Lo encontré en un rincón en el centro de la ciudad. Andaba necesitada de un momento de sosiego para hacer alguna llamada pendiente de esas que no te apetece hacer a voz en grito en mitad del murmullo de la gente, del ruido del tráfico y a trompicones por los pasos de cebra con los semáforos parpadeando a toda velocidad.
Era pronto por la mañana. Me habían regalado una sesión de esas terapias que te dejan irreconocible, bueno, como nueva, casi como dos de veinticinco -aunque esto último no estaba garantizado-. De hecho mientras me abandonaba al placer de dejarme embadurnar de cremas de aromas delicados, en un ambiente de media luz dorada que se proyectaba suavemente sobre mi cuerpo desde diminutos focos empotrados en el techo, pensé que ésto era lo que yo necesitaba de vez en cuando para superar el trance de cumplir años.
Así que cuando me encontré frente al local oscuro en aquel rincón y que se llamaba «El rincón de la Abuela», a pesar de que me encontraba estupenda, no tuve más remedio que darme por aludida…
El rincón de la Abuela había sido decorado por «El Altillo». Verdaderamente era un lugar muy acogedor. Se sucedían ambientes separados para grupos pequeños, parejas, personas solitarias leyendo algún libro o simplemente pasando un rato de non-stress alrededor de un buen cafelito. De fondo sonaba una música -voy a decir- adecuada para no molestar y sin embargo se hacía disfrutar.
Me autorizaron amablemente a que tomara algunas fotografías que guardo como recuerdo de uno de esos sitios a los que merece la pena volver.
M.J.B.
(En Zaragoza. Residencial Paraíso)
Qué buen post, me hiciste sonreír cuando te diste por aludida. 🙂
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Si claro… yo también sonreí cuando me ví en el espejo antiguo, superfavorecida…!!! Gracias Motordearkivo por llegar hasta aquí, por leerme y por tus comentarios aquí y en Luz Interior. Un abrazo
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