Géneros de Poesía


INSTITUTO CERVANTES

Lección XXXV

Géneros épicos. -Poesía épico-heroica. -Su concepto y caracteres generales. -Sus elementos constitutivos. -Sus formas fragmentarias. -Sus formas artísticas. -El poema heroico. -Condiciones y reglas a que debe someterse. -Distintas clases de poemas heroicos. -Desarrollo histórico de la Poesía épico-heroica

Los grandes hechos de la historia humana son el objeto que canta la Poesía épico-heroica, sirviéndose para ello constantemente de la forma narrativa y de las más bellas manifestaciones del lenguaje rítmico128. Este género épico puede, pues, definirse como la expresión artística de la belleza de la Historia por medio de la palabra rítmica.

No todos los hechos históricos pueden ser objeto de la Poesía épico-heroica. Ante todo, conviene advertir que ésta no se inspira en la historia del individuo, sino en la de los pueblos. La vida individual se expresa por otros géneros, como son la Dramática y la Novela; a la Poesía épico-heroica interesa sólo la vida de las colectividades humanas, de la tribu, de la nación y de la raza.

El individuo no es para ella otra cosa que un factor de la historia, y sólo le considera en su acción externa, como colaborador de la obra social. Pintar la vida íntima del individuo, narrar el drama privado, inspirarse en el análisis psicológico de los caracteres y de las pasiones, son cosas que no hace nunca el poeta épico-heroico. Eso corresponde al dramático y al novelista, y por tal razón pudiera decirse que la Poesía épico-heroica desenvuelve el drama de la colectividad, y la Dramática y la Novela la epopeya del individuo. La Poesía épico-heroica se inspira en los hechos históricos que ofrecen proporciones grandiosas y tienen una importancia decisiva en los destinos de un pueblo, de una raza, o acaso de la humanidad entera. Elige entre éstos los que verdaderamente pueden llamarse heroicos, esto es, los que son debidos a un poderoso esfuerzo de la energía individual, a la acción de un grande hombre, de un héroe extraordinario. Fíjase en los que ofrecen un carácter dramático y pueden ser objeto de una narración viva e interesante, por lo cual generalmente se inspira en los hechos políticos y militares (guerras, conquistas, revoluciones, etc.).

No se ha de entender, sin embargo, que el poeta épico-heroico ha de ceñirse a la descarnada narración del hecho histórico que canta. Si esto hiciera, su obra no sería otra cosa que una crónica rimada (como acontece en ciertos poemas de la Edad Media). Lo que en realidad canta, encarnándolo en el hecho heroico, es el ideal de su pueblo o de su raza, cuya vida expresa totalmente. Alrededor del hecho fundamental agrupa el poeta (sobre todo en los poemas artísticos) todos los elementos de vida de su pueblo: sus concepciones religiosas, sus ideales políticos y sociales, sus tradiciones y sus esperanzas. Cuando el poeta acierta a expresar de este modo en una concepción orgánica la vida total de su pueblo o de su raza, y acaso la de toda una civilización común a varios pueblos, su obra recibe el nombre de Epopeya.

Tampoco ha de creerse que el poeta épico-heroico narra los hechos con escrupulosa fidelidad, en cuyo caso se confundiera con el historiador. El hecho heroico siempre está alterado por la ficción poética; es más, muchas veces no tiene realidad, no es otra cosa que una vaga reminiscencia de un hecho verdadero, envuelto en el follaje de los mitos y leyendas que la fantasía popular crea. La historia poética y legendaria, más que la real, constituye la fuente de inspiración de la Poesía épico-heroica. Hechos portentosos y extraordinarios, en que se simbolizan los ideales, sentimientos, aspiraciones, energías y destinos de los pueblos y las razas; personajes místicos y legendarios, no pocas veces semidivinos, constantemente favorecidos por el auxilio eficaz y milagroso de la Providencia; un ideal religioso, nacional y moral, simbolizado en una concepción artística; tales son los elementos de la Poesía épico-heroica, que no es la historia, sino la idealización poética de ésta.

No quiere decir esto que el poeta no dé crédito a la verdad de los hechos que canta. Cuando es erudito y reflexivo, ciertamente que no confunde la ficción que su imaginación crea con deliberado propósito de embellecer la realidad histórica, con los datos que ésta le suministra; pero en los períodos primitivos, cuando la Poesía épico-heroica es popular y espontánea, el artista no inventa, sino que se limita a representar en formas artísticas la concepción popular, que él admite como verdadera. En épocas tales, la historia no se distingue de la fábula; lo maravilloso se confunde con lo real, y el hecho histórico y la leyenda mítica constituyen un todo indisoluble que, el poeta acepta con plena confianza.

Hay, pues, siempre en la Poesía épico-heroica un elemento ideal y fantástico mezclado con el histórico, y que no se reduce a la mera idealización de lo real, a la unión de la ficción dramática o novelesca con la realidad histórica, sino que se extiende a mucho más. Este elemento se manifiesta principalmente en dos creaciones características, a saber: en los personajes míticos y en la intervención de lo maravilloso.

Son personajes míticos los que, por razón de sus extraordinarias proporciones, de sus portentosos hechos, o de su carácter sobrenatural, traspasan los límites de la realidad histórica. Por regla general, estos personajes no son una pura ficción, sino que tienen una base real, esto es, son la trasfiguración poética de un personaje histórico, llevada a cabo por la fantasía popular. Casos hay, sin embargo, en que estos personajes nunca han existido y son la personificación fantástica de un hecho, de un pueblo, de una raza o de un ideal político y religioso.

El mito, considerado en su más lata acepción, es un hecho o personaje fabuloso, basado unas veces en algo real, producto otras de una ficción, y debido siempre a la acción lenta e incesante de la fantasía del pueblo, excitada por la creencia y el amor de lo maravilloso. Gustan los pueblos primitivos de dar proporciones extraordinarias y carácter milagroso a todo hecho o personaje que les interesa por algún concepto, y poco a poco, sin que la reflexión o el cálculo intervengan en ello, el hecho real se va agrandando y trasfigurando hasta convertirse en un portento, y el personaje histórico se trasforma en semi-dios o en personificación de todo un pueblo, atribuyéndosele todo género de hazañas, milagros y hechos prodigiosos.

Los hechos y personajes míticos son de varias clases, según el grado de trasfiguración que alcanzan. Los primeros suelen ser verdaderos milagros y prodigios, esto es, intervenciones directas de lo sobrenatural en la historia, o simplemente hechos naturales, exagerados o ficticios. Los combates dados delante de Troya, en los cuales toman parte juntamente los dioses y los hombres, según refiere la Iliada, son ejemplo de lo primero. La mayor parte de las hazañas del Cid, narradas en nuestros poemas y romances, lo son de lo segundo.

En cuanto a los personajes míticos, pueden clasificarse del siguiente modo:

1º. Personajes históricos a quienes la admiración y gratitud del pueblo asciende a la categoría de dioses o semi-dioses, bien considerándolos como encarnación de un dios sobre la tierra, bien como frutos de la unión de un dios con un mortal, bien como divinizados después de su muerte.

2º. Personajes divinos o semi-divinos, que nunca tuvieron realidad histórica.

3º. Personajes históricos, cuyo carácter, puramente humano, nunca es desconocido por el pueblo, pero en los cuales reúne todo género de excelencias y perfecciones, presentándolos como verdaderos prototipos, encarnando en ellos su ideal histórico, pintándolos como directa y milagrosamente favorecidos por la Providencia, atribuyéndoles multitud de hazañas fabulosas o dando proporciones extraordinarias a las que realmente llevaron a cabo.

4º. Personajes ficticios que el pueblo imagina para personificar en ellos su ideal, y que a veces suelen ser el símbolo de una raza o el resumen de una serie de hechos llevados a cabo por varios individuos o por un pueblo entero en dilatado espacio de tiempo.

Por regla general, los personajes míticos tienen una base histórica, y la crítica puede, descartando todo lo que hay en ellos de legendario, reconstruir su historia verdadera. Pero no siempre es esto empresa fácil, pues muchas veces la carencia de documentos históricos impide saber si el personaje mítico ha existido o no. Por eso la crítica no sabe a ciencia cierta si los personajes del Mahabaratha y el Ramayana, de la Iliada y la Odisea, son o no históricos. En cambio le ha sido fácil reconstruir la personalidad histórica del Cid, Fernán González, y otros héroes de los poemas de la Edad Media.

Lo maravilloso es un elemento que aparece en casi todas las composiciones épico-heroicas. Lo maravilloso épico puede ser divino, alegórico o quimérico. El primero es la intervención de las divinidades buenas o malas en la vida de los hombres, para auxiliarlos o contrariarlos. Consiste el segundo en la personificación de las fuerzas morales o materiales, sobre todo de las ideas puras (la justicia, la verdad, etc.) que intervienen en la vida humana; y el tercero en la intervención de ciertos hechos, accidentes y sucesos extraordinarios que juzga sobrenaturales la fantasía popular, como los sueños, los presagios, etc. Todas estas formas de lo maravilloso son admitidas en la Poesía heroica, en la cual la acción humana se complica con la intervención de divinidades o fuerzas adversas o favorables. En los poemas primitivos predomina el maravilloso divino, unido al quimérico con frecuencia, siendo más propio el alegórico de poemas reflexivos escritos en épocas de poca fe religiosa.

Lo maravilloso no es indispensable en la Poesía épico-heroica, como afirman algunos preceptistas. La realidad histórica ofrece suficientes bellezas sin necesidad de apelar a este recurso; si la intervención directa de lo maravilloso fuera de todo punto necesaria en este género de poesía, la aparición de ésta sería imposible en tiempos de mucha cultura, que sólo en la esfera religiosa admiten aquel elemento. Pero si esto es cierto, también lo es que lo maravilloso da gran valor poético a las composiciones heroicas, y que una de las causas de la decadencia de este género en la época presente, son las dificultades con que tropieza el poeta para hacer intervenir lo maravilloso en sus creaciones.

En la Poesía épico-heroica, tanto o más que en la religiosa, y sobre todo en los poemas primitivos y espontáneos, interviene la fantasía colectiva. La primitiva concepción heroica es siempre el fruto de la idea y del sentimiento de las muchedumbres. Los grandes hechos de la historia de cada pueblo, los héroes populares, excitan poderosamente la fantasía nacional. En los distintos momentos de su historia, la tribu, la nación, la raza, ven en aquellos hechos y en aquellos héroes la síntesis de sus aspiraciones, la fórmula de sus sentimientos, la representación de sus recuerdos gloriosos y de sus esperanzas. En la lucha, exalta el valor de los guerreros la memoria de aquellas portentosas hazañas; en la victoria, acrécese el júbilo con el recuerdo de las pasadas proezas; en la derrota, en la servidumbre, en la desgracia, confórtanse los ánimos, consuélanse los vencidos, excítase el deseo de emancipación o de venganza con aquellos ejemplos. Trasmitidos de generación en generación, los hechos heroicos van adquiriendo proporciones colosales, y se va creando el mito al par que se forma y desarrolla la tradición poética. Más tarde, cuando poetas cultos quieren dar formas artísticas a esta prodigiosa creación colectiva, como los sentimientos que la inspiraron aun están vivos, lo que hace el poeta es representarlos fielmente en sus cantos, convirtiéndose en eco de su pueblo y de su tiempo. Muévese entonces su fuerza creadora en límites fijos, y si es cierto que crea tipos, caracteres, ficciones de todo género, no lo es menos que las bases inmutables de esta creación le son dadas por la fantasía popular. El poeta épico es la muchedumbre personificada; su obra es el resumen, la síntesis de una obra de siglos lentamente elaborada en la fantasía de su pueblo129.

Comienza la Poesía épico heroica por formas y manifestaciones fragmentarias. Cantos bélicos, en que se celebran las hazañas de los héroes nacionales, relatos breves de los grandes hechos históricos; tales son las primeras formas de este género, que casi siempre va unido a la Música en sus comienzos. Los himnos heroicos, los epinicios o cantos triunfales, los cantos de gesta y los romances de la Edad Media, pueden dar idea de estas composiciones, debidas a poetas populares como los rapsodas griegos, los bardos galeses, los escaldas escandinavos, los juglares de los pueblos neo-latinos, etc.130

Conservadas por la tradición oral estas formas fragmentarias durante largos períodos, en que se desarrollan las grandes creaciones míticas y legendarias a que antes nos hemos referido, llega al cabo un momento en que estos cantos esparcidos se fijan, reúnen y concretan en la forma orgánica de poemas artísticos, todavía espontáneos y populares, y directamente inspirados en los sentimientos e ideales de las muchedumbres.

Cuando la inspiración popular se va extinguiendo, cuando la historia reemplaza a la leyenda, el mito se desvanece ante la crítica, y los sentimientos, ideas e intereses que dieron vida a los poemas espontáneos ya han perdido su fuerza -los poetas eruditos y reflexivos se dedican al cultivo de este género, procurando imitar la contextura de los poemas populares. Pero este estado erudito de la Poesía épico-heroica es el comienzo de su decadencia, pues esta poesía es esencialmente espontánea, y sólo se alimenta de las inspiraciones calurosas y sencillas de las muchedumbres.

No quiere decir esto que no tenga legitimidad la poesía heroico-erudita, ni que el género épico-heroico no pueda producirse en todos los momentos de la historia; pero es lo cierto que sus períodos de verdadero esplendor coinciden con las épocas primitivas de cada pueblo. Contribuyen a esto muchas causas; entre otras, la imposibilidad de encerrar en una fórmula poética la vida compleja y multiforme de las civilizaciones adelantadas; los progresos de la cultura y de la crítica, que hacen muy difícil la creación de los mitos heroicos y la intervención de lo maravilloso en la historia; y la aparición y desarrollo de la Novela y del Drama, que van sustituyendo a la Epopeya y realizando cumplidamente los fines propios de este género.

El poema heroico, esto es, la concepción orgánico-artística de lo épico-heroico, ora sea espontáneo y popular, ora erudito, ha de someterse a los preceptos generales que se aplican a todo poema épico (Lección XXXIII), y además, a ciertas reglas especiales, que trazan muy menudamente los retóricos, pero que deben exponerse con muy amplio criterio para no encerrar la inspiración épica en los estrechos límites de los antiguos modelos.

El poema heroico es siempre narrativo. Una acción grandiosa, interesante, gloriosa para el pueblo en que el poema aparece, tal es su asunto. Por regla general, esta acción tiene un protagonista; esto es, un personaje principal, un héroe (que generalmente es un rey, un conquistador o un caudillo militar), de cuyo esfuerzo pende la acción entera.

El protagonista no suele ser creación del poeta, sino de la fantasía popular. El protagonista es casi siempre un mito o personaje legendario; esto es, una personificación del ideal histórico nacional, representado en un tipo perfectísimo, que viene a ser como la síntesis de la nación entera, como antes hemos dicho, y que puede pertenecer a cualquiera de las diferentes clases en que hemos dividido los personajes míticos.

Reglas minuciosas dan los retóricos acerca del carácter del protagonista. En nuestro juicio, estas reglas pueden reducirse a que compendie y asuma en sí la acción del poema, que ha de estar siempre pendiente de sus esfuerzos; a que sea una exacta personificación del genio y sentimientos nacionales; a que sea un verdadero carácter, esto es, una original determinación de la humana naturaleza, siempre igual, siempre sostenida en todo el curso de la acción; y por último, a que este carácter sea simpático, interesante, levantado, y en lo posible, al menos, moral131.

