La Paloma de la Paz

Sentí que algo o alguien me seguía con pequeños pasos rápidos, fue como si me hubieran hecho cosquillas en la espalda con una pluma de paloma.

Me sorprendió verla, me seguía muy de cerca, a su ritmo, y aunque intenté hacer maniobras de despiste girando en redondo, acelerando el paso o parándome, ella continuaba siguiéndome y se adaptaba a mis piruetas. Pensé que necesitaba un poco de cariño, agua, o algo de comida. Parecía agotada, así es que cogí unas migas del bocadillo que llevaba en la bolsa de deporte y puse un poco de agua en la tapa de una cajita de caramelos para que, una vez que se repusiera, pudiera continuar su vuelo. Allí estuve un buen rato mirándola, y ella a mí mientras se atrevía a acercarse al festín.

La recogí haciéndole un hueco en mis manos y sentí que se arrebullaba entre mis dedos, sin moverse apenas. Así que decidí llevármela a casa y cuidarla el tiempo que necesitara, sin tener nada claro que ella quisiera quedarse conmigo unos días. La verdad es que no domino el lenguaje de las palomas, pero algo había en aquella situación que de alguna manera hacía que nos entendiéramos. Le preparé un txoko en el invernadero, dejé la ventana abierta para que se sintiera libre de entrar y salir, y cada mañana iba a verla, le llevaba galletas picadas, agua, migas de pan mojadas en leche… y me quedaba a su lado preguntándome qué más se podía hacer por una paloma mensajera cansada. Cómo podría yo ayudarle a recuperar su rumbo.

Yo me movía poco a poco mirándola por si ella se sentía con fuerzas para seguirme, y ella daba unos pasitos hacia mí pero no conseguía mucho más. Así pasamos unos días, dando paseos cada vez más largos dentro del invernadero, hasta que llegó un momento en el que se echó a volar.

Se posó en mi hombro izquierdo.

Salíamos juntas al jardin y a medida que pasaban las horas y ella se sentía más segura, volaba de mi hombro a una de las ramas del roble más próximo y al ratito volvía a mi hombro. Yo le notaba que iba mejorando porque había más osadía en sus tímidos escarceos al aire libre, se alejaba un poco más cada día, pero siempre volvía para posarse en mi hombro; en mi hombro izquierdo.

Aquella mañana fue distinta. La madrugada inundaba de luz las horas difíciles de un derrotado septiembre.

Desde la ventana abierta volvió la cabeza para mirarme un instante y alzó el vuelo.

Supe que aquél era un vuelo sin retorno, con rumbo preciso, cuando cruzaba ante mis ojos la fina línea que nos separa de la vida. Me quedé sin aliento mirando cómo se alejaba de mí, con serena elegancia, volando hacia un nuevo horizonte esta vez infinito. Abrigada solo por la soledad de un prematuro vacío dejé caer, como una sonata triste de lluvia, todas las caricias que, con la ilusión de una niña todavía guardaba en mis manos y que ahora, vacías, enjuagaban mi llanto.

@mjberistain
In Memoriam 2004


 

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