Hay nubes que rompe en finos hilos la madrugada,
nácar que cubre el paisaje de húmedas fragancias
como llanto que se desborda silente
al límite de miradas sospechosas.
Pensaba en el viaje.
Toda la semana había estado pensando en marcharme. Los viajes tienen algo de renovación, siempre. De búsqueda (inquietud) de nuevos espacios y personas, de vivencias nuevas, de encuentros, incluso y especialmente con uno mismo (de hablar solo), de que sonreír no sea solo una respuesta a algo amable o divertido que a alguien se le ocurra expresar en tu presencia, sino a una íntima sensación de agradecimiento a la vida, de una liberación íntima (sin excusas).
De un viaje se vuelve, o puede ocurrir también que uno no vuelva…
Fue la pastora quien dijo: «ése es el único viaje que no quiero hacer». Se refería a llevarle a Joxé a una residencia de ancianos. Dijo: mientras yo pueda con él… Y podía con él al que aseaba con mimo cada día y conseguía sacarlo del dormitorio y casi arrastrarlo hasta el porche y sentarlo en su silla preferida de toda la vida, eso sí, ahora lo dejaba atado para que no se deslizara sin darse cuenta y se cayera al suelo y se hiciera daño mientras ella atendía a los animales. Y podía cada día con sus cuatrocientas ovejas y con su perro viejo al que adoraba; y él a ella. Y así llevaban más de cincuenta años, pastoreando por los valles del país, monte arriba, monte abajo.
Un precioso rincón con flores al lado de un hayedo era su pequeña parcela —sin acotar— en las inmensas campas al pie del Aitzkorri*. Allí habían construido una pequeña borda para el verano —porque el invierno lo pasaban a refugio en el caserío a varios pueblos de distancia de la montaña—. En ella podían abrigarse de la lluvia, de la niebla y de las tormentas que les visitaban con frecuencia. También sus hijos y sus nietas les visitaban con frecuencia. En la chimenea de piedra latían los rescoldos de un buen fuego. Afuera, solo una valla liviana marcaba el territorio de los animales desde donde nos miraban apacibles. También era su hogar.
El camino es duro, pendiente y rocoso. Me digo: —el viaje es el camino.
Y dice mi conciencia: —Atrévete…
Atreverse, atreverse… a andar, a compartir, atreverse a amar… «La medida del amor es amar sin medida» frase que llevo tatuada desde niña en el corazón. (Esto lo dijo un hombre conocido por su santidad, quizás fuera San Francisco de Sales)
¿Y la niebla?
Después vendrán las consecuencias. Magulladuras…
«Arriesgas mucho en todo y luego pasan estas cosas, pero eres fuerte y lo superas, sabrás salir adelante» —me dirá mi gran amigo Iñaki—.
Zuk zer dezu Arantzazu, amets kabi, otoitz leku………*
El bosque de hayas está cubierto de hojarasca húmeda y brillante que el viento ha ido acumulando. Cae al abismo entre trozos de árboles rotos y rocas sueltas.
Nadie antes ha pasado por aquí…
Viajar de vuelta, hacia mí misma… lejos, a salvo de mí
*Aitzkorri.
Montaña de 1.528 metros de altitud situada en Guipúzcoa, País Vasco.
A sus pies se encuentra el Santuario de la Virgen de Arantzazu y el pueblo de Oñate.
- ¿Qué tienes Arantzazu, nido de sueños, lugar de oración…?
@mjberistain
Precioso reportaje Mariaje
Tanto el tempus de las fotos como el Biga Biga de Laboa y el Orfeon cuadran perfectamente con el entorno. Por cierto ¡vaya día para ir a Urbía¡ y tú con tu escafoides roto, … Mucho mérito. Yo hace muchos años que nop voy a Urbía y siempre para ir …¡¡
Habrá que repetir parte de excursión con Jubilatas. Ir a Oñate y Aranzazu me retrae a tiempos de mi niñez y juventud ya que era el pueblo de mi ama y he pasado muchos día alli.
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Javier, gran alegría encontrarte entre mis páginas y muy agradecida por tu comentario. Aránzazu es una referencia íntima para mi también. Un abrazo fuerte
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Me gustan los versos que inician tu increíble aventura y el relato que nos compartes de ella.
El vídeo es impresionante, me ha gustado mucho. ¡Enhorabuena!
Un abrazo muy, muy fuerte.
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