María Zambrano

 

…O la seducción de la inteligencia.

He buscado siempre la aurora en vez del crepúsculo.

Nació en Málaga un día como hoy, 22 de abril en 1904, pero tardó tres días más en nacer debido a que su padre no la inscribió en el registro hasta que su madre agonizante estuvo a salvo.

Empezó a escribir desde muy pequeña según ella cuenta, desde que aprendió a escribir la «f».

Yo era una niña muy precoz y mis padres no querían enseñarme a escribir. Así que tuve que aprender sola, pero la «f» se me resistía, y por fin tuvo que enseñármela una vecina. Esa dificultad con la «f» se relaciona en mi memoria con la dificultad de la «filosofía». Cuando tenía seis años oí a mi padre el lema de la Academia Platónica: «Nadie entre aquí sin saber geometría». Como pasaba el tiempo y mi padre no me enseñaba la geometría, impaciente, quise dar un salto y saber directamente qué era filosofía. Sustraje de la biblioteca un libro, la Monadología, de Leibniz, y como no lo pude leer, lo guardé en un cofre del tesoro, de los que entonces se regalaba a los niños, para cuando pudiera. Era el sello del destino, que creo me venía impuesto por mi padre.

María Zambrano vivió su vida como un camino iniciático, una larga peregrinación interior quebrada por el exilio exterior. 

De niña vivió en Segovia donde conoció a Antonio Machado amigo de su padre. Cursó sus estudios de filosofía en Madrid donde conoció el vigor de Zubiri y la claridad de Ortega, sus maestros. Y a través de ellos emprendió su camino particular hacia los clásicos como soporte previo para elaborar su razón poética. Y para reflexionar con voz propia sobre verdad y belleza, religión, filosofía, razón y vida.

«Absoluto en mi vida no ha habido nada».

El amor verdadero debe ser «sueño y verdad», además de carnal.

El amor, si es amor, no hace perder el tiempo, lo gana.

El amor está ligado a lo incumplido aunque también a lo triunfante.

De su libro «El hombre y lo divino» hay una historia que es especial para María Zambrano: la del nacimiento de la Filosofía.

El hombre se rebela contra las arbitrarias metamorfosis de los dioses, reniega de la piedad como forma de relacionarse con el otro y de la poesía como camino para expresar las respuestas a los interrogantes que le obsesionan, y regresa a aquel lugar anterior en el que los dioses no existían aún, para, dueño ya de una soledad radical, volver a preguntar. Y descubrir entonces en el territorio del ser su verdadera morada, en la razón su mejor aliado, y en la tarea de forjarse una identidad sobre las arenas de la historia su auténtica tierra prometida.

Su escritura es única, su filosofía tiene voz propia, pertenece a un reducido número de pensadores en los que la materia de la filosofía se mezcla indisolublemente con la materia de la vida y con la materia de los sueños hasta el punto de conseguir expresar, no ya la verdad de las cosas, sino su verdad.

… rodar eternamente en la luz

Maria Zambrano piensa que toda obra es producto de una fatalidad, que es, a la vez, gozosa coacción y yugo alegre. La escritura surge en ella como una necesidad espontánea, como otra forma de respiración. Junto a una razón vital, hay en María lo que se ha llamado una razón poética, que ella misma ha definido como un confín que, sin negar la razón lógica, acaba trascendiéndola y en el que filosofía y poesía, esas casi dos antinomias seculares, acaban por encontrarse.

El lenguaje poético será el que es capaz de decir lo que no se puede decir, la expresión de lo inefable, porque, en una expresión de confianza universal en lo más propio del hombre, María cree firmemente en la germinación de la palabra y el pensamiento. La poesía, para ella, no es una suerte de trance, de delirio, en la que el poeta acaba por no saber lo que dice. Al contrario piensa que el verdadero poeta sabe muy bien lo que expresa, aunque, debe cuidarse de no saberlo demasiado, porque si lo sabe todo, incurre en la retórica y se torna oscuro por excesivamente claro. De ahí que deba haber siempre una dosis de ignorancia, que lleva a una especie de temblor, de «maravilloso balbuceo» en el que está la clave de lo poético: lo no dicho, lo no expresado.

Su razón poética queda expresada en el punto de elevación en el que la mirada se abre al par de lo visible», una llama «blanca, cierta y leve», cualidad de llama, que sobrenada «sin imponerse a la oscuridad, como un don que logra que la oscuridad, aún sin ser vencida, deje de reinar».

J.D.L.
Extractado de artículos de prensa


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