Alrededor de este personaje se agrupan otros varios, todos interesantes y bien dibujados, que contribuyen en segundo término al desarrollo de la acción. Alguno de ellos suele ser un contra-protagonista, esto es, un adversario del protagonista en lucha con él, y por él vencido al cabo; pera de tal importancia, que en ocasiones determinadas puede poner en peligro el buen éxito de la acción.

Las condiciones de ésta se reducen a que sea unas esencial y numéricamente, pero interiormente varia. El poema ha de tener una sola acción de un solo carácter, pero que puede diversificarse en acciones parciales, llamadas episodios, que contribuyan a la variedad de la composición. Respecto a los episodios, se exige que su extensión e importancia no sean tales que distraigan de la acción principal, y que no sean tan insignificantes y pequeños que no contribuyan a la variedad de la composición.

La extensión de la acción, el número de los personajes que han de intervenir en ella, las partes en que debe dividirse, etc., son cuestiones acerca de las cuales suelen los retóricos dictar minuciosos preceptos, que consideramos inútiles e improcedentes. En todo esto debe gozar el poeta de la más amplia libertad. Lo que más importa, es que la acción ofrezca verdadera grandeza e interés, lo cual se consigue cuando el hecho cantado por el poeta no es un episodio vulgar de la vida de los pueblos, sino un suceso de decisiva importancia e influencia en los destinos de éstos, y cuando su narración es viva, animada e interesante.

Aunque el poema heroico siempre es narrativo, caben en él la descripción y el diálogo, lo cual le da cierto aspecto dramático, y contribuye mucho a darle amenidad y movimiento.

Con respecto a la forma exterior del poema heroico, esto es, al estilo y lenguaje, es indispensable que uno y otro tengan la grandeza y la majestad propias del elevado asunto de estas composiciones.

No quiere decir esto, sin, embargo, que haya de obligarse al poeta a emplear únicamente ciertas formas del estilo o ciertas combinaciones métricas. Todas las galas de la fantasía poética tienen legítima cabida en este género, como asimismo todos los tonos del estilo, excepto los que por su llaneza y familiaridad no cuadren a la solemnidad de la Épica. Otro tanto decimos de la versificación, que no ha de ceñirse forzosamente a la monotonía de un metro constante, como suele pensarse, aunque tampoco deba permitirse las libertades que son lícitas en otros géneros. En todas estas cuestiones de detalle, la libertad, templada y limitada por el recto sentido y el buen gusto del poeta, es la regla más segura y conveniente.

Los poemas heroicos pueden dividirse en varias clases, no sólo por razón del género de inspiración que en ellos domina (poemas espontáneo-populares o naturales, y poemas eruditos y reflexivos), sino por razón de su extensión e intensidad. Bajo este punto de vista, pueden dividirse en las clases siguientes:

1º. Epopeyas; esto es, poemas orgánicos y sintéticos, siempre primitivos y espontáneos, que expresan el ideal entero (religioso, moral, social, político) de un pueblo, de una raza, y a veces de toda una civilización, representado en una vasta concepción y simbolizado en un hecho grandioso y extraordinario. En este género de composiciones siempre interviene lo maravilloso teológico, y los personajes son míticos y legendarios, y no pocas veces divinos o semi-divinos. Las grandes epopeyas nacionales son imitadas luego por los poetas eruditos, que trazan epopeyas artificiales o de imitación. Ejemplo de epopeya espontánea, esto es, de verdadera epopeya, es la Iliada; ejemplo de epopeya artificial-erudita o de imitación es la Eneida.

2º. Poemas históricos, que se limitan a narrar los grandes hechos de la historia, sin darles carácter legendario y maravilloso132. Estos poemas siempre son eruditos, y con frecuencia versan sobre asuntos contemporáneos a sus autores. La Farsalia y la Araucana son ejemplo; de este género de composiciones.

3º. Poemas legendarios, que sin llegar a la forma orgánico-sintética de la epopeya, se asemejan a ésta en sus rasgos fundamentales. Estos poemas siempre son espontáneo-populares, y generalmente se limitan a cantar las hazañas de un héroe popular. Ejemplo de estas composiciones es nuestro Poema del Cid.

4º. Narraciones épicas, o cantos épicos, que se limitan a cantar un hecho aislado, con frecuencia siempre contemporáneo, y que son verdaderas formas fragmentarias de la poesía heroico-erudita. Por ejemplo: Las Naves de Cortés destruidas, de Moratín (D. Nicolás).

De todos estos géneros de poemas épico-heroicos, el más importante y grandioso es la Epopeya, que en cierto modo participa de la naturaleza del poema religioso y del filosófico-social, por cuanto expresa todos los elementos de vida y cultura de los pueblos; pero siendo su asunto constante un hecho heroico, alrededor del cual se agrupan todos estos elementos, su propio lugar es el que la damos aquí, considerándola como la manifestación suprema y acabada de la Poesía épico-heroica.

La Poesía épico-heroica compite en antigüedad con la religiosa, si bien es lo más probable que sea posterior a ésta, pues las concepciones religiosas preceden, por lo general, a las tradiciones heroicas en la vida de los pueblos, aunque a veces también se confunden con ellas.

En todos los pueblos, aun los más salvajes, se hallan cantos belicosos en que se refieren hazañas de los héroes populares, y que son la manifestación primera de este género. En muchos pueblos, la Poesía heroica no pasa de este estado fragmentario; pero en los que alcanzan cierto grado de civilización, aparecen poemas artísticos, espontáneos primero y eruditos después, como dejamos dicho anteriormente.

En la Literatura egipcia hallamos un importante poema heroico-erudito, debido a un tal Pentaur, y consagrado a cantar las hazañas de Ramsés II (Sesostris), que reinó hacia fines del siglo XV y primera mitad del XIV a. d. J. C. Hubo también cantos heroicos entre los Árabes y los Hebreos. Los Persas poseen un poema erudito de grandes dimensiones, el Shah-Nameh, escrito por Firdussi en el siglo X de la era cristiana, y en el cual se comprenden todas las tradiciones heroicas de aquel pueblo.

La India antigua nos ha legado dos vastas e importantísimas epopeyas heroicas, de carácter espontáneo popular, que compendian toda la vida y expresan el ideal entero de la sociedad brahmánica.

Una de ellas es el Mahabarata, poema atribuido a Veda-Vyasa, y escrito hacia el siglo VIII o IX antes de Cristo. Este inmenso poema, que contiene más de 200.000 versos, tiene por objeto referir varios episodios de la historia de los Barathidas, gloriosa dinastía de los reyes Lunares de la India. Su acción es la larga y encarnizada lucha entre los Kurus y los Pándavas, siendo uno de sus episodios más notables el episodio filosófico del Baghavad-Gita, referente a la encarnación de Vichnú en Chrisna.

La otra epopeya sanscrita es el Ramayana. Atribúyese este poema a Valmiki, y se escribió en el siglo VIII o IX antes de J. C.133 El asunto del Ramayana es la lucha entre Rama, encarnación de Vischnú y protagonista del poema, con Ravana, rey de los Raxasas o demonios, raptor de Sita, esposa del primero; lucha terminada con el vencimiento y muerte de Ravana y la toma de Lanka (Ceylán), capital de su reino.

Estos poemas indios son simbólicos y teogónicos, están inspirados en una concepción panteísta, y sus personajes son personificaciones de ideas o razas, y por lo general, encarnaciones de los dioses. La acción humana y la divina están, por tanto, íntimamente unidas, y en relación constante con la vida de la naturaleza, cuyos seres y fuerzas toman parte activa en la acción. Los caracteres de los personajes tienen grandeza moral, la acción vivo interés, y el estilo y lenguaje ofrecen una grandiosidad de formas que maravilla. El elemento descriptivo es grande en esos poemas, que ostentan todas las galas exuberantes de la imaginación oriental.

Además de estos poemas, hay en la India un poema erudito, el Ragú-Vansa de Kalidasa (siglo I d. C.)

Grecia, después de gran número de cantos y composiciones heroicas y fragmentarias (las rapsodias), nos ofrece dos grandes poemas, ambos atribuidos a Homero, y denominados la Iliada y la Odisea. La fecha en que se escribieron es dudosa, pues los críticos dudan entre colocarlos en los siglos VIII, IX, X u XI a. de J. C., aunque la opinión más general los coloca en los siglos VIII o IX. Ambos poemas son espontáneos, y parecen ser el resumen de una larga serie de tradiciones poéticas y de cantos fragmentarios.

El asunto de la Iliada es un episodio de la guerra de Troya, emprendida por los años 1190 ó 1200 a. d. J. C., a causa de haber sido robada Helena, esposa de Menelao, rey de Esparta, por Paris, hijo de Príamo, rey de Troya.

No es la Iliada un poema simbólico, a lo cual se opone el antropomorfismo griego, ni tiene, por tanto, la profundidad de los poemas indios, de cuyo elevado sentido moral también carece. En su acción interviene lo maravilloso, pero de modo muy distinto al maravilloso indio, pues los griegos no conocían la idea de la encarnación. Este poema, acaso inferior en idea al Ramayana, le es superior en la forma, que es tan pura y bella, tan elegante y exquisita como todas las producciones del arte griego.

La Odisea, mucho menos importante que la Iliada, tiene por asunto la vuelta de Ulises, rey de Ítaca, a su reino, después de la guerra de Troya. Es un poema de gran interés, en que se expone toda la vida de los pueblos griegos en los tiempos heroicos.

A estos poemas siguieron otros varios que se llaman cíclicos y que eran continuaciones o ampliaciones de los de Homero. Tales son los Cantos cípricos de Stasino de Chipre, la Etiópida de Artino de Mileto, la Pequeña Iliada de Lesches de Lesbos, los Regresos de Agias de Trezena, la Telegonía de Eugamon Cirineo y otros, de menos importancia.

En Roma encontraremos varios poemas heroicos, de carácter erudito y reflexivo. El más importante es la Eneida de Virgilio (70-18 a. d. C.), cuyo asunto son los hechos del Troyano Eneas desde su salida de Troya después de la destrucción de esta ciudad hasta su establecimiento en Italia. En este poema el arte del poeta cortesano domina y no pocas veces perjudica la inspiración. Merecen también mención la Farsalia de Lucano (33-65 d. C.) cuyo asunto es la guerra entre César y Pompeyo, la Tebaida de Estacio (64-96) dedicada a exponer las guerras de Tebas, los Argonautas de Valerio Flaco, que trata de la célebre y fabulosa expedición que lleva este nombre, y las Guerras púnicas de Silio Itálico.

En la Edad Media aparecen multitud de poemas espontáneo-populares y caballerescos, que expresan, ora los sentimientos y el ideal de los tiempos caballerescos, ora las glorias nacionales de los nuevos pueblos que entonces se formaron.

Entre estos poemas, muchos de los cuales son fragmentarios y llegan a constituir verdaderos cielos heroicos (cielo bretón, cielo carlovingio) y aun epopeyas nacionales (el Romancero castellano), merecen citarse el poema germánico de los Nibelungos, el poema nacional de Finlandia titulado la Kalevala, el poema francés denominado La canción de Rolando, el poema provenzal de la Cruzada de los Albigenses, los poemas castellanos del Cid, Fernán González, Alejandro y Alonso XI, y otros muchos que sería prolijo enumerar.

La Poesía épico-heroica se hace completamente reflexiva y erudita en los tiempos modernos, apareciendo entonces los poemas de imitación, calcados en los modelos clásicos. En esta época sólo pueden citarse con elogio los siguientes poemas: el Orlando furioso del italiano Ludovico Ariosto (1474-1533), que celebra los amores y desesperación del caballero Roldán u Orlando y los episodios de la supuesta cruzada de Carlomagno contra los sarracenos, con tal exageración de colorido, que ha hecho pensar a algunos que acaso es un poema burlesco; la Jerusalem Libertada de Torcuato Tasso, italiano (1544-1595), dedicada a celebrar los hechos gloriosos de la Cruzada que dirigió Godofredo de Bullón; los Lusiadas, del portugués Camóens (1525-1578), cuyo asunto es la célebre expedición de Vasco de Gama a las Indias Orientales. De estos poemas es sin duda el más perfecto, y sobre todo el más espontáneo y nacional, el poema de Camóens. En España sólo merecen mención la Araucana de Ercilla (1533-1594) y el Bernardo de Balbuena (1568-1627). Francia únicamente ha producido en la época moderna el frío y artificioso poema de Voltaire (1694-1778), titulado La Henriada, que canta los hechos de Enrique IV, y el Telémaco, poema escrito en prosa por Fénelon (1651-1715).

En el siglo actual la Poesía heroica se halla en la más completa decadencia. El ensayo más importante de este género en nuestros días es la Leyenda de los siglos de Víctor Hugo; pero esta obra, más que un poema orgánico, es una serie de pequeños poemas, enlazados únicamente por el pensamiento general que en ella domina.

Lección XXXVI

Géneros épicos. -Poesía épico-burlesca o heroi-cómica. -Su fundamento y origen. -Su carácter subjetivo. -Su concepto. -Sus relaciones con la Poesía épico-heroica. -Sus diferentes clases. -Momentos históricos en que aparece. -Principales monumentos de este género

Existe en el hombre una tendencia irresistible a mofarse de todas las cosas, por serias y respetables que sean, a ponerlo todo en ridículo, ora haciendo resaltar las imperfecciones de la realidad, ora creándolas deliberadamente por virtud de un capricho subjetivo. De aquí una manifestación singularísima de lo cómico en el Arte.

Como en otra ocasión hemos dicho (Lección V), lo cómico o ridículo no es lo bello, sino una leve, relativa y pasajera negación de la belleza. Pero hemos reconocido que lo cómico se produce en el Arte, no a título de elemento estético, sino en cuanto puede contribuir a la realización de la belleza, ora como contraste que haga resaltar ésta, ora por dar origen a una representación bella. El artista, al representar en formas ideales lo cómico real, que en si no es bello, puede, sin embargo, realizar belleza, que no residirá en lo representado, sino en su perfecta y artística representación. Los tipos cómicos, los accidentes risibles que el artista reproduce, hallados en la realidad no causarán emoción estética; pero la causan en la obra de arte, por virtud de las excelencias estéticas, propias de la forma en que son representados. Así se legitima la aparición de lo cómico en el Arte, y se explica cómo, sin ser bello, puede originar las emociones que a la contemplación de la belleza acompañan.

Pero lo cómico artístico no siempre es la reproducción de lo cómico real. La tendencia a que nos hemos referido al comenzar esta lección produce otra manifestación especial de lo cómico en el Arte, que merece ser examinada atentamente. Esta tendencia, con efecto, es causa de la aparición de la parodia, de la caricatura, de la sátira, y, en el género que al presente nos ocupa, de la Poesía épico-burlesca o heroi-cómica.

En esta tendencia a la parodia y a la burla, propia del espíritu humano, hay algo de instintivo que difícilmente se explica. Es, sin duda, esta tendencia un aspecto particular de otra mucho más amplia, que es, probablemente, el origen histórico del Arte, a saber: la imitación. El afán de imitarlo todo es el punto de partida de la parodia, y ambas tendencias aparecen juntas en la vida del espíritu134.

De la imitación a la parodia no hay más que un paso. Comiénzase por imitar fielmente los gestos, acciones o palabras de una persona; una sencilla exageración al imitarlos basta para que el efecto cómico se produzca. Unas veces esta imitación burlesca tiene por fundamento una ridiculez que realmente existe en lo imitado; otras es fruto de un capricho de nuestro espíritu, movido a la burla por una intención malévola, o simplemente por el gusto de hacer reír.

