«La última vez que te vi fue hace más de dos años…
Hoy releo este pequeño texto que escribí entonces. Aparto despaciosamente las lágrimas que me asaltan y recibo con respeto tu abrazo de silencio.»
…
Caminabas cabizbajo embutido en tu viejo impermeable azul de hombros gastados; las manos eternamente en los bolsillos. Te imaginé con una finísima rama de tamarindo entre los labios.
Entre sombra y sombra iluminaban tu figura hilos de luz amarillenta de las antiguas farolas del paseo. Una lluvia persistente se escurría desde tu gorro hasta la bruma de tus ojos casi cerrados contra el viento. Arrastrabas tus pasos con ritmo quejumbroso y lento como el de aquellas viejas canciones de piano bar, luchando tal vez, a corazón abierto, contra un futuro comprometido.
Leía estos días un artículo de Rosa Montero en el que decía:
… la enfermedad solo adelantó cruelmente esa decadencia que todos los humanos hemos de afrontar. A medida que cumples años, a medida que envejeces, te vas acercando a los confines del mundo. El pasado tira de ti como si llevaras a la espalda una mochila de piedras y empieza a asustarte mirar hacia adelante. Dentro de poco comenzará la edad de la heroicidad.
Todavía estamos a tiempo. Quiero decirte que respeto tu silencio; sin ganas, comprende que, a alguien necesito decirle que me gustaría acompañarte en el camino, también en esta etapa de la vida, como en aquellos años en los que nos crecían pequeños poemas por cualquier esquina y subrayábamos con tinta temblorosa frases que nos identificaban y que nos hubiera gustado poder firmar.
¿Te acuerdas?
Bueno, en realidad, esto es sólo una reflexión. Soy consciente de que esta pregunta es pura retórica porque se la estoy haciendo a la página en blanco con quien mantengo una relación de soledad estrecha desde que tú no revisas mis papeles.
Porque, escribir era como subirse a una cometa con cintas de colores en manos de un niño sin saber por dónde le llevará el aire. Era volar muy alto y caer de bruces y remontar el vuelo a duras penas, una vez y otra vez con las alas hechas trizas, hacia una nueva dimensión.
Éramos arrogantes, sin experiencia. Jugábamos a ser poetas, «si es que se puede llamar poesía a eso de escribir en líneas que no llegan al borde de la cuartilla». —como decía Leonard Cohen—. Había algo misterioso y bello en envolver con endecasílabos las cenizas de vida que quemábamos. Compartíamos versos, espacios en blanco e incluso los puntos suspensivos hasta que la pena, la desilusión o los miedos caían derrotados.
Sé que prefieres hacer el camino en silencio, a solas, —ya me lo has dicho—. Aunque reconozco un punto de dolor y decepción en mi amistad, respeto tu libertad.
Me gustaría acompañarte en el camino…
Prometería no incomodarte. Llevarte té caliente y pastas de naranja cuando tu ánimo flaqueara. No te daría conversación, sólo me sentaría algún rato contigo a escuchar tus silencios, o a leerte poemas conocidos, y cuando te recuperaras, tu sonrisa sería mi amuleto. Me marcharía despacio en dirección contraria a tu destino.
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@mjberistain
Precioso, María Jesús.
Un gran abrazo.
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Es un relato muy especial para mí. Me alegra mucho que te haya gustado. Un abrazo grande.
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Entrañable
Me gustan más tus escritos que los de otros que propagas
Egitan
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Jabier, me ilusiona tu comentario. En estos momentos tengo en «corrección» mis relatos para editarlos, espero verlo conseguido en breves. Un abrazo.
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