Qué sentido le encontraba a seguir dando vueltas por ahí, a merodear una vez y otra vez por las calles de la ciudad a esa hora agónica en la que sólo los despechados se abrazan.
Era fácil caer en la melancolía entonces. Se entretuvo saltando los haces de luz amarillenta que desprendían las farolas y se deslizaban brillantes sobre el negro del asfalto; la cara oculta de su yo buscando otras brújulas en el rincón de sus carencias que le llevaran más allá del bien y del mal…
El cartel anunciaba el inminente concierto de aquél hombre al que conocía por su voz especial, por su música estrepitosa y más por lo que había leído de él como personaje atormentado, ácido, demoledor, beligerante, drogadicto. En fín, que no le atraía lo más mínimo y, por supuesto, nunca había tenido la intención de conocerle. Pasó de largo por delante de la fachada del auditorio cerrado, pero unos pasos más adelante sintió la bofetada del viento azotando su cuerpo con una violenta lluvia de salitre. Quiso protegerse debajo de su capucha a la vez que una fuerte punzada en el estómago le hizo dar marcha atrás. Por alguna razón que no supo interpretar entonces, volviendo a leer el cartel, decidió, simplemente por curiosidad, asistir al concierto.
Todavía con el escenario a oscuras, el ruido atormentado de los primeros compases y el primer plano iluminado de este hombre malencarado le hicieron pensar que entrar allí había sido una equivocación; un error. Sin embargo ella no era de las que retrocedían, menos aún cuando hubiera tenido que mover a toda una fila de fans emocionados mirándola con caras de interrogante. Así que aguantó como pudo el tirón y se concentró en aquella voz sensual y trágica que interpretaba canciones con desesperación y belleza a la vez, con ritmos trepidantes pero tambien, a veces, cadenciosos que -tenía que reconocer- consiguieron acercarle al delirio.
Sus brújulas locas le llevaron a imaginarse a este hombre en otro espacio; en el típico «baretto» de ambiente sórdido, él vestido de negro, sentado de costado con el cigarrillo sujeto en los trastes de su guitarra, frío pero cercano, sus ojos inmensamente tristes como de hombre agotado, y sin embargo capaz de embriagar con su voz a esas horas en las que el corazón se esponja y la noche es un duermevela de misericordia infinita.
Equivocarse no había sido para tanto; me equivocaría otra vez…
@mjberistain