Es indudable que la parodia y la caricatura son producto de nuestra facultad de idealizar. Alterar la realidad de las cosas para ridiculizarlas es una manera especial de idealización, una idealización invertida, por decirlo así. Se idealiza lo real para embellecerlo y ensalzarlo, dejando en la sombra sus imperfecciones y acrecentando sus bellezas; de igual modo se idealiza para afearlo y ridiculizarlo, siguiendo un procedimiento inverso. El escultor que reúne en una figura todas las excelencias del cuerpo humano, y el caricaturista que la hace ridícula alterando sus proporciones, son igualmente idealistas, aunque con propósitos opuestos.

De esta manera, así como el Arte puede dar a los objetos bellezas que no tienen, por virtud de un acto voluntario del artista, le es posible convertir en ridículo lo que en realidad no lo es. La parodia burlesca, que en la Poesía equivale a la caricatura en las Artes del diseño, y que obedece a procedimientos semejantes, no es, pues, otra cosa que la creación libre y voluntaria de lo cómico, hecha con el objeto de perturbar una realidad bella; es una oposición suscitada en la belleza por el capricho del artista.

Lo cómico en todas sus formas -como simple reproducción de ridiculeces reales, como libre creación subjetiva, como interpretación burlesca o punzante crítica de lo real, o mezclado con lo serio en lo que se llama humor-, aparece en todos los géneros poéticos, y se produce, por consiguiente, dentro de la Épica, con formas muy especiales y dignas de atención.

Preséntase lo cómico en la Poesía épica como negación, o contradicción burlesca de la belleza objetiva por ella cantada, como recuerdo y parodia del poema épico, o como protesta del espíritu del poeta contra el ideal que a la Épica inspira.

No es lo cómico en este género como en otros (el dramático, por ejemplo) la reproducción artística de los accidentes risibles de la vida, es decir, no es objetivo, no es la expresión o manifestación de la realidad cómica. Es siempre, por el contrario, el producto libre y caprichoso de la subjetividad. En tal sentido, pudiera decirse que la Poesía épico-burlesca o heroi-cómica tiene más de subjetiva que de objetiva, de lírica que de épica, por cuanto para nada se inspira en la realidad135. Sin embargo, debemos colocarla en este lugar, no sólo porque afecta las formas de la Épica seria, sino porque dentro de ella (aunque contradiciéndola) se produce.

De cuanto llevamos dicho se desprende que la Poesía épico-burlesca o heroi-cómica puede definirse como una variedad especial de la Poesía épica, en que la bella realidad cantada por ésta, o la misma concepción épica, aparecen perturbadas y contradichas por una manifestación de lo cómico, libremente producida por el poeta.

Es de notar que el género que nos ocupa sólo se ha producido dentro de una esfera de lo épico, a saber: en la de lo épico-heroico. La razón es obvia: ningún género se presta tanto a la burla y a la parodia como éste, pues nada hay más fácil que ridiculizar los hechos heroicos; además, el respeto que siempre ha rodeado a las concepciones religiosas ha impedido que se parodiaran y pusieran en ridículo los poemas teológicos; y en cuanto a los naturalistas o descriptivos, sus asuntos no se prestaban a la burla. Los poemas burlescos pertenecen, pues (por sus formas al menos), al género heroico, y por esta razón la Poesía épico-burlesca recibe generalmente el nombre de heroi-cómica.

Las formas de los poemas de este género son siempre iguales a las de los poemas heroicos. Los elementos que a éstos constituyen hállanse constantemente en aquellos, siendo tanto mayor el efecto cómico, cuanto más completa es esta semejanza. Nada tenemos que decir, por tanto, acerca de las formas de estas composiciones, a las que puede aplicarse (teniendo siempre en cuenta su índole especial) todo lo que dijimos al tratar de los elementos y condiciones de los poemas heroicos.

El poema cómico emplea para conseguir su objeto diferentes recursos, de los cuales el más general es el contraste. Todo poema heroi-cómico conserva cuidadosamente las formas exteriores del poema heroico, aunque el fondo sea tan abiertamente contrario a estas formas, originándose de aquí un contraste que desde luego excita la risa. Además de este contraste general entre el fondo y la forma, suele emplearse el contraste entre la grandeza de la acción del poema y la pequeñez de las causas que la motivan, como en el Cubo robado de Tasoni, cuyo asunto es una sangrienta guerra entre las ciudades de Módena y Bolonia por haberse robado un cubo, o en el Facistol de Boileau, donde el puesto que debía ocupar este utensilio da lugar a encarnizada contienda. Otro contraste que ha sido muy usado es el que se produce entre los hechos y la condición de los personajes, sustituyendo los personajes humanos por personajes del reino animal, a los cuales se dota de cualidades humanas, como en la Mosquea de Villaviciosa, o en la Gatomaquia de Lope de Vega.

Por último, cabe también que se produzca el contraste que origina lo cómico en estos poemas, sustituyendo las ideas de unas épocas con las de otras, como en el Morgante mayor de Pulci o en la Burla de los dioses de Brachiolini.

El poema épico-burlesco o heroi-cómico, puede dividirse en dos clases distintas, a saber: la parodia y el poema satírico, consistiendo la primera en el remedo o imitación del poema heroico, y el segundo en la negación, en la crítica acerba, en la destrucción por medio del ridículo dei ideal, ya no comprendido ni amado por los pueblos, y convertido, por tanto, en objeto de burla, porque en este punto se cumple aquel proverbio vulgar: De lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso.

Los poemas paródicos representan el aspecto más inofensivo de la Poesía heroi-cómica. No hay en ellos la intención satírica que a los otros distingue, ni representan otra cosa que la manifestación espontánea del instinto burlesco que nos lleva a parodiarlo y mofarlo todo, aunque sin propósito satírico o crítico. El deseo de excitar la risa a costa del poema heroico, por medio de los cómicos contrastes antes enumerados, es el único móvil a que obedece la producción de estas composiciones.

El poema satírico responde a propósitos muy diversos y menos inofensivos. En realidad este poema no es más que una manifestación épica de la sátira. Trátase en él, no sólo de parodiar al poema heroico, sino de ridiculizar el ideal en que éste se inspira. El poema satírico representa, por tanto, una protesta contra un ideal histórico, que se mofa y ridiculiza por los qué ya no lo estiman ni comprenden, en lo cual se nota el carácter subjetivo de este género épico; pues lo que por ridículo se tiene, no lo es en sí, sino que lo parece al espíritu, por haber cambiado éste su modo de pensar136.

Algunos críticos reconocen dos formas distintas en el poema satírico, según que éste ridiculiza un ideal que ha dejado de ser común a la sociedad para convertirse en ideal de una clase determinada, o se mofa de un ideal que por todas las clases es igualmente rechazado. A nuestro juicio, y sin negar estos dos aspectos del poema satírico, tal división no es enteramente fundada, pues ambos géneros responden al mismo fin: la burla de un ideal desvanecido.

En la Poesía épico-burlesca hay, como en los restantes géneros épicos, composiciones fragmentarias y poemas artísticos, populares y eruditos; pero las primeras (cantos paródicos, romances burlescos, etc.), son escasas, y los poemas populares no son muy abundantes, predominando, por regla general, los eruditos.

Como la Poesía épico-burlesca es siempre (aun en su forma satírica), una parodia de la heroica, aparece inmediatamente después de ésta. En su manifestación satírica, el momento más favorable para su aparición es aquel en que los ideales comienzan a ser contradichos y negados, y, sobre todo, aquél en que sucumben definitivamente. Pero aun en este caso, a su aparición ha de preceder la existencia de la Poesía heroica, pues de otra suerte fuera imposible aquélla.

El poema heroi-cómico no existe en las literaturas orientales, acaso porque lo impidiera la severidad de su espíritu religioso.

En Grecia fue cultivado este género por Hiponax, de cuyas obras sólo han llegado a nosotros fragmentos insignificantes. El poema heroi-cómico más importante de la Grecia es una parodia de la Iliada, cuyo título es la Batracomiomaquia, erróneamente atribuido a Homero, y que canta la guerra entre los ratones y las ranas. También se atribuye a Homero otro poema denominado el Margites, que tampoco es obra suya. En Roma no existió este género.

En la Edad Media toma grande incremento este género, acaso por la importancia que adquiere la poesía popular, que tiende siempre a lo cómico, acaso también porque eran estos poemas un medio usado por las clases oprimidas para protestar contra las privilegiadas, burlándose de su ideal caballeresco. Entre los poemas heroi-cómicos de la Edad Media, el más importante es la Novela del Zorro (Rognan du Renart), en que es puesto en ridículo todo el ideal de la Edad Media. Este poema, que consta de 120.000 versos, apareció en el siglo XII, disputándose su origen Flandes, Alemania y Francia. En España cultivó este género el célebre Juan Ruiz, arcipreste de Hita.

A principios de la Edad Moderna, el poema heroi-cómico se consagra a ridiculizar el ideal caballeresco de la Edad Media, como lo revelan los poemas italianos: el Morgante mayor, de Pulci (1431-1470); el Orlando enamorado, de Bojardo (1434-1494), y el Orlando enamorado, de Berni (1490-1536). Más tarde se ridiculizaron otros ideales, como el pagano, que satirizó Brachiolini (1556-1646), en su Burla de los dioses, o se parodiaron los poemas heroicos sin atacar un ideal determinado. Entre los poemas burlescos de los siglos XVII y XVIII pueden mencionarse: en Italia, el Cubo robado, de Tasoni (1565-1635); el Ricardito, de Forteguera (1674-1735); los Animales parlantes, de Casti (1721-1803), y otros de menos importancia; en Inglaterra, el Rizo robado, de Pope (1688-1744); en Francia, el Facistol, de Boileau (1636-1711), y la Doncella de Orleans, poema obsceno y antipatriótico de Voltaire, en que trató de ridiculizar la heroica figura de Juana de Arco; en Alemania, el Zorro, de Goethe (1749-1832), reproducción del famoso poema de la Edad Media, y en España la Gatomaquia, de Lope de Vega (1562-1635), la Mosquea (guerra de las moscas y las hormigas), de Villaviciosa (1589-1658), y la Perromaquia, de Nieto Molina, poeta del siglo XVIII.

Lección XXXVII

Géneros épicos. -Poesía épico-filosófico-social. -Su concepto. -Sus caracteres. -Elementos líricos y dramáticos que en ella aparecen. -Diversas clases de composiciones que comprende. -Principales monumentos de este género

En la literatura moderna ha aparecido un nuevo género épico tan singular como digno de atención, al cual suele darse el nombre de Poesía épico-filosófico-social. Difícil en extremo es formar el concepto y señalar los caracteres de este género, en el cual se mezclan elementos muy heterogéneos, y cuyo objetivo y esfera de acción distan mucho de estar suficientemente precisados.

Pudiera decirse que el objeto de este género es cantar la humanidad; pero no con relación a la historia, sino bajo un punto de vista filosófico. El gran problema del destino humano parece ser el que a esta poesía preocupa; el hombre colectivo, el objeto que la inspira. No es la narración de los hechos grandiosos de la historia humana, ni la exposición de los ideales religiosos y sociales, ni el análisis de la naturaleza del hombre, sino la concepción de la vida general de la humanidad, el planteamiento de los grandes problemas del mundo moral, mediante una acción fantástica o novelesca, más o menos extraordinaria, en ocasiones maravillosa y sobrenatural, y casi siempre alegórica. Es, en suma, una concepción vastísima y multiforme, que rara vez se encierra en los límites de lo puramente épico.

Resístese género semejante a una definición exacta, y lo único que cabe decir de él, es que puede considerarse como expresión artística de los problemas que encierran y las bellezas que ofrecen la naturaleza y el destino del hombre, personificados en una acción grandiosa y casi siempre fantástica. Que esta definición peca de incompleta no lo negamos; pero la vaguedad e indeterminación de lo definido no permite una precisión mayor.

La Poesía épico-filosófico-social se considera comprendida en el género épico, porque es una concepción objetiva, porque se inspira en la objetividad de la vida humana colectiva, considerada en lo que tiene de permanente y con abstracción de la historia. Pero si es épica por su inspiración y finalidad, no lo es siempre por sus formas, pues no pocas veces se observan en ella elementos líricos, y suele adoptar las formas propias de la Poesía dramática.

Nacido este género en una época que tiende a confundirlos todos, a concluir con todo exclusivismo en el Arte, a menospreciar los principios y cánones tradicionales, establecidos por los preceptistas -hace alarde de una libertad sin límites en sus procedimientos, y se cuida muy poco de mantenerse estrictamente dentro de las formas de lo épico. La personalidad del poeta, constantemente oscurecida en los restantes géneros épicos, aparece en éste con frecuencia, dando a veces un carácter, no sólo lírico, sino humorístico, a la composición. Casi ninguno de los preceptos señalados en todos los tiempos al género épico, se cumplen por los que a éste se dedican, y tanto en las formas expositivas del poema, como en las expresivas, tanto en el plan como en el lenguaje y la versificación, hacen aquellos ostentoso alarde de no someterse a otra ley que su capricho. Por esta razón, suelen los preceptistas negarse a reconocer la legitimidad de este género, o se obstinan en sujetarle a los cánones antiguos; cosas todas muy fuera de razón, a nuestro juicio, pues todo género poético es legítimo cuando es bello, y los preceptos artísticos distan mucho de ser tan inmutables e inflexibles que no puedan ser modificados por la acción incesante del progreso.

Lo que sucede es que, por virtud de las tendencias antes indicadas, la Épica de hoy no puede ser la misma de ayer; y así como la Tragedia antigua ha pasado para no volver y se ha trasformado en el drama trágico moderno, así la Epopeya reviste hoy nuevas y peregrinas formas, no sospechadas por los preceptistas, pero no menos legítimas por eso. Por tales razones, no nos creemos autorizados a negar el derecho de ciudadanía al género que nos ocupa, y juzgamos de todo punto imprescindible reconocer su legitimidad y colocarle en el lugar que le corresponde, a saber: dentro de la Poesía épica, de la cual es indudablemente una manifestación o variedad137.

Determinar los caracteres y señalar las condiciones de este género es punto menos que imposible, por la singular mezcla de elementos heterogéneos que ofrece y la extraordinaria diversidad de formas que adopta. Con efecto, suelen estos poemas ser puramente épicos; a veces poseen elementos líricos, y a veces también mezclan los épicos con los dramáticos, y aun estos con los líricos.

En ocasiones, son poemas narrativos, en otras adoptan la forma dramática, no pocas veces mezclan ambas formas, y es frecuente que ofrezcan a cada paso exposiciones líricas del pensamiento del poeta. En algunos, la forma dramática es de tal naturaleza, que pueden representarse; en otros, aparecen observadas cuidadosamente las formas de lo épico; unos se asemejan al poema heroico, otros se confunden con la leyenda; y no faltan algunos que pudieran clasificarse entre los poemas épico-burlescos. En suma, es tal la confusión de elementos y formas que ofrecen, que la exposición de sus condiciones es la más difícil de las empresas.

Pueden, sin embargo, señalarse algunos caracteres que, si no son comunes a todos estos poemas, al menos son los que suelen presentar con mayor frecuencia.

Tales son la intervención del elemento subjetivo o lírico y el carácter simbólico y alegórico, que por regla general les distingue.

El elemento subjetivo rara vez falta en estos poemas. Aun en aquellos en que la personalidad del poeta desaparece, se observa que toda la concepción del poema obedece a una inspiración puramente subjetiva.

