Contemplo emocionada en el wasap una fotografía que me envía mi amiga Maca de su último nieto recién nacido. Mientras, en la pantalla del ordenador, aparecen imágenes del Parque Vigeland en Oslo. Es sorprendente este tipo de coincidencias.
Supongo que esas fotografías están en ese mismo momento en mi pantalla porque yo las he buscado de manera inconsciente en mi recorrido por la colección de uno de mis viajes, concretamente el de Suecia y Noruega de hace varios años. Yo pienso que existe en el universo una especie de conexión, o energía que fluye entre las personas, más allá de la intencionalidad de nuestras acciones. Y ello a pesar de las distancias y del tiempo. ¿No es maravilloso?
El parque de Vigeland ocupa más de 300.000 metros cuadrados de espacios verdes, cuidadosamente decorados con esculturas de tamaño natural que cuentan la historia de la humanidad.
El parque aloja de manera permanente un conjunto de esculturas y bajorrelieves de bronce que se inspira en acontecimientos de la vida cotidiana, evocando momentos como el nacimiento, la infancia, la adolescencia, el primer amor, la madurez, los hijos, la familia, la vejez y la muerte. Grandes obras para la reflexión. Su autor fue el escultor noruego Gustav Vigeland quien las esculpió entre los años 1907 y 1942 por encargo del ayuntamiento de Oslo. Además, todo ello fue sintetizado por otra de las célebres esculturas del parque que se llama “Livshjulet”, «la rueda de la vida«, en la que siete figuras humanas, cuatro adultas y tres infantiles se entrelazan formando un círculo.
Hoy es un día lluvioso de esos que invitan al recogimiento. Dedico las horas siguientes a recordar y preparar esta entrada para compartirla con mi amiga Maca. Quedará en mi querido diario como recuerdo de este significativo momento.
¡Estáis invitados!

Imagen que edito con tres de las fotografías relacionadas con el nacimiento de un hijo.

Monolito erótico
