LA FIESTA

Paco, mi amigo, es andaluz, amante de La Fiesta y de la Literatura, Poeta.

Compartíamos una amistad especial, (hablo de hace unos años; no quiero imaginar cuántos). Intercambiábamos libros, ideas, lecturas de poemas, artículos, imágenes o textos que pudieran alterar o invadir nuestra fascinación por las Letras. Tuve la oportunidad de conocer a Fernando Fernández por un artículo de Javier Coma titulado «De Fiesta Pictórica, en el que hacía referencia al Cómic publicado en 1973 como «La Fiesta». Aunque yo no era entusiasta del género ni de los toros, algo hubo en aquellas páginas que me interesaron, así que las guardé en mi cajón desastre donde han dormido, hasta hoy, el sueño de los justos.

«Fue un trabajo de uso en paralelo de caña y pluma que se adecuaba a los dos niveles del relato y que se inscribió en un género característico del autor, el del Poema.»


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La imagen se repite mil veces en el espejo del tiempo. El hombre, su inexorable destino de violencia, al final del camino, la muerte.

La liturgia cambia, pero los protagonistas permanecen, puede llamarse deporte, arte o guerra, entretanto la arena… la arena que siempre clama sangre.

La magia, el embrujo que poseen la fuerza y la fiereza de la bestia atraen como un imán. Es un huracán de fuego desatado.

En su instinto se dibujan los perfiles de toda una naturaleza hostil, su potente silueta recortada contra el sol o la luna de los campos, su eterna lucha contra el hombre… que continúa.

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El hombre reta, llama… y aguarda. Desde ahora no habrá tregua. La muerte esperará indistintamente su presa al final.

Dicen que es una raza de hombres diferentes. Dicen que no es un gladiador, que es un artista, pero, sus ojos, ¿qué dicen sus ojos? Los ojos del hombre, los ojos del mito. Los mitos no hablan.

La bestia cabecea, torpe, pero peligrosa. El hombre gira sobre sí mismo, pausado, elegante…

como en un ballet… un ballet donde el aplauso, el premio… será tan solo la vida.

Un ballet lleno de belleza, de engaño, de crueldad y pasión, de lucha y amor, de muerte… al que inexplicablemente se le llama… La Fiesta 

La masa de gente ruge pidiendo emoción, y en el centro de la arena, los protagonistas interpretan.

Es la hora del rito sagrado del espectáculo, la hora solemne, cuando las agujas del reloj toman la forma curva de la espada.

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Los ojos del matador escudriñan buscando las debilidades de su enemigo, sus defectos, su forma de lanzar el ataque, sus giros…

Más fuerte que la lógica, que los prejuicios, que cualquier razonamiento humano que se interponga, está mi amor por ti.

El, mientras, impávido, húmedas las palmas de las manos, en el rostro un gesto de desafío, en los labios una oración, llama a la bestia.

Eres un torbellino de pasión, que me atrae irresistiblemente, hasta la última parte de mi ser te necesita, es una espera que me consume.

La bestia ha visto la capa ondeante, se siente atraída por ella, presiente que es un enemigo al que ha de destruir, le hierve la sangre, ruge, se lanza… y el público grita olé.

No ignoras que nos podemos destruir mutuamente, que pagaremos el más alto precio que se pueda pagar por deseo alguno. ¿Correrás ese riesgo por mí?

Ese y mil peligros que se presenten arrostraré por tí. Ven a mis brazos, amor, escucha el eco torturado de los latidos de mi corazón.

La fiera ha de sufrir en su carne el acero del castigo. Intenta derribar al picador -su blindado enemigo-. En vano. La habilidad del jinete es mucha.

No luchemos más contra nuestros deseos, dejémonos llevar por esta maravillosa sensación, fundámonos en un abrazo eterno… amor…

Indefinible con palabras… Cúmulo de placer. Fuente de vida.

 Viaje al infinito mundo irreal que iluminan miríadas de antorchas de oloroso incienso, sintamos sobre nuestros cuerpos las cúpulas de todos los templos de los dioses del amor… 

El acero penetra una y otra vez, adentrándose más y más. La sangre caliente es un manantial rojo que tiñe su espalda. La bestia empuja fiera, brava, inutilmente…

y del dolor… por siempre, amor y dolor.

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El dolor agudo, profundo, insoportable, sólo dura unos segundos más. Queda libre, y la roja capa le reta nuevamente.