Esta poesía siempre es el resultado de un pensamiento individual; nunca el eco de un ideal colectivo, y por eso no es espontánea ni popular. Constantemente se advierte en ella el sello de una individualidad original y poderosa; siempre es fruto de una reflexión profunda o de un vigoroso sentimiento del poeta, que en ella refleja su manera especial de concebir los grandes problemas de la vida humana. Por eso esta poesía es la hija legítima de una época como la nuestra, en que a la espontaneidad primitiva ha reemplazado un espíritu reflexivo, crítico y filosófico, que es causa de que el poeta, al inspirarse en la objetividad, vea en ella, no tanto un objeto digno de inspirados cánticos, como de atenta y madura reflexión; y en que, desvanecidos los antiguos ideales, a las inspiraciones unánimes y espontáneas del espíritu colectivo, han sustituido los aislados y reflexivos esfuerzos del espíritu individual.

No es posible otra cosa tampoco. Las muchedumbres nunca penetraron en las profundidades de la Filosofía, ni especularon sobre la naturaleza y destino del hombre. Su única filosofía fue la Religión, y el dogma teológico fue, por consiguiente, el objeto primero de sus cantos. En el hombre vieron lo puramente externo, los hechos heroicos que llevaba a cabo, y por eso cantaron las hazañas de la humanidad; pero no escudriñaron su naturaleza, ni trataron de resolver los arduos problemas que en ésta se encerraban. Cuando llegó una época en que tales objetos no sólo despertaron la atención de los filósofos, sino que inspiraron a los poetas, la poesía que trató de penetrar en tales profundidades no pudo ser fruto del espíritu colectivo, sino del individual, y ofreció, por tanto, el carácter subjetivo que era consiguiente.

Por razón de su objeto y fin, la Poesía épico-filosófico-social es, en el fondo, didáctica; pero no se confunde, sin embargo, con la que lleva este nombre. Cierto es que por la trascendencia que entraña, por la gravedad de los problemas que plantea, por la alteza de las concepciones que desenvuelve, siempre hay en ella una profunda enseñanza filosófica o moral; pero nunca subordina a su carácter filosófico su finalidad artística, siempre es una verdadera concepción estética.

A esto debe su carácter alegórico. Si no lo tuviera, se confundiría con los poemas didácticos en que se ha tratado de exponer la naturaleza humana (como el Ensayo sobre el hombre, de Pope); pero se libra de tal peligro, encarnando su pensamiento trascendental en una acción fantástica o novelesca, que es en realidad una alegoría. Esta acción, que suele ser un símbolo de la vida o del destino de la vida del hombre, y cuyos personajes suelen ser personificaciones de los aspectos distintos de la humana naturaleza, y aun de la humanidad entera, es la forma constante de los poemas pertenecientes a este género.

En estos poemas, la acción es en ocasiones grandiosa, extensísima y sobrenatural o maravillosa; otras veces es novelesca y hasta humorística. El poeta no está ligado nunca por las trabas que el hecho histórico impone a los cultivadores de la Poesía heroica, ni por los límites que el dogma traza a los que se dedican a la religiosa; su libertad, por tanto, es extraordinaria, y su fantasía puede recorrer atrevidamente los espacios, penetrando en las más recónditas profundidades y remontándose a las más elevadas regiones.

No es, por tanto, este género -como pudiera creerse por razón de su carácter filosófico-, frío, abstracto o falto de interés. Antes al contrario, pocos ofrecen campo tan vasto a la imaginación del poeta; en pocos se pueden reunir mejor todos los elementos que pueden cooperar a la producción de la belleza. Aúnanse en él fácilmente las grandiosas concepciones de la Poesía épico-religiosa con el interés palpitante y la animación y vida de la heroica, y aun con el humor regocijado de la burlesca; y uniéndose a estos elementos en ocasiones la libertad de la inspiración lírica y el movimiento que es propio de la forma dramática, pueden los poemas de este género ofrecer rico conjunto de bellezas y reunir en acabado compendio cuanto puede interesar y aleccionar a la inteligencia, conmover a la sensibilidad y deleitar a la imaginación.

Enumerar las diferentes clases de composiciones que pueden comprenderse en este género, es tarea difícil, y más aún adoptar una base racional para su clasificación. Dividirlos por razón de su asunto es imposible, porque con ser tan grande la variedad que en esto cabe, todos los asuntos que puede tratar esta poesía se reducen en puridad a uno solo: la naturaleza y destinos de la humanidad. Por tal motivo, no podemos hacer otra cosa que adoptar una clasificación relativamente arbitraria, y dividir el género que nos ocupa en las siguientes clases de composiciones:

1ª. Poemas narrativos, en que se refiere una serie de sucesos o se relatan los hechos de un personaje, representando en esta narración, que casi siempre es alegórica, una faz de la naturaleza humana o un problema filosófico o social. La acción de estos poemas generalmente es fantástica, pero en ocasiones presenta todos los caracteres de la realidad y no traspasa los límites de lo posible. Algunos poemas de esta clase son humorísticos, esto es, ofrecen una mezcla de lo serio y de lo cómico, de la reflexión filosófica y de la ironía. Puede citarse como ejemplo de este género de composiciones el Don Juan de Byron.

2º. Poemas dramáticos, cuya forma es una acción dramática, que suele tener todas las condiciones necesarias para la representación. Por lo demás, son semejantes en todo a los anteriores. El Fausto de Goethe es un ejemplo de este género.

3º. Poemas mixtos, que presentan a la vez formas narrativas, dramáticas y líricas, como El Diablo Mundo de Espronceda.

Como antes hemos dicho, la Poesía épico-filosófico-social es creación exclusiva de los tiempos modernos, únicos en que podía aparecer, por las razones que dejamos expuestas. Difícil sería hallar en la antigüedad ni en la Edad Media ningún poema que se parezca a los que en este lugar examinamos.

Acaso por ser tan moderno, quizá también por las dificultades que ofrece, este género no es muy abundante en producciones; pero si éstas son escasas, en cambio son de mérito extraordinario por regla general. Al frente de todas debe colocarse el Fausto de Goethe, poema dramático de vastas proporciones, fundado en una antigua y popular leyenda alemana, y en el cual se encierra un pensamiento trascendental y profundo, encarnado en una acción dramática y alegórica dividida en dos partes, llena de interés la primera, oscura y enigmática la segunda. Inferiores a esta creación admirable, pero de portentoso valor, sin embargo, son los restantes poemas de este género, entre los cuales pueden citarse el Don Juan de Lord Byron (1788-1824), El Diablo Mundo de Espronceda (1810-1842) y el Ahasverus de Quinet.

Lección XXXVIII

Géneros épicos. -Poesía épico-naturalista o descriptiva. -Su escasa importancia. -Su concepto. -Sus caracteres. -Principales cultivadores de este género

Dios y el hombre han sido los objetos que más han inspirado a la Poesía épica: la naturaleza nunca ha sido tan preferida por ella. Y no porque carezca de belleza, ni porque ésta no haya excitado el entusiasmo de los hombres, sino porque generalmente la Poesía lírica, y no la épica, es la que ha acudido a inspirarse en las perfecciones del mundo material. La razón de este fenómeno es fácil de hallar, si se tiene en cuenta cuáles son las condiciones de la Épica. Género narrativo por excelencia, complácese ante todo en la acción, y gusta siempre de relatar hechos portentosos, hasta tal punto que cuando se inspira en la Religión, por regla general expone sus dogmas narrando los prodigios y milagros de la Divinidad. La descripción es en ella siempre un elemento relativamente secundario, y versa sobre objetos que se presten a pinturas variadas y llenas de color (como los lugares celestes e infernales en la Divina Comedia); y no es maravilla, por tanto, que este género se ciña con dificultad a la descripción, casi siempre fría y monótona, de los espectáculos de la naturaleza. Es de advertir, además, que las descripciones de tales objetos, sopena de ser prolijas y enojosas, han de encerrarse en términos muy breves, siendo muy difícil, por tanto, componer un poema descriptivo de regulares dimensiones; y por consiguiente, no debe parecer extraño que la Poesía épico-naturalista, (también llamada descriptiva), esto es, la expresión de la belleza de los objetos naturales por medio de la palabra rítmica, sea el género menos importante de todos los épicos.

No han de comprenderse en este género todos los poemas que tienen por objeto la naturaleza. Los que exponen las leyes que la rigen en forma de una concepción metafísica, como el poema de Lucrecio, o describen las faenas del campo, como los de Hesiodo y Virgilio, responden a un fin útil, y pertenecen, por tanto, a la Poesía didáctica. Aquí nos referimos solamente a las composiciones que se limitan a describir y cantar las bellezas naturales.

Pero la naturaleza no puede ser cantada por el hombre sin que éste la sienta y ante ella se entusiasme. Por eso todo canto inspirado por la naturaleza ha de ser lírico; esto es, no ha de limitarse a describir fríamente las bellezas de aquella, sino que ha de expresar los sentimientos, ora deliciosos, ora terribles, que su contemplación produce en el ánimo. Prescindir el poeta de su propia persona enfrente de las bellezas del mundo natural; ceñirse a una simple descripción; dejar de ser poeta para convertirse en pintor, es cosa por extremo difícil, y por tal razón son tan escasos los poemas épicos del género a que nos referimos.

El poeta tropieza en estas composiciones con graves dificultades, y tiene que apelar a todo género de recursos para salir airoso de su empresa. Si por ventura expone las leyes del mundo natural, al punto cae en la aridez que es propia de la Poesía didáctica; si se reduce a describir fenómenos astronómicos o meteorológicos, paisajes, costumbres de los animales, etc., siempre está expuesto al peligro anterior o a incurrir en la vulgaridad más prosaica; si acierta a describir con todas las galas de la más poética fantasía los cuadros de la naturaleza, difícilmente se libra de la monotonía, y nunca puede alardear de originalidad. ¿Y cómo sostener el interés en una larga serie de descripciones? ¿Cómo dar la novedad necesaria a la descripción de objetos que siempre son los mismos?

De aquí que los cultivadores de este género tengan que apelar a la pintura de las labores campestres, de la vida del hombre con relación a la naturaleza, y describir los trances de la caza o de la pesca, los encantos y peligros de la navegación, etc.138, es decir, componer poemas, cuyo objeto no tanto es la naturaleza como el hombre en relación con ella; y aun así, difícilmente se libran de la monotonía, de la frialdad y de la afectación.

Trazar principios y reglas a que deba someterse este género de poemas, es tarea tan inútil como difícil, pues no hay ya quien lo cultive. Lo único que cabe decir en esta materia, es que el poeta debe buscar a toda costa la variedad en estas composiciones, diversificando en lo posible los asuntos, sirviéndose del contraste (pasando de una descripción risueña a otra terrible, por ejemplo), y animando los cuadros naturales que pinte con la presencia del hombre y la descripción de las victorias que éste alcanza sobre la naturaleza. Siguiendo estos preceptos, procurando dar análoga variedad al lenguaje y la versificación, y cuidando de que el poema no peque de extenso, podrá el poeta librarse (aunque no sin trabajo), de las dificultades que esta género ofrece; pero obrará con mayor acierto si renuncia a cultivarlo.

A pesar del amor que sentían los antiguos por la naturaleza, su instinto artístico les impidió dedicarse al género que nos ocupa. Únicamente en los tiempos modernos, y bajo la influencia de cierto sentimentalismo naturalista, que estuvo muy en boga en el siglo XVIII, aparecieron algunos poemas descriptivos, no faltos de mérito, por cierto. Antes de esta época, sólo conocemos Las Selvas del año, poema detestable del poeta español Baltasar Gracián, que vivió en el siglo XVII, y fue uno de los más apasionados adeptos de la escuela culterana.

Donde más se ha desarrollado el género que examinamos ha sido en Inglaterra y en Francia. En el primero de estos países, merece mención especial el poema Las Estaciones de Thomson (1700-1748), uno de los más acabados modelos de este género, que cultivó más tarde la escuela llamada de los Lakistas. Saint-Lambert (1717-1801), y Delille (1738-1813) en Francia, cultivaron también la poesía épico-naturalista, que actualmente ha caído en el olvido más profundo.

Lección XXXIX

Géneros épicos. -Poemas menores. -Sus caracteres generales. -El cuento o poema novelesco. -La leyenda. -La balada épica. -Otras manifestaciones de lo épico

Bajo el nombre de poemas menores, reunimos aquí diferentes composiciones épicas, por lo regular de corta extensión, que por razones diversas no pueden incluirse en ninguno de los géneros épicos que hemos estudiado. Todos los preceptistas admiten la existencia de estos poemas; pero al determinar cuántos y cuáles son, se advierten muchas diferencias en las opiniones de aquéllos.

Las composiciones épicas comprendidas en este grupo ofrecen, por regla general, los siguientes caracteres:

1º. Su extensión es corta, comparada con la que es propia de los grandes poemas incluidos en los géneros anteriores139.

2º. Los hechos que narran no tienen la grandeza e importancia histórica y social de los que son objeto de los poemas heroicos, ni las concepciones religiosas, filosóficas y morales que desenvuelven suelen ser tan profundas y trascendentales, como las que se hallan en los poemas religiosos y filosóficos.

3º. Cuando son narrativas estas composiciones, los hechos que refieren suelen ser de para invención o fundarse en tradiciones meramente locales.

4º. La mezcla de elementos y formas líricas y dramáticas es muy frecuente en este género de poemas.

5º. En todo lo que respecta a las formas expositivas y al estilo, lenguaje y versificación, domina en ellos generalmente la más amplia libertad.

6º. Por punto general, todos son producto de la poesía erudita y reflexiva, aunque a veces se inspiren en tradiciones y sentimientos populares.

No han de confundirse estos poemas con las manifestaciones fragmentarias de los géneros épicos que hemos analizado. Todos ellos son composiciones orgánicas y completas, cuya breve extensión es debida a un grado menor de intensidad en la concepción épica que los anima. Son más bien particularizaciones de la objetividad épica, detalles sueltos de la concepción religiosa, heroica o filosófica, aspectos parciales, trazos aislados de la realidad que a lo épico inspira, verdaderas epopeyas de lo pequeño, si es lícito decirlo.

Es de notar que cada uno de los géneros comprendidos bajo la denominación de poemas menores, puede manifestarse en formas pertenecientes a todos los grandes géneros épicos, como asimismo que entre estos poemas hay algunos que difícilmente pueden clasificarse en ninguno de aquellos. Así, por ejemplo, hay leyendas religiosas, heroicas, burlescas, etc.

En extremo difícil es hacer una clasificación exacta y completa de todos estos poemas, no siendo extraño, por tanto, que en este punto haya tan escasa conformidad de pareceres entre los críticos y preceptistas. Ninguna de las clasificaciones que hasta ahora se han hecho es irreprochable; pero en la necesidad de adoptar alguna, consideraremos comprendidos en el grupo que estudiamos: el cuento o poema novelesco, la leyenda y la balada épica.

El cuento o poema novelesco es, en realidad, una novela en verso. Su asunto es siempre un hecho ficticio, que con frecuencia encierra una lección moral. En este género de poemas abundan los elementos dramáticos, y no pocas veces aparecen los líricos, siendo grande la libertad con que puede manejarlos el poeta. Estos poemas ofrecen gran variedad de asuntos, y, por consiguiente, son de muchas clases, habiéndolos puramente novelescos, filosóficos, fantásticos, mitológicos, festivos, etc.140 Este género ha sido cultivado en casi todas las literaturas, y con especialidad en la época moderna. En las literaturas orientales es abundantísimo; en la Edad Media hay también producciones de este género, y en los tiempos modernos ha sido cultivado por poetas muy notables, pudiendo citarse, entre otros, Byron, Moore (1780-1832), Southey (1774-1849) en Inglaterra; Wieland (1733-1813); Lessing (1729-1781); Heine (1799-1856) en Alemania; Alfredo de Musset (1810-1857) y Víctor Hugo en Francia; el Duque de Rivas (1791-1865) y Arolas (1805-1849) en España.

