Cuando veo Abedules oscilar a derecha
y a izquierda, ante una hilera de árboles oscuros,
me complace pensar que alguien los mece…
Yo fui también antaño, mecedor de árboles;
muy a menudo sueño en que volveré a serlo,
cuando me encuentro cansado de meditaciones,
y la vida parece un bosque sin caminos
donde, al vagar por él, sentimos en la cara
ardiente el cosquilleo de rotas telarañas,
y un ojo lagrimea a causa de una brizna,
y quisiera alejarme de la tierra algún tiempo,
para luego volver y empezar otra vez.
Nada hay, para el amor,
como la tierra; ignoro si existe sitio mejor.
Quisiera encaramarme a un abedul, trepar,
por las ramas oscuras de su tronco blanquecino
y subir hacia el cielo, hasta que el abedul,
doblándose vencido, me devolviera a la tierra.
Subir y regresar sería muy hermoso…
Extracto. Robert Frost (1874-1963)