SUEÑO DE ADOLESCENCIA
Me encontré ayer con Mar. Hacía más de treinta años que no nos veíamos y la conexión tardó en revivirse, aunque sentadas ante un largo café fueron apareciendo recuerdos comunes, excusas, sentencias, hasta que llegamos a los abrazos y las risas, y a fondos de los que ninguna hasta ayer había sido capaz de pronunciar ante la otra. Hablábamos de adolescencia:
Me contaba que…
Hubo un tiempo en el que dormía entre las raíces de los grandes árboles de su pueblo. Entonces todavía no sabía darles nombre, pero sí reconocía sus imponentes ramas oscuras, sus hojas lobuladas, su sombra poderosa y la grandeza de su tronco que sus pequeños brazos no conseguían rodear…
Eran su refugio, allí se sentía abrigada, segura ante las inclemencias del tiempo, de la fuerza de los vientos, de lo tormentoso de las ciudades, de la velocidad con la que se movían los coches y las personas, del fuerte olor a alcohol de los bares, del vacío de las palabras verdaderas, de la incomprensión de la religión, del pudor de los trece años. Ese momento del despertar del ser, o mejor, del «ego», con ideas, ilusiones y deseos, que se desarrollaban en la mente lejos de la posibilidad de alcanzarlos, y que daban cabida a temores, a situaciones de inseguridad e impotencia, como pequeños seres dañinos ocultos entre las neuronas dispuestos a enjuiciarla. Y «miedo».
Agujeros Negros
Caminaba sola por una carretera, estrecha y larga, hasta un horizonte infinito. El suelo era de asfalto, rugoso, había que caminar sorteando irregularidades que hacía que se descarnara la piel de sus pies descalzos. Seguía la única ruta transitable que existía en aquel paisaje, necesitaba llegar al horizonte donde esperaba encontrar lo más valioso de lo desconocido; el conocimiento y aceptación de su Ser en el mundo. A lo largo de aquella ruta interminable iban abriéndose pequeñas grietas generando círculos, cada vez mayores de agujeros negros que, a medida que avanzaba, limitaban su espacio para caminar. Ella trataba de esquivarlos dando saltos inicialmente, a modo de juego, pero el miedo se instalaba en su cuerpo, lo que hacía más difícil y perturbador el avance. La sensación de desasosiego se convertiría en angustia y más tarde en un sentimiento irrespirable de terror hasta que lograba despertar volando hacia el vacío…
El sueño, su frecuencia, fue desapareciendo lentamente. Nunca pretendió conocer su significado en relación con sus vivencias. Sentía miedo a compartirlo y miedo a descubrir más daño. Era la época de la atormentada adolescencia…

Inquieta y convulsa época la adolescencia.
Estupenda narración. Un abrazo, amiga.
Me gustaMe gusta