La leyenda es muy parecida al cuento. La diferencia entre ambos géneros consiste en que la leyenda no refiere hechos imaginados por el poeta, sino que se inspira en tradiciones de carácter popular. Relata a veces hazañas heroicas, confundiéndose con las formas fragmentarias de la Poesía heroica, de las cuales la distinguen solamente su carácter erudito y sus elementos líricos y dramáticos. En tales casos, pudiera decirse que es un cantar de gesta, debido a un poeta reflexivo. La leyenda se funda en tradiciones heroicas, religiosas y fantásticas, y puede revestir, por tanto, todas estas formas, pero casi siempre presenta un carácter sobrenatural y maravilloso que la asimila a veces a la Poesía épico-religiosa. Por regla general, las tradiciones en que se inspira no son nacionales, sino locales. Un milagro, una conseja popular, una hazaña oscurecida y olvidada por la historia, pero conservada por las tradiciones de una localidad, tales son los elementos en que habitualmente se funda la leyenda, que por esto ha sido llamada la epopeya local. Las formas de la leyenda son iguales a las del cuento, campeando en ella igual libertad y mezcla semejante de elementos líricos y dramáticos. La leyenda es una creación moderna y ha sido cultivada por casi todos los poetas que se han dedicado al cuento. Algunas composiciones a que suelen darse los nombres de idilios, (como los de Tennyson) y baladas, en rigor deben comprenderse entre las leyendas.

La balada épica es un poema de dimensiones muy reducidas en que se refiere un hecho novelesco, legendario, fantástico o mitológico, o se describe una escena sencilla, un paisaje, etc. En la balada predomina el elemento lírico, y se procura que esté animada por un sentimiento vago y melancólico, y a veces por una idea filosófica y profunda. Este género es propio de Alemania, donde ha sido cultivado por los más distinguidos poetas, señalándose entre ellos, en la época moderna, Burger (1748-1794); Goethe, Schiller (1759-1805); Heine, Uhland (1787-1862); Kerner (1786-1862), y otros no menos importantes. La balada se ha imitado con éxito en otros países de Europa.

Con la enumeración que antecede no hemos agotado todas las posibles manifestaciones de lo épico. Aparte de que hay muchas composiciones que pasan por líricas, siendo en realidad épicas, quedan todavía sin clasificación posible varios poemas que no caben en ninguno de los grupos enumerados, como el Childe-Harold de Byron, por ejemplo. Esto se observa, sobre todo, en la literatura moderna, que tiende a cultivar la Poesía épica en formas fragmentarias, y con tal libertad y mezcla de todo género de elementos, que es punto menos que imposible clasificar sus producciones.

Byron, Shelley, Monti, Heine, Musset, Víctor Hugo y otra multitud de poetas han escrito producciones de esta clase, que rompen todos los antiguos moldes de la Épica, y no caben en los géneros ya conocidos, ni pueden siquiera recibir un nombre adecuado.

Lección XL

Géneros poéticos. -La Poesía lírica. -Su concepto. -Lo que es expresado en ella. -En qué sentido se llama subjetiva. -Caracteres de la inspiración lírica. -Predominio del sentimiento en este género. -Su valor estético e importancia social

Repetidas veces hemos manifestado en el curso de estas indagaciones, que en toda obra literaria lo inmediatamente expresado somos nosotros mismos, o mejor, nuestros estados de conciencia; por cuanto el hombre no se relaciona directamente con nada que le sea exterior, y sólo puede manifestar el estado que la realidad causa en su conciencia, única cosa con que de un modo inmediato se comunica.

Pero este estado de conciencia encierra a la vez una emoción o impresión, y una representación; o lo que es igual, al relacionarse el hombre con la realidad exterior, recibe una impresión que le emociona, y contempla una imagen, una representación de dicha realidad, representación que para él se identifica con la realidad misma, la cual, sólo mediante aquélla, conoce y siente. Ahora bien; al tratar de manifestar y representar por medio del Arte sus estados de conciencia, el hombre puede hacer una de dos cosas: o representa y reproduce la realidad exterior, que por medio de estos estados se le aparece, o manifiesta la emoción que esta realidad le causa. Y aún puede hacer más todavía. Aunque todos los estados de conciencia son causados directa o indirectamente por algo objetivo exterior, hay algunos que parecen excepciones de esta regla; hay casos en que se despiertan en nosotros ideas, sentimientos, impulsos, que no están inmediatamente relacionados con nada objetivo. Si se examinan atentamente estos estados, fácilmente se comprende que no es así; que el estado más subjetivo (la duda, la vaga melancolía, el hastío al parecer inmotivado), tienen su origen en algo exterior; pero como esta relación no se nos presta con entera claridad, como la causa objetiva del estado en que nos hallamos es quizá remota, antójasenos que éstos son estados puramente subjetivos, y que, al expresarlos, no manifestamos ninguna relación de nuestro espíritu con la realidad. Estos estados pueden también expresarse en el Arte, y, unidos a la expresión de las emociones inmediata y directamente causadas en nosotros por la objetividad, constituyen un mundo especial de inspiración artística.

Cuando en esto se inspira la Poesía, prodúcese el género a que se da el nombre de Poesía lírica o subjetiva. Así como en la Poesía épica el artista se inspira en la realidad exterior, olvidándose de su propia persona, y siendo su anhelo reproducir vivamente la belleza objetiva que en aquella contempla -en este género busca la inspiración dentro de sí mismo, y lo que canta son los estados de su conciencia, las intimidades de su alma, tratando de reproducir al exterior la belleza que en ellos percibe, o de dársela, si no la tienen141, por medio de la forma en que los encarna. De suerte que la belleza que el lírico expresa es la de su espíritu, la que dentro de su alma percibe o crea, la que nace de la expresión de su conciencia, y por tanto, la Poesía lírica puede definirse: la expresión artística de la belleza subjetiva por medio de la palabra rítmica, o mejor la bella y artística representación de los estados de conciencia del poeta por medio de ta palabra rítmica.

Fácilmente se comprende, fijándose en esta definición, cuán amplio es el campo en que puede moverse el poeta lírico. Pudiera pensarse que al limitar su acción este género de poesía al espíritu individual, ha de ser menos extensa que la Épica. Nada más inexacto. La conciencia humana es al modo de dilatado y profundo lago, ora bonancible, ora tempestuoso, en que se refleja toda la realidad. El pensamiento del hombre encierra dentro de sí el universo entero, y al manifestarse en la Lírica, en ella representa todo cuanto existe. En tal sentido, el contenido de la Épica y el de la Lírica son idénticos; o más bien, la Lírica contiene todo lo que puede expresar la Épica, y además el mundo inagotable de la conciencia humana.

La diferencia está sólo en el procedimiento. El poeta épico expresa y representa en sus cantos la imagen de la realidad por él contemplada; el lírico expresa la emoción que en él ha causado esa misma realidad. Procura el primero salir de sí propio, y, olvidándose de su persona, penetrar en medio de la realidad que le rodea; concéntrase por el contrario, el lírico en sí mismo y trata de encerrar dentro de su alma esa realidad. Pero ambos se inspiran en lo mismo, y lo mismo expresan, aunque por diferentes caminos. El poeta épico, por más que haga, sólo logra manifestar su idea de la realidad exterior; el lírico, aunque quiera encerrarse en lo puramente subjetivo, no puede prescindir de expresar su relación con esa realidad. La unión íntima del sujeto y del objeto no se rompe en ningún caso; líricos y épicos cantan igualmente lo subjetivo y lo objetivo, lo externo y lo interno, e igualmente expresan los estados de su conciencia. Sólo que para los unos, el expresar estos estados es el objeto preferente, y lo exterior no es más que la ocasión para expresarlos; mientras que para los otros, lo importante es expresar la realidad exterior que en dichos estados se manifiesta. No hay, pues, como en otras ocasiones hemos dicho, poesía subjetiva ni objetiva, sino predominantemente objetiva o predominantemente subjetiva.

No es, con efecto, puramente subjetiva la Poesía lírica, y en tal sentido no es propio el nombre que le dan los preceptistas de nuestro tiempo.

Toda la naturaleza humana, lo mismo en lo común y esencial que tiene, que en lo individual y determinado; lo mismo en lo permanente, que en lo accidental y pasajero; lo mismo en su vida íntima que en sus relaciones con todos los seres, puede ser, y es de hecho, propio asunto de la Poesía lírica. Todo esto en cuanto conocido, sentido y querido por el poeta entra de lleno en el dominio del lirismo. Lo puro subjetivo, lo enteramente determinado, lo peculiar y característico del poeta como individuo, puede sin duda ser expresado, pero no se limita a ello el campo de la Poesía lírica.

Tampoco ha de entenderse que en esta poesía no pueda expresarse de modo alguno lo objetivo: que ya hemos dicho que sólo predominantemente es subjetiva. Lo objetivo exterior, en cuanto afecta o impresiona al espíritu del poeta y causa en él estado, puede expresarse en la Poesía lírica; pero no será lo inmediatamente expresado en tal caso el objeto exterior, sino la impresión que en el espíritu causa. Así, por ejemplo, puede el poeta lírico celebrar hechos históricos, expresar verdades científicas y morales, cantar lo divino y pintar los fenómenos y cuadros de la naturaleza; pero en todos estos casos no se limitará, como el poeta épico, a la mera exposición o descripción, sino que al cantar el hecho histórico cantará en realidad el sentimiento que este hecho en su espíritu produce; al expresar una verdad moral, expresará su adhesión entusiasta a esta verdad; al cantar a Dios, su cántico no será una exposición teológica, sino una oración, una efusión de su alma creyente; al pintar la naturaleza, pintará su amor a ella, expresará la relación intima que con ella la une. Donde no aparezca de un modo o de otro la personalidad del poeta, donde el objeto exterior sea otra cosa que una ocasión de despertar afectos, allí no puede decirse que hay realmente poesía lírica.

Pero entiéndase que el estado meramente subjetivo del poeta no puede bastar por sí sólo para producir el verdadero interés que exige toda composición poética. El hombre sólo se interesa por lo que es humano, por lo que él se reconoce capaz de sentir, y el estado peculiar y singularísimo de una individualidad no le interesa en lo más mínimo. Si al expresar el poeta el estado de su alma, expresa una determinación individual de algo común humano que todo hombre puede sentir a su vez; si se revela, no sólo como individuo, sino como hombre; si al leer sus obras puede cualquier semejante suyo reconocer en ellas la expresión de afectos que él ha sentido o ha podido sentir; si en ellas, bajo lo individual se oculta lo común, bajo lo transitorio lo eterno, bajo lo accidental lo permanente; si, en suma, al narrar el poeta la historia de su alma consigue exponer, sintetizándola en sí mismo, la historia de todo ser racional, su obra será mucho más interesante y conmovedora que lo sería si constituyeran su fondo las originalidades frívolas, las extravagancias, los caprichos, las anomalías de la pura subjetividad142.

Y así es, en efecto. Cuando en el acento del poeta palpita un sentimiento verdaderamente humano, cuando su voz parece el eco del alma de la humanidad, su canto interesa y entusiasma; pero nada de esto sucede si en él no hay otra cosa que una voluntariedad subjetiva. No impide esto, sin duda, que su obra pueda ser bella; pero no será interesante, no producirá otra emoción que la puramente artística, no conmoverá el corazón de los que la conozcan. Lo cual consiste en que la Lírica no es realmente la simple expresión de la conciencia individual del poeta, sino de la conciencia universal de la humanidad, reflejada en aquella. Reducir la Lírica a lo puramente subjetivo, es, por tanto, trazarle límites sobrado estrechos, y dar claras muestras de desconocer su naturaleza verdadera.

Y no sólo se muestra con lo ya dicho que la Lírica no es puramente subjetiva, sino con otra observación muy importante; y es que, aun cuando el poeta expresa lo que más peculiar le es, no lo hace sin relacionarlo con algo exterior, que en tal sentido es objeto de su canto. En efecto, cuando el poeta canta sus dudas, sus pesares, sus alegrías, sus esperanzas, por más que tales estados parezcan aislados de toda relación con lo exterior, siempre la implican, como antes hemos dicho; y en la mayoría de los casos, el poeta no canta sin que algún objeto exterior le mueva a ello.

Nace de aquí una gran dificultad para distinguir con toda precisión lo épico de lo lírico. No basta para esto, en efecto, la somera consideración de que el poeta épico narra y describe, y el lírico no. Con frecuencia se clasifican entre las composiciones líricas muchas que son épicas, y viceversa, por atenerse a esta observación superficial. Un himno religioso, por ejemplo, lo mismo puede ser épico que lírico. Para declarar que es lírico no basta hallar en él las formas propias de este género poético y notar que carece de las que generalmente caracterizan a lo épico. Si el himno narra los hechos de los dioses o expone dogmas, debe calificarse de épico, y sólo será lírico cuando se limite a expresar el fervor y el entusiasmo de los que lo entonan. De igual suerte puede haber composiciones narrativas que tengan por único objeto la manifestación de una idea o sentimiento del poeta, siendo el hecho narrado una simple fórmula de tal expresión; en tal caso, fuera error insigne desconocer el carácter lírico de tales composiciones.

Tampoco se ha de entender que la Lírica sólo expresa los sentimientos o ideas del poeta (sean individuales o generales). Lejos de eso, muy bien puede expresar los que son propios de las colectividades. No sólo refleja el poeta lírico en su canto los sentimientos comunes a todos los hombres en general, cantando, por ejemplo, el amor, la fe, la esperanza, etc., sino que a veces se hace eco de los que son propios de una colectividad determinada, por ejemplo, su nación o su raza. En tales casos, el poeta no deja de ser lírico, como pudiera creerse, pues no canta los hechos nacionales o las concepciones religiosas, sino los sentimientos que en su pueblo despiertan tales hechos o concepciones. En este caso, como en todos, el poeta canta la emoción que la realidad produce, pero no la misma realidad. Así se observa en los cantos religiosos, patrióticos y guerreros; en ellos lo expresado por el poeta lírico no es únicamente su propio entusiasmo o su devoción particular, sino los que por igual experimentan todos sus conciudadanos o correligionarios, de cuyos sentimientos se hace él eco al entonar su cántico. Entonces expresa a la vez, juntándolos en un sólo afecto, sus propios sentimientos y los de los otros hombres, y refleja en sus acentos el alma de su pueblo. Pero si en vez de hacer esto, expusiera los dogmas que despiertan tales sentimientos o narrara los hechos que causan esos entusiasmos, dejaría de ser lírico para convertirse en épico.

Dedúcese de todo lo expuesto que en la inspiración lírica hay notable variedad de matices y una vasta escala que recorrer, desde el puro estado subjetivo del poeta, hasta la expresión de un sentimiento o una idea universales y humanos; desde la inspiración meramente individual hasta la de un sentimiento colectivo de que se hace el poeta eco fidelísimo. Que todos estos matices de lo lírico son legítimos bajo el punto de vista del Arte puro, es cosa indudable; como también lo es que su valor social y su interés humano han de variar notablemente, según el grado de extensión del sentimiento que anima al poeta.

