecto antiguo del papel o de la pátina que el paso del tiempo deja en los objetos; para captar la belleza en la llama vacilante de una lámpara y descubrir el alma en sus espacios y elementos arquitectónicos. Incluso, el cine japonés, con su trabajo con el contraste de luz y oscuridad y su gusto por los susurros, las elipsis y las pausas, puede relacionarse con este elogio a la sombra y, también, con la estética del vacío, muy presente en las artes y el diseño japonés.
Iki y la belleza sencilla y sutil
Como se ve en las cerámicas raku o los jardines tradicionales japoneses, en esta cultura las formas bellas son las que se inspiran en la naturaleza, son las formas no rebuscadas o elaboradas, son las cosas pequeñas por encima de las grandes construcciones. La tradicional belleza japonesa expresa un delicado sentido del equilibrio, elimina todo, excepto los elementos esencialmente verdaderos, para crear preciosos espacios abiertos en torno a formas simples. En todo momento se huye de la obviedad y la sobreexposición occidental, como señala Tanizaki, y se potencia el concepto de que “menos es más”.
Al abordar estas cuestiones, Ishiguro remite al concepto Wabi-sabi, que junto al Iki son dos de los valores fundamentales de la estética japonesa. El Wabi-sabi representa lo imperfecto, lo impermanente, lo incompleto, y también hace hincapié en la simplicidad y en la sobriedad. El Iki se traduce comúnmente como la belleza de la elegancia, la cortesía y el refinamiento sutil. Bajo este precepto se busca la elegancia, lo sensual y lo chic, sin caer en lo exuberante, lo rudo y vulgar.
Una persona o cosa sería Iki y, también, wabi-sabi si es original, sosegada, refinada, sofisticada, pero sin ser ostentosa o complicada. Las geishas, con su belleza, misterio y sensualidad, lo son.
Los japoneses, con su visión de la belleza, nos inspiran a la hora de buscar y encontrar lo bello en todo y a apreciar la riqueza en las cosas más sencillas. Dichos ideales pueden aplicarse a todo lo que nos rodea e, incluso, en el desarrollo personal. Así como uno puede admirar la sutileza, encontrar la belleza tras las sombras o admirar una grieta en un cuenco, también puede aprender a apreciar las imperfecciones que nos caracterizan y nos hacen únicos y diferentes. Así, la belleza de las pequeñas cosas nos impulsa en el camino hacia la felicidad.
Cuando los japoneses reparan objetos rotos, enaltecen la zona dañada rellenando las grietas con oro. Ellos creen que cuando algo ha sufrido un daño y tiene una historia, se vuelve más hermoso.
El arte tradicional japonés de la reparación de la cerámica rota con un adhesivo fuerte, rociado, luego, con polvo de oro, se llama Kintsugi. El resultado es que la cerámica no solo queda reparada, sino que es aún más fuerte que la original. En lugar de tratar de ocultar los defectos y grietas, estos se acentúan y celebran, ya que ahora se han convertido en la parte más fuerte de la pieza.
Kintsukuroi es el término japonés que designa al arte de reparar con laca de oro o plata, entendiendo que el objeto es más bello por haber estado roto.
Llevemos esta imagen al terreno de lo humano, al mundo del contacto con los seres que amamos y que, a veces, lastimamos o nos lastiman.
¡Cuán importante resulta el enmendar!
Cuánto, también, el entender que los vínculos lastimados y nuestro corazón maltrecho, pueden repararse con los hilos dorados del amor, y volverse más fuertes.
La idea es que cuando algo valioso se quiebra, una gran estrategia a seguir es no ocultar su fragilidad ni su imperfección, y repararlo con algo que haga las veces de oro: fortaleza, servicio, virtud…
La prueba de la imperfección y la fragilidad, pero también de la resiliencia —la capacidad de recuperarse— son dignas de llevarse en alto.