Seguíamos la ruta hacia el Norte por la costa de Noruega. Nos dejábamos llevar por la intuición y los mapas que consultábamos de vez en cuando, además de la información que llevábamos estudiada antes de ponernos en viaje. La Naturaleza era sobrecogedora. Era primavera, y las temperaturas oscilaban sorprendentemente entre veinte y veintiséis grados ese año.

Todo parecía en calma cuando tomamos el Ferry que nos llevaría desde Bodo a las Islas Lofoten. A unas pocas millas el cielo se fue cubriendo de nubes amenazadoras, veíamos cómo el mar se encrespaba por momentos cuando las rachas de un viento huracanado convertían nuestro barco en lo que parecía un juguete de papel. Las cuatro horas de navegación resultaron ser una dura prueba de resistencia a la zozobra.

El ímpetu del viento dificultaba las maniobras de acercamiento y atraque del Ferry. Era noche oscura cuando llegamos a una de las islas Lofoten, la temperatura era de cuatro grados centígrados. La sensación térmica debía de estar cerca de los diez grados en negativo, debido, quizá también en parte, al mal cuerpo de los pasajeros por la accidentada travesía.

El viento era el dueño del paisaje. Resguardarse de él el único y difícil objetivo en una estrecha carretera paralela y a escasos metros del mar, rumbo al norte. Espantosa fue la conducción hasta encontrar una exigua marquesina de autobús, ya llegada la madrugada, a la que acercar nuestro coche anhelando un cierto refugio.

La meteorología no dio tregua durante los días siguientes. La impresionante fuerza y belleza de la Naturaleza dejaron una huella indeleble en los últimos días de nuestra ruta hacia el Norte.

En cualquier lugar del mundo se pueden hacer amigos

Los sueños no tienen límites
Soñar, Viajar, Amar
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Texto y Fotografía @mjberistain y @jvergara