Dolor y placer… laxitud. Un suspiro profundo… y de nuevo la realidad.

Te amo y sin embargo sé, presiento, que como en vago sueño, en un inexplicable sortilegio, víctimas de un embrujo seremos sacrificados…

La mirada del hombre se agudiza, sus músculos se tensan, en sus manos aparecen dos nuevas armas de castigo: las banderillas. La mirada del hombre es más fría aún, sabe que está en uno de los puntos culminantes de la fiesta.

¿Por qué has tenido que recordarme mi condición de hombre? Esclavo de un destino injusto, cruel, despiadado… Tengo que sacrificar lo que más amo, en el más nefasto de los altares… a ti, mi amor.

Su pulso no tiembla, impávido frente a la fiera la desafía. El toro arranca, quiere acabar con ese enemigo que baila, gira, se burla de su fortaleza. Quiere demostrar quién es más bravo, más fuerte.

Mis manos, estas manos que han aprendido el significado del amor en tu cuerpo han de ser el verdugo. ¿Por qué, dioses, este castigo?

Como mujer no puedo resignarme.

Lucharé para ser libre de nuevo,

Pero de nuevo el hombre lo esquiva, y dos pinchazos le enloquecen, entonces ataca, y…

libre para defender mi vida y nuestro amor,

contra el destino, contra ti, contra mí misma lucharé…

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Devolveré la sangre con la sangre. El dolor con el dolor. La herida con la herida.

El hombre ha sido también herido, está inmóvil en la arena.

Cruel designio que no deja alternativa. Sólo ser víctima o verdugo. Sangre que brotas, eres la savia de un tronco cuyas ramas sólo buscan amor.

Pero… se levanta, en su rostro no hay temor, ya pasó todo, sólo un hilo de sangre baja por la pierna, levanta el rostro al sol… y continúa.

Se consumen los últimos minutos de la Fiesta. Apenas quedan unos pases, detrás de la roja muleta hay un estoque de acero.

Ven a mí de nuevo, mujer, aunque sea por última vez, tan solo un instante…

La bestia intuye que es inútil, pero arremete una y otra vez al trapo ondulante que le reta, su instinto de noble luchador le hará batallar mientras tenga un hálito de vida.

Te amo, mujer, y no me importa morir por ello. ¿Acaso puede existir otro destino superior a ese?

No me hables así, hombre, quiero ignorar la verdad, quiero engañarme y decirme que nuestro amor puede durar.

El trapo rojo lo confunde, sus poderosos y afilados cuernos se hunden en la nada…

Amada, será para siempre, pero más allá de nosotros mismos, lejos de nuestros cuerpos…

¡No! ¡No! ¡No!!

Hasta que de pronto todo queda quieto, se hace un profundo silencio, el público no ruge, acaso se ha acabado el acoso… pero…es que no puede ver el brillo del acero que le espera, largo y curvo, especial para él.

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Hombre, amor…

Llegó el momento, los dioses claman tu vida, para que la semilla que llevo en mis entrañas pueda florecer.

No estarás solo en el viaje, mi alma va contigo. Desde ahora solo seré el recipiente de una nueva vida. No puede haber parto más doloroso. Adiós

Su última acometida es feroz, tanto, que el acero, a su impulso, se hunde hasta la misma empuñadura. La muerte será rápida.

Bang! Bang! Bang! Bang!

Ven oscuridad, te espero, te he esperado siempre…

El público aplaude su fiereza, ha ganado, no el más noble, el que ataca de frente, sino el más hábil, el más inteligente, como ayer, como hoy, como siempre…

El espectáculo ha acabado, la gente volverá a su casa, hasta otro día. Hasta otro rito, porque habrá más Fiestas, porque el hombre quiere sangre de esta manera o de otras, pero quiere sangre… ¿por qué?

No me rebelo, no puedo rebelarme, desde que nací, así estaba escrito en el libro del destino, muero porque otro ha de vivir para ocupar un día mi lugar, muero feliz… conocí el Amor…

y el Dolor, porque no hay dicha sin amargura ni vida sin muerte.

Fernando Fernández Sánchez


Nota:

Cómics Clásicos y Modernos recogió este trabajo en una colección de 25 fascículos de 16 páginas cada uno publicada en 1987 por el diario El País en su suplemento dominical.


 

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