También se desprende de estas observaciones un hecho importante, y es que lo lírico, no sólo tiene muchos puntos de contacto con lo épico, sino que, históricamente considerado, bien pudiera estimarse como un desprendimiento de éste. Con efecto, el lirismo que pudiéramos llamar colectivo, aquél en que el poeta identifica su alma con la de su pueblo, cantando al par que sus propios sentimientos los de éste, fácilmente se confunde con lo épico y aparece como una rama desgajada de este género. La única diferencia entre este lirismo y lo épico consiste en cantar, no la realidad exterior, sino los sentimientos por ella producidos, no sólo en el poeta, sino en la colectividad a que éste pertenece. Hay, sin embargo, en esta fase del lirismo, una afirmación de la personalidad colectiva y de la del poeta, que en lo puramente épico no existe, y que pudiera considerarse, por tanto, como el primer esfuerzo de la individualidad para afirmarse al lado del objetivo. Pero el lirismo puro es aquel en que el poeta se canta a sí propio, siquiera en su obra refleje sentimientos generales humanos, lo cual responde a una fase de la historia más adelantada. Por último, el punto álgido, lo que bien pudiéramos llamar la exageración del lirismo, es aquel momento en que el poeta afirma con energía su pura subjetividad (en cuanto esto le es posible), poniéndose a veces hasta en contra de la sociedad entera, grado que se representa por lo que se llama el humorismo.

Expresa la Poesía lírica cuantos estados de conciencia caben en el espíritu humano (a condición de que no sean repulsivos o bajos), pero dando siempre el predominio al sentimiento, que es lo más bello que hay en el espíritu.

Los variados matices, la escala vastísima del sentimiento y de la pasión; he aquí el verdadero campo del lirismo. El dolor y el placer en todos sus aspectos, el amor en todas sus fases, el entusiasmo en todos sus grados, he aquí los elementos que más dominan en este género. Nada hay, con efecto, tan bello y que tantos recursos preste a la imaginación poética como el sentimiento. Él penetra donde la razón no alcanza, abre al espíritu mundos inagotables de belleza, es la fuente de todos los placeres y también de todos los dolores y males de la vida, el verdadero móvil de todas las grandes resoluciones y de todos los grandes hechos, el asiento de esa pasión arrebatadora que se llama amor y que es eterno manantial de poesía; en suma, el fecundísimo y nunca agotado venero de inspiración para todas las artes, y muy especialmente para el género poético que nos ocupa.

No quiere decir esto que en la Lírica no tenga su propio lugar el pensamiento, y aun la idea más severa; pero lo cierto es que la vida del sentimiento es altamente bella y eminentemente lírica, y aun cuando en la composición se expresen pensamientos trascendentales, como quiera que nunca el sentimiento deja de acompañar al pensamiento, importa que lejos de refrenarle como en la Ciencia se exige, se le deje en plena libertad y la verdad se presente más como sentida que como pensada.

El poeta lírico, por consiguiente, ha de ver en las ideas ante todo lo que hay en ellas que pueda afectar al sentimiento. Si canta un ideal religioso, político, científico, etcétera, no ha de analizarlo menudamente para mostrar su verdad y conveniencia, sino que ha de buscar su aspecto estético y cantar entusiasmado sus bellezas y perfecciones. Si antes que expresar un sentimiento, manifiesta una idea, ha de hacerlo, no en la forma fría y descarnada de una exposición didáctica, sino encarnándola en una bella imagen o en un sentido rasgo que cause profunda emoción en el contemplador. Cuanto en repetidas ocasiones hemos dicho acerca del Arte docente y de la manera como han de expresarse las ideas abstractas en la Poesía, tiene en este punto cumplida aplicación.

A este predominio del sentimiento acompaña, como es natural, el de la fantasía, que en pocos géneros campea con tanta libertad. Nada hay tan rico, libre y multiforme como la inspiración lírica. No hay forma artística que no se apropie, elemento estético que no aproveche, ni regla inmutable en que se encierre. Libre, desordenada, amplísima, adopta todos los tonos del sentimiento, expresa todos los matices de la idea y reviste todas las formas que la fantasía puede suministrarla. Risueña o terrible, festiva o lacrimosa, doliente unas veces, desesperada otras, severa y enérgica en ocasiones, dulce y amorosa en otras muchas, ya se entusiasma, ya se abate, ora aparece llena de fe y de esperanza, ora se entrega a la desesperación y a la duda, y tan pronto ruge furiosa como suspira enamorada, se postra creyente o se rebela blasfema. Excepto los sentimientos bajos, indignos, odiosos o repulsivos, todos los expresa; excepto las ideas de tal manera abstractas, que la fantasía no halle forma estética con que revestirlas, todas las expone; y a esta variedad en lo expresado, responde naturalmente una variedad análoga en la expresión. Todos los matices del estilo, desde el más florido hasta el más severo; todos los tonos del lenguaje, desde el más patético hasta el más festivo, desde el más regocijado hasta el más terrible, desde el más llano y familiar hasta el más solemne y majestuoso, son igualmente propios de la Poesía lírica.

Cuánto sea su valor estético, fácilmente se desprende de cuanto llevamos dicho; pocos géneros aventajan a éste en belleza y en rica variedad. No es menor tampoco su importancia social. Aparte de prestar su acento a todo noble sentimiento y toda generosa idea, la Poesía lírica une su voz a todos los grandes sentimientos de la vida. Unida a la Música, de cuyas inspiraciones es base constante, anima al obrero en sus faenas, impulsa al guerrero al combate y eleva a las alturas la plegaria del creyente. Separada de ella, sus inspirados acentos son siempre manantial inagotable de emociones purísimas y de nobles placeres y expresión perfecta de todo cuanto hay de grande y de bello en el espíritu humano.

Lección XLI

El poema lírico. -Sus condiciones. -Sus formas. -Carácter musical del lenguaje lírico. -Extensión de los poemas líricos

La libertad que impera en el género lírico impide sujetar a reglas fijas las composiciones que a él pertenecen. La variedad inagotable de asuntos que el poeta lírico puede tratar, la riqueza de matices y la vaguedad que al sentimiento caracterizan, son causa de que la Poesía lírica pueda adoptar las formas más distintas, los procedimientos más diversos y los tonos más discordes. Es, por tanto, empresa difícil determinar las condiciones a que el poema lírico debe someterse.

Teniendo en cuenta, sin embargo, los cánones invariables de la belleza, cabe exigir al poema lírico unidad y variedad. Pero la unidad en este género no puede ser tan rigurosa como en la Épica, siendo en cambio mucho mayor la variedad. La primera ha de consistir en que el poema exprese una sola idea, un solo sentimiento dominante; en suma, un estado único de conciencia del poeta. No ha de ser, por tanto, la composición un conjunto contradictorio de ideas heterogéneas o de confusos sentimientos.

Pero esta unidad no impide una variedad abundante y rica. Bajo la idea o sentimiento dominante, podrán producirse multitud de ideas y sentimientos subordinados, de aspectos distintos del tema fundamental de la composición. Traslaciones rápidas de una idea o sentimiento a otros, digresiones de todo género, mezcla de toda suerte de afectos, caben en estas composiciones y constituyen su rica variedad, sin dejar de expresar una misma idea fundamental; a la manera que en las piezas de música la riqueza de variaciones melódicas no oscurece el tema o motivo que domina en toda la composición. Cuando en el poema lírico domina el pensamiento, la unidad es mayor y la variedad menos abundante; cuando el sentimiento prepondera, la variedad es de tal naturaleza, que la composición aparece como el producto desordenado de una fantasía desbordada y de un exaltado sentimiento, produciéndose entonces lo que se llama el bello desorden de la Lírica.

No hay, por tanto, en este género de composiciones el plan ordenado que se observa en los poemas épicos, lo cual se explica fácilmente por faltar en ellas la pauta inflexible que al poeta épico imponen el orden de los hechos que narra o el encadenamiento lógico de los conceptos que desenvuelve. Pero no se ha de entender por esto que el desorden lírico no ha de tener límites, lo cual fuera privar a estos poemas de una condición inexcusable para ser bellos. Lo que sucede es que el orden real que en ellos existe, sobre ser menos riguroso que el de los poemas épicos, ha de aparecer velado por cierto desorden, que tiene mucho de aparente, y que no impide que haya acierto y armonía en la composición.

Requiere el poema lírico, para ser bello, no sólo unidad y variedad, sino mucho movimiento y mucha expresión. Es preciso que las ideas en él expresadas tengan novedad y relieve, y se encarnen en formas brillantes, verdaderamente gráficas; no apareciendo como fría exposición didáctica de un pensamiento, sino como intuición luminosa y vivísima de una verdad profundamente sentida por el poeta. Por eso, el mejor modo de expresar ideas en la Lírica es encerrarlas en una imagen, en una forma simbólica, en un breve relato, en algo que impresione vivamente a la imaginación. Otro tanto puede decirse del sentimiento. Nada hay más deplorable que la fría o artificiosa expresión de los afectos. Sean éstos cuales fueren, es necesario que aparezcan como manifestación profunda y poderosa de las energías del alma, y sobre todo como fruto de una inspiración natural y espontánea, y no de un esfuerzo laborioso del ingenio. Importa mucho que el sentimiento lírico sea muy vivo y penetrante, muy enérgico y profundo, muy espontáneo y caloroso. La intensidad del sentimiento es condición inexcusable de la Lírica, cualquiera que sea el género de afectos que el poeta exprese. En la más tierna efusión de sentimientos delicados, como en la explosión más terrible de arrebatadas pasiones, cabe igualmente el cumplimiento de esta condición. El movimiento, la vitalidad, la fuerza expresiva del poema serán consecuencias necesarias de esta energía del sentimiento. Composición que no esté sentida, difícilmente será animada, movida o interesante; pero dada la vitalidad del sentimiento y el calor y espontaneidad de la inspiración, todas las demás condiciones se cumplirán sin dificultad alguna.

La forma de las composiciones líricas es muy distinta de las épicas, por regla general. El poeta lírico casi siempre manifiesta de un modo directo la idea o sentimiento que le inspiran, sin encarnarlos en una ficción. Lo más frecuente es servirse de una imagen o serie de imágenes en que simboliza lo que quiere expresar. Otras veces describe el estado de su alma o los objetos que le impresionan, o se dirige a ellos y los increpa en diversos tonos. En ocasiones emplea la alegoría; en otras refiere un hecho, y hasta bosqueja un pequeño drama que le sirven de pretexto para exponer sus ideas o producir sus sentimientos.

La exposición y la descripción son las formas en que por lo general enuncia su idea el poeta lírico. La narración y el diálogo no son tan frecuentes. La forma epistolar, en la cual el poeta supone que se dirige a otra persona, es en rigor una simple variedad de la forma expositiva, muy usada en las composiciones líricas de tendencias didácticas.

En lo que toca al estilo y lenguaje, caben en la Lírica multitud de formas y gran variedad de tonos, siendo este género aquél en que con más libertad puede el lenguaje poético desplegar sus galas. El empleo de las formas figuradas de expresión, el uso frecuente de las imágenes y de las licencias poéticas, no sólo es más lícito en este género que en otros, sino que es absolutamente indispensable.

El metro es esencial a la Poesía lírica: no hay Lírica en prosa143. La Poesía lírica es un verdadero canto y no se acomoda a las formas prosaicas en manera alguna. El sentimiento no puede tener mejor medio de expresión que la armonía musical de la versificación. Todas las combinaciones métricas, todas las clases de versos son igualmente aceptables en la Poesía lírica, siempre que sean apropiadas al asunto.

No ha de entenderse, sin embargo, que no hay ninguna regla para el buen uso de esta libertad. Las formas y combinaciones métricas que por lo inusitadas o desagradables al oído, carecen de condiciones estéticas, nunca deben emplearse. Las extremadas licencias que en este punto se han permitido algunos poetas modernos son tan censurables como las rígidas reglas proclamadas por los preceptistas antiguos. Tampoco se ha de dar a la versificación tal importancia, que sólo en ella fije su atención el poeta, descendiendo de la categoría de tal a la de versificador, y creyendo que la armonía del verso es el principal encanto de la Poesía lírica, cual si el Arte poético no tuviera más alta misión que deleitar los oídos del público. Sin duda que los primores de la versificación son un importante elemento estético de la Poesía; pero distan mucho de ser el único, y no han de sacrificarse a ellos otros de mucho más valor144.

La importancia del lenguaje rítmico en la Lírica procede en mucha parte del señalado carácter musical de este género, que en sus orígenes estuvo íntimamente unido a la Música, y aún conserva huellas de esta unión. La circunstancia de dedicarse al canto todas las composiciones líricas fue causa, en efecto, de que en este género se empleasen los metros más sonoros y musicales, y el mismo nombre que lleva todavía, revela lo que fue en un principio. Separada hoy la Lírica de la Música (aunque continúe aliándose con ella frecuentemente), el valor musical de su lenguaje ha perdido mucho de su antigua importancia; pero aun no ha desaparecido por completo. Es más: este primitivo carácter de la Lírica ha influido en su manera de ser, dando a sus producciones el movimiento, el entusiasmo, y a veces también la solemnidad majestuosa y la ligereza que son propias de las diversas composiciones destinadas al canto. La poesía moderna va perdiendo este carácter, y sus producciones distan mucho de ser cánticos verdaderos; pero las que se amoldan a las formas clásicas todavía lo conservan145.

Los poemas líricos son siempre muy inferiores en extensión a los épicos, cosa fácilmente explicable, si se tiene en cuenta que expresan, no una dilatada serie de hechos o una concepción vastísima, sino un momento de la vida del poeta. Cuando son descriptivos o narrativos, cuando el poeta canta la impresión que en él ha producido un objeto exterior, y para ponerla de relieve describe este objeto o narra el hecho que la produjo, los poemas de este género suelen ser más extensos que cuando se limitan a expresar un pensamiento o manifestar un estado de ánimo del artista. En general, cuando los poemas líricos tienen gran extensión, es porque dan mucha preponderancia al elemento descriptivo o narrativo e insensiblemente se acercan al género épico. Por eso la Poesía lírica moderna, que es en alto grado subjetiva, se distingue por la brevedad de sus producciones, brevedad compensada por la intensidad del sentimiento y la profundidad de la idea que en ellas se expresan.

Lección XLII

Clasificación de los poemas líricos. -Dificultades que ofrece. -Bases en que puede fundarse. -División de la Poesía lírica por razón del asunto. -Diferentes clases de composiciones líricas. -Composiciones destinadas al canto. -Poemas independientes de la Música. -Enumeración de los más importantes

En extremo difícil es clasificar las composiciones líricas. Puede decirse que en la Poesía lírica no hay verdaderos géneros, en el sentido que hemos dado a esta palabra en otras ocasiones. La división en géneros que puede hacerse, fundándose en el asunto que el poeta canta, no corresponde a la que se hace por razón de la forma de los poemas líricos. Es más, esta división es muy difícil a causa de la infinita variedad de ideas y sentimientos que pueden expresarse en esta poesía. Por eso dice acertadamente un preceptista que son tantos y tan delicados los matices del sentimiento, tantas las formas de que puede revestirle la imaginación, y tantos los caracteres que puede imprimirle la personalidad del poeta, que sería de todo punto imposible reducir a una clasificación rigorosa la incalculable variedad de composiciones líricas que ofrece la literatura de cualquier país medianamente adelantado.

Hay, pues, que renunciar a una clasificación exacta y contentarse con una aproximada, por más que peque de incompleta. Esta clasificación puede hacerse de dos maneras: por el fondo, esto es, por el asunto que inspira al poeta, y por la forma en que lo expresa. Ambas ofrecen no pocas dificultades.

Toda clasificación hecha por razón del fondo, sobre ser necesariamente incompleta por las razones dichas, tiene el inconveniente de no ser paralela a la que se haga por razón de la forma; pues en un mismo género de composiciones (en la oda, por ejemplo), caben diversidad de asuntos.

Muchas dificultades ocurren en cambio al intentar la división por razón de la forma. Con efecto, no pocas de las formas que se consideran líricas, se adaptan en realidad a un fondo épico. La forma expositiva directa, adoptada como criterio por la mayoría de los preceptistas para distinguir lo lírico de lo épico, suele en muchas ocasiones ser la vestimenta de una concepción puramente objetiva, o en todo caso épico-lírica. Tal sucede, por ejemplo, con la Sátira y la Epístola, que por su forma parecen géneros líricos, y que, sin embargo, no lo son; aconteciendo con esta última que, siendo en realidad una simple forma expositiva, lo mismo se adapta a composiciones épicas o didácticas, que a otras verdaderamente líricas. Otro tanto acontece con la letrilla, la balada, el romance y otra multitud de composiciones. Además, la base más común de toda división por la forma es la estructura métrica de las composiciones, criterio que no es aplicable a todas las literaturas. Otro criterio, nada científico por cierto, es la extensión de las composiciones, y también suele serlo el tono que adoptan. No hay, pues, base segura para esta clasificación.

Teniendo en cuenta todas esta consideraciones, no cabe duda de que, si bien sería conveniente clasificar las composiciones líricas por razón de la forma, es mucho más racional y exacta la división por razón del fondo.

Tomando por base para ésta los diversos sentimientos e ideas que pueden agitar al poeta, vemos éstos que pueden dividirse en los siguientes grupos:

1º. Ideas y sentimientos inspirados por la contemplación de la Divinidad y de todo lo que con ella se relaciona íntimamente.

2º. Ideas y sentimientos inspirados por la Naturaleza.

3º. Ideas y sentimientos inspirados por otros hombres (como el amor en todas sus fases, la amistad, la admiración, etc).

4º. Ideas y sentimientos inspirados por los hechos históricos.

5º. Ideas y sentimientos inspirados por un hecho que influye en la vida del poeta afectándole dolorosamente.

6º. Ideas y sentimientos inspirados por la contemplación de ideales y objetos abstractos (la justicia, la libertad, el arte, etc).

7º. Ideas y sentimientos puramente subjetivos, esto es, estados de ánimo del poeta no ocasionados directa e inmediatamente por nada objetivo.

Con arreglo a esta enumeración, pudiera dividirse la Poesía lírica en las siguientes clases, correspondientes a los grupos anteriores:

1ª. La Poesía lírico-religiosa, comprendiendo en ella todas las composiciones dedicadas a cantar a Dios, a los santos, etc.

2ª. Poesía lírico-naturalista, como son las composiciones dedicadas al campo, a las flores, al sol, etc.

3ª. Poesía lírico-erótica, tomando la palabra en su amplio sentido, incluyendo en ella todas las composiciones amorosas y todas las que expresen una relación personal afectuosa con otros hombres, cualquiera que sea, como la amistad, la gratitud, etc.

4ª. Poesía lírico-heroica, como son los himnos y cantos destinados a celebrar los triunfos de la patria, las hazañas de los guerreros, etc.

5ª. Poesía elegiaca, esto es, toda manifestación de afectos causados en el poeta por hechos dolorosos que se relacionen con él íntimamente, como la muerte de una persona amada, una desgracia cualquiera, etc.

6ª. Poesía lírico-filosófica y moral, en la cual se comprenden todas las composiciones dirigidas a objetos abstractos, encaminadas a plantear problemas filosóficos, principios morales, etc., siempre que se haga como manifestación espontánea del pensamiento del poeta y sin fin didáctico inmediato.

7ª. Poesía humorística, en la acepción más lata de la palabra, esto es, expresión de estados puramente subjetivos del poeta.

En rigor, todos estos miembros de la clasificación pudieran reducirse a tres grandes grupos, correspondientes a los tres grandes objetos que al hombre inspiran, a saber: Dios, la naturaleza y la humanidad, y dividir la Poesía lírica en religiosa, naturalista y humana, comprendiendo en esta última la erótica, la heroica, la elegiaca, la filosófica y la humorística.

Enumerar ahora todas las formas diversas que pueden revestir las composiciones perteneciente a los grupos que dejamos expuestos, fuera cosa imposible, por las razones antes dichas. Nos limitaremos por tanto a exponer las composiciones más conocidas que en los géneros antedichos se comprenden.

Las composiciones líricas pueden dividirse desde luego en composiciones destinadas al canto y composiciones independientes de la Música. En su origen, como ya hemos dicho, todos los poemas líricos se cantaban; pero más tarde, la Poesía y la Música se separaron, y la Lírica se dividió en las dos clases que acabamos de mencionar.

Las poesías líricas destinadas al canto ofrecen el carácter especial de ser su lenguaje mucho más musical que el de las otras, estar dividida la composición en estrofas iguales, y someterse por completo a las exigencias de la Música. Toda la Poesía lírica popular pertenece a este género, como también gran parte de la Poesía religiosa y heroica.

Divídense estas composiciones en las siguientes clases:

1ª. Himnos religiosos o litúrgicos, que forman parte del culto y están destinados a cantarse en los oficios divinos, y en todo género de solemnidades religiosas. Importa mucho no confundir estos himnos con los épicos de igual carácter. Éstos expresan solamente el entusiasmo y fervor de los fieles, al paso que los épicos exponen los dogmas y narran los hechos de la Divinidad.

2ª. Himnos bélicos. En esta clase se comprenden todas las composiciones destinadas al canto, en que se celebran hechos militares, patrióticos o políticos, y que se entonan por los ejércitos y las muchedumbres, después de las victorias militares, en los combates, en las fiestas patrióticas, etc.

3ª. Himnos de diferentes clases, no comprendidos en los anteriores, compuestos generalmente para celebrar ciertos acontecimientos importantes (pero no belicosos ni políticos), de la vida de los pueblos, como los himnos cantados en la coronación de los reyes, en la apertura de los certámenes industriales, en las festividades científicas y literarias, etc. También pueden incluirse en este género los epitalamios o cantos nupciales, y los himnos báquicos.

4ª. Cantatas, o composiciones cortas dialogadas, que constan de un recitado, dúos y coros, y que se cantan en las grandes festividades públicas. Estas composiciones señalan una transición al género dramático.

5ª. Composiciones de todo género, en su mayor parte eróticas, elegiacas y a veces festivas (aunque éstas en rigor son manifestaciones del género satírico), destinadas a lo que se llama musica di camera. Tales son las romanzas, nocturnos, serenatas, barcarolas, y otra multitud de composiciones146.

6ª. Canciones populares, debidas a la inspiración espontánea del pueblo, así como la música que las acompaña. En este género se comprenden composiciones de todas clases: religiosas, patrióticas, belicosas, morales, filosóficas, eróticas, satíricas, etc., predominando las eróticas generalmente. A él pertenecen el lied alemán, la ballatta italiana, la chanson francesa, y en España multitud de composiciones, (cantares, seguidillas, jácaras, coplas, polos, tiranas, playeras, rondeñas, etc.).

Las canciones populares son una de las más bellas e interesantes manifestaciones del lirismo. La espontánea inspiración que en ellas campea, la delicadeza de sentimiento que suele penetrarlas, la profundidad filosófica que a veces encierran, las gráficas y pintorescas imágenes en que abundan, la facilidad y gracejo que las distinguen, su feliz concisión y su carácter profundamente subjetivo, pero muy humano, dan singular encanto a estas composiciones, en que no pocas veces se inspiran y a las que han imitado con frecuencia los más esclarecidos poetas eruditos147.

Al hablar de las composiciones líricas que no se destinan al canto, se ha de entender que nos referimos a las literaturas modernas, pues en los orígenes todas las poesías líricas se cantaban. Así es que las composiciones que pueden llamarse clásicas, conservan en su estructura y versificación vestigios evidentes de haberse destinado al canto en otras épocas.

Los tipos clásicos y tradicionales de este género de poemas líricos son la Oda, la Canción, la Elegía, la Anacreóntica y el Madrigal. El Romance, la Letrilla, las Endechas, el Soneto, son más bien formas métricas que verdaderos géneros líricos; el Epigrama pertenece al género satírico y la Epístola es una forma de éste y del didáctico, aunque suele haber algunas líricas, por lo común escasas. Por esta razón nos ocuparemos solamente de los que hemos enumerado.

La Oda (que en griego es lo mismo que canto) fue el nombre que dieron los antiguos a toda composición lírica que, sin ser verdadero himno, podía ser cantada.

En las literaturas modernas se llaman así los poemas líricos de gran extensión, que se distinguen por la grandeza de la inspiración y del asunto, el tono arrebatado y grandilocuente y la versificación rotunda, solemne y majestuosa.

Considérase la oda como el modelo de las poesías líricas, y suele presentar cierto carácter épico. La oda se adapta a todos los asuntos y puede dividirse, por consiguiente, en todas las clases en que hemos dividido la Poesía lírica.

La Canción italiana, popularizada por Petrarca, e introducida en España en el siglo XVI por Boscán y Garcilaso, no es en realidad otra cosa que una oda, menos grandiosa y arrebatada que la oda propiamente dicha, y dedicada por lo general, a asuntos amorosos o a expresar sentimientos melancólicos y tiernos.

También se ha dado este nombre a ciertos poemas elegiacos y a algunos himnos heroicos.

La Elegía fue en sus comienzos un canto lúgubre y melancólico, inspirado por la muerte de una persona amada o por las desgracias de la patria. Más tarde, expresó los desencantos y tristezas del amor; pero en los tiempos modernos ha recobrado su carácter fúnebre. Distínguese la elegía por la profundidad del sentimiento (sea éste inspirado por desgracias públicas o privadas), que se revela en su tono y en su versificación. Es una composición eminentemente subjetiva, que se dirige sólo al corazón, y que expresa uno de los aspectos más bellos y conmovedores del espíritu humano: lo que se llama la poesía del dolor.

La Anacreóntica, que debe su nombre al poeta griego Anacreonte, que la inventó, o al menos le dio la forma que luego ha conservado, es una composición erótico-naturalista, que canta los goces sensuales y los encantos que a los sentidos ofrece la naturaleza, en risueño estilo y versificación fácil y ligera. La alegría de un alma satisfecha, los goces del vino y del amor, la embriaguez de los sentidos, el íntimo contento que produce una existencia regocijada y feliz, son los sentimientos expresados por este género, que fácilmente se convierte en un canto báquico inmoral.

El Madrigal es un poema de corta extensión que encierra un sentimiento profundo y delicado. Es una composición eminentemente subjetiva, inspirada por punto general en el amor o en la naturaleza.

Entre las composiciones modernas, no comprendidas en estos tipos clásicos, pueden contarse la Balada lírica y la Dolora (así llamada por el Sr. Campoamor). Estas dos clases de composiciones tienen muchos puntos de contacto entre sí. Ambas suelen adoptar formas dramáticas y narrativas y aproximarse mucho al género épico; pero se distinguen, porque en la primera predomina el sentimiento, y la idea filosófica en la segunda. De breve extensión, por lo común, encierran, bajo una forma expositiva, narrativa o dramática, un sentimiento profundo, delicado y penetrante (como el madrigal) o una idea moral o filosófica de gran trascendencia. La balada lírica se distingue de la épica (de la cual hablamos en la Lección XXXIX) por ser expresión de los sentimientos del autor y aparecer en ella la personalidad de éste, en vez de ceñirse a la narración de un hecho sencillo, como aquélla. Entre las doloras suele haber algunas puramente épicas, y otras verdaderamente dramáticas.

La inspiración lírica no se encierra sólo en estas composiciones, sino que se expresa en otra multitud de formas, que reciben su nombre de las combinaciones métricas usadas por el poeta, como son los sonetos, romances, letrillas, décimas, octavas, redondillas, quintillas, cuartetos, tercetos, octavillas, endechas, silvas, liras y otras innumerables; muchas de las cuales no tienen nombre propio. Constantemente se crean formas líricas nuevas (sobre todo en lenguas musicales, como la italiana y la española), y es imposible, por lo tanto, enumerarlas todas. Con lo dicho basta para conocer las más importantes y para comprender la imposibilidad absoluta de hacer una clasificación exacta y completa de las composiciones líricas.

Lección XLIII

Momento histórico en que aparece la Poesía lírica. -Fases sucesivas y fenómenos importantes de su desarrollo. -Desenvolvimiento de este género en la historia

La Poesía lírica sucede a la épica por una ley biológica fácil de explicar. El espectáculo del mundo exterior atrae primeramente al hombre, le distrae en cierto modo de sí mismo, y no le permite reconcentrarse en su interior y dar vida a la inspiración lírica. Pueblos hay en los cuales apenas es conocido este género, y en todos aparece después de un gran desarrollo épico, y por lo general inmediatamente antes de un gran desarrollo dramático. En todos los pueblos, el carácter especial de su inspiración artística, su genio propio, sus costumbres, sus ideas, influyen en su desarrollo literario, ora en sentido favorable a la Lírica, ora en sentido favorable a la Épica. En algunos pueblos, lo objetivo domina a lo subjetivo, y son por tanto, predominantemente épicos; en otros, el fenómeno contrario da por resultado un predominio de la Lírica. Así en Grecia, Roma, y en general en todos los pueblos latinos, el carácter objetivo predomina hasta el punto de observarse tendencias épicas en las mismas composiciones líricas, mientras en Alemania, Inglaterra y demás pueblos germánicos sucede todo lo contrario; teniendo en cuenta por supuesto que esta ley dista mucho de ser inflexible, y que por cima de ella está la espontaneidad del espíritu humano.

El género lírico puede considerarse como una derivación del épico, según indicamos en la lección XL. Los primitivos cantos líricos expresaron los sentimientos religiosos y patrióticos de las muchedumbres y se confundieron con los himnos épicos. Poco a poco, el sentimiento individual se fue acentuando, y el poeta cantó por cuenta propia, no solo los sentimientos de su pueblo, sino los suyos. Desde entonces existió la Lírica con verdadera independencia, y fue particularizándose gradualmente hasta cantar la pura subjetividad.

La Lírica se ha desarrollado al par que el sentimiento de la individualidad, y por eso hemos dicho que su grado de desenvolvimiento no es igual en todos los pueblos. Donde quiera que la personalidad humana no ha tenido el valor que le corresponde y ha estado absorbida por las grandes unidades sociales (la familia en el régimen patriarcal, la casta en el teocrático, la ciudad en las antiguas repúblicas clásicas, la monarquía absoluta en los tiempos modernos); donde quiera que el sentimiento de la unidad y de la igualdad han prevalecido sobre la idea de la libertad individual, el poeta se ha absorbido más o menos en la unidad social, y la Lírica ha tenido tendencias objetivas o épicas. Por eso los pueblos orientales y los greco-latinos no han tenido grandes desarrollos líricos, como los pertenecientes a las razas germánicas, que son las que mayor importancia han dado al principio individual. Por eso también, las épocas más propicias para el florecimiento del lirismo son aquellas en que la falta de un ideal universalmente aceptado y la relajación de los vínculos sociales dan ancho campo a la iniciativa individual. De aquí que el desarrollo del lirismo coincida con las épocas críticas y de transición, y haya llegado a su más alto punto en la sociedad contemporánea.

Como todos los géneros poéticos, la Lírica aparece confundida en sus orígenes con la Religión y la vida política. Lo primero que canta son las creencias religiosas y las hazañas guerreras de los pueblos. Pero no tarda mucho en unir a estos objetos de su inspiración los sentimientos eróticos, que constituyen siempre su principal alimento148. La Lírica reflexiva y filosófica, que canta las ideas abstractas y los principios morales, como fruto de una inspiración erudita es muy posterior a las anteriores, así como la puramente subjetiva, que es propia de épocas muy adelantadas.

En sus comienzos es la Lírica espontáneo-popular. Más tarde se hace reflexiva y erudita, y se divorcia de la inspiración del pueblo; pero nunca tanto como la Épica. La razón es obvia: los sentimientos que inspiran a este género son comunes a todas las clases sociales, y la única diferencia entre la Lírica popular y la erudita consiste en el grado de espontaneidad y sencillez con que ambas los expresan. Hay ocasiones, sin embargo, en que el extremado divorcio entre la inspiración popular y la erudita, hace que ésta se convierta en cortesana y artificiosa y caiga en la afectación amanerada, en la hinchazón, y en el conceptismo, convirtiendo la expresión del sentimiento lírico en juego retórico, y sustituyendo la manifestación espontánea y natural de los afectos con alambicados conceptos, fórmulas vacías, rebuscados discreteos y pomposo follaje de palabras. Tal sucedió en sus últimos tiempos a la poesía provenzal, a la castellana del siglo XV, a la de los últimos reinados de la casa de Austria, y a la poesía francesa del siglo XVIII. En general, este decaimiento de la Lírica coincide con la decadencia de los pueblos, y se debe, no sólo a haberse divorciado por completo de la inspiración popular, sino a haberse agotado todos los ideales que podían darle vida.

Con efecto, por más que la Poesía lírica sea subjetiva, nunca se sustrae a las influencias del medio social en que se produce, y siempre refleja las ideas y sentimientos que en cada época dominan, tanto o más que la Poesía épica, por ser más flexible que ésta y disfrutar de mayor libertad. El poeta épico sólo expone grandes concepciones sintéticas; pero el lírico puede manifestar las ideas y sentimientos de su época en todos sus aspectos, y hasta en sus menores detalles, y sus obras son, por tanto, la más variada y completa expresión del estado social.

Por eso la Lírica refleja fielmente el carácter y tendencias de los pueblos y amolda siempre su desarrollo al de éstos. Por eso cuando no tiene ideales que cantar, decae, como dejamos dicho; cuando prevalece un sólo ideal, adquiere un carácter objetivo, porque el sentimiento individual del poeta se confunde con el del pueblo; y cuando luchan contrapuestos ideales, y la humanidad atraviesa una crisis suprema (como hoy acontece), se hace subjetiva porque, aflojados los vínculos sociales y no habiendo un ideal común, sino muchos ideales parciales y contrapuestos, el poeta tiene que refugiarse en su individualidad.

Las tendencias objetivas de la mayor parte de los pueblos orientales y su especial organización religiosa y social han sido causa de que, excepto en los que pertenecen a la raza semítica o en los que han sido dominados por el mahometismo, la Poesía lírica no haya alcanzado un gran desarrollo. En la India apenas hay algún vestigio de este género poético; lo más importante que nos ofrece es el poema de Kalidasa, titulado Megha-Dutha (la nube mensajera). En Asiria se han encontrado algunos himnos religiosos. La literatura china posee bastantes composiciones líricas, así como la japonesa.

Los pueblos semíticos han brillado notablemente en el género lírico. Los árabes han cultivado esta poesía con gran éxito en los siglos medios. La civilización que crearon los primeros califas, y que se extendió por gran parte del Asia y en Europa por España y Sicilia, fue fecunda en grandes poetas líricos, por regla general eróticos y cortesanos. No menos inspirados fueron los hebreos, que aventajan a los árabes en profundidad y alteza de sentimientos. Su musa fue siempre la Religión, unida con la patria; y en el género religioso-patriótico han dejado monumentos insignes. Los, Salmos, los Trenos o Lamentaciones de Jeremías, y el Cantar de los cantares de Salomón son muestras admirables de la elevada inspiración de aquel pueblo.

En Grecia dominaron las tendencias épicas en la Poesía lírica, y solamente los poetas eróticos y elegiacos se exceptuaron de esta regla. Fue el creador de éste género en aquel país Terpandro, inventor de la lira de siete cuerdas y del sistema musical de los griegos, y se distinguieron después de él: Píndaro (n. 522 a. d. J. C.), que cantó las hazañas de los que triunfaban en los juegos públicos, con tendencias tan épicas, que sus obras más son epinicios que cantos líricos; Tirteo célebre por sus poesías patrióticas; Simónides de Ceos (560-471 o 555-466 a. de C.), que cultivó la elegía y el canto heroico; Anacreonte, que cantó los placeres sensuales en las composiciones a que se ha dado su nombre, y que es, por tanto, creador de un género poético; Alceo, que escribió odas políticas, eróticas y báquicas; la poetisa Safo, que cantó la pasión amorosa con acentos verdaderamente líricos y algunos otros de menos importancia.

Con tendencias didácticas cultivó en Roma Horacio (65-8 a. d. C.), la poesía lírica, distinguiéndose en la oda y la elegía. Más subjetivo que él, Ovidio (43 a. d. J. C.-17 d. C.), mostrose verdaderamente lírico en sus Amores y en sus Tristes. Cultivaron con tendencia erótica y elegiaca este género Tibulo (m. 19 a. d. C.), Catulo (n. 86 a. d. C.) y Propercio (n. 52 a. d. C.).

En la Edad Media, la Lírica se cultivó principalmente por los provenzales, franceses, italianos, catalanes y castellanos en Europa, y por los árabes en Oriente. Además de los numerosos himnos lírico-religiosos compuestos por los grandes poetas eclesiásticos, y de las canciones populares que ofrecen todas las literaturas de aquella edad, los trovadores provenzales, franceses y españoles, cultivaron la Lírica con sentido erótico y cortesano.

Distinguiéronse en Francia, como poetas líricos, Arnaldo de Malveil, Beltran de Born, Sordel, Beltran de Alamanon, Tibaldo de Champaña (1201-1253), Carlos de Orleans (1391-1465) y Villon (n. 1431). Florecieron en Cataluña Raimundo Lulio (1235-1315), el infante D. Pedro de Aragón, Ramón Muntaner, Ausiàs March, Andreu Fabrer, Jordí de San Jordí, Jaume Roig y otros no menos notables. Brillaron, en Castilla Don Alonso X el Sabio (1221-1284), el Arcipreste de Hita, D. Juan II (1404-1454), D. Álvaro de Luna, Macías, Fernán Pérez de Guzmán, Juan de Mena (1411-1456), el Marqués de Santillana (1398-1458), Jorge Manrique (1440-1479), sin duda el más lírico de todos, Villasandino, Baena y otros de menos importancia. En Italia, el sentimiento lírico se desenvolvió principalmente en sentido erótico y con tendencias clásicas. Hubo, sin embargo, poetas místicos como San Francisco de Asís (1182-1226), Santo Tomás de Aquino (1227-1274) y San Buenaventura (1221-1274). Pero los verdaderos creadores de la lírica italiana (mejor dicho, de la Poesía italiana), son Dante y Petrarca (1304-1374).

Verificado el Renacimiento, trasformada por completo la cultura europea, e iniciados nuevos rumbos en el Arte, la Poesía lírica va adquiriendo extraordinario desarrollo en los países latinos, y tomando formas artísticas en los germánicos y anglo-sajones. Sin embargo, conserva todavía sus tendencias objetivas, y se inspira, por regla general, en la tradición clásica. Las formas que imperan en la Lírica en este período, suelen ser hijas de la influencia italiana.

Los cantos religiosos de Lutero (1483-1546) inician el movimiento lírico en Alemania, secundado por el poeta popular Hans Sachs (1484-1576). Durante el siglo XVII, la poesía alemana se reduce a imitar a franceses e italianos, hasta que en el XVIII, después de producirse la influencia inglesa, y, merced a los esfuerzos de la escuela de Zúrich, fundada por Bodmer (1689-1783), adquiere un carácter nacional. Klopstock, Wieland, Lessing, pueden considerarse como los representantes de este movimiento, dignamente secundado por otros poetas secundarios, entre los cuales se distingue Burger.

Inglaterra comenzó su movimiento lírico en el siglo XVI. Sus primeros ensayos están viciados por un culteranismo parecido al de nuestro Góngora, y denominado eufuismoLily fue el creador de éste género bastardo. Los poetas ingleses del siglo XVII no merecen mención especial. En el XVIII, brillaron Young (1681-1785), Gray (1716-1771), Burns (1759-1796), casi todos poetas de tendencias didácticas.

Francia tuvo en los siglos XVI, XVII y XVIII, poetas líricos de gran importancia, sobre todo en la época de Luis XIV. Entre ellos se distinguen Clemente Marot (1495-1554), Ronsard (1524-1585), Regnier (1571-1613), Malherbe (1555-1628), verdaderos creadores de la Lírica francesa. Hízose ésta luego galante y cortesana y no adquirió verdadera espontaneidad e inspiración hasta fines del siglo XVIII. Voltaire, Juan Bautista Rousseau (1671-1741), Andrés Chénier (1762-1794), son los poetas más notables de este período.

Ariosto, Torcuato Tasso, Bembo, Lorenzo de Mèdicis (1448-1492), Marini (1569-1625), que representa en Italia lo que Góngora en España, y algunos otros poetas de escasa importancia, cultivaron en Italia el género lírico, sin dejar ningún monumento de mérito excelente.

En España la poesía lírica tuvo una época de extraordinaria prosperidad en los siglos XVI y XVII. Inspirándose en el gusto italiano, por lo que a la forma respecta, en la poesía clásica y en la oriental, por lo que toca al fondo, más objetiva que subjetiva, a la vez religiosa, patriótica, erótica y didáctica, la Poesía lírica tuvo entre nosotros notable desarrollo. Iniciado el movimiento por Boscán (1500-1543) y Garcilaso (1503-1536), siguiéronlo Hurtado de Mendoza (1503-1575), Fray Luis de León (1528-1591), Francisco de la Torre, los hermanos Argensolas, (Lupercio, 1563-1613; Bartolomé, 1564-1631), Villegas (1595-1669), Herrera (1534-1597), Jáuregui (1570-1650), Lope de Vega (1562-1635), Quevedo, (1580-1645), Rioja (1600-1659), Rodrigo Caro (n. 1573), y San Juan de la Cruz y otros no menos importantes. Góngora (1561-1627), corrompió la Poesía lírica creando la escuela culterana, e inició una decadencia lamentable. En el siglo XVIII, nuestros poetas se alimentaron de imitaciones extranjeras y crearon un lirismo artificioso y frío. Meléndez Valdés (1754-1817), Fray Diego González (1733-1794), Forner (1756-1793), Cienfuegos (1764-1809), Cadalso (1741-1782) y los dos Moratines (Nicolás, 1797-1780; Leandro, 1760-1828), son los únicos poetas de aquella época dignos de mención.

En Portugal se distinguieron Sáa de Miranda (1494-1558), Ferreira (1528-1569), el cantor popular Bandarra, Camoens, Faria Sousa (1590-1649), la poetisa Violante de Ceo (1601-1693), Antonio Diniz da Cruz (1730-1811), Francisco Manuel de Nascimento (1734-1819), y Barbosa Bocaje (1736-1805).

El siglo en que la Lírica ha llegado a su apogeo es el XIX. El predominio que en él ha alcanzado el sentimiento individual, la crisis laboriosa que atraviesa, la libertad proclamada en los dominios del Arte, explican cumplidamente este hecho. La Poesía lírica de nuestro siglo es eminentemente subjetiva y reviste los más variados caracteres. Creyente y escéptica, llena a la vez de esperanzas y de abatimientos, oscilando entre opuestos ideales, presa de encontrados sentimientos, filosófica a veces, rindiendo otras apasionado culto a la forma, ni se somete a reglas fijas ni se inspira en un solo ideal. Su tendencia constante es cantar lo humano más que lo divino y enaltecer la naturaleza más que en los pasados tiempos, tratando a la vez de expresar las más íntimas profundidades de la conciencia. Ostenta, por punto general, una espontaneidad que la aproxima a la Lírica popular y muéstrase muy subjetiva en los pueblos del Norte y con tendencias objetivas en los latinos.

En este siglo se han distinguido en Alemania como poetas líricos Goethe, Schiller, Heine, Uhland, Ruckert (1788-1866) Koerner (1791-1813), Federico Schlegel (1772-1829), Chamisso (1781-1838), Geibel, Lenau (1802-1850), Platen (1796-1835), Hoffmann de Fallersleben, Hartmann, Freiligrath y otros menos importantes. Muchos de estos poetas se han dedicado a la poesía patriótica; otros han cantado el amor y la naturaleza; otros son humorísticos como Heine. El sentido romántico domina en casi todos ellos.

Inglaterra ha tenido en nuestros días un gran florecimiento lírico y ha fundado la escuela escéptica, habiendo cultivado además la romántica y la que recibió el nombre de Lakista, que se inspiraba en los encantos de la naturaleza. Lord Byron, Moore (1780-1832), Wordsworth, jefe de los lakistas (1770-1850), Southey (1774-1843), Coleridge (1770-1834), Shelley (1793-1822), Walter Scott (1771-1832), Tennyson, son los más ilustres representantes de la Lírica inglesa. A ellos puede unirse el norte-americano Longfellow.

Fecunda en grandes poetas ha sido también la Francia en el presente siglo, señalándose entre ellos los pertenecientes al movimiento romántico iniciado allí por Víctor Hugo, uno de los poetas más inspirados, originales y fecundos de nuestros días. Lamartine (1790-1869), Alfredo de Musset (1810-1857), Delavigne (1794-1843), Béranger (1780-1857), que ha cultivado la Poesía popular, Vigny (1798-1864), Sainte-Beuve (1804-1869), Barbier, Coppée y otros muy notables constituyen una brillante pléyade de ingenios que han levantado a grande altura la Lírica francesa.

También Italia ha tenido un gran florecimiento lírico, inspirado por la idea patriótica, la religión y el amor, y también por un amargo escepticismo subjetivo. Los principales representantes de la Lírica italiana contemporánea son: Monti (1754-1828), Ugo Fóscolo (1778-1827), Manzoní(1784-1872), Leopardi (1798-1837) y otros no menos notables.

Inspirada en los comienzos del siglo por la idea patriótica, imitadora después del escepticismo de Byron, del romanticismo de Víctor Hugo y del subjetivismo alemán, la Poesía lírica se ha desarrollado en nuestros días con notable esplendor en España. El movimiento lírico lo inician Quintana (1772-1857), Arriaza (1770-1837), Gallego (1777-1853) y Lista (1775-1848); y lo continúan en varias direcciones, Espronceda, Pastor Díaz (1811-1863), el duque de Frías, Martínez de la Rosa (1789-1862), Tassara, López García, Monroy, Bécquer (1836-1870) y otros muy notables que no citamos, porque aun viven entre nosotros.

En Portugal se han distinguido en este siglo Almeida Garrett, Herculano, Castillo, el padre Macedo (1761-1831), Tomás Ribeiro, Mendes Leal y otros muchos muy importantes.

En los Países del Norte (Rusia, Polonia, Suecia, Noruega, Dinamarca, Países Bajos) y en las dos Américas también se ha cultivado con éxito la Poesía lírica, principalmente en nuestro siglo. Inútil es decir también que en todos los países que hemos enumerado, la Lírica popular ha producido innumerables y bellísimos cantos.

Origen: Instituto Cervantes

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