El Hada azul

Quizás hablábamos del siglo XIX. De hecho la única fecha que encuentro para centrar el origen de la poesía que me recitaron entre las tres primas aquella mañana, sentadas alrededor de una mesa de metal al lado de la fuente de las Américas, lo sitúa antes de 1899.

De su autoría aún tengo dudas. Se atribuye a una maestra llamada Rosita Denia que en la época del 36 impartía clases en un pueblo de Segovia y que hacía representar a sus alumnos cada vez que «los nacionales» tomaban una ciudad importante. Pero también he encontrado alguna mención al poeta mejicano Amado Nervo como autor, aunque este texto no lo localizo entre su obra.

Juana debió de ser una mujer de piel muy blanca que le gustaba adornarse cada mañana antes de enfrentarse a la mirada de cualquier otro ser humano, incluído su marido. Siempre vestía de negro absoluto. Pero por el relato de sus nietas, llegué a imaginármela, en algunos momentos de su vida, sentada  largas horas ante el espejo del tocador  mirando embelesada a la caja de caoba abierta, al brillo barato de los viejos abalorios que su abuela le había regalado antes de morir.

Aplicaba una sencilla crema hidratante y bases blancas sobre su tez ya de por sí pálida. Unicamente se permitía resaltar sus mejillas dando pequeños toques con sus dedos impregnados de la misma crema de color con la que pintaba sus labios. Su color preferido era el rojo. Sus ojos los delineaba con lápiz negro y aplicaba un ligero empaste de máscara sobre sus pestañas para intensificar su mirada un poco felina. A pesar de su origen humilde el resultado en su aspecto le asemejaba a las mujeres de la alta sociedad,  y eso le gustaba. Pestañeaba satisfecha al espejo…

Le gustaba llevar su pelo hueco, rizado y revuelto. Decían que, dependiendo de su estado de ánimo utilizaba los colores negro, azul, caoba, castaño claro y también el oscuro; nunca rubio. Además sujetaba su melena rizada con cintas y lazos, y flores, pinzas y ganchos para lograr sugerentes y divertidos recogidos y tocados.

Me contaban sus nietas, alrededor de aquella mesa de metal de la plaza de las Américas, que habitualmente llevaba, al menos, diecisiete pulseras y brazaletes en sus muñecas, todas ellas regalos y recuerdos de sus amores tiernos. Y todas de distintos modelos; cadenas con pequeños colgantes de plata, de nacar, de cerámica, de pelos y dientes de sus hijos y nietos, pulseras de cuero con remaches y brillantes, cintas de plásticos de colores entretejidos, aros de oro amarillo, rosado y blanco… Todo ello además de un reloj y varios anillos ensortijados entre sus dedos envejecidos.

Había sido una mujer imponente que durante la guerra civil española había conseguido sacar adelante a sus seis hijas por sí misma. A su marido se lo llevaron de casa una noche y lo fusilaron en el paredón del barrio. No era facil salir a vender tejidos por los alrededores. Ni perseguir al ladrón de su maleta a campo abierto. En un pequeño cuartucho que le dejaron comenzó a vender verduras y hortalizas que cada mañana le traía un abuelo vecino. Con el dinero que sacaban compraban aceites, jabones y otros enseres —eran tiempos de estraperlo—. Juana era una mujer de gran personalidad y la vida la eligió para ser, además, emprendedora. Salió de su cuartucho de verduras del barrio más humilde y se instaló en un quiosco en el centro de la gran avenida de la ciudad a vender granizados en verano. Durante los inviernos vendían pan y también dulces y así fue poco a poco prosperando hasta que llegó a asociarse, a través del novio de una de sus hijas, a una de las mejores pastelerías, todavía hoy considerada de prestigio.

Pero Juana, además, era una enamorada de la poesía y de los poetas Gustavo Adolfo Becquer y Rubén Dario entre otros.

Las tres mujeres que se sentaban a mi alrededor eran primas y recordaban a su abuela Juana con mucho cariño, con nostalgia y admiración. Durante sus vidas le habían escuchado recitar de memoria cientos de veces poesías que ella también había aprendido de sus mayores.

Me emocionó escucharles declamar ésta con fervor. Y respeté en silencio sus recuerdos.

Fue un encuentro muy especial.

El Hada Azul

Cierto día el Hada Azul,
quiso a la tierra bajar
y se mandó preparar
su gran carroza de tul.
Diciendo: «A cada mujer
de las diversas naciones,
les voy a dar tantos dones
como pueda conceder».

Bajó aquí sin dilación,
tocó su cuerno amarante
y acudieron al instante
una de cada nación.

Llamó y dijo a la italiana:
Tú tendrás ardientes ojos…
y tendrás labios tan rojos
que parecerán de grana.

Por tu cutis sonrosado,
dijo a la inglesa, serás
entre todas las demás
un tesoro codiciado.

Por tus nacarados dientes
le dijo a la austriaca luego,
verás quemar en el fuego
de amor a tus pretendientes.

A la mujer parisien
le dio una distinción,
ingenio, corrección…
y hasta corazón también.

Y así fue haciendo lo mismo
pródiga con todas ellas,
repartiendo entre las bellas;
a una sentimentalismo,
a otra ingenio, a otra blancura,
a otra claro entendimiento,
a esa otra un alma pura…

Así acabó sus dones,
que entre todas repartió,
cuando al terminar salió
de entre todas las naciones
una gallarda manola
muy joven, casi chiquilla,
que lucía una mantilla
de rica blonda española,
y que acercándose al Hada,
ruborosa dijo así:
Según veo para mí
no me habéis dejado nada.

Quedóse el hada un momento
suspensa de admiración
y fijando su atención en ella,
con acento dijo luego:
¿Tú qué quieres
que yo te pueda otorgar?
¿Tienes algo que envidiar
a todas estas mujeres?
¿No tienes el pelo acaso
abundante, negro, hermoso?
¿No tienes el porte airoso?
¿No hay en tu mirada clara,
rayos de sol que fascina?
¿No es tu sonrisa divina?
¿No es bellísima tu cara?
Entonces, ¿qué quieres?, di
si aún juntando a todas ellas,
resultan menos bellas que tú.

¿Qué buscas aquí?
Sin embargo, dijo el Hada:
yo no quiero que al marcharte
tengas porqué lamentarte
de que no te he dado nada.

Y mirando a la manola
dijo alzando más el tono:
¡A ver, que traigan un trono
a la mujer española!

Hasta aquí la parte recitada de memoria.
El resto de la poesía lo he encontrado en el blog de Jose Angel Muriel 

Y en este cuento me fundo
si es que este cuento no engaña,
para decir que en España
está lo mejor del mundo.

II

Las mujeres españolas
se distinguen por su cuerpo,
por su cara tan risueña,
su talento y su salero.

Una de estas mujeres,
a ninguna se la iguala,
porque entrega cuando ama
todo el candor de su alma.

Mujeres, como capullos en flor;
vosotras sois el orgullo español;
mujeres morenas de labios coral
que entregáis la vida
y el alma al besar…

Mujeres que lleváis en los ojos
las luces de un tesoro
del cielo español.

Dedico esta poesía
en fechas tan señaladas,
a estas fiestas a las Reinas y sus Damas.

Poesía atribuída a Rosita Denia, maestra.  
También se nombra al poeta mejicano  Amado Nervo  como autor.

Las fotografías son de internet y están seleccionadas de mujeres de la época de 1900

Relacionado: Ver Cuadernos de Aragón de Francisco J. Bentué Sauras


6 comentarios sobre “El Hada azul

  1. Hermosa entrada, María; la cual me hace pensar en lo difícil (por no decir imposible) que sería escribir un poema como El hada azul hoy en día, tiempos en que cualquiera se siente ofendido por cualquier cosa. ¿Te imaginas la cantidad de críticas e insultos que se llevaría la autora de un texto como ese? Desde racista a xenófoba pasando por retrógrada o misógina (no hay que olvidar que a la hora de los insultos la mayoría de las personas no se atienen a lógica alguna) todo el amplio espectro del vocabulario negativo le sería endilgado desde los cuatro puntos cardinales.
    Luego, más allá de eso, la entrada es impecable, teñida toda de un romanticismo propio de fines del siglo XIX.

    Saludos.

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    1. Lo pensé mucho antes de publicarlo. Pero me pudo el respeto a las personas que me lo contaron, que lo vivieron siendo muy niñas de primera mano —todo ello— la época, la educación, el drama, el ardor social, y sentí que les debía —ellas lo esperaban— una referencia a aquel encuentro en mi blog. Tuve que armarme de valor y «soltarlo». No ha resultado facil para mí, te lo prometo.

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