INSTITUTO CERVANTES
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Poesía es sinónimo de belleza realizada y sensible, y por eso, ampliando metafóricamente su acepción estricta, el uso común extiende el nombre de poesía y de poético a todo lo que es bello, a todo lo que produce emoción estética. Así se dice: ¡Qué poético paisaje! ¡Cuánta poesía hay en este bosque!, y, frases semejantes, con que se da a entender que los objetos a que tales palabras se aplican producen en el alma una impresión poética, esto es, estética.
Estas dos maneras generales de producción, propias de la poesía objetiva, se manifiestan: la primera en la mayor parte de los poemas épicos y en las novelas y dramas históricos; la segunda en los poemas épicos de carácter filosófico (como el Fausto de Goethe) y en las composiciones dramáticas y novelescas que no se fundan en ningún hecho real, pero que representan o narran hechos posibles en lo humano.
En los géneros poéticos objetivos (épica, dramática, novela, etc.), la forma inmediata y primera del fondo (la forma conceptiva) es un conjunto de hechos y personajes, una acción ficticia, y en este caso la narración, la descripción, el diálogo, etc., son meras formas expositivas de esta forma primera, que en cierto modo se convierte en fondo de la obra. Pero en la Poesía subjetiva suele acontecer que la forma expositiva es la primera, pues el poeta no hace otra cosa que exponer directamente el estado de su alma, o enunciar un pensamiento determinado.
Fácil sería mostrar con numerosos ejemplos la verdad de estas afirmaciones. La manera distinta con que consideran la realidad el científico y el poeta es evidente. La idea de la relatividad del conocimiento inspirará al filósofo un minucioso análisis psicológico y crítico, cuyo resultado será una fórmula árida y descarnada, semejante a esta: Todo conocimiento es relativo, y varía según las condiciones características de cada inteligencia individual, La misma idea, convertida en pintoresca imagen por el poeta, le inspirará esta breve y gráfica sentencia:
En este mundo traidor
nada es verdad ni mentira;
todo es según el color
del cristal con que se mira.
El científico, examinando una flor, hará una descripción detallada de todos sus órganos, y declarará fríamente que es bella o huele bien; el poeta, sin cuidarse de describirla, ensalzará la delicadeza de su aroma, la belleza de sus colores, y buscando relaciones y analogías que el científico no advierte, verá en ella una imagen de la brevedad de la vida, imaginará que el sonrosado de sus hojas es un símbolo del pudor, la comparará con una virgen tímida, si es una violeta, o con una orgullosa hermosura si es una camelia, etc. Un historiador, al relatar un hecho, se cuidará, ante todo, de exponerlo fielmente en todos sus detalles; un poeta lo modificará según exigencias estéticas, y solo buscará en él lo que tenga de dramático.
No hay que confundir esta idea y asunto puramente artísticos, con el fin moral que el poeta puede proponerse. Fuera de que la idea moral o trascendente no es absolutamente necesaria en la obra poética, su concepción puede ser motivo determinante, pero no primer momento de la producción artística. La elección de una tesis que se quiera probar por medio de una acción dramática o novelesca no es todavía un acto de producción artística; esta comienza al concebir el pensamiento dramático (la idea general de la acción) de cuyo planteamiento y desarrollo ha de deducirse la demostración de la tesis moral.
Decimos sean o no bellas porque no siempre es bello lo expresado por el poeta subjetivo o lírico. La duda, la desesperación, el escepticismo, la ira, el amor puramente sensual no son ciertamente estados bellos del espíritu, y, sin embargo, puede su expresión poética ofrecer verdadera belleza, merced a la forma de que el poeta los reviste. En la poesía filosófica y razonadora esto se muestra a cada paso.
Preferimos a esta denominación la de mixtos o compuestos, porque la palabra transición indica una relación de continuidad que no siempre revela entre ellos la experiencia. Un género de transición debe ser el que siga a uno y preceda a otro, de los géneros simples en el desenvolvimiento histórico del Arte, o al menos el que represente un conato de trasformación de un género en otro. Nada de esto se observa en la historia de dichos géneros ni lo revela el estudio de su naturaleza. La sátira, género épico-lírico, no sigue a un desarrollo épico ni precede a otro lírico, sino que es coetánea de ambos géneros, ni representa un conato de lo épico para convertirse en lírico o viceversa. Lo que hay en estos géneros es una compenetración o composición de elementos propios de los géneros simples, y por esto el nombre que mejor les cuadra es el que hemos adoptado.
Hay algunos poemas épicos escritos en prosa (el Telémaco de Fénelon, los Mártires y los Natchez de Chateaubriand, el Ahasverus de Quinet, etc.); pero estos ensayos no han tenido éxito. La grandeza y solemnidad de la concepción épica no se avienen con la forma prosaica.
Esta es la principal razón de la decadencia de la Poesía épica en la época presente. Debilitada la fe en lo sobrenatural, o al menos restringida a muy reducidos límites; sustituida la explicación poética de los fenómenos naturales por teorías científicas que difícilmente se prestan a la inspiración; imposibilitada por multitud de circunstancias, la formación de mitos y leyendas históricas; rebajada la talla de los héroes y de los sucesos; -la Poesía épica tiene que circunscribirse hoy a esfera muy estrecha, y no puede remontarse adonde llegó en otro tiempo. Por eso la ha sustituido la Novela, mezcla de lo épico y lo dramático, que, en formas prosaicas, pero con mayor interés y verdad que la Poesía épica, expresa los ideales y narra los hechos de estos tiempos. Poemas de breves dimensiones, tanto líricos como épicos, y no pocas veces dramáticos, que con frecuencia entrañan tendencias humorísticas, son hoy los únicos y degenerados representantes de este género, llamado, si no a extinguirse, por lo menos, a sufrir una trasformación profunda.
Dante, que cantó todas las grandezas de la teología católica en su Divina Comedia; Milton, que narró hechos tan portentosos como la caída de los ángeles y el pecado de Adán; Klopstock y Hojeda, que relataron el drama del Calvario, cumplieron este precepto fundamental en el terreno de la Poesía épico-religiosa, como Valmiki, Homero, Virgilio, Tasso y Camóens en la heroica. Pero no tuvieron igual acierto en la elección. Virués en su Monserrate, Ercilla en su Araucana, Voltaire, en su Henriada, y otros muchos. Un hecho milagroso, que da origen a la fundación de un monasterio, una lucha con una tribu salvaje, una guerra civil desastrosa, no son asuntos que ofrecen la grandeza o interés propios del verdadero poema épico.
Origen: Instituto Cervantes
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