Una de las cosas que más me gusta hacer cuando salgo de viaje es adentrarme en su parte antigua (histórica). En esta ocasión en la que viajé a Italia y muy en especial a la ciudad de Nápoles no pudo ser de otra manera, ya que es una de las más extensas de Europa, y realmente interesante.
El casco histórico de Nápoles, el más extenso de Europa, alberga testimonios de distintos estilos y períodos que abarcan desde la fundación, en el siglo VIII a.C., de la colonia griega Parténope, hasta la sucesiva dominación romana, desde el período Suevo-Normando hasta el reinado de la Casa de Anjou, desde el imperio aragonés hasta los reyes de Francia, para concluir con el período de Garibaldi y el reino de Italia.
Visitar el centro histórico de Nápoles significa atravesar veinte siglos de historia. Las calles, las plazas, las iglesias, los monumentos, los edificios públicos y los castillos custodian un conjunto de tesoros artísticos e históricos de un valor excepcional, hasta el punto de haberse ganado, una gran parte de él (alrededor de 1000 hectáreas) su inclusión, en 1995, en la World Heritage List de la UNESCO.
Fuente: Agenzia Nationale Turismo
¿Por qué se me ocurrió ir a Nápoles? Es cierto que he visitado ya algunas otras ciudades importantes del país pero ésta, en este momento especial de mi vida, me atraía especialmente por su colorido, su bullicio, la simpatía y frivolidad de su gente, la PIzza, su música, el mar, su costa amalfitana, el Vesubio, su café, la Ópera, la Galería Umberto, el Museo Arqueológico, sus castillos, la maravillosa escultura en mármol del «Cristo Velato» de Giuseppe Sanmartino en la Iglesia de Sansevero. Además, la ciudad tiene un tamaño que la hace «paseable» a pesar de su caótico tráfico. Todo eso y probablemente mil cosas más que no tuve tiempo de disfrutar durante los diez días que pasé dentro de su piel. Le prometí al vendedor de flores de la esquina del Café Gambrinus que volvería…
Pero iba a referirme aquí a sus librerías de viejo. No tengo mucho que decir. Es cuestión de ir allí y adentrarse en ellas como un «sagu», o pequeño ratón. Nadie reparará en tí a no ser que te lo propongas. Su olor, sus colores, su «orden». No puedo explicar la sensación de pequeñez que siento ante tanto conocimiento contenido entre sus paredes, pensando en los cientos de almas que han leído y estudiado sus páginas. Solo voy a incluir algunas imágenes que dicen mucho de las horas que dediqué a vagabundear entre ellas.
Por cierto que conseguí un ejemplar, actual (2013), del libro titulado «Adriano l’antichità immaginata» de Marguerite Yourcenar. No fue fácil, es una joya. En él se recoge documentación, textos y fotografías, que la autora fue acumulando durante el tiempo que dedicó a la creación de su obra Memorias de Adriano, que es uno de mis libros de culto.
Solo quería mostrar algunas imágenes de las librerías, pero hablar de Italia es siempre fascinante…
Amore, Muy bueno tus Librerias de Viejo, llévame a Nápoles cuando esto termine, porfa, qué divertido y qué interesante. No cuentas, por pudor, el buen trato que te dio el librero. Seguro que fantaseaba con llevarte al trastero y enseñarte sus tesoros. Y yo. Eres muy modesta, puede que ese sea otro valor más. No me he atrevido a poner un comentario en tu página, un aviso amenazador decía: «Javier, estás entrando desde Word Press». Me he acojonado. No fuera que te borrara algo o, peor, dijera un disparate a medio universo. Buenos